Así se escoge al presidente de los Estados Unidos
¿Por qué el candidato más votado no siempre es el que acaba en la Casa Blanca? ¿Quién escoge a quién? ¿Qué pasa si el resultado está reñido? Adelante, sigue leyendo…
Corría el año 1787 y Estados Unidos nacía como democracia. Los Padres Fundadores escribieron la Constitución y lo dispusieron todo bien dispuesto. Un país del trinque. Sólo faltaba alguien que lo gobernase, pero, ¿quién? Después de darle vueltas, Adams, Franklin, Hamilton, Jay, Jefferson, Madison y Washington decidieron que no se fiaban del criterio de los ciudadanos. La política era algo nuevo para todos y nadie estaría lo suficientemente informado para escoger tal figura. Así que crearon un intermediario: el colegio electoral. Una institución que evitaría que los ciudadanos decidiesen desde la ignorancia o, peor, la manipulación. Tenía sentido en 1787. Ahora, un poco menos. Pero de eso hablaremos más adelante. Empecemos por el principio.
¿Cómo funciona el sistema electoral en EEUU?
Lo primero y más importante es distinguir entre dos conceptos: el voto popular, que corresponde a la totalidad de votos de los ciudadanos y el voto electoral, que es el de los electores y el que realmente cuenta (y que suele estar basado en el anterior, pero puede no estarlo). Más adelante explicaremos quiénes son estos electores.
Los ciudadanos votan en las urnas y, tras el recuento, en la noche electoral sabemos a qué candidato ha escogido la mayoría. Pero esto no significa que sea el ganador: se sentará en el Despacho Oval quien obtenga la mayoría de votos electorales. Hay un total de 538 repartidos entre los 50 estados y el distrito de Columbia, en Washington D.C., así que el ganador tendrá que llevarse al menos 270. Normalmente, los votos electorales de cada estado van para el candidato más votado en el mismo, aunque haya vencido por un margen escaso.
Este sistema –conocido como winner takes all (el ganador se lo lleva todo)– permite que un candidato gane la presidencia aunque no sea el más votado por los estadounidenses. Trump tenía tres millones de votos menos que Hillary, y ahí está. En el 2000, a Bush le votaron 500.000 personas menos que Al Gore, y lo mismo. Igual en los comicios de 1874, 1876 y 1888.
¿Cómo se reparten los votos electorales?
A cada estado le corresponde un número según el tamaño de su población. Cada estado recibe dos votos por sus dos senadores; y uno por cada representante en el Congreso. Un estado recibirá más votos electorales cuantos más habitantes tenga, ya que el número de representantes depende de esto. Los que más votos tienen son California (55), Texas (38) y Nueva York y Florida (29).
¿Cómo emiten los electores sus votos electorales?
En diciembre, algo menos de un mes después de las elecciones, los electores de los distintos estados se reúnen y cada uno vota a su candidato. Normalmente, su voto va para el candidato más votado por los ciudadanos en su estado. Por ejemplo, si en California un 51% de los ciudadanos vota a Biden, sus 55 votos electorales irían para él.
Esto sería lo normal, pero en realidad los electores no tienen por qué elegir al candidato más votado. El Artículo II de la Constitución les otorga una libertad absoluta. Si no siguen el voto de la población, se les considera ‘desleales’ (en 2016 hubo siete así), y su deslealtad puede costarles una multa o ser reemplazados por otro elector. Este año, sin embargo, lo tienen un poco más difícil porque el pasado julio, el Tribunal Supremo aprobó una ley que permite a los estados obligar a sus electores a votar al candidato que haya ganado más votos populares.
¿Quién elige a los electores?
Los elige cada estado. Lo único que dice la Carta Magna es que no pueden ser miembros del Congreso ni ocupar un cargo federal. La 14ª enmienda, aprobada tras la Guerra Civil, añade que no podrá ser elector «quien se haya visto involucrado en actos de insurrección o rebelión contra los Estados Unidos».
Antes –allá por el 1800– se probaban varios métodos: a veces los elegían los ciudadanos, otras los legisladores de cada estado… Pero ya se han dejado de tonterías: hoy por hoy se escogen a dedo. Lo más habitual es que cada partido proponga a sus favoritos durante una convención en octubre del año electoral. En la lista suelen aparecer líderes políticos locales, gente del círculo cercano al candidato o personas a quien el partido quiere premiar por su apoyo. Vamos, que en octubre cada candidato escribe su carta de electores a los reyes magos.
