La humanidad estival tiene -me incluyo- algo de plaga veterotestamentaria. Nos precipitamos sobre las playas con unánime ferocidad, agolpándonos en las orillas, como si quisiéramos regresar a los orígenes. Se sigue de aquí un ejercicio de convivencia democrática que apenas conoce divisiones ideológicas o de clase: todos, o casi, bajo el sol. Hay, sin embargo, una minoría que se comporta como mayoría: los fumadores. Basta escarbar un poco en la arena para encontrarse, en su obstinada fealdad, con las colillas; en todas partes y a cualquier hora. Son el testimonio de un vicio privado al que no se conocen virtudes públicas. Y quizá sea hora de preguntarse por qué las playas han de convertirse cada verano en planta de residuos de la industria tabaquera.
El día 26 de diciembre el aire de Madrid registraba un alto nivel de contaminación. El Ayuntamiento de Manuela Carmena arbitró la medida de prohibir, a medias, la circulación de coches por la ciudad. La medida se implantó el día de los inocentes, que amaneció con una buena calidad del aire. Ese día, mientras los policías atascaban la ciudad poniendo multas que el consistorio no podrá cobrar, el nivel de emisiones de dióxido de nitrógeno aumentó un 1,8 por ciento. La distancia entre las intenciones del Ayuntamiento y los efectos de su medida se cubre con un ridículo monumental.
“No sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa, no saber lo que nos pasa”, escribía el filósofo José Ortega y Gasset en una obrita que, significativamente, subtituló “Esquema de la crisis”. Y seguramente llevaba buena parte de razón. Ahora bien, ochenta y tres años más tarde de ese pequeño trabalenguas acaso ya tengamos alguna pista de qué nos está pasando ¿Hay alguna línea de puntos que una el brexit, la victoria de Donald Trump, el escepticismo hacia el cambio climático, el próximo cincuentenario de mayo del 68, las redes sociales, el mandarinato en la antigua China y (permítanme una pequeña querencia hacia mi tierra) los excelentes resultados en el informe PISA de la educación en Castilla y León? Algunos pensamos que sí.
Sabía lo que quería hacer y cómo quería vivir. R me enseñó a dejar de cacarear, a pensar antes de hablar, a ser natural y a respetar el silencio. Se ve que estaba loco, esclavo y dueño de sí mismo.
Se han publicado cientos de estudios, se han gastado millones de euros en cumbres climáticas, se han realizado protestas y manifestaciones; los que contaminan siguen contaminando.
A este cronista lo que más le ha impresionado de un par de visitas a la capital es ese cielo permanentemente amarillo de Pekín hasta la noche es amarillenta-, con ese aire acre que te irrita la garganta y te agota al caminar.
Un viaje sin fotos es una mierda de viaje. Por eso es necesario compensar a quienes tengan sus fotos con el filtro smog que hace imposible distinguir si la muralla que sale al fondo es la china o la de Ávila.
Vivimos en un mundo de fantasía. Si no que alguien me diga cómo es posible que 1.500 millones de chinos se traguen dos promesas para 2014 tan incompatibles como la guerra a la contaminación y un crecimiento económico del 7,5%. Eso sí que es vender humo.
El 11 de marzo de 2011 se paralizó el mundo. Un terremoto que provocó un tsunami causó, a su vez, severos daños en la red eléctrica de una central nuclear japonesa que, después, se vio inundada por el brutal maremoto.