«¿Fueron los españoles quienes trajeron aquí la crianza bajo velo y la uva trousseau, que en el noroeste peninsular se llama bastardo o merenzao?»
«Los vinos de Jerez y de Montilla-Moriles forman parte de ese reducido grupo de bebidas inimitables e inclasificables, motivo de leyenda y de loa constante a través de las épocas y de las plumas»
Yo no disfruté ni mi primer café, ni mi primer vino, ni mi primera lección de piano, ni mi primer chocolate oscuro, ni mi primer concierto de música clásica. Es la verdad. Y es universal. Quien afirme lo contrario lo más seguro es que esté mintiendo.
José Antonio Labordeta no se habría hecho cantante si no fuera por él. Alguna vez Arcadi Espada ha recordado su consejo: “Morir por las ideas. Sí, pero de muerte lenta”. Fernando Trueba ha dicho que las canciones de Georges Brassens (1921-1981) tienen respuestas a todas las preguntas de la vida.
Lo español sigue de moda, pese a quien pese, dentro en todas y cada una de las comunidades autónomas, bien a través de las tradiciones vascas y catalanas bien a través de las castellanas y andaluzas, del Reino de España y fuera de España.
Cada año por estas fechas sé que me toca enfadarme, agarrar mi cabreo anual, despotricar un rato, y no conseguir nada. Y todo por culpa de las cifras que los medios de comunicación señalan que tendrán que gastarse los padres por cada hijo que lleven al colegio.
Hace unos días, comentaba yo con una amiga, lo arduos que resultan los mandatos de lo sano. Como el conejo de Alicia, no llego a tiempo para tanto remedio.
Nosotros los vallisoletanos tenemos un profundo respeto y admiración por el vino y su cultura. No es cuestión baladí que nuestra amada Ribera de Duero sea un territorio que produce uno de los mejores vinos que existen en el mundo.
Unos ochenta señores de edades y procedencias muy variadas se reunieron el pasado fin de semana en un hotel de Ginebra para hacer lo que hacen cada otoño.