Atún y chocolate, sí, pero no se te ocurra decirlo. En el otoño de 2003, Pablo Carbonell rodó entre Barbate y Zahara una comedia con ese mismo título, Atún y chocolate, que trata sobre un lugareño (Manuel, interpretado por el propio Carbonell) que, sin posibles para costear el banquete de su boda, decide robar un atún destinado al mercado japonés. La película, en la que sobresale la actuación de Antonio Dechent, el Jack Palance español, tiene como telón de fondo la crisis pesquera, el tráfico de hachís, la inmigración ilegal… Ken Loach metido por chirigotas y pasado por un cristal de aumento. Cuenta Nacho Carretero en Fariña, el gran reportaje sobre el narcotráfico gallego, que el cine español no ha dejado más testimonio de aquel cataclismo que Airbag. Resulta extraño, en efecto, más en un gremio que se ufana de comprometerse con todas las causas imaginables. Ni su tiempo ni la realidad, en fin, parecen estar entre ellas. Atún y chocolate viene a ser el ‘airbag’ del sur. Pero no vayas y lo digas. En sus desquiciadas memorias, El mundo de la tarántula, de las que ya me ocupé en The Objective, Carbonell desmenuza los problemas que le trajo la película. ¡Qué se habrá creído ése, relacionarnos a nosotros con la droga! Ni el hecho de que una legión de barbateños participara en la figuración ni el alegre desparrame de dinero que supuso el rodaje libró a Carbonell, con casa en Zahara, de la difamación. A ello contribuyó una entrevista promocional en el programa de Jesús Quintero, que no hizo sino confirmar la sospecha fuenteovejunera.