Traducir literatura y no ser infiel en el intento
El escritor no escribe para nadie más que para el mismo, mientras que el traductor traduce por triple en una tarea que puede llamarse hasta imposible.
“El original es infiel a la traducción » —Jorge Luis Borges.
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Si entre poetas nos encontramos, invariablemente es mejor tener dos opiniones del mismo escenario. Para el autor argentino Jorge Luis Borges había algo en las traducciones literarias que para el escritor americano Robert Frost era desleal en el proceso: ‘la poesía es lo que se pierde en la traducción’ opinaba Frost para ser más precisos. Estas son dos posiciones que podrían resumir el debate de las traducciones literarias en el gremio de los escritores. Los traductores y los traducidos, los que permanecen fieles a las versiones inéditas y los que dejan espacio para los idiomas re-inventados.
El arte de procurar una nueva vida a una novela y mantener el instinto primario del autor es un oficio que requiere más que saber dos idiomas o colocar “bilingüe” en el currículo profesional. Traducir es una acción hacia la proliferación de la literatura y el alcance masivo de la lectura; claro, también está el debate que cuestiona el canon establecido de la literatura occidental y la facilidad con la que esta llega a las multitudes en un proceso notablemente diferente al que experimenta una obra original de Kuala Lumpur o Serbia, por ejemplo. Todas las anteriores pueden llegar a ser consideradas literatura mundial y traducidas para la otra mitad del planeta, sin embargo, las últimas cuentan con un retraso significativo mucho antes de decidir que serán traducidas.
Es algo que el académico americano David Damrosch ha discutido en múltiples de sus ensayos y que recuerda cuando asegura que “el problema de la recepción de una obra extranjera viene cuando esta no ha sido traducida o distribuida ampliamente hasta que refleja y encaja cómodamente con las preocupaciones e imágenes americanas, creando una interpretación errónea entre ambos conceptos de literatura extranjera y autóctona”.
El escritor y traductor español Eduardo Lagos, traductor de obras de escritores como Henry James, John Barth y Sylvia Plath, y con la experiencia que le brinda residir en los Estados Unidos por más de tres décadas coincide para The Objective en que “en el mundo anglosajón occidental hay bastante miopía. Se ven poco otros lenguajes. Sólo las élites se fijan un poco en las literaturas europeas. Sólo existe el inglés para ellos. Es la lingua franca de nuestro tiempo, en todos los ámbitos, no solo el literario, y guarda relación con el poder político, que ejerce con toda la prepotencia que le resulta posible Estados Unidos. Pero eso no quiere decir que la literatura en inglés sea más interesante que otras. No lo es. Lamentablemente, se da un desequilibrio llamativo: del inglés se traduce muchísimo, pero no al revés”.
Es una línea que podría cuestionar la recepción de una pieza extranjera que no ha sido traducida a los campos comunes occidentales. Y en esta escena el traductor es precisamente la figura conciliadora, la que se ubica en la ventana de la literatura universal y crea un camino para que dos mundos se encuentren en el intermedio.
La precisión de lo impreciso
La traductora Kate Briggs en su ensayo This Little Art habla sobre cómo juzgamos las traducciones y recuerda que a los traductores les debemos “el reconocimiento de lo que puede significar manejar cada palabra, espacio y signo de puntuación del escrito a ser traducido”.
“No es de ayuda y además es poco realista pensar que una traducción puede fallar gracias a un error individual o a un conjunto de ellos: en algunos casos la precisión es necesaria para la sonoridad, pero en muchas otras no lo es, y en algunos casos una mano de obra ruda y cruda hace el trabajo de la misma manera”, completa Brigs.
Sucede que asumir completa fidelidad a la pieza original de alguien que ha dedicado su vida entera a crearla es un trabajo que produce más adrenalina de la que podría suponer. Es tomar la vida de un libro y transformarla sin que la pieza muera en el intento. Es también entender que entre la fidelidad y la creación hay elementos que no son mutuamente excluyentes, porque de eso se trata una traducción que encierra cientos de verbos y palabras con diferentes significados y entonaciones en cada idioma.
