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Mujeres en la literatura: un “invento” universal

Mujeres en la literatura: un “invento” universal

“Las mujeres son un invento muy reciente. Yo pronostico su invención hacia algunas décadas atrás; bueno, si quieren insistir en precisiones pedantes, las mujeres han sido inventadas varias veces en escenarios ampliamente diferentes, pero sus inventores simplemente no sabían cómo vender el producto”. — Ursula K. LeGuin.

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A las mujeres las han inventado varias veces. En geografías tan lejanas como los años que nos separan del romance entre Adan y Eva, y tal vez comenzando por Eva, quien en una narrativa paralela fue la culpable definitiva de que el mundo no sea el cielo en la Tierra. Sin embargo, aunque las hayan inventado varias veces nadie ha logrado tanta precisión en su ilustración como ellas mismas, lo que no significa que no se haya intentado en un mundo en donde inclusive la lectura era privilegio exclusivo de los hombres. Consecuentemente hoy en día el ámbito de la literatura femenina se ha convertido en una disciplina académica aparte.

Lo que sucede con la literatura escrita por mujeres es que en teoría se recrea con el hecho de que históricamente su experiencia convive y depende de su género. Es el esquema de las minorías que no lo son eternamente. Llámese mujer, comunidad LGBT, afroamericanos, expatriados, emigrantes etc.  En este caso la posición femenina dentro de la sociedad crea un tipo de literatura que ni las mujeres más emblemáticas de la ficción de Tolstoi o Gustave Flaubert han podido imitar.

El don de la escritura es ineludible y congénito, no distingue entre sexos ni razas,  pero hacer un estudio de las escritoras del mundo no es tan sencillo porque aunque la habilidad es casi instintiva, a las mujeres no siempre se les permitió escribir, leer, u opinar. Son todavía miles las escritoras que probablemente nunca tendrán una exposición pertinente de sus obras. No todas se atrevieron a publicar aunque sea bajo pseudónimos masculinos como lo hicieron las hermanas Brontë en el siglo XIX.

Pero el hecho de que los archivos que se conocen no sean tan extensos como el de escritores masculinos no excluye que la tradición literaria de la mujer no sea incluso más antigua, o que su aporte a la tradición oral de las historias no sea elemental en la evolución que confluyó hacia los relatos escritos. No obstante, la distorsión creada por corrientes religiosas judeo-cristianas tuvo un enorme peso en la figura de la mujer como algo más que elemento decorativo o santo.

Estos estereotipos medievales polarizaron enormemente la capacidad creativa de las mujeres, convirtiéndolas en figuras de culto y rechazando su sexualidad. Comenzando por la Virgen María y pasando por la caracterización de la mujer en La Biblia o incluso analizando los primeros personajes femeninos de Shakespeare, que en las tablas era inicialmente interpretados por hombres, es evidente que aunque la literatura es universal el privilegio de crearla y compartirla en sociedad llegó con siglos de retraso a las terminologías femeninas.

Mujeres en la literatura: un “invento” universal
Las hermanas Brontë recreadas en la película To walk Invisible | Imagen vía: Acculturated.com

Antigüedad de género    

Los siglos están marcados no solo por las guerras y las transformaciones sociales, sino por la literatura y el arte que se inspira en estos para crear doctrinas. También están marcados por los nombres que se atreven a recordar en voz alta la necesidad del cambio como punto de evolución social.   

Los ideales femeninos en la antigua Grecia podrían haber permanecido en la sombra del poder y la sexualidad. Homero, Sófocles y Esquilo son algunos de los grandes autores que crearon nobles pero limitados personajes femeninos. Es un comienzo importante, el de Helena de Troya, Electra o Las Coeforas, pero la realidad seguía chocando con la atribución de tragedias y narrativas vengativas hacia diosas y mujeres carentes de mayor espacio creativo.

