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Renacimiento al rescate: Concha Méndez, María Lejárraga, Mercedes Formica y Matilde Ras vuelven a las librerías

Renacimiento al rescate: Concha Méndez, María Lejárraga, Mercedes Formica y Matilde Ras vuelven a las librerías

La película sobre la vida de Abelardo Linares está aún por llegar. Fue librero en el Rastro de Madrid durante su época de estudiante de Filología y ya entonces se paseaba con ojo avizor por los puestos vecinos para olisquear lo que vendían, hacerse con lo que fuera de su interés y luego revenderlo. De sus muchos viajes a América en busca de libros merece especial atención su estancia en Nueva York. Allí traía por la calle de la amargura a Eliseo Torres, gallego exiliado con una librería de cinco plantas en el Bronx y una particularidad que anda entre lo enfermizo y lo hilarante: no quería, en realidad, vender sus libros. Aquel sevillano cansino frecuentaba su tienda un día sí y otro también y él optó por despacharlo. Tanto era así, que no fue hasta que Eliseo murió cuando su viuda decidió venderle las 250 toneladas de papel (cerca de un millón de libros) con la condición de que dirigiese la librería durante un año sin cobrar. Finalmente, acabó enbarcándose, rumbo a Sevilla, con su tesoro.

La suya es una edición sentimental. Tanta hazaña bibliófila, tanto olfato y persecución no podía quedar en balde. No es un mero coleccionista porque quiere que otros lean lo que él; pretende resucitar conceder el renacer a los títulos que almacena en su nave de Santiponce, una localidad sevillana cercana a la capital. Su hija Christina va por el mismo camino y, como directora comercial, ya comanda y se congratula especialmente de publicar unas novedades muy esperadas: un aluvión de mujeres rescatadas por la editorial del ave fénix. Ya lo adelantaron el pasado 8 de marzo y, sin embargo, aseguran que no se están “subiendo al carro” del feminismo, pues llevan “mucho tiempo publicando autoras”; de hecho advierten que a algunas de las que se aproximan ya las habían publicado anteriormente. Ellas son Luisa Carnés, Elena Fortún, María Lejárraga, Clara Campoamor, Concha Méndez (a través de Paloma Ulacia Altolaguirre), Mercedes Formica, Marina Tsvietaiéva y Matilde Ras.

Dice Christina Linares que parece que “este año va a ser incluso más feminista que el anterior y evidentemente las editoriales no pueden obviar ese hecho ni ir a contracorriente no publicar autoras sería ridículo”. Pero arguye que en su caso la línea editorial es “totalmente congruente” y de largo camino, además: a Elena Fortún le han devuelto la vida tras catorce años de insistente publicación antes del éxito de Oculto sendero, su celebrada obra autobiográfica que desvela la homosexualidad de la autora de Celia, así como su conflicto con la autoría, entre otras muchas pesquisas hasta ahora desconocidas. “Lograr poner de moda a alguien ocurre pocas veces en la vida. Con mucho esfuerzo y trabajo ahora se está haciendo justicia con ella”, comenta sobre Fortún. “¡Ojalá se pudiese con todos! dice, acordándose de otros autores Ojalá todos tuviesen esa repercusión, ese recorrido, ese eco en los medios”. “Es casi algo personal”, continúa. Cuando no sucede “duele como si hubiesen ofendido a un familiar tuyo”. Habla de un “deber moral”, de recuperar algo y ponerlo “al alcance de todo el mundo”. “Cuando un editor se entrega siempre hay un riesgo”, afirma.

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Desde Celia a Natacha: las historias que nos hemos perdido

Con el esquema de rescate de Fortún lo corrieron, pero la jugada les salió de lo lindo. “El criterio que siguieron María Jesús Fraga y Nuria Capdevila-Argüelles editoras y expertas en la autora de empezar con la trilogía del exilio tenía mucho interés porque eran obras mucho más difíciles de conseguir y menos conocidas”. Quizás hubiese sido más sencillo “empezar con los primeros cuentos de Celia, que son los que más se han vendido en Aguilar”. De Elena Fortún saldrá a finales de este abril Celia se casa con una nueva edición e introducción de Nuria Capdevila-Argüelles e ilustraciones de Jesús Bernal. El estudio preliminar se promete revelador, ya que en este tomo Elena Fortún ya mandaba callar a Celia, cercenando su “yo” (de hecho, la narradora es Mila, su hermana pequeña); vemos a la protagonista, según Capdevila-Argüelles, “andrógina y resignada, sin romanticismo y silenciosa tras haber sido la voz de su propia historia” mientras prepara su ajuar. El interés por este libro, por eso, es doble, pues adquiere una dimensión autobiográfica. Patita y Mila, estudiantes vendrá en mayo, esta vez con prólogo de María Jesús Fraga. Se trata, según las notas de la correspondencia entre Carmen Laforet y Elena Fortún (De corazón y alma [1947-1952]) de un “volumen magistral”, unas aventuras juveniles interrumpidas por la muerte de la autora y por el tiempo que dedicó a investigar sobre crianza y maternidad por un encargo del editor Manuel Aguilar (pretendía publicar una nueva serie titulada Cómo cría y educa Celia a sus hijos que, finalmente, quedó en borrador).