En una entrevista a Daniel Hahn, director del Centro Británico para la Traducción Literaria, realizada por Ted Hodgkinson, Hahn reconoce que en la traducción todo cambia. “Cada palabra, cada sílaba será diferente a la original. Esto significa que habrá adiciones, claro, pero también que se incrementa la atención hacia ciertos elementos del original”.
El acto es interpretativo y creativo a la vez. Las elecciones son constantes así como los sacrificios. Pero la alternativa es la ambigüedad de una obra que acepta la posibilidad de tantos resultados finales como idiomas existen en el mundo; tomar una palabra nativa que en su traducción solo cubre un par de sus significados originales, por ejemplo. Y aunque todos los idiomas son diferentes, siempre hay congruencias entre las lenguas que están más estrechamente relacionadas.
Lagos, quien también ha traducido a David Foster Wallace y entrevistado entre otros a Paul Auster y Philip Roth, asume la traducción como un proceso sutil en el cual hay que “trasvasar las peculiaridades más íntimas de una lengua a otra, y hay una especie de ecuación mágica, una fórmula misteriosa que equilibra lo que se gana con lo que se pierde. Al final se logra la equivalencia. El texto traducido adquiere vida propia inevitablemente, pero su conexión con el original jamás se rompe.”
Por eso la ventaja de las traducciones persiste en la precisión y la reflexión de la lectura cercana. En el entendimiento de la elección de una palabra como ‘compasión’ en vez de ‘benévolo’. En el sonido, el registro, la oración y la cacofonía de un párrafo como aproximación a la réplica que se avecina con el afán de satisfacer no solo al lector, sino al autor original y al secundario, es decir al traductor.
Porque en general el escritor no escribe para nadie más que para el mismo, mientras que el traductor traduce por triple en una tarea que puede llamarse hasta imposible. Roland Barthes decía «saber que uno no escribe para el otro… este es el comienzo de la escritura».
El oficio y el error
Las relaciones que nacen de una traducción no solo abarcan las del traductor- autor, sino las del traductor-libro en un renacimiento en donde el texto pasa a tener doble autoría. Es un concepto a ser internalizado tanto por los lectores como por los autores.
El traductor se convierte en el guardián del libro. Uno particularmente insistente cuando se trata de entender el uso de un ‘no’ en el párrafo seis de la pagina 110 de la novela que traduce, o por lo menos así debería ser.
Y a pesar de la meticulosidad una traducción siempre será objeto de crítica. Por ejemplo Deborah Smith traductora de la escritora surcoreana Han Kang es una de las razones principales por las que la literatura coreana ha ampliado su espectro de llegada; en el 2016 su traducción de The Vegetarian recibió el Man Booker International Prize en una conmovedora premiación que no tardó en recibir opiniones sobre la infidelidad y desviaciones de Smith hacia con el texto de Han y los pocos años que esta llevaba aprendiendo el coreano.
Es de esperarse, porque cada traducción leída por un nativo del idioma recae en errores y lugares comunes que solo el lector entiende, pero también en nuevos caminos que enriquecen la lectura.
Jorge Luis Borges, con más de una decena de años ejerciendo como traductor decía que “ningún problema es tan consustancial con las letras y con su modesto misterio como el que propone una traducción”. Y así como Borges, grandes escritores desde los tiempos de Goethe y sus conversaciones con Eckermann han sido traductores y predicadores de las obras que atesoran.
El camino de un traductor comienza por motivos varios aparte del evidente hecho de conocer más de un idioma. El principal impulso es el de extender el alcance de la literatura admirada por un traductor, que ante todo es un lector, a las masas. Traducir también podría ser un acto de resistencia, un espacio para traspasar fronteras. Asimismo, podría ser la reinvención de una novela o la desviación innecesaria de su estado original.
Si lo que se pierde es mayor que lo que se gana, queda a juicio personal, pero al final del día es un trabajo que complementa la mesa para una especie de distribución literaria igualitaria, o al menos eso ansía.