El otro día, un espontáneo de Twitter se enfadó conmigo por entrevistar a Jorge Cremades y lanzó a los cielos una cuestión: qué le habrán hecho los hombres -ojo, en bruto, ¡en bloque!- a la tal Lorena G. Maldonado para asediar a un varón así, con tamaña inquina. Yo pensé en contarle cuánto amo a Berni, el camarero del bar al que vamos algunos compañeros y yo los jueves al salir del trabajo -que nos abastece de tortilla y copas, nos deja fumar cuando se va su jefe y nunca mira el reloj-; e inmediatamente me atropellé y quise explicarle de qué modo amo también a Cortázar cuando recita Dadora de playas, con sus ojos separados de extraterrestre o de pez y su voz abriéndose paso por huecos de mí que no existen.
La imagen de Marcos Brindicci es bellísima, en una de las ciudades más apasionantes del planeta. El obelisco. El cielo gris oscuro, casi negro. Miles de paraguas para protegerse de la lluvia con un colorido apagado por la luz tenue de una mañana triste. Buenos Aires el “miércoles negro” que retumbó, sí, en todo el mundo. Los argentinos en la calle no contra el Gobierno, ni contra la corrupción rampante, ni contra los golfos apandadores que se lo llevan. No. Esta vez la multitud gritaba contra los asesinatos de mujeres, el feminicidio, y el lema es brillante: “Ni una menos, ni una menos”. Porque son muchas, en todo el mundo. Un éxito de la convocatoria. Al mediodía, miles de mujeres abandonaron una hora sus trabajos para protestar empapadas de dolor y de agua.