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También por las mismas fechas tendremos en librerías de nuevo a Luisa Carnés, una de las autoras más desgraciadamente olvidadas de nuestra literatura. Después de que Hoja de Lata rescatase en 2016 Tea Rooms. Mujeres obreras y editase el año pasado Trece cuentos (1931-1936), su cara coloreada nos es más conocida. Nos mira por fin desde los estantes apacible, ojos fijos—, y nosotros sin saber hasta hace bien poco que sus cuentos fueron lo único que se llevó consigo al exilio en una bonita cartera. Fue Antonio Plaza, su mayor estudioso, quien desde Renacimiento comenzó a evocarla ya en el año 2002 con la edición de El eslabón perdido y en 2014 con De Barcelona a la Bretaña Francesa, reeditada el año pasado. Estas últimas son las memorias de la escritora, quien, con una escasa formación humanística (empezó a trabajar de sombrerera a los once años), se educó de forma autodidacta hasta abrirse camino en la literatura: Peregrinos del calvario, su primera obra, se publicó cuando apenas contaba con 23 años. A finales de este abril ven la luz, bajo el cuidado de Antonio Plaza, dos nuevos volúmenes de cuentos: Rojo y gris (Escritos en España entre 1924 y 1939) y Donde brotó el laurel; también Natacha, su segunda novela escrita de nuevo desde la consciencia obrera—, ambientada en el taller textil donde trabajó, por eso mismo su protagonista es una muchacha trabajadora que lucha por medrar.

Pero la primera en llegar será Concha Méndez a través de sus Memorias habladas, memorias armadas, escritas por su nieta Paloma Ulacia Altolaguirre. Ella ya tiene fecha fija: 9 de abril, acompañada de un prólogo de María Zambrano que la editorial ha decidido conservar. Para leerla conviene cuestionarse y escudriñar lo que el profesor e investigador James Valender apuntó “más que cualquier libro suyo, la verdadera obra maestra era Concha Méndez misma”—, ya que a la autora se la conoce (o se la ignora) sobre todo por ser la mujer de Manuel Altolaguirre. Por eso, entre otros asuntos, resulta “importante recuperar sus memorias”. Puede constituir un primer paso para reeditar algunas de sus mejores obras, como sus poemarios Vida a vida, Lluvias enlazadas, Surtidor o Canciones de mar y tierra, ya que, a excepción de algunas publicaciones de universidades e instituciones, la última acometida por una editorial data de 1995, hace ya 23 años (concretamente, una antología poética publicada por Hiperión). Christina Linares incide en su “especial predilección por las memorias” como “testimonio necesario” para saber “cómo se sentían, cómo hablaban, qué pensaban” las autoras de la época. Las de Concha Méndez recogen el relato de “cómo fue liberándose de los tabúes del mundo en que había nacido para ir creando poco a poco en poesía, pero también en teatro un mundo propio, a la altura de su experiencia y a la medida de sus deseos”, más allá de que hubiese sido novia de Luis Buñuel, amiga de Salvador Dalí o discípula de Alberti y Lorca.

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Entre el feminismo y la Falange

Más que particular es el caso de Mercedes Formica, que oscila entre el feminismo y la Sección Femenina de Falange. Abogada y escritora, a partir del 16 de abril estará disponible su libro A instancia de parte y dos obras más —con estudio introductorio de Miguel Soler Gallo—, que refleja su insistente pelea por incluir una reforma en el Código Civil a favor de las mujeres. Desde la editorial cuentan que “en sus páginas se visualizan casos reales de mujeres que vivieron experiencias angustiosas al ser víctimas de la ley y de una sociedad sumergida en el discurso patriarcal dominante que las tilda de malas, locas, deshonrosas, y que, con ello, se abría la veda del escarnio público”. Se nos brinda así la posibilidad de oír estas historias de la mano de una mujer nada común: falangista, feminista, conocedora de la ley y especialmente preocupada por la situación de absoluto sometimiento de la mujer al hombre. Por moverse en terrenos fronterizos finalmente acabó resultando incómoda, también para José María González “Kichi”, alcalde de Cádiz, que retiró su busto de la Plaza del Palillero en 2015, a pesar de que su lucha (que bien puede compendiarse en su artículo “El domicilio conyugal”, publicado en ABC en 1953) provocase lo que fue llamado como “la Re-formica”: una modificación en el Código Civil que limitaba los poderes casi absolutos que tenía el marido sobre la esposa.

