Colette, una mujer que rompió todos los moldes
Colette representa los valores de libertad moral, sexual, social e independencia que siempre abanderó, tanto en su literatura como en su vida personal.
Acantilado publica Chéri, una de las obras más notables de la escritora y periodista francesa Colette.
La historia de Colette no es muy diferente a la de Margaret Keane o a la de María Lejárraga. Si durante décadas Walter Keane firmó los cuadros que su mujer pintaba a escondidas y convenció al mundo del arte de que él era el verdadero autor de aquellas niñas de ojos grandes, cuya autoría a Margaret solo fue reconocida en 1986, María Lejárraga escribió gran parte de las piezas teatrales y de los libretos que darían fama y reconocimiento a Gregorio Martínez Sierra, que no dudaba en ofrecer los papeles de aquellas obras a su amante, la actriz Catalina Bárcena. Durante los primeros años de su trayectoria literaria, Colette vivió también a espaldas de su marido, Henry Gauthier-Villars, conocido popularmente con el apodo de Willy, bajo el cual firmaba las críticas musicales en Art et critique.
Sidonie-Gabrielle Colette, más conocida como Colette, llegó a París proveniente de Saint-Sauveur-en-Puisaye en 1890, año en el que conoció a su futuro marido, aunque la relación no se afianzó hasta dos años después, cuando ésta decidió instalarse definitivamente en la capital francesa. Tres años después de aquel primer encuentro, en 1893, la pareja se casa y Colette comienza a frecuentar los salones literarios y musicales de París, coincidiendo con nombres como Anatole France, Proust, Anna de Noailles, D’Annunzio o Ravel. La felicidad del matrimonio duró bastante poco, en 1894, Colette descubrió que su marido le era infiel y, poco después, cayó gravemente enferma, por lo que tuvo que pasar varios meses en la cama. Fue entonces cuando Willy, quizás en un intento por recuperar a su esposa, la animó a trasladar sobre papel el rico imaginario que envolvía sus recuerdos de infancia en Sauveur-en Puisaye. Willy era consciente de la riqueza de historias que atesoraba su esposa en sus recuerdos y en su imaginación inagotable. “Dieciocho meses después de nuestro matrimonio”, recordará la escritora en su texto autobiográfico Mes apprentissages, “M. Willy me dijo: ‘Tendrías que poner por escrito algunos de los recuerdos de la escuela primaria”.
Colette, que había comenzado a firmar junto a su marido algunos artículos de crítica musical, dio vida así a Claudine, una colegiala de 16 años de provincia que vive el despertar de la vida adulta y de la sexualidad. Ingenua y, a la vez, curiosa o, en palabras de Willy, de una “perversa ingenuidad”, Claudine es un personaje prototípico de la narrativa de Colette y representa los valores de libertad -moral, sexual, social- e independencia que la escritora siempre abanderó, tanto en su literatura como en su vida personal. Claudine à l’école fue el primer libro de la serie Claudine, de cuya autoría se apropió Willy, que, al ver el éxito del primero de los libros, pidió a su esposa que escribiera su continuación. De esta manera, en 1901 se publicó Claudine à Paris y en 1902 Claudine amoreuse. De todos ellos Willy fue oficialmente el autor.
En 1903, cansada de Claudine, Colette escribe el último libro de la serie, Claudine s’en va, que, una vez más, se atribuyó a Willy. “Lentamente fui siendo consciente de un deber hacía mi misma, el deber de escribir sobre otra cosa que no fuera Claudine. Y así, gota a gota, fui exudando los Dialogues de bête, donde me di el placer de no hablar del amor”, recordaba Colette en sus memorias de 1936. Dialogues de bêtes fue la primera obra en la que apareció el nombre de Colette, pero, como en las críticas musicales, éste iba a acompañado del de Willy. Con “Colette Willy”, la escritora firmó más de una obra hasta poco después de la separación del matrimonio en 1906. En 1905 la vida de la escritora comenzó a cambiar: empezó a recibir clases de pantomima y, poco después, se estrenaría como actriz en Le Désir, la Chimère et l’Amour. A través del teatro, Colette conoce a Sophie-Mathilde-Adèle de Morny, Missy, con quien comienza una relación que durará años. Colette vive su historia de amor con Missy abiertamente, algo que suscita más de un comentario en la hipócritamente biempensante sociedad parisina. Liberada de las ataduras matrimoniales, Colette se deshace también de las reglas sociales. Con su pelo a lo garçon, la escritora hace de la interpretación su principal ocupación y junto a Missy llenará más de una vez los teatros, no dejando nunca indiferente y provocando, en más de una ocasión, el escándalo.
