El Señor de las Moscas y las sombras que hereda el siglo XXI
La pérdida de la inocencia y la brutalidad del ser humano en El Señor de las Moscas es materia exclusiva de los varones.
Tal vez haya una bestia… Tal vez solo somos nosotros
― William Golding, El Señor de las Moscas
Últimamente, la civilización concebida por lo franceses en la época de la ilustración como una vía hacia el progreso material, intelectual y social, como remedio contra la guerra, la esclavitud y la miseria, como respuesta a la barbarie y fase última del proceso cultural, parece una quimera. Las normas comunes que con el paso de las décadas han intentado establecer un sistema “inclusivo” y que han devenido, no sin sangre, sudor y lágrimas en la supuesta integración y por ende censura de xenofobias humanas en sus infinitas formas, han demostrado ser simplemente eso: políticas que aquietan los odios hasta que estos se cansan de disimular.
Solo se necesita un dirigente que sugiera comodidad con los extremismos, o un episodio que ponga en evidencia la vulnerabilidad de los modernismos para que los “civilizados” retornen a ese arquetipo que el psicólogo Carl Jung describió como la “sombra”.
‘‘Esa personalidad escondida, reprimida, y en su mayor parte inferior y llena de culpa cuyas últimas ramificaciones se extienden hacia los linajes de nuestros ancestros animales, por ende comprendiendo el aspecto histórico total del inconsciente”.
¿Qué tiene que ver todo esto con El Señor de las Moscas y William Golding?
Precisamente hace 63 años que el autor británico escribió una de las ficciones más gráficas y acertadas para ilustrar los roles antagónicos entre la civilización y la naturaleza humana. Seis décadas después tenemos celulares que se desbloquean con la mirada y carros que no necesitan de un conductor para circular, sin embargo, el factor humano no ha cambiado. Hay odios y estados naturales que la ingeniería no ha logrado controlar.
Golding, quien a menudo lidia en su obra con el problema del mal y el planteamiento de este como la ausencia de culpa e inocencia, obtuvo el Premio Nobel de literatura en 1983 por la trayectoria de su obra. El Señor de las Moscas publicada un 17 de septiembre de 1954 fue su primera novela, además de un éxito inmediato.
Inspirado ampliamente por la novela victoriana La isla de Coral -1858- de Robert Ballantyne, en donde un grupo de jóvenes náufragos sobreviven organizándose de acuerdo a los esquemas sociales de la época, Golding construyó un relato de supervivencia. En su caso los protagonistas son un grupo de niños británicos cuyo avión se estrella en una isla inhabitada, y para quienes la mayor ausencia es la de los adultos y sus reglas.
A manera de experimento Golding, quien daba clases en el instituto Bishop Worsworth en Salisbury –Inglaterra- enfrentó en varias sesiones a sus alumnos dividiéndolos en pandillas territoriales. De sus diarios y de aquella “prueba” se cree que pueden haber surgido personajes como Ralph y Jack, las contrapartes principales del libro.
Cerdos, bestias y humanos
Escrita con la inevitable retentiva de un sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial moldeado por sus experiencias bélicas, convencido de la maldad intrínseca del ser humano en El Señor de las Moscas Golding básicamente relata un hilo muy parecido al planteamiento de Camus cuando centra su concepto del mal en cuestiones como la rebelión y el asesinato. Para Camus el mal se relaciona directamente con cualquier obstrucción a la solidaridad entre las personas –es decir, reconocimiento de derechos y cierta empatía en el acto de rebelión-. William Golding plantea una situación similar en su isla infantil, en donde los pequeños comienzan a actuar violenta e irracionalmente a medida que aquella solidaridad inicial anclada en una caracola de mar y una elección “democrática” se desintegra.
Y como en toda aventura honorable en esta también existe un monstruo, una bestia escondida en la isla que nunca termina de aparecer pero cuya presencia crece a medida que crece la rivalidad y el odio en el grupo, a medida que los niños se pintan las caras y se deshacen de sus ropas; mientras bailan alrededor de la hoguera y cazan jabalíes. Golding percibía la creencia en esta “bestia” como un punto de inflexión en el viaje de los chicos desde la civilización hacia la raíz del instinto humano: «El mundo, ese mundo comprensible y lícito, se estaba escapando», escribe.
