«Los grandes olvidados, los jóvenes, acorralados por dos grandes recesiones en diez años, ven cómo sus perspectivas de progreso y bienestar se desmoronan sin remedio»
«Sin duda, es justo y necesario que los jóvenes se dediquen a vivir intensamente y se crean inmunes a la enfermedad y al desgaste físico»
«La brecha generacional que llega a 2020 es completamente diferente, y no atenderla derivará en un conflicto de graves consecuencias»
«La generación más preparada de la historia es un timo, pienso: si bien gozan de más ofertas educativas que sus antepasados, veo a estos jóvenes de ahora muy desorientados, sobre todo tan vulnerables»
Vivimos en campaña permanente. Una mínima acción el último día supone un vuelco en las urnas
Tiene así uno la sensación de que el mundo de las salas de cine se encuentra en un lento proceso de desaparición
Es cierto que el nivel de distracción es mayor ahora, o mejor dicho, las tentaciones están más al alcance de la mano. Pero también la información. Y en cualquier caso, eso no solo afecta a los jóvenes.
Los jóvenes que aspiran a modernizar su país deberían evitar incurrir en dinámicas tan viejas como el nepotismo o, lo que es lo mismo, la elección discrecional de gente del mismo círculo por encima de los procesos transparentes y meritocráticos de captación de talento.
Uno de los debates más recurrentes tras la crisis es el que gira alrededor de si los jóvenes viven o vivirán peor que sus padres. Es una pregunta muy amplia y difícil de contestar, entre otras cosas porque no hay un modelo exclusivo de vida buena. Pero si sobreentendemos que juzgamos en función de variables económicas relacionadas con la calidad del empleo, los salarios o la certidumbre vital y laboral, parece fácil concluir que vivimos y viviremos peor que nuestros padres.