El 30 de abril, por su parte, hará aparición la poeta rusa Marina Tsvietáieva, una de las figuras más relevantes de la literatura rusa del siglo XX, con sus Cartas de amor a Konstantín Rodzévich, editadas y traducidas por Reyes García Burdeus. Lo último que pudimos leer de ella en España fueron sus tremendos Diarios de la revolución de 1917 (Acantilado, 2015); también una suerte de antología publicada por Galaxia Gutenberg en 2016, titulada Un espíritu prisionero. Las cartas nos ponen sobre un hecho: en 1923, estando casada con Sergei Efron, tiene lugar el primer encuentro de Tsvietáieva con Konstantín Rodzévich, en quien cree ver algo más que un “idilio cerebral” como ella llamaba a los amores pandémicos, citando a Gil de Biedma. La relación “la historia de amor más intensa y dolorosa que jamás haya sufrido”dura poco tiempo, pero inspirará algunas de sus obras cumbres. A través de estas cartas podemos verlo, seguirlo, aún con dudas sobre si podremos dejar a un lado su contexto vital: el de una mujer que no paró de escribir mientras vivía el horror de un régimen totalitario y el de una guerra mundial, si acaso todo pueda condensarse en su suicidio en 1941.

Podremos también en junio acudir a la librería a buscar algo de María Lejárraga sin tener que preguntar por su marido he aquí el triste recordatorio: el expolio literario que sufrió María de la O Lejárraga por parte de Gregorio Martínez Sierra, escritor y empresario teatral. Renacimiento publica Viajes de una gota de agua (con introducción de Juan Aguilera Sastre e Isabel Lizarraga Vizcarra), un libro de teatro para niños que publicó la editorial Hachette en su colección juvenil en 1954, ya en su exilio en Argentina. Pero antes había escrito mucho más. De ella es, por ejemplo, Canción de cuna, llevada al cine en varias ocasiones como Cradle song o más recientemente, en 1994, con su nombre original por José Luis Garci. También el éxito de ventas Tú eres la paz, por no hablar de las traducciones de Shakespeare, Stendhal o Maeterlink. En definitiva, ella es la autora de la gran mayoría de la obra de Martínez Sierra, tal y como confiesa en su libro Gregorio y yo. Medio siglo de colaboración, una suerte de memorias en las que Lejárraga explica el modus operandi del trabajo —ojo la dedicatoria: “A la sombra que acaso habrá venido -como tantas veces cuando tenía cuerpo y ojos con que mirar- a inclinarse sobre mi hombro para leer lo que yo iba escribiendo—; también lo sustentan los últimos estudios, que concluyen que la autoría es casi exclusiva de Lejárraga, una mujer que, además, fue una destacada militante feminista: formó parte del Lyceum Club Femenino y fue diputada en Cortes por Granada entre 1933 y 1936 para acabar finalmente olvidada en el exilio.

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Textos autobiográficos de Clara Campoamor y Matilde Ras

Clara Campoamor, una habitual de Renacimiento, retorna al sello con tres obras: El voto femenino y yo: mi pecado mortal (estará en abril en librerías con prólogo de Blanca Estrella), la sexta edición de La revolución española vista por una republicana (en mayo, al cuidado de Luis Español Bouché) y Sor Juana Inés de la Cruz, que no llegará hasta el segundo semestre del año. Conviene prestar especial atención al primero, descatalogado desde que la editorial Horas y horas lo publicase en 2006. Se trata del relato autobiográfico de cómo Campoamor, tras su brillante campaña por alcanzar el sufragio femenino y la posterior victoria a pesar de la oposición de su propio partido, tuvo que pagar como precio “el progresivo aislamiento en la escena política española de la Segunda República”, pues a partir de 1934 abandonará el Partido Radical y le denegarán la entrada en Izquierda Republicana. Un año después vió la luz esta obra, “un ajustado relato de defensa de su actuación y de su lucha a favor de los derechos de la mujer, pero también de su soledad política; soledad que no la abandonaría ya nunca y que habría de continuar durante la guerra civil y su posterior exilio en Argentina y Suiza”.

Otras confesiones pertinentes son las de Matilde Ras, pionera grafóloga en España, que serán las últimas en llegar, allá por el segundo semestre del año, en forma de diario. Se publicó por primera vez en una edición muy limitada en Coímbra, en 1946, mientras Elena Fortún, con quien mantenía una relación sentimental, estaba en su exilio bonaerense. Tras leerlas en El camino es nuestro (la cosa va de senderos ocultos o que se desvían de la vereda común; también Ras tituló una de sus novelas Donde se bifurca el sendero) pudimos conocer e hilar a dos mujeres humanistas, escritoras y feministas que se querían y se escribían con cuidado y pluma de plomo. Los diarios de Matilde Ras prometen, porque además de estar dedicados a Elena Fortún, narran la estancia en Portugal de la autora durante su exilio. Se cierra el círculo ahora que esta publicación dota de total sentido a la relación de dos modernas de los años veinte, del Círculo Sáfico de Victorina Durán, cuyo camino quedó interrumpido, imposibilitado, por la dictadura. Margarita Nelken, Rosa Chacel, Dolores Ibárurri, Carmen de Burgos o Victoria Kent, que bien sabían de estos infortunios, serán algunas de las próximas que veamos de nuevo en los estantes.

 

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