«Como católico, me siento orgulloso de ser parte de una institución que muestra de modo tan claro que ‘la verdad os hará libres’»
María Jesús Espinosa de los Monteros
«El pecado más notable de ‘Los dos Papas’ es esa omisión acerca de los abusos cometidos por miembros de la Iglesia durante décadas»
«Parece adecuado recordar en estas fechas la persecución «real» que padecieron y siguen padeciendo los «malvados» cristianos en el siglo XX y lo que llevamos del XXI»
«Los poetas solemos ser muy esnobs, pero los maridos muy de nuestras mujeres, así que no debería sorprender a nadie que lo que Sánchez Mazas musitó tan bien a la señora condesa lo pensemos todos también de nuestras señoras esposas»
Según los cristianos, el Apocalipsis constituye el extraño pronóstico que hace la Iglesia sobre su propio final
Jordi Évole ha entrevistado a Francisco, cabeza de la Iglesia Católica. Évole le llama de “usted” y le habla con el mismo respeto y cariño que a Nicolás Maduro. Es una entrevista muy mundana, en la que el Santo Padre le pide al periodista que rece por él, o que al menos le mande “buena onda”. Un deseo muy New Age, por otro lado.
En los días pasados ha tenido lugar en Roma una cumbre de presidentes de conferencias episcopales, para abordar la lucha contra los abusos a menores. Al menos desde hace unos quince años, parte del diagnóstico y de las soluciones son evidentes. Otra cosa es que se actúe en consecuencia, y que cambie la cultura dentro de la Iglesia, especialmente en los países con menos recursos y de culturas menos favorables al rigor institucional.
Un amigo me avisó enseguida del artículo de Quintana Paz, por si quería rebatirlo. Se titulaba: “¿Por qué se acelera la decadencia de la Iglesia católica en España?”, así que afilé mis armas ultramontanas. Pero cometí un error fatal, de principiante. Leí el artículo. De modo que ahora, en vez de contradecirlo, lo voy a continuar.
Hay un pasaje de los Ensayos de Michel de Montaigne en que el gran francés se hace eco de un dilema ético (y cristiano) bien peliagudo. Imaginemos, dice nuestro filósofo, que se constriñera a un hombre bueno a optar entre realizar cierto esfuerzo o cometer una maldad. En principio, la tesitura no resultaría demasiado ardua: si es de veras persona bondadosa, no le importará arrostrar ciertas dificultades por mor del bien. Ahora bien, añade Montaigne, la cosa empieza a intrincarse cuando se le da a elegir a ese justo varón entre dos actos malvados. Ahí sí que (cedo la palabra a los Ensayos) “se le coloca ante una espinosa elección. Como le sucedió a Orígenes, a quien pusieron en la alternativa de, o bien adorar un falso ídolo, o bien gozar carnalmente de un horrible etíope que le presentaron. Al parecer, Orígenes optó por lo primero; y obró mal al hacer así, según algunos autores” (como Nicéforo Calixto).