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Agustín Fernández Mallo y la poética del todo

Agustín Fernández Mallo y la poética del todo

Trilogía de la guerra (Seix Barral) es una novela compleja que no se puede resumir en pocas líneas. Sí, podemos decir que se divide en tres partes, que correspondientes a tres zonas geográficas distintas -isla de San Simón, Estados Unidos, playas de Normandía- evocan tres guerras distintas- la Guerra Civil, la Guerra del Vietnam y la Segunda Guerra Mundial-. Sin embargo, decir esto es decir poco o nada, porque Trilogía de la guerra es, ante todo, una reflexión acerca de la muerte como forma consustancial de la vida, de la indisoluble unión entre vivos y muertos y, por tanto, de la unión del pasado con el presente. El pasado, materializado en restos -basuras, buenos, fragmentos- es el mimbre a partir del cual construir un presente, que será el pasado de un futuro al que el presente se lanza, siendo el material a partir del cual se construirá el tiempo por venir.

Trilogía de la guerra ¿una novela sobre cómo el pasado se proyecta en el presente?

Claro. Una de cosas que tiene esta novela y que, creo, está en toda mi obra es una mirada no nostálgica del pasado. Mis personajes, de hecho, no miran al pasado de forma nostálgica, puesto que aquello que les interesa no es cómo era la vida en el pasado, sino cómo esa vida del pasado puede traerse al presente para explicarnos cómo somos hoy. En este sentido, podríamos hablar de una arqueología inversa: al encontrar un hueso antiguo, lo que importa no es cómo eran los humanos del primer sapiens, sino aquello que ese hueso nos puede informar acerca de nuestro presente.

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Imagen: Editorial Seix Barral

Es decir, el pasado se construye desde el presente y construye el presente.

Sí y, de hecho, recuerdo que hace unos meses en Twitter estuvimos hablando acerca de este tema y yo te comenté que para mí pergeñar un futuro es imposible, lo único que podemos hacer es ir al pasado para redefinirlo desde el presente y este gesto es el que lanza una idea de futuro. Podemos hablar de una retroalimentación de los tiempos: nos retroalimentamos del pasado desde el presente para lanzar un futuro.

“La muerte y el pasado regresan a mí para decirme qué soy yo. Y esta es la parte vitalista, nietzcheana incluso, de afirmar la muerte para afirmar el presente”. Así hablabas acerca de tu poemario Ya nadie se llamará como yo la última vez que te entrevisté. ¿Podemos decir que en Trilogía de la guerra prosigues con la indagación iniciada en aquel poemario?

Sí, en aquel poemario estaban presentes muchos de los elementos que encontramos en Trilogía de la guerra, aunque no sólo están ahí, sino que definen toda mi obra. A fin de cuentas, hablar de una antropología inversa es hablar de un tipo de mirada, de una mirada que, si la conceptualizamos en términos clásicos, podríamos definirla como una mirada no romántica del pasado. Es decir, no miro al pasado entendido como una pérdida, como algo por lo cual llorar, sino como algo que reconstruyo desde el presente para lanzarlo a un futuro.

Podríamos decir que el ángel de la historia no mira solo hacia atrás, sino también hacia adelante.

Sí, sería un ángel de la historia que tiene ojos en ambos lados, delante y detrás, un ángel de la historia que mira las ruinas del pasado, pero lo hace para mirar al futuro.

Uno de los temas de la novela es la dialéctica entre la conexión y la desconexión, algo que queda patente en el desvanecimiento que sufren algunos personajes.

Ese desvanecimiento que tiene Nietzsche en Turín me sirvió para inspirarme en los desvanecimientos de todos los personajes. Me interesaba la idea del desvanecimiento en cuanto es un momento en el que se está fuera del mundo, en el que se está desconectado: la persona que se desvanece se desconecta del mundo, aunque el mundo esté conectado con él.

Otra contraposición presente es la de la conexión “artificial” o inmaterial y la conexión de los cuerpos.

Como dice uno de los personajes: estando en San Simón visualicé Internet como una mente gigantesca y colectiva que vaga por el mundo sin cuerpo, pero no vaga sin cuerpo porque quiere, sino que vaga en busca de un cuerpo que no encuentra. Esta búsqueda de un cuerpo y no encontrarlo es lo que provoca en nosotros el no entendimiento: ¿Estamos conectados o no? Internet ofrece una serie de paradojas precisamente por esto, por su aparente inmaterialidad.

¿Necesitamos la materialidad?

Claro, la necesitamos, necesitamos ver y tocar. Sin embargo, es una inmaterialidad solo en apariencia, porque, aunque no nos demos cuenta, Internet son cables y son cables que puedes cortar. Sin embargo, a diferencia de Internet, los cuerpos y la carne no son archivos: el cuerpo no es un archivo, es algo que está ahí y que te llama. La materialidad nos llama.