Ni Helena ni Electra lograron lo que la gran poeta griega Sappho (610-570 BCE), prodigiosa letrista que marcó una época y fue una de las primeras mujeres de Occidente que sufrió el exilio por riñas políticas. O lo que la escritora japonesa Murasaki Shikibu con La historia de Genji, una de las novelas modernas más antiguas de la historia, escrita alrededor del año 1000 y en donde se relata en 54 extensos capítulos la vida amorosa e imperial del príncipe Genji. Mucho menos lo que la británica Aphra Behn, nacida en 1640, logra al ser acreditada como la primera mujer escritora en ganarse la vida con su pluma, escribiendo obras para el teatro de Londres y posteriormente novelas. Su trabajo más reconocido es Oroonoko o El esclavo real publicado 1688, la historia de una princesa africana capturada y forzada al esclavismo en Surinam. Virginia Woolf escribió que “todas las mujeres deberían de dejar caer flores en la tumba de Aphra Behn. . . Ya que fue esta quien les concedió el derecho de expresar sus ideas”.

Estas son solo tres voces que utilizaron la pluma y las palabras para expresar una visión del mundo capaz de ser contada únicamente por el ojo femenino, pero consideradas o no escritoras hay personalidades históricas a las cuales la literatura les debe demasiado como para no inmortalizar sus nombres, entre ellas la emperatriz romana Libia, Popea Augusta,  Juana de Arco, Isabel I, María Estuardo, Catalina la Grande, Margarita de Valois, sor Juana Inés de la Cruz y Teresa de Ávila.

La mujer feminista femenina

En A Literature of Their Own, Elaine Showalter explica cómo ha evolucionado la literatura femenina desde el periodo victoriano hasta la escritura moderna. Showalter divide el movimiento en tres etapas: la femenina, un período que comienza con el uso del seudónimo masculino en la década de 1840 hasta 1880 con la muerte de George Eliot; la feminista, desde 1880 hasta la victoria del voto en 1920; y la mujer, desde 1920 hasta el presente y que incluye una «nueva etapa de autoconciencia”.

Tal vez fuera cierto que casarse y tener niños equivalía a someterse a un lavado de cerebro, y después una iba por ahí idiotizada como una esclava en un estado totalitario privado. -Sylvia Plath en ‘La campana de cristal’

Las unidades de cultura que se expresan en la escritura y experiencias de las mujeres,se evidencian cuando estas comienzan a traducir sus sentimientos y sufrimientos hacia una esfera pública tradicionalmente masculina, intentando amoldarse al club de los escritores.  Las hermanas Brontë, Elizabeth Gaskell, Elizabeth Barrett Browning, Harriet Martineau, George Eliot, Florence Nightingale y la generación posterior de Charlotte Yonge, Dinah Mulock Craik, Margaret Oliphant y Elizabeth Lynn Linton son algunas de las plumas que intentaron reconciliarse con el mundo editorial masculino sin perder esa esencia y vivencias particulares formadas por su género.

En las novelas de 1870 de Mary Braddon, Rhoda Broughton y Florence Marryat se «explora la protesta femenina radical contra el matrimonio y la opresión económica de las mujeres, aunque todavía en el marco de las convenciones femeninas que exigían la destrucción de la heroína errante». Mujeres como Sarah Grand, George Egerton, Mona Caird, Elizabeth Robins y Olive Schreiner hicieron de la ficción el “vehículo para una dramatización de la mujer agraviada, exigiendo cambios en los sistemas sociales y políticos que otorgarían a las mujeres privilegios masculinos».

En el tercer periodo se propone al autodescubrimiento como medio de definición. Dorothy Richardson, Katherine Mansfield y Virginia Woolf trabajaron hacia una estética femenina que eleva la sexualidad de la mujer y que es rematada en el siglo XX con escritoras como Iris Murdoch, Muriel Spark, Doris Lessing, Margaret Drabble, A.S. Byatt y Beryl Bainbridge. Entonces se rompen tabúes  y «la ira y la sexualidad son aceptadas como fuentes de poder creativo femenino».

El análisis de Showalter muestra cómo el progreso de la escritura de las mujeres es un escenario de conflictos y luchas para poder distanciarse de los estereotipos femeninos comunes, que hasta mitades del siglo XVIII se dibujaban entre esposas, viudas, sirvientas e hijas de sociedad. Estereotipos que han evolucionado pero no han sido borrados totalmente de los guiones de Hollywood. La diferencia es que inicialmente las mujeres eran narradas por hombres, creando así una perspectiva unilateral y hasta puritana. Y aunque Chekhov, Tolstoy y Flaubert escribieron personajes femeninos memorables, ninguno de ellos ha podido alcanzar a la señora Dalloway de Woolf o a Elizabeth Bennet de Jane Austen.