No es coincidencia la cabeza de jabalí que encuentra Simon en el bosque. Descompuesta, chorreante de sangre y cubierta de moscas, el animal inerte se hace llamar El Señor de las Moscas y se burla de los niños por creer que La Bestia es una criatura que puede ser cazada. Así como la “sombra” inseparable de la “persona” en los arquetipos de Carl Jung, la fiera de El Señor de las Moscas está en todas partes.
La rebelión de las chicas
Sobre sus intenciones al escribir el libro, Golding ha explicado que de todas las interpretaciones posibles que han surgido de su novela la más importante es la personal. “La única elección que importa, la única interpretación del relato que cuenta, si quieres tener una, es la tuya. No la de tu profesor, ni la mía, ni la de la crítica. (…) Lo que existe en un libro no es lo que el autor supone que plasma en él, sino lo que el lector percibe de este”, sostuvo en el pasado con respecto a este punto.
Para Golding “la moral que moldea la sociedad debe depender de la naturaleza ética del individuo y no de un sistema político, por muy lógico y respetable que este parezca”. Tal vez la única sugerencia difícil de ignorar reside en el hecho de que la naturaleza bruta, la sombra o el mal pueden levantarse una y otra vez exponiendo la fragilidad de la civilización ante las potenciales islas inhabitadas contra las cuales se pueda estrellar.
Otra de las dudas que surgen de la novela de Golding es que además de la inexistencia de adultos se presenta la ausencia del género femenino. La pérdida de la inocencia y la brutalidad del ser humano -indiferentemente de la edad- en el libro es cuestión exclusiva de los varones. A este detalle los directores Scott McGehee & David Siegel han respondido con un proyecto para grabar una nueva versión de El Señor de las Moscas. El giro principal: esta vez la isla remota estará habitada únicamente por chicas.
Pero más allá de las opiniones contrarias que pueda generar la nueva adaptación, Golding ya se había referido al porqué de esta ausencia. El escritor reconoció que cuando la idea del relato surgió y sentado junto al fuego en su casa le comentó a su esposa que quería escribir un libro sobre niños en una isla, sobre sus posibles comportamientos y sus conductas infantiles no exentas de maldad, como usualmente sucede en los libros para niños, no pudo concebir las bajezas de la sociedad en un grupo de niñas, más si de niños. Además, pequeño detalle, Golding recuerda “yo fui niño una vez, nunca he sido niña”.
También está el elemento sexual. El escritor dejó claro en vida que era “evidente que las mujeres son superiores a los hombres”, eliminando tal vez la punta de lanza que algunos le quisieron arrojar en contra de la igualdad de géneros. No obstante, para Golding incluir una partida mixta de niñas y niños en el libro sugiere el trasfondo sexual, y en sus palabras “el sexo es algo demasiado trivial” para darle protagonismo en una historia como El Señor de las Moscas, en donde el mal y la toxicidad del ser humano se pelean por el foco de atención.
Hacia el final de su vida, Golding se rehusó a revisar de nuevo el manuscrito de su primera y más celebrada novela. En su diario confiesa que abominaba el libro porque básicamente se odiaba a sí mismo, llamándose un “monstruo” y demostrando demasiados escenarios comunes entre sus ficciones y sus infiernos personales.
Junto a la inevitable y atemporal afirmación de Joyce Carol Oates “somos bestias y ese es nuestro consuelo”, El señor de las moscas se presenta como un experimento sociológico en donde sin importar la época o el lugar la esencia humana, animal, o ambas se proyectan entre cultos, conflictos, estratos, culturas y religiones.
La sombra de Jung, el mal de Camus, la bestia de Golding, todos son tan universales como el instinto de supervivencia y la “civilización” detrás de la cual simulan dormir, hasta que simplemente se aburren de fingir.