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Emma Clit: "No hace falta que las mujeres esperemos a ninguna mesías para cambiar el mundo"

Emma Clit es una revolucionaria: se cansó del silencio y la mesura que se presupone a las mujeres y se rebeló contra el machismo en las oficinas y en las escuelas, en las calles y en los hogares. Sus dibujos son sencillos y limpios; comprendió que los mensajes entran mejor cuando se encajan como golpes cortos. No, Emma Clit no nos odia –a los hombres, digo–. Solo que no soporta la desigualdad, la cosificación y la asunción de que el peso mental de la familia recaiga sobre la mujer.

Emma Clit: «No hace falta que las mujeres esperemos a ninguna mesías para cambiar el mundo»

Emma Clit es una revolucionaria: se cansó del silencio y la mesura que se presupone a las mujeres y se rebeló contra el machismo en las oficinas y en las escuelas, en las calles y en los hogares. Sus dibujos son sencillos y limpios; la autora francesa comprendió que los mensajes entran mejor cuando se encajan como golpes cortos. No, Emma Clit no nos odia –a los hombres, digo–. Solo que no soporta la desigualdad, la cosificación y la asunción de que el peso mental de la familia recaiga sobre la mujer.

Su página de Facebook tiene 300.000 seguidores, su blog sirve de referencia feminista en Francia y sus viñetas son tan conocidas que la secretaria de Estado de Igualdad la reclamó para una conversación a despacho cerrado. Emma Clit no se imaginó el impacto que tendrían sus dibujos y sus mensajes. Ella, que es ingeniera informática, madre de un niño de seis años, todavía digiere todo este alboroto que han creado sus dibujos; a fin de cuentas, su blog nació hace menos de dos años.

Ahora Emma Clit está en España con una recopilación de su trabajo llamada La carga mental y editada por Lumen. Dijo la crítica Julie Falcoz sobre ella que es “una ilustradora que azuza a la sociedad sin compasión”.

Llevas poco con el blog que te trajo hasta este libro, pero el éxito es abrumador. ¿Cómo lo llevas?

Muy mal [Ríe]. Cuando empecé a escribir el blog a principios de 2016, la base de todo era la Ley del Trabajo. No se trataba tanto de feminismo como de lucha de clases. Se habían aprobado una serie de leyes que dificultaban muchísimo las condiciones laborales en Francia. De repente, en una manifestación sufrimos una violencia policial fuera de lo normal. Yo estaba tan enfadada que comencé a dibujar mi cólera. Después empecé a hablar de feminismo y, a lo largo de un año, mi comunidad comenzó a aumentar. ¡Al principio éramos 30! Solamente mis amigos y yo

Pero ya dibujabas antes.

Sí, hacía algún dibujo, pero por placer. No me lo tomaba en serio.

¿Qué te hizo abrir los ojos, en primer lugar por el compromiso social y más adelante por el feminismo?

Para mí todo está relacionado. Yo no creo que la lucha feminista pueda lograrse si no se resuelven los problemas de racismo y del capitalismo. ¿Por qué? Porque hay una dinámica en Francia que consiste en que se puedan emancipar las mujeres ricas y blancas a costa de las mujeres pobres procedentes de la inmigración. Es muy irónico porque a menudo se dice que los hombres extranjeros son más machistas que los blancos pero, al mismo tiempo, se da a las mujeres inmigrantes tareas como la limpieza de las casas. Yo lo que quiero es otra cosa: que todas las mujeres y hombres compartan las mismas tareas independientemente de su color, género o sexo. De hecho, querría que se inventaran robots para que hicieran las tareas domésticas. El capitalismo nos impide acceder a toda la evolución tecnológica que pudiera eliminar esas tareas desagradables.

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Extracto de ‘La carga mental’, de Emma Clit. | Cortesía de Lumen

¿Tener un hijo influyó en el refuerzo de esas ideas?

Sí, con mi pareja había un reparto desigual pero gestionable. Cuando tuvimos al niño, estaba agotada. En cambio, mi pareja estaba estupendamente. Yo me preguntaba por qué. Me di cuenta de que hacíamos más o menos lo mismo, pero que era yo quien cargaba con la parte mental de todo.