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Virginia Woolf retratada por su esposo Leonard Woolf en 1932 | Foto vía: ABC

La modernidad de la inclusión

La tradición femenina como elemento universal en la literatura es algo laxa, identificar un canon temático específicamente para la mujer podría significar un tipo de substracción. Considerar a las mujeres como un espécimen aparte de sus contrapartes masculinas implica una lección de género exclusiva pero real.  

Tal vez no se trata de una literatura femenina, sino de la redefinición de una experiencia común que requiere de un esfuerzo mucho más arduo. Virginia Woolf se abanderó con esta redefinición en su ensayo Un cuarto propio, en donde acierta en la necesidad de un espacio personal y de una independencia creativa para la restauración narrativa de las mujeres.

«La crítica del sexo opuesto quedará genuinamente perpleja y sorprendida por un intento de alterar la escala actual de valores, y verá en ella no solo una diferencia de opinión, sino una visión débil, o trivial, o sentimental, porque difiere de la suya», escribió Woolf hace más de 70 años.

Pero no fue solo Virginia Woolf quien hizo la diferencia, ni Sylvia Plath cuando escribe en La campana de cristal cómo en su juventud empezó a pensar que “tal vez fuera cierto que casarse y tener niños equivalía a someterse a un lavado de cerebro, y después una iba por ahí idiotizada como una esclava en un estado totalitario privado.”  Fue también Anne Sexton y la redefinición del ensayo, Margaret Atwood y las utopías opresivas de género, Margarite Duras, Emily Dickinson, Toni Morrison, Alice Munro y Anna Akhmatova. Susanne Collins, Anne Rice, Harper Lee o J.K .Rowling, Beatrix Potter, Alice Walker y Edith Warthon. Fueron también Agatha Christie, Isabel Allende, Gabriela Mistral y Mary Shelley. Lo son hoy en día Zadie Smith, Svetlana Alexievich y Amélie Nothomb.   

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Retrato de la escritora americana Ursula K LeGuin | Foto: AP

La invención de las mujeres

Hasta mediados del siglo XIX en la literatura se condenaban los comportamientos “inmorales” de las mujeres. Con el romanticismo el exaltamiento, la rebeldía y la libertad eran todavía bastante restrictivos en la narrativa femenina. Fue a partir de la mitad del siglo XIX, con el realismo, que comienza a aparecer un tipo de literatura que busca la representación objetiva de la realidad, y junto a esta corriente emerge un nuevo tipo de imagen femenina de mujer oprimida que se rebela y rompe con los cánones impuestos.

«Es justo decir que el término ‘literatura de mujeres ‘ cubre todo, desde los anhelos de las princesas de cuento de hadas hasta las brillantes contribuciones de los innovadores literarios de librepensamiento», dice Manini Samarth, conferencista de inglés y estudios de la mujer en el Instituto de investigación de Penn State.

Es evidente que las mujeres siempre han existido, pero también lo es que la promoción de su existencia se ha intentado distribuir varias veces sin éxito. No es un producto, es un invento adelantado a su tiempo, o para ponerlo en las palabras de la escritora americana Ursula K. LeGuin: “Incluso con un genio detrás, una invención tiene que encontrar su mercado, y pareciera que por mucho tiempo la idea de las mujeres simplemente no llegaba a las líneas finales. Modelos como el de la Austen y el de las Brontë eran demasiado complicados, la gente se reía de las Sufragista y la Woolf estaba demasiado adelantada a su tiempo”.

Desde Sherezade en Las mil y una noches, hasta La vegetariana de Han Kang, hay demostraciones casi incuestionables de que las historias sin mujeres no existen. No obstante, hay una diferencia entre personajes femeninos y escritoras femeninas, y es que las primeras se escriben desde el comienzo de los tiempos, sin embargo las segundas se han reinventado varias veces hasta hacerle entender al mundo que su mirada es necesaria para completar la universalidad de la literatura.

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«Si no se me da bien lo de fingir ser un hombre ni se me da bien lo de ser joven, acaso podría empezar a fingir que soy una mujer mayor. No estoy segura de que ya se hayan inventado las mujeres mayores, pero merece la pena intentarlo». — Ursula K. LeGuin

 

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