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¿Por qué sentimos vergüenza?

La vergüenza se produce como un elemento evolutivo, y no involutivo, como se puede creer. Hasta ahora hemos creado numerosas hipótesis sobre cuáles son sus razones de ser, por qué sentimos vergüenza ante determinados actos, y un grupo de investigadores de la Universidad de California se ha lanzado a averiguarlo.

¿Por qué sentimos vergüenza?

La vergüenza se produce como un elemento evolutivo, y no involutivo, como se puede creer. Hasta ahora hemos trazado numerosas hipótesis sobre cuáles son sus razones de ser, por qué sentimos vergüenza ante determinados actos, y un grupo de investigadores de la Universidad de California se ha lanzado a averiguarlo.

Desde nuestros lejanos antepasados, la vergüenza ha sido una constante. Los autores del estudio han hallado que los grupos pequeños e interdependientes para la supervivencia están en el origen de todo. La cuestión de fondo es que todos los seres humanos aspiramos a ser queridos y respetados en nuestro entorno, y el miedo paralizante a cometer errores que nos conviertan en indignos nos conduce hasta este sentimiento. Esta circunstancia tal vez se limite, hoy en día, a hacernos pasar un mal rato; sin embargo, hace miles de años amenazaba la vida como tal.

“La vergüenza es una señal de alerta interna que evita que cometamos acciones que puedan poner en peligro el modo en que otras personas nos valoran”

Consecuentemente, tal y como recoge el diario Futurity, nuestros antepasados debían reflexionar entre el beneficio personal de una acción –como robar una pieza de fruta– y sus consecuencias dentro de la comunidad –el deterioro de la imagen propia como miembro de la misma–. Esto produjo el desarrollo de esta sensación de vergüenza: una suerte de miedo a la opinión del resto.

Asimismo, los investigadores sostienen que la vergüenza, más allá de ser algo que depende de las civilizaciones o culturas, está presente en todos los seres humanos. Para demostrarlo se centraron en 15 comunidades con lenguas, etnias, posibilidades económicas y condiciones ambientales dispares. La diversidad implicaba a agricultores de Uganda, pescadores de las Mauricio, pastores de Mongolia y recolectores de la Amazonia ecuatoriana. Los autores de la universidad ubicada en Santa Bárbara advirtieron que el sentimiento era común a todas ellas, que era intrínsecamente humano, solo que variaba en función del acto potencial –robar, engañar, vaguear, etcétera– que debían evaluar.

“La vergüenza es una señal de alerta interna que evita que cometamos acciones que puedan poner en peligro el modo en que otras personas nos valoran”, explica Daniel Sznycer, autor principal de la investigación, en unas declaraciones recogidas por la misma revista especializada. Leda Cosmides, coautora del trabajo, agrega que para que la propia vergüenza sea efectiva debe ser previsora: “Las personas no pueden esperar a tropezarse y que su imagen decaiga como consecuencia. Sería demasiado tarde”. Y continúa: “Nuestro sistema de motivación necesita estimar implícitamente de antemano la cantidad de desaprobación que cada acción alternativa desencadenaría en la mente de los demás”.

 

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Lo que los investigadores tratan de decirnos es que la vergüenza funciona de un modo parecido a la experiencia del dolor, cuya función es “evitar daños sobre nuestro propio cuerpo”, como dice Sznycer. Entonces la vergüenza sería como un escudo para alejarnos del desprestigio, para proteger nuestras relaciones sociales y mejorarlas.

La vergüenza sirve como catalizador de los deseos privados y los beneficios de pertenecer a una comunidad, actúa como una capacidad biológica a nuestras características intrínsecas como seres humanos –como aprender a hablar– y no responde a parámetros culturales, no importa el lugar donde naciste: nada te libra de la vergüenza. Al menos así lo concluye Snyzer, que remata: «La reputación de la vergüenza no es bonita, pero una mirada en detalle nos revela que esta emoción está sutilmente diseñada para impedir las elecciones perjudiciales y sacar el máximo partido de las malas situaciones”.

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