Se suele decir que las cosas están cambiando, pero parece que no en lo fundamental.

Al menos en Francia las cosas no están cambiando mucho. Desde los 80, el tiempo que pasan los hombres haciendo tareas domésticas ha aumentado en seis minutos al día. Lo que ha cambiado es que se habla de ello. Da la sensación de que hay un cambio cuando, realmente, no se ha movido mucho. La gente se equivoca cuando piensa que la igualdad es una evolución natural, que lo que hay que hacer es que la sociedad evolucione hacia esa igualdad. No es cierto. Cada vez que se ha dado un paso importante ha sido gracias a una lucha difícil, larga y dura. Y las personas que han llevado a cabo esa lucha han sido víctimas de una gran violencia. Hay que continuar con esa lucha siendo consciente de que las personas que tenemos la lucha no lo hacemos por diversión, es una lucha muy agotadora.


«Yo creo en la lucha colectiva, creo que todos debemos implicarnos del mismo modo, sin liderazgos»


 Hay muchas mujeres con las que hablo que me dicen que se está exagerando todo.

Es que yo también pasé por una época en la que creía que todo era una exageración. Todas las víctimas de una opresión tienen algo que les impide ver lo que les está pasando. Pero luego hay algo que desencadena que se den cuenta de las cosas. Antes de ser madre y vivir una situación laboral tóxica no era consciente. Lo que me ocurrió, vivir en una situación límite, me hizo ver que el sexismo existe. En ese momento eché la vista atrás y me di cuenta de que había vivido un montón de momentos machistas que no había identificado como tal.

Hace unos meses hablé con Pénélope Bagieu por su libro Valerosas, que cuenta historias de mujeres que inspiran la lucha feminista, y se valió de un texto agresivo con imágenes incluso más duras.

Para ella debió ser muy duro dibujarlo. Habla de mujeres que han logrado grandes cosas, creo que es importante que las niñas lo sepan. Cuando vamos al colegio, solo se habla de los hombres que han logrado hazañas. Nosotras interiorizamos que nunca hicimos nada. Yo, como soy una revolucionaria, creo que no hace falta que las mujeres esperemos a ninguna líder o mesías para cambiar el mundo. Tenemos que hacer cosas por nosotras mismas. Yo creo en la lucha colectiva, creo que todos debemos implicarnos del mismo modo, sin liderazgos.

Me parece fundamental algo que queda implícito en este libro: la diferencia entre la educación que reciben los niños y la que reciben las niñas y los roles que se asumen.

Sí, incluso los juegos que se dan a los niños y las niñas promueven esos roles. A las niñas se les encierra en la esfera de lo privado, en la esfera de la escucha. Por ejemplo, en los recreos se organizan juegos con pelota y los chicos se hacen con la mayor parte del patio. Las niñas se ven reducidas a una esquinita. Eso hace que las mujeres, en la edad adulta, se encuentren más dispuestas a priorizar las necesidades de los otros a las propias, puesto que lo han hecho desde pequeñas, cuando han estado en una actitud más de escucha y menos de hablar. Eso crea un universo cómodo para los hombres, que tienen ese apoyo femenino que les permite centrarse en su carrera profesional para ser grandes artistas, grandes empresarios, etcétera. Esta situación favorece al hombre. Pero esto es una generalización, hay familias donde las cosas no son así. Y en las escuelas feministas, los directores de los colegios prohíben jugar a la pelota o administran juegos con equipos mixtos en los que todos pueden participar.

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Extracto de ‘La carga mental’, de Emma Clit. | Cortesía de Lumen

¿Esto cómo lo cambiamos?

Creo que lo primero que podemos hacer es tomar determinadas medidas y, sobre todo, ampliar la baja por paternidad. En Francia son 11 días por paternidad. [En España son cinco semanas]. Esa baja tendría que ser más larga para que los padres tengan más espacio para ocuparse del bebé. Creo que es importante que tanto el padre como la madre puedan pasar tiempo con el niño a solas. Creo que se pueden hacer muchas cosas en cuanto a la educación. Dar muñecas, cocinitas, planchitas… y contar cuentos a los niños donde los protagonistas no sean necesariamente valientitos y combativos. Que puedan llorar, que puedan tener miedo. Para un niño es muy difícil vivir en un sitio donde no pueden mostrar emociones.

