Nosotros y los fósiles del Transvaal
«Mientras no alumbremos los extensos periodos todavía oscuros de nuestro caminar evolutivo no lograremos estar completos como especie»
«Mientras no alumbremos los extensos periodos todavía oscuros de nuestro caminar evolutivo no lograremos estar completos como especie»
«Las huellas en rocas dejadas por un ser vivo y otros vestigios del remoto pasado parecen estar ahí para asegurarnos de que el mundo es real y continuo»
«Nunca hemos tenido tantos conocimientos para identificar los problemas, pero cada vez es más difícil sacar el debate de la batalla cultural entre izquierda y derecha»
En los últimos años, la ciencia había avanzado hacia el control de manos robóticas a través de un chip implantado en el cerebro, tanto en monos como en humanos. Sin embargo, lo inusual de este nuevo sistema es que se concentra en la parte inferior del cuerpo y no en los brazos como los anteriores, y además permite al mono este movimiento sin necesidad de estar conectado a un ordenador. Así, aunque se necesita un ordenador para decodificar y traducir las señales del cerebro, es posible crear un dispositivo que no tenga que estar conectado a él.
Estos avances podrían ser aplicados a terapias humanas “en los próximos diez años”, según ha explicado Grégoire Courtine, uno de los científicos que ha participado en el estudio. Esto ayudaría en las rehabilitaciones y “mejoraría la recuperación y la calidad de vida”. No obstante, ha dejado claro que este sistema está pensado para mejorar el proceso de rehabilitación y “la gente no andará por las calles con una conexión médula-cerebro” en un futuro próximo.
El evolucionista Michael Worobey y el historiador de la salud pública Richard McKay han descubierto que el virus viajó desde África a Haití, desde donde saltó a Nueva York en 1970 y desde allí se propagó por el resto del país. Por tanto, este estudio ha conseguido limpiar el nombre de Dugas, que solo se mantuvo en secreto tres años y cuya homosexualidad y promiscuidad se señalaron durante años como causa de la propagación de esta enfermedad. Worobey y McKay han afirmado que nadie sabe quién fue el ‘paciente cero’ y que las muestras del virus que mostraba Dugas eran mucho más tardías que las primeras que entraron en Norte América desde el Caribe.
Además, la intención inicial nunca fue señalar a Dugas como el primer paciente con el virus, puesto que el ‘cero’ era en realidad una O que quería decir Outside California (fuera de California). “No hay evidencias ni biológicas ni históricas que apoyen la extendida creencia de que fuera la causa primaria de la epidemia de VIH en Norteamérica”, asegura Worobey.
Mediante la recopilación y análisis de una gran cantidad y variedad de datos sobre los comportamientos homicidas de humanos y otros animales, los científicos han establecido que el número de muertes violentas a manos de otros humanos debería situarse en el 2%, lo que viene a significar que «lo natural» es que dos de cada cien personas mueran como consecuencia de la acción homicida de otro humano en crímenes, guerras u otro tipo de asesinatos. José María Gómez, profesor de la Universidad de Granada y co autor del estudio, comenta en declaraciones recogidas por la agencia Associated Press que «los seres humanos somos mamíferos particularmente violentos, y la violencia ha estado presente desde tiempos ancestrales», señalando que curiosamente, la tasa del 2% coincide con la proporción estimada de muertes violentas de nuestra prehistoria. Basándose en la comparación con las tendencias de otras especies, el estudio apunta que los seres humanos «hemos heredado una propensión hacia la violencia», pero que diferentes contextos históricos y culturales son los que modulan finalmente la puesta en práctica del «instinto asesino».
El descubrimiento ha sido posible gracias a un equipo de expertos procedentes de Australia, encabezado por Allen Nutman, de la Universidad de Wollongong, quienes han publicado los detalles acerca de su hallazgo en un artículo en la revista Nature. Según resume Nutman, “estamos ante el registro biológico visible más antiguo del planeta”, ya que hasta ahora las únicas pruebas de vida en esta época “se basaban en isótopos de algunos elementos (en las rocas), sobre todo carbono y hierro”. Estos fósiles, de entre uno a cuatro centímetros, han sido hallados en piedras metamórficas de Isua, al suroeste de Groenlandia y superan por 200 millones de años a los que hasta ahora eran los fósiles más antiguos hallados en el planeta, unas estructuras estromatolíticas que databan de 3.500 millones de años de antigüedad y que habían sido descubiertas en Warrawoona (Australia). Según recoge El País, Abigail Allwood, investigadora del la NASA, asegura que «si realmente estas son las tumbas figurativas de nuestros primeros ancestros, las implicaciones son asombrosas”.
Después de someter el fósil, que fue hallado en Etiopía en 1974, a tomografías computarizadas, el paleoantropólogo John Kappelman, quien dirigió el equipo de investigadores, llegó a la conclusión que Lucy habría caído de pie, estirando sus brazos en busca de intentar frenar el impacto. “Un suceso de deceleración vertical y un impacto desde una altura considerable, que produjo fracturas compresivas y torsión en múltiples piezas óseas”, apunta el estudio como las causas de la muerte. Si, por un lado, bajar de los árboles permitiría cientos de miles de años después a los seres humanos conquistar la tierra; por el otro, abriría las puertas a pensar que aquellos homínidos estaban más propensos a caer al ir perdiendo la capacidad de trepar.
El hallazgo, descrito en la revista Nature, supone la primera prueba de la habilidad constructora del grupo y demuestra que exploró el mundo subterráneo. Si el lugar era utilizado como refugio o tenía un significado simbólico todavía está por estudiarse. Sin embargo, el equipo de Jacques Jaubert, de la Universidad de Burdeos, descubrió casi 400 fragmentos de estalactitas y estalagmitas apilados en varias estructuras, incluyendo dos que tienen una forma circular, a unos 300 metros de la entrada de la cueva Bruniquel. Una de ellas tiene 2 m de anchura y la otra, más de 6,7. La más grande está compuesta de un ‘muro’ hecho de hasta cuatro capas superpuestas de fragmentos de estalagmita de aproximadamente 30 centímetros de longitud, con elementos más pequeños pegados de forma oblicua en el medio.
La composición de esos restos de polvo estelar, de entre 8,6 y 50 micrómetros de diámetro, que parecen haber sufrido un proceso de oxidación, sugiere que las capas altas de la atmósfera eran ricas en oxígeno en aquella época. Los científicos australianos creen que las capas bajas de la atmósfera durante el llamado Eón Arcaico, hace aproximadamente 4 millones de años, contenían niveles bajos de oxígeno, pero hasta ahora no se había encontrado ningún método para estudiar las capas más elevadas.
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