Créanme, hay un momento al día en que pienso que no podemos tensar más la piel, fina piel, que cubre esta sociedad moderna y avanzada y renovadora y revolucionaria y bla, bla, bla. Pero luego llega la noche para recordarme que siempre hay tiempo para un penúltimo estirón.
Aunque quizás no lo recuerde el lector, hubo un tiempo en que la desnudez no estaba bien vista. Todos los veranos los hombres y las mujeres cubrían con pudor su cuerpo en las playas. Uno de los muchos principios de belleza de Occidente entonces consistía en lucir una piel blanca.