Las exigencias de la patria
Algo bueno de ser español, no lo mejor pero sí algo rotundamente positivo, es el pertenecer a una patria poco exigente. Cuando tenía 16 años me llamaron a filas. Acudí al cuartel acompañado de dos amigos. Una señora nos recibió, nos miró y apuntó en un papel lo que creía que medíamos y lo que creía que pesábamos. No acertó en ninguna de sus mediciones. Ni siquiera se acercó. Nosotros acudíamos con vocación sumisa y le sugerimos que, ya que habíamos ido hasta allí, quizás sería conveniente que nos subiera a la báscula. El interés que la patria tenía en nosotros no daba para tanto. Nos despedimos con cordialidad. Hasta ahí llegó la patria conmigo. No volví a tener noticias de ella. Ni de la patria, ni de la señora. Para colmo unos años después me fui a vivir a Madrid, que actúa como el perfecto disolvente de la identidad.