Después, en la noche electoral, cuando los ciudadanos votan por el presidente y vicepresidente en realidad también están votando por los electores propuestos por el partido, cuyo nombre puede aparecer –o no– en la papeleta, dependiendo de las leyes de cada estado. Si el presidente gana el voto popular en –otra vez– California, es su equipo de electores californianos quien escogerá a qué candidato da los 55 votos.
¿Cómo votan los ciudadanos?
Los ciudadanos tienen que registrarse para acudir a la fiesta de la democracia. Inscriben su domicilio y se les asigna un distrito y un colegio electoral. Como en España, solo que en lugar de hacerse de forma automática a través del padrón, cada ciudadano tiene que darse de alta, ya sea a través de un formulario online o en persona, en oficinas de correos, bibliotecas públicas, oficinas gubernamentales… depende de cada estado. Una vez registrado, se puede emitir el voto por correo o a pie de urna.
Este sistema es una traba añadida, según José María Beneyto, catedrático de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la Universidad CEU San Pablo, y una de las causas de la alta abstención que existe históricamente en las elecciones de EEUU. Sobre todo afecta a gente que no tiene una residencia fija, como los estudiantes. Tienes que ir allí, rellenar formularios… es todo un trámite administrativo.
¿Qué ha cambiado este año por el coronavirus?
Hay mucho más voto por correo. Antes no estaba permitido para todos los ciudadanos, ya que siempre hay que justificar la ausencia de voto presencial. Ahora, en la columna de ‘excusas’, el virus es una casilla más. Además, desde finales de octubre, también se ha habilitado un sistema de voto anticipado en persona.
¿A quién perjudica este sistema?
Para empezar, a todas esas personas cuyo voto, simplemente, se esfuma. Pongamos Texas, que en estas elecciones no se sabe muy bien si votará republicano o demócrata. Si el 51% de los ciudadanos votara a Trump, éste recibiría sus 38 votos electorales. El voto de ese 49% que habría apostado por Biden no serviría para absolutamente nada. Texas seguiría siendo republicano.
De entre todos los ciudadanos cuyo voto se esfuma, esto importa especialmente a las minorías, cuyos intereses suelen diferir de las mayorías. Si en un estado hay una mayoría blanca, los votos electorales nunca irán al candidato preferido por minorías raciales, que quedan infrarrepresentadas. Hablando de minorías, un history fact: cuando se creó en 1786, el colegio electoral era visto con buenos ojos sobre todo por los estados del sur, donde los esclavos conformaban gran parte de la población. Pese a que éstos no podían votar, sí eran contabilizados en el censo (como tres quintas partes de una persona). Así que daban a los estados un mayor número de electores sin influir en el voto de los sureños.
Por último, perjudica a todos los estados que no son los famosos estados péndulo –lo más decisivos, aquellos donde el número de votantes demócratas y republicanos es similar–. El sistema electoral permite a los candidatos asegurarse de antemano los votos electorales de ciertos estados, como California para los demócratas o Indiana para los republicanos, y centrarse en los que podrían caer hacia un lado u otro. En las elecciones de 2011, Trump y Hillary celebraron el 90% de sus mítines en sólo 11 estados. De ese 90%, casi dos tercios tuvieron lugar en Florida, Pennsylvania, Ohio y Carolina del Norte (los cuatro con más votos electorales de estos estados péndulo), según la cadena PBS NewsHour.
¿A quién favorece?
Favorece a los estados más pequeños por el abismo entre los tamaños de población de unos estados y otros. Pasa un poco como en España. Palencia, por ejemplo, tiene tres diputados y un total de 160.000 habitantes. Madrid tiene 34, pero una población de más de cinco millones. Así que, para obtener un diputado en Madrid, tú necesitas alrededor de 150.000 votos, mientras que en Palencia, unos 50.000. Necesitas que tres veces más personas voten a un partido para obtener un diputado. Esto pasa parecido en EEUU, los estados más pequeños están mejor representados porque necesitan menos votos de los ciudadanos para conseguir dar a un candidato sus votos electorales.
¿Existe una alternativa?
Sí, y no haría falta cambiar la Constitución. Cada estado, por ley, puede escoger cómo sus votos son distribuidos por los electores. Maine y Nebraska ya tienen su propio sistema: reparten sus votos electorales de manera que dos siempre van para el candidato ganador del voto popular en todo el estado y el resto de los votos van para quien gane en cada distrito, para que todos los distritos estén igualmente representados.