La idea de la hiperconectividad y de los cuerpos como materia de conexión con el pasado tiene que ver con tu idea acerca de que vivos y muertos estamos interconectados.

A mí modo de ver, no hay una separación entre vivos y muertos. Esto ya lo planteaba San Agustín: la muerte es un proceso que comienza en el mismo momento del nacimiento, puesto que una vez que mueres ya no estás en la muerte, estás más allá de la muerte. La muerte es algo que está con nosotros mientras estamos vivos, cohabita con nosotros y en este cohabitar están también todos los muertos que nos precedieron.

Hablabas antes de una arqueología inversa, pero podríamos también hablar de una arqueología de las palabras a partir de la cual observas cómo la palabra guerra ha ido mutando a lo largo de la historia.

Ha ido modificándose el concepto de guerra, ante todo, porque es un concepto inventado por el ser humano y todo lo inventado por el ser humano se va modificando a lo largo del tiempo. Una de las cosas que planteo en la novela es que las guerras en Occidente, en gran parte, derivan por ese conflicto no resuelto entre el supuesto puritanismo protestante del norte versus el supuesto libertinaje católico del sur. Y por lo que se refiere a la redefinición del concepto, fíjate nosotros hemos vivido una guerra económica: ciertamente no es una guerra cruenta, pero no deja de ser una guerra. Aquello que define una guerra en Occidente es que se trata de una confrontación legal. Y si se sale del marco legal, ya no hablamos de guerra, sino de terrorismo, que es otra cuestión que no me interesaba indagar porque yo sé que es el terrorismo.

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Agustín Fernández Mallo | Foto: Enric Fontcuberta vía EFE

Entonces, la pregunta no sería tanto acerca de la legalidad de las guerras, sino acerca de su legitimidad

Sabía que acabarías preguntándome acerca de esto. La legitimidad de algo es un concepto subjetivo. Para mí hay cosas legales que no son legítimas y viceversa, pero con este argumento yo no puedo ir a ninguna parte. Este argumento me sirve a mí para moverme entre mis familiares, pero ante un juez o ante un estamento consolidad tú no puedes llegar y decir: “Es que me parece legítimo tal cosa”. Muy bien, tiene la misma validez que si yo digo que no me parece legítimo pagar la hora del parquin. Lo que quiero decir con esto es que la legitimidad es un argumento que funciona muy bien para mover masas sociales y para hacer presión para cambiar determinadas situaciones, pero al final siempre te terminas topando con la ley.

Volvamos al libro. En la tercera parte, una mujer camina por las playas de Normandía y toma consciencia del gran número de hombres muertos por culpa de otros hombres.

Es algo que se plantea poco o, por lo menos, es algo que yo no me había planteado. Me interesaba la idea de cómo los varones también han estado sometidos a la violencia de otros varones. La mujer que camina por la costa de Normandía se pregunta por qué veinte varones que dirigen al mundo en 1944 mandan a la muerte segura a 15000 hombres y por qué solamente eran varones. Por supuesto las mujeres habéis sufrido y seguís sufriendo mucha violencia, pero también existe esa violencia de varones contra varones. Mi personaje viaja hasta Normandía para saber qué siente una mujer pisando los huesos de todos aquellos hombres, de esos “seres casi de otra especie”, como dice ella. Y aquellos huesos de la Segunda Guerra Mundial nos llevan hasta el principio de la novela, hasta la Isla de San Simón, donde había solo varones, cuyos restos el protagonista de la primera parte afirma sentir mientras camina por la isla de la misma manera que la mujer de Normandía. Además, ese caminar por Normandía es también un caminar por el límite de Europa. La mujer camina por esas playas cuando el Bréxit ya se ha producido y, mientras camina, ve emerger del mar a unos seres, pero ¿qué ve realmente? Ve un desembarco, ve el nuevo desembarco de Normandía.

Planteas la historia como un eterno retorno.

Sí, claro. El pasado vuelve, pero se reconfigura de otra manera. No es un retorno exacto, sino que hay diferentes componentes que retornan para que otros componentes sean nuevos y los podamos lanzar al futuro. Esto es lo que se llama “realimentación” en los sistemas complejos. Cuando la mujer ve emerger a esos inmigrantes en la costa de Normandía es cuando yo me doy cuenta como lector que estamos asistiendo al desembarco de otro tipo de guerra, para la cual no estábamos preparados en Europa.

Los huesos, los residuos del pasado, son aquellos, como observa Nietzsche en un momento de tu novela, sobre los que se construye el presente.

Claro, porque la idea de fondo es que la basura es el gran agente provocador de todo lo que acontece. La basura y los residuos son fundamentales, puesto que creamos a partir de los residuos.

De ahí la reflexión de Dalí acerca del reciclaje

La cuestión que plantea Dalí es qué pasa si reciclamos todo. Si lo reciclamos todos, aquellos que vienen en el futuro no tendrán ningún residuo nuestro, tan solo tendrán archivos inmateriales.

