Terry Gilliam: "Como no pude hacer la película que quiso hacer Welles, me inventé ésta"
“Me sentí Miguel Ángel ante el bloque de mármol cuando estaba esculpiendo el Moisés. Sólo tenía que quitar lo que sobraba”. Así cuenta Terry Gilliam a The Objective qué sintió cuando terminó de ver el primer montaje de un proyecto que llevaba veinte años entrando y saliendo de un cajón: El hombre que mató a Don Quijote. “Al principio odié el resultado. Ensamblar todas las piezas es difícil a veces, requiere tiempo, te sobra una hora de película y hay que ponerse a cortar… Pero ahora estoy contento y muy feliz”. Y no es para menos. Ya que la obra más madura de Gilliam, después de su paso por Cannes y la larga espera de sus seguidores y acólitos –sin nada que llevarse a la boca desde Theorema Zero en 2013– ha visto al fin de la luz.
“Me sentí Miguel Ángel ante el bloque de mármol cuando estaba esculpiendo el Moisés. Sólo tenía que quitar lo que sobraba”. Así cuenta Terry Gilliam a The Objective qué sintió cuando terminó de ver el primer montaje de un proyecto que llevaba veinte años entrando y saliendo de un cajón: El hombre que mató a Don Quijote. “Al principio odié el resultado. Ensamblar todas las piezas es difícil a veces, requiere tiempo, te sobra una hora de película y hay que ponerse a cortar… Pero ahora estoy contento y muy feliz”. Y no es para menos. Ya que la obra más madura de Gilliam, después de su paso por Cannes y la larga espera de sus seguidores y acólitos –sin nada que llevarse a la boca desde Theorema Zero en 2013– ha visto al fin de la luz.
Adaptación fantástica de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, publicada por Miguel de Cervantes en 1605 y 1615, Gilliam empezó a trabajar en ella en 1998 iniciando su rodaje hasta en ocho fatales y fatídicas ocasiones. Johnny Depp, Vanessa Paradis, Ewan McGregor, Robert Duvall, John Hurt y su fiel amigo Michael Palin pasaron por un proyecto maldito siempre, olvidado nunca. Llegó a Cannes, al fin, después de mucho sufrir y ante reacciones algo irregulares ha provocado lo mismo que todo el cine de su creador: desconcierto.
Terry Gilliam (1940), director estadounidense, criado con los británicos Monty Python y creador de algunas obras maestras como Brazil o Doce monos no ha cejado en su empeño: “Supongo que me dijeron tantas veces que no podría hacerlo que por eso lo he logrado”, asegura, cantarín, sonriente, despreocupado, en una España soleada que reconoce que le encanta “porque aquí no tengo que opinar sobre asuntos políticos y ejerzo de mero turista”, le cuenta a The Objective. Los miembros del equipo solo tienen buenas palabras para él: “Es extrovertido, enérgico… Pero es inteligente, lúcido, está en presente” (Sergi López). “Es muy generoso, tienes que entrar en su mundo, dejarte llevar, y te lo da todo” (Joana Ribero). “Quiere que te equivoques y te diviertas, te deja fluir como actor, pero al mismo tiempo pone a los intérpretes en el mismo acorde para que todo tenga sentido” (Jordi Mollá). “Era el alma de la película. Vital, infatigable. No flaqueaba jamás” (Óscar Jaenada).
“Me encanta la combinación de realidad y fantasía y siempre trato de que haya un loco o un niño en mis películas»
Al igual que Orson Welles –cuya película sobre Don Quijote fue un sueño irrealizado del que se conservan apenas una escenas–, Gilliam ha cabalgado solo por una industria que no acepta su libertad y su (in)genio. Buscando dinero, financiación, permisos, actores, mecenas… hasta que lo logró: “No entiendo ni quiero entender por qué he hecho esta película. Supongo que como no pude hacer la película que quiso hacer Welles me inventé ésta. Pero tampoco lo sé”.
