'Nuevo orden', la violenta distopía premonitoria de Michel Franco
Sin buscarlo, la película tiene ecos de revueltas sociales como Black Lives Matter, Hong Kong y los chalecos amarillos
Con la que está cayendo en el mundo en general, y en el audiovisual en particular, Michel Franco (Ciudad de México, 1979) había planeado reservar el estreno de su nueva película, Nuevo orden, para 2021, pero mientras la editaba, las imágenes convulsas de la gran protesta racial Black Live Matter, desencadenada en todo EE.UU. tras el asesinato el 25 de mayo en Minneapolis del afroamericano George Floyd por parte de la policía, le dieron un carácter de urgencia a su sexto filme.
«El cine puede funcionar como espejo de la sociedad. Quería hacer una película que alertara sobre el mal rumbo que llevamos, temor que se fue confirmando y acrecentando con las revueltas en el mundo árabe, Chile, Colombia, Hong Kong… Así que había que estrenarla ya, porque conectaba con lo inmediato», compartía el director y guionista mexicano en el pasado Festival de San Sebastián, donde la película participó en la sección Perlas.
Su instinto acababa de ser reconocido en la Mostra de Venecia con el Gran Premio del Jurado y el Leoncino d’Oro, otorgado por el Jurado Joven.
Tras su ronda por certámenes internacionales, el drama distópico llega a los cines este próximo 19 de febrero y el Asalto al Capitolio, recién estrenado 2021, ha vuelto a revelarlo como premonitorio.
La ola verde
La película arranca con una boda de la adinerada burguesía mexicana que se ve truncada por una revuelta social que evoluciona a un golpe de estado militar. A lo largo del metraje se adoptan hasta ocho puntos de vista distintos, aunque los más destacados son los de la novia y los sirvientes de su privilegiada familia.
Hay racismo, clasismo, violencia institucional, corrupción y la amenaza del totalitarismo con turbadoras y reconocibles resonancias en nuestro presente.
La turba de manifestantes deja sus consignas selladas con espray verde en un guiño a la bandera de México, al movimiento ecologista y a las recientes marchas feministas, que han empleado este color en reivindicación de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, tras su empleo simbólico en la campaña argentina a favor del aborto seguro, legal y gratuito.
«Me gusta que el espectador intuya que el origen del conflicto ha sido pacífico, fue creciendo y ha terminando reventando. Las manifestaciones contra los feminicidios en México siempre fueron en son de paz y la gente se reía, ‘ay, estas mujeres’, descalificándolas, hasta que salieron a romper cosas y a decir no. Ahora que la llamada de atención ha sido violenta es cuando la gente les pone atención y las escucha», expone Michel Franco, un habitual del Festival de Cannes, donde cuatro de sus anteriores películas, Daniel y Ana (2009), Después de Lucía (2012), Chronic (2015) y Las hijas de abril (2017), han participado en diferentes secciones.
En Nuevo orden no hay buenos ni malos, «aunque hay unos terribles», advierte el cineasta, quien al hablar del futuro y tratar de retratar de manera objetiva nuestra sociedad, evita «ser positivo de manera simplona, porque eso nos acerca al peor escenario». Como consecuencia y sin entrar en spoilers, en su largo, salen perdiendo todos.
Kubrick en la guantera
La película que le abrió los ojos al oficio del cine fue La naranja mecánica (1971). El clásico de Kubrick lo aturdió a los 15 años por ser «tan cercana y tan sucia». Aquel recuerdo se reavivó en el director mexicano durante el rodaje de Nuevo orden. Se podría decir que en lo especulativo, honesto y brutal, este proyecto es su propia naranja mecánica. Pero Franco sitúa su objetivo en el extremo opuesto al de su filme fetiche, «donde se da una glorificación de la violencia».
El realizador ha estado «cocinando» esta incómoda propuesta desde hace seis años, alertado por la fuerza de Marine Le Pen en Francia y el nuevo advenimiento en todo el mundo de la extrema derecha, la crisis migratoria en Europa y su aparejada xenofobia. Pero, sobre todo, enfatiza una mala conciencia personal arraigada en su cine, la de su adscripción a la élite privilegiada de su país natal.
«Desde niño me ha preocupado mucho la desigualdad social. Tengo 41 años y lejos de ver que haya intención de cambiar el statu quo o de mejorar, las cosas van de mal en peor», lamenta.
Tres en una
La sensación que colma al espectador ante la deriva que viven los protagonistas es la de estar asistiendo a tres películas en una, ya que la trama va cambiando de género sin solución de continuidad. Arranca como una exposición de una situación social para pasar al thriller y luego culminar en el terror. «Quería hacer, abiertamente, una película muy caótica, porque nuestra realidad es así. Estoy tratando de trabajar desde el instinto y no desde la lógica intelectual. He caminado en la cuerda floja a sabiendas», explica.
Su reto era rodar una película a gran escala que reflejara esa dimensión global trasladada a un contexto intimista.
«Esta película no solo es relevante para México, podría ser francesa y referirse a los chalecos amarillos. O incluso estadounidense. Black Lives Matter reclama justicia para la población afroamericana, pero no estaba acotada a lo racial. Si Estados Unidos está así, imagínate una población pobre e ignorada, porque lo peor no es que vivan en la miseria, sino que Los olvidados de Buñuel siguen ahí».
La suya no es, sin embargo, una película política, «porque eso caducaría rápido. La dimensión social del problema es lo que vale la pena».