¿Aquí crees que intervienen intereses políticos y económicos o más bien ideas sobre cómo debe funcionar una sociedad?

En su gran mayoría tiene que ver con un factor político y económico. Está ligado directamente con el capitalismo. En Francia, al menos, cuando se puso en marcha el capitalismo la idea fue que las mujeres crearan hogares cómodos para los hombres. De forma que los hombres tenían ganas de volver a casa después de trabajar, que no se fueran al bar con los colegas para organizar movimientos huelguistas, que no armaran mucho lío. Se daba a las mujeres cursillos de cómo organizar la casa, de cómo escuchar a su marido, de cómo ponerse guapa para ellos.

Respecto a la carga mental, cada vez conozco a más hombres que se ocupan de las mismas responsabilidades o más que las mujeres. Pero, cuando hablamos de sexo, el machismo está más presente.

Yo creo que ha cambiado gracias a los anticonceptivos, pero se espera que la mujer tenga sentimientos en la sexualidad. Parece que la mujer no tiene derecho a una sexualidad por puro placer, por algo físico. Además la sexualidad hetero todavía está muy centrada en el placer masculino y considera con frecuencia que el acto sexual ha terminado cuando el hombre ha tenido un orgasmo. Si la mujer no lo ha tenido… ¡qué pena! Lo importante son los sentimientos. A menudo, además, esperamos que las mujeres tengan un trabajo emocional que consista en que el hombre se sienta seguro sobre su virilidad, sobre su desempeño sexual.

También es habitual entre los hombres que vean con recelo el pasado sexual de sus parejas.

Yo lo veo como resquicios de la sociedad patriarcal, en la que se considera que haber tenido muchas relaciones sexuales es positivo para el hombre y negativo para las mujeres. Y la cuestión de la exclusividad sexual es algo que siempre ha afectado a las mujeres. Los hombres pueden hacer lo que quieren y las mujeres, no. Sigo pensando que son reminiscencias de esa historia patriarcal.


«Parte de la lucha feminista consiste en el derecho a enfadarse, a no tener siempre una actitud consensuada que no moleste a nadie»


¿Qué críticas has recibido de este libro por parte de los hombres?

Muchos se han enfadado. Se sienten molestos. Pero también he recibido mensajes de hombres que me dan las gracias, que me dicen que el libro les ha permitido reflexionar sobre cosas invisibles. Porque nosotras, como mujeres, lo vemos claro. Muchas veces, cuando se habla de machismo con hombres, la reacción no es de preguntarse qué pueden hacer para ayudar. Es, más bien, decir que ellos no son así.

¿Recibes una crítica distinta de las lectoras?

Una grandísima mayoría de los mensajes han sido de agradecimiento. Al leer el libro se sienten menos solas. Pero también hay mujeres que son como yo antes: o bien no habían vivido esto o bien no son conscientes de ello y dicen que exagero. O mujeres que piensan que la función de la mujer no es la misma que la del hombre y que, por lo tanto, es normal que ellos trabajen y traigan el dinero a casa y que ellas se queden en casa con los hijos. Piensan que hay una razón biológica contra la cual no debemos ir.

¿Has pensado alguna vez que te has quedado corta en tus viñetas?

A menudo. En el blog me reprochan un tono demasiado radical y a veces hay mucha presión. Son decenas y decenas de mensajes donde dicen que soy agresiva, que voy a provocar una guerra de sexos. A veces, cuando escribo, pienso en lo que me van a decir. Pero luego recapacito. Precisamente, parte de la lucha feminista consiste en el derecho a enfadarse, a no tener siempre una actitud consensuada que no moleste a nadie. Es un acto político decir cosas que molesten.

Había pensado en prestarle este libro a alguna amiga. Tal vez sea mejor que se lo preste a su novio.

[Ríe] Cuando hago firmas de libros, el 90% de las personas que vienen son mujeres, u hombres que quieren regalárselo a su novia. A veces vienen mujeres que me dicen que dejan el libro en el aseo con la esperanza de que su novio lo lea.

 

 

 

 

 

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