Después de una producción que ha durado diecisiete años la pregunta parece obligada. Y ahora, ¿qué? “Seguiré leyendo literatura maravillosa hasta que encuentre otra idea que robar o, como dice mi mujer, volveré a hacer la misma película una y otra vez cambiando el vestuario a los personajes”. Y algo de verdad y de mentira hay en todo lo que dice. Primero, porque no roba ideas, las subvierte y personaliza hasta el extremo. Y, segundo, porque en todo su cine se produce la quijotización de Sancho o ese bellísimo proceso en que locura y cordura caminan en paralelo, se mezclan, se cruzan, se hibridan… en esta línea: “Me encanta la combinación de realidad y fantasía y siempre trato de que haya un loco o un niño en mis películas porque ambos tienen un grado similar de inocencia”. A ello hay que añadir, además, un rico e inclasificable imaginario que a él le permiten contar lo que quiere mediante el puro artificio, una verdad que él cuenta “si hace falta, con alguna mentira”.
Pero, como el caballero de la triste figura, es capaz Gilliam de llorar un poco por el mundo: “Ni El Quijote ni mi película van a arreglar nada. Hoy todo es tan caótico, tan loco… La gente tiene miedo a hablar abiertamente, a ser uno mismo. Hay represión, todo el mundo ofende. Prefiero refugiarme en mi jardín, esperar a que todo haga ¡boom! y volver cuando haya algo nuevo”.
Terry Gilliam y sus actores, enamorados
La caterva de actores que ha pasado por Madrid para apoyar el lanzamiento de El hombre que mató a Don Quijote ha sido impresionante. Todos han hecho un sentido elogio a la locura del creador, se han sentido acompañados y afortunados por dar vida a personajes tan extremos y únicos. Pasaron una mañana con The Objective hablando, entusiasmados, de esta experiencia.
Sergi López: “Trabajé seis días con él, pero los disfruté muchísimo. El cine tiene algo de circo, de familia de adultos que pasan unas semanas juntos en una rulot. Pero Terry tiene algo de circo también e hizo que esa familia funcionara porque contagia su vitalidad de una manera desbordante. Como creador, además, puede partir de un arquetipo como principio de muchas cosas no necesariamente malas. Los personajes de esta película parecen sacados de la comedia del arte, son muy estilizados. Hay buenos, malos, gitanos, inquisidores… Y que un tipo de fuera pase los arquetipos de España por su filtro, por su cultura, por su manera de ver el mundo y por su cine me parece maravilloso. Por eso el resultado es una película muy Quijote y muy, muy Terry Gilliam”.
Joana Ribeiro: “Angelica va detrás de un sueño, aunque no le sale como ella quiere. Es una mujer luchadora y su dolor es su escuela. Ella escoge, aunque sufra, pero no deja que nadie decida por ella. Creo que es el personaje más cuerdo de la película y es también el que más sufre, pero no abandona nunca la esperanza. De hecho, creo que consigue ser feliz cuando finalmente se entrega también a la locura”.
Jordi Mollá: “Es muy divertido hacer de malo, pero de malo en una película de Terry Gilliam, más. El malo puede decir sus frases riéndose, estremeciéndose, haciendo una pausa, subiendo la voz, bajándola, escupiendo… Todo el mundo quiere ver al malo. El malo es inteligente, el matón no. Pero además es que Terry es muy generoso, te deja hacer, crear tú el personaje, dejarte llenar por él… Pero en plan muy loco. Mire el cartel de la película: en medio de un gran perfil del Quijote, un tío en moto que sale de una llamarada del fuego… Eso es sólo posible en el universo de Terry Gilliam”.
Óscar Jaenada: “Tú dile a Picasso que te pinte una manzana… Pues ahora imagínate a Terry Gilliam adaptando el Quijote… Y en ese Quijote imagínate el gitano que él ha pensado que tiene que pasar por ahí… Nadie se puede imaginar lo que él se imagina. Es genial y auténtico, sin filtros, sin correcciones políticas. Es él y hace lo que de verdad le apetece. Por eso cuando los miembros españoles del equipo le contábamos la autocensura que practicamos en España y las cosas que se pueden y no se pueden decir alucinó porque no entiende que en un país como España estemos todavía tan atrasados en muchas cosas relacionadas con la libertad creativa, que es tan necesaria”.