De momento, son los únicos que se desmarcan del winner takes all, pero existe una iniciativa para dar más peso al voto popular: el National Popular Vote interstate compact. 15 estados y el distrito de Columbia ya se han unido y entre todos reúnen 196 votos electorales. Les faltan 74 para llegar a 270 y conseguir así que el presidente sea elegido por su sistema.
Si en algún momento consiguen reunir estos 270 que supone la mayoría absoluta, los estados participantes en el pacto otorgarían todos sus votos electorales al candidato que gane el voto popular nacional en el total de 50 estados y el distrito de Columbia. Como resultado, ese candidato ganaría la presidencia.
El pacto no pretende eliminar el colegio electoral ni a los electores (esto sí está en la Constitución), simplemente se basa en la premisa (también recogida en la Carta Magna) de que cada estado puede escoger libremente a sus electores.
El winner takes all no está en la Constitución. Cuando llegaron las elecciones de 1786, tres estados decidieron aplicarlo y el resto les siguieron. James Madison, uno de los padres de la Carta, intentó abolirlo. No le parecía justo que la mitad de los votos del país pudieran no contar para nada.
Unos siglos más tarde, en 1970, representantes demócratas y republicanos lo volvieron a intentar. Propusieron construir un sistema electoral de representación directa, pero el Senado lo acabó bloqueando.
El tema se olvidó por unos años, hasta las elecciones del 2000. George W. Bush (republicano) vs. Al Gore (demócrata). Gore gana el voto popular, consigue medio millón de votos más que Bush. Pero Bush gana el voto electoral por el estado de Florida, a pesar de que allí sólo le habían votado 537 personas más que a Gore. 537 votos decidieron el destino del país.
Después vino el 11-S y todo lo que le siguió. Afganistán en 2001, Irak en 2003. En fin, el resto es historia y lo del sistema electoral quedó enterrado en ella. Hasta el 2016, cuando volvió a pasar lo mismo: Trump ganó las elecciones a pesar de haber perdido el voto popular, con la diferencia de que, esta vez, Hillary Clinton había conseguido casi tres millones de votos más que el republicano. El resto también es historia, pero podría cambiar.
¿Qué puede pasar si el resultado está muy reñido?
Pueden exigir el recuento de votos (que puede ser manual o automático, dependiendo de cada estado). En caso de que no estén de acuerdo, pueden acudir a los tribunales. El último que decide es el Tribunal Supremo. En casos como este, las elecciones pueden durar hasta tres meses.
¿Qué papel juega el Supremo?
Cuando Al Gore perdió frente a Bush por esos 537 votos, no se resignó con el resultado y pidió recuento. El caso llegó al Tribunal Supremo, por entonces de mayoría conservadora –anda, como ahora–, que falló la victoria de Bush. El lunes pasado, Trump nombró a la conservadora Amy Coney Barret jueza del Supremo. Reemplaza a la progresista Ruth Bader Ginsburg, y ahora la balanza está todavía más inclinada: seis de nueve jueces son conservadores.
¿Qué es el gerrymandering y por qué importa este año?
Resulta que este año, además de elegir presidente, los estadounidenses renuevan también un tercio del Senado y toda la Cámara de Representantes. Cada uno de los 435 miembros de esta última representa a uno de los distritos electorales en los que está repartido el país.
Tras las elecciones, toca redibujar este mapa de distritos, algo que se hace cada vez que Estados Unidos tiene la obligación de rehacer el censo (cada década), en teoría, para asegurar que tengan siempre una población homogénea.
En la práctica, se da el gerrymandering, o dibujar los distritos al antojo del partido que tenga mayoría en el Congreso –este año, los republicanos–. El nombre se lo debemos a Elbrudge Gerry, el gobernador de Massachusetts que se inventó este truco. Consiste en dibujar el mapa del estado de forma que el voto al partido contrario queda concentrado en un solo distrito y el voto al partido en el poder se reparte entre varios. El mapa va a condicionar la mayoría de la Cámara de Representantes del Congreso durante una década y, además, el partido en el poder tendrá asegurada la mayoría de votos electorales que corresponden al estado, ya que éstos se reparten por distritos electorales. La cuestión llegó al Tribunal Supremo en 2019, que se negó a intervenir.