Si bien el teatro ocupa la mayor parte de su tiempo, Colette no abandona por completo la escritura. Tras descubrir en 1908 que Willy ha vendido todos los derechos de Claudine a los editores de Ollendorff, razón por la cual nunca verá reconocida monetariamente su autoría, Colette comienza una carrera literaria y periodística a través de la cual su nombre es finalmente reconocido de forma autónoma, ya no bajo el “apadrinamiento” de su marido. En 1910 no solo el divorcio del matrimonio es ya un hecho, sino Colette se ha convertido en una de las nuevas firmas del París-Journal y, poco después, lo será también de Le Matin. Si bien su madre, Sido, le advertirá que un compromiso con Le Matin significará “el final de sus obras literarias, de sus novelas, pues nada consume más a los escritores que el periodismo”, Colette consigue a lo largo de su carrera combinar ambos tipos de escritura, donde el elemento autobiográfico tiene siempre una presencia destacable.
Chéri o la consagración de Colette
Cuando en 1920 Colette publica Chéri, su nombre no solo ya no es desconocido, sino que está cargado de prestigio. Chéri, novela que ahora recupera Acantilado, es juntamente con El trigo verde, La fin de Chéri y La vagabunda, que le había reportado el aplauso unánime de la crítica. En efecto, si bien aquel año -1910- el Gouncourt recayó en las manos de Louis Pergaud por De Goupil à Margot, el jurado del premio remarcó la valía literaria de la novela de la escritora, cuyo nombre consiguió el tercer lugar, tras Gérard d’Houville y Mme de Noailles, en una encuesta en la que se preguntaba quién debía ser la primera mujer en entrar en la Academia Francesa.
Cuando en 1920 salió a la venta Chéri, la vida personal de Colette también había cambiado: su relación con Missy había terminado y se había casado con Henry de Jouvenel, con quien tuvo a su única hija y de quien también terminaría separándose. Lo autobiográfico ha definido gran parte de la obra literaria y periodística de Colette: si en la serie de Claudine, su infancia era el punto de partida para crear la historia y las experiencias de uno de sus personajes más emblemáticos, en sus reportajes sobre la guerra así como en sus artículos más costumbristas -escribió sobre la gastronomía, las navidades e, incluso, las plantas, de las que era una gran conocedora- su experiencia personal se cuela a través de un yo que hace de la memoria el relato primero a partir del cual escribir.
Más de un crítico ha señalado que en Colette vida y obra han ido siempre de la mano y, si bien es cierto que sus únicos textos verdaderamente autobiográfico son Mes apprentissages y El fanal azul, es relativamente fácil rastrear la biografía de la autora o, por lo menos, determinadas experiencias a través de sus textos. Chéri no es del todo una excepción, puesto que su publicación coincide con su relación con Bertrand de Jouvenel, hijo de Henri de Jouvenel. Bertrand tenía diecisiete años menos que Colette, una diferencia de edad que no supuso ningún obstáculo para que mantuvieran una relación amorosa que duró cerca de un año, pero que, como la de los protagonistas de Chéri, parecía condenada a romperse.
¿Cuánto hay de autobiográfico en la novela? Es difícil decirlo, no hay cálculo posible que lo determine. Lo único cierto es que Chéri es una novela breve en la que la autora reflexiona acerca de los amores prohibidos, de la hipócrita moralidad pública y del libertinaje íntimo, del amor y del matrimonio como institución, del aprender a amar y, sobre todo, del aprender a vivir. En este sentido, Chéri es una novela de formación, es el relato de la educación sentimental que le ofrece Léa de Lonval, una rica y bella cortesana, a Fred Peloux, un joven consentido, mimado e ingenuo que planea casarse con una jovencísima de apenas 19 años para poder mejorar su deteriorada situación económica. “Por primera vez en mi vida, me sentía íntimamente segura de haber escrito una novela de la que no me avergonzaría ni de la que dudaría”, recordaba Colette tiempo después de la publicación de Chéri, que no tardó en ser aplaudida por Gide, Cocteau, Mauriac o Bataille.
