chalet

Viva la clase media

Viva la clase media

En Grandes esperanzas, Dickens retrata el personaje de John Wemmick, un empleado del abogado Jaggers que aconseja y cuida -a su manera- al protagonista Pip. Se ha señalado con justicia que Wemmick es el personaje más moderno de la novela, y que su vida escindida entre la frialdad con que se mueve en el entorno profesional y la calidez doméstica de su “castillo” en Walworth, al sur del Támesis, es quizás el primer gran ejemplo en la literatura europea de esa existencia demediada de la pequeña burguesía. El castillo no es (sólo) metafórico: es una casa con almenas, puente levadizo y foso que Wemmick comparte con su padre anciano, y que simboliza tanto el refugio frente a la banalidad del mundo exterior del trabajo y los negocios, como la consabida aspiración burguesa a ser algo más que un producto aventajado de ese mundo.

Revolucionarios, rebeldes y cruces amarillas

Revolucionarios, rebeldes y cruces amarillas

Algo sabe de psicología revolucionaria Gero von Randow, quien en su juventud fue un excitado radical izquierdista. Sabe, y lo explica bien en Revoluciones (Ed. Turner), que éstas son una forma de vivir que siempre acaba en decepción. Sabe que “todavía no se ha producido ninguna revolución cuyo resultado no haya sido una nueva dominación”. Nunca consiguen la igualdad prometida, sino un nuevo reparto de privilegios. Así, no es de extrañar que sea una constante que, tras su triunfo, el revolucionario profesional se apropie del más bello o imponente palacio para ejercer su nueva rutina. El chalé con piscina y casa de invitados es un simple aperitivo que nos demuestra que tras la apariencia de sentimientos igualitarios solo hay esa envidia que don Quijote despreciaba como “carcoma de las virtudes”.

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