En tu novela, aparecen Dalí y Lorca, pero son más bien sublimaciones antes que figuras históricas.  

A mí no me interesaban Lorca y Dalí por una cuestión historicista, a mí lo que me interesaba era sacarlos de quicio, pero no para hacer un chiste ni por un mero divertimento, sino que lo que pretendía es que estas dos figuras nos expliquen a partir de sus ideas cómo somos hoy. ¿Por qué Dalí y Lorca son contemporáneos? Son contemporáneos porque siguen generando un debate de ideas. Por esto, llego a apuntar la idea de que si en el poema La aurora Lorca hubiera mencionado dos torres en lugar de cuatro hubiera anticipado el 11S.

Esta proyección del futuro también la realizas a partir del cuarto astronauta del viaje a la luna: a través de él, vamos desde los Estados Unidos de la postguerra hasta Reagan, a partir del cual visualizamos Trump.

El título de la segunda parte: Mickey Mouse ha crecido y es una vaca es metáfora del astronauta, desde que era un niño en su casa de Montana, siendo imagen esa América luminosa e ingenua que cree que va a salvar el mundo con sus hombretones y sus mujerotas bien alimentados de leche y cornflakes, hasta que es adulto y se convierte en una vaca. Así es la historia, de repente todo eso se convierte en una monstruosidad: Mickey Mouse se convierte en una vaca. De hecho, el compañero del astronauta, Punto y Coma define a Trump como la “alegoría perfecta”, puesto que “podrá conseguir no sólo lo que dice, sino incluso aquello que todavía no ha imaginado”.

El astronauta es además el hombre que estuvo en la luna, pero del que nadie se acuerda.

Esto abre la pregunta acerca de quiénes son los transmisores fiables de la historia. Quienes nos han transmitido la historia hasta hoy, ya sea a través de textos o imágenes ya sea oralmente, ¿están dentro de la historia o están fuera? ¿Están dentro de la historia que nos están contando, es decir, son partidistas y subjetivos, o están completamente afuera? Esto es un debate que se inicia con la crisis de la historiografía y ya autores como Walter Benjamin y otros empiezan a plantear que ese género académico llamado Historia es un cuento, es decir, es una verdad verosímil que pactamos ahora, pero que dentro de tantos años será diferente porque pactaremos otra verdad verosímil distinta.

La primera parte de la novela se desarrolla en la Isla de San Simón, de cuya historia muy poco se sabe.

No, casi nadie sabe nada sobre la Isla de San Simón, sobre la cual hay poca documentación: hay un par de libros, entre los cuales está Aillados, que se publicó en 1996 y que juntamente con el documental del mismo nombre fue lo primero que se hizo nunca acerca de la isla. De todas formas, yo no escribí acerca de la isla porque lo hubiera pensado antes; yo no actúo así. Yo no fui a San Simón para escribir nada en concreto, yo fui para un congreso. Lo que sucede es que, al leer Aillados, libro que llevaba conmigo en ese viaje me di cuenta que en aquella isla sucedía algo que yo no podía explicarme. Me di cuenta que mi poética, mi mundo y mi propia vida no tenía explicación para aquello que experimentaba allí de ahí que decidí crear un personaje y situarlo en la isla y ver qué pasa.

Por tanto, ¿Trilogía de la guerra es un punto y aparte respecto a tu obra o una continuación de la misma?

Trilogía de la guerra es una continuación de mi poética, solo que tiene otra apariencia. Todo lo que escribes es hijo de todo aquello que has escrito antes. Yo no podría haber escrito Trilogía de la guerra si no hubiera escrito antes mis otros libros. Es cierto que es diferente a mis otras novelas y lo es, principalmente, porque yo no quiero ser preso de mi propia poética. Si algo tenía claro es que quería hacer exactamente lo que yo quería hacer al margen de modas o de presiones externas. Como sabes yo siempre estoy presionado, hablan de mí aquí y allá y no siempre bien, pero yo no quiero contestar a nadie ni meterme en este juego que me llevaría a quedarme atrapado en el mundo de otros. Vosotros seguid, que yo sigo cabalgando.

Lo pregunto por tu comentario acerca de la necesidad de buscar una nueva poética que pudiera explicar lo vivido en San Simón.  

Sí, había la necesidad de buscar un nuevo relato o una nueva forma de afrontar determinados hechos. Evidentemente hay cosas que yo veo en la isla de San Simón que mi poética puede explicar y que tampoco puedo explicar yo a través de la poética de otros. Si me voy a una poética que trata la guerra civil desde el relato típico de la transición y de los primeros años ochenta, relato que sigue predominando, no encuentro ninguna explicación. A mí hablar de la cuneta donde está García Lorca en términos de Ian Gibson no me explica nada. Lo que quiero decir es que necesitaba replantear aquello que veía en San Simón en términos nuevos tanto para mí como para los demás.

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