“Te separas muy tarde de mí, niñito malo, te he llevado demasiado tiempo pegado a mí, y ahora no lo tendrás fácil: una mujer joven, tal vez un hijo… Soy la responsable de todas tus carencias… Sí, sí, tesoro, por mi culpa, a tus veinticinco años, eres desenfadado, mimado y al mismo tiempo tan frívolo…”, le dice Léa de Lonval al joven Fred. Léa hace responsable de las carencias de Fred, pero es a lo largo de su relación con ella que Fred crece, se hace adulto, aunque esto signifique renunciar al amor, buscar el beneplácito social y el acomodo económico. Léa de Lonval renuncia al amor de Fred de la misma manera que la Princesa de Clèves, tras la muerte de su marido, renuncia al amor del duque de Nemours: en ambos casos, en los personajes femeninos hay una toma de conciencia de la imposibilidad de la relación, una imposibilidad que en el caso de Léa tiene también que ver con el devenir adulto de Fred, personaje que puede perfectamente relacionarse con el adolescente Philippe de El trigo verde, la novela que Colette escribió casi en paralelo a Chéri. El trigo verde cuenta la historia de Philippe, un joven de 16 años que descubre el amor carnal de la mano de una mujer que veranea en el mismo pueblo que él. En 1926, Colette publica La fin de Chéri, novela en la que narra el reencuentro de Léa, una mujer ya mayor, con un abatido Fred, que, acabado de regresar de la Guerra del 14, ya no ve en aquella mujer los encantos de antaño. Solamente a través de las fotografías, Fred puede recuperar a la mujer que amó, a la que fuera su único y verdadero amor, un amor al que renunció por una vida en la que no encuentra sentido alguno. Un final trágico es el único posible para esta historia de renuncia, es el final definitivo no solo a la historia iniciada en Chéri, sino también a los interrogantes y a las reflexiones que Colette abría en aquella primera novela.
A lo largo de los años 30, la escritora sigue escribiendo para distintas publicaciones, realizando crítica teatral para La revue de Paris y para Le journal, colabora en las adaptaciones cinematográficas que se hacen de algunas de sus novelas y publica algunos de los títulos más destacados dentro de su bibliografía: Prisons de Paradis, La chatte y, sobre todo, Ces plaisirs, donde Colette narra, a partir de la trágica historia de amor entre la poeta Renée Vivien y Natalie Barney, distintas historias de amor entre varias mujeres y lo hace con la sencillez de quien no quiere hacer del amor entre dos mujeres un tabú. No hay culpabilidad ni represión, sino aceptación y carnalidad en estas historias, en las que Colette refleja su propia historia con Missy, a quien no dudó en amar de forma pública, sin escondites ni sentimientos de culpa. “Es el más difícil de sus libros y, a la vez, el más original. Dudo que se haya escrito algo más intenso y más exacto sobre los sentidos, especialmente del sexual, acerca de su soberanía y su tristeza”, escribirá Maurice Goudeket, su tercer y último marido.
Trece años después de ser nombrada Caballero de la Legión de Honor, en marzo de 1935, la escritora ocupa el sillón de Anna de Noailles en la Academia Real de la Lengua y de la Literatura de Bélgica y en abril se casa con Maurice Goudeket, a quien legará su obra, dejando a su hija fuera del testamento. En 1936, Colette publica Mes apprentissages, su único libro oficiosamente autobiográfico, donde ajusta cuentas con Willy. El subtítulo de su biografía, Ce que Claudine n’a pas dit, revela no sólo el carácter autobiográfico de la serie Claudine, sino que expresa la voluntad de contar, por primera vez y con plena libertad, todo aquello que las circunstancias le habían obligado a callar.
La escritora muere un 3 de agosto de 1954, siendo la primera mujer en haber ingresado en la Academia Gouncourt de la que fue presidenta hasta su muerte, en ocasión de la cual se decretó luto nacional. Por primera vez, una mujer recibió en Francia un funeral de Estado y sus restos hoy reposan junto a tantos otros grandes de las letras francesas en el cementerio de Père-Lachaise.