La lectura en tiempos de Instagram: ¿es posible leer sin prisas en el siglo XXI?
En el presente, leer, perderse en un libro significa desconectarse deliberadamente de más distracciones de las que los humanos han estado acostumbrados.
“La primera frase de cada novela debería ser: ‘créeme, esto tomará tiempo pero aquí hay orden, bastante leve, bastante humano’”— Michael Ondaatje.
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Leer libros es un hábito adquirido. En el colegio nos enseñan a leer y a descifrar la composición de las palabras. Puede que esté de más recordar que esta es una actividad/lección necesaria para sobrevivir e interactuar en el mundo exterior, pero los libros como rutina inculcada, hobbies, servicio informativo, fin educacional etc., involucran una cantidad de tiempo y concentración que varía de persona a libro, a propósito, a fuente de lectura.
No existe ni debería de existir una fórmula para leer además de entender la construcción de las oraciones selladas en una página. Cada mente es un mundo, y no todos bailamos La Macarena a la misma velocidad, aunque nos lo propusiéramos.
La forma de leer en el siglo XXI ha sido objeto de una reestructuración que pretende amoldarse a la era de la inmediatez y la sobre-información. Cuando los e-books y las tabletas comenzaron a hacer su aparición a mediados del 2000 la pregunta del millón era si estos serían el reemplazo definitivo del papel y la tinta, preocupación que probó ser un añadido sin demasiada importancia a la olla de actividades mecanizadas que cada día se incrustan en el globo. Los libros viven, y su reloj de vida está muy lejos de tocar la medianoche, sin embargo, la constante reestructuración en la rutina de un mundo globalizado hoy afecta la lectura como costumbre en otras direcciones.
Leer toma tiempo, y las diferencias entre las personas que leen tres libros a la semana, a las que leen un libro al mes, a las que ojean un par de libros al año hoy, más que nunca tienen que ver con el acelerado ritmo de vida que puede llevar una persona, pero no es (ni ha sido nunca) el factor definitivo. De hecho, adaptar la lectura para ‘acomodarla’ a los tiempos del ‘consumidor’, puede jugar en su contra.
Entre híbridos e intermedios
Híbrido es la palabra que se podría ajustar con mayor atino a la digitalización de la lectura y al punto intermedio que imprentas, publicaciones, escritores y literatos intentan encontrar cuando una novela de 500 páginas tiene que competir con videos de 10 segundos en Instagram o resúmenes que prometen condensar toda la información de un clásico en menos de 15 minutos; proyectos como los de la Librería Pública de Nueva York, que anunció este mes la iniciativa de colocar los clásicos en «Insta historias», cargando libros y novelas cortas en la plataforma junto con ilustraciones de diseñadores populares de la red. Las próximas historias incluyen ‘The Yellow Wallpaper’ de Charlotte Perkins Gilman (ilustrado por Buck) y ‘La Metamorfosis’ de Franz Kafka (ilustrado por César Pellizer).
Al igual que con cualquier story de Instagram los lectores pueden detener y mantener el texto tocando la pantalla; los elementos de diseño (imágenes estáticas, videos, colores) están optimizados para la lectura, perfeccionando una plataforma que según la directora creativa de Mother, Corinna Falusi, ya estaba optimizada para leer.
«Inconscientemente, Instagram creó la estantería perfecta para este nuevo tipo de novela en línea», dijo la empresaria en un comunicado de prensa. «Desde la forma en que pasas las páginas, hasta donde descansas el pulgar mientras lees, la experiencia ya es inconfundiblemente como leer una novela de bolsillo». Falusi también señaló que este es un momento importante para hacer que la literatura clásica sea más accesible. Sin embargo, accesibilidad no significa disminución de contenido y esa es la piedra con la cual se tropiezan muchas iniciativas digitales hoy en día.
Ana S. Pareja dirigió durante casi una década la editorial barcelonesa Alpha Decay. Desde hace cinco años dirige Bartleby & co., la librería hispana de Berlín con sede en el barrio de Kreuzberg. Para ella, otro tipo de iniciativas como la de crear fondos públicos y campañas para “la sensibilización y fomento de la lectura entre los niños y los jóvenes” es un acto mucho más acertado en aras de “atraerlos a las bibliotecas públicas de verdad y conseguir que dejen su teléfono a un lado por un rato”.
“Aquí también cabría reflexionar acerca de cómo los distintos soportes influyen en la calidad de la lectura; creo que es necesario volver a la idea de reservar un tiempo específico para la lectura, alejados de internet, interrupciones, alertas de redes sociales etcétera. Leer en Instagram me parece lo más alejado a esta experiencia”, razona para The Objective.
Tal vez es por esto que aunque evitar el «aburrimiento» e incluir elementos interactivos en los diseños representa un proceso creativo admirable, estos no reemplazan el acto físico de adentrarse en el mundo de otros sin la urgencia de editar, recortar y hacer scroll en las partes que no entendemos.
Tener una novela, volver a ella después de horas, días, meses y hasta años, puede ser uno de los grandes placeres de la vida. Encontrarse a sí mismo sumergido dentro de una historia que no se intenta adaptar a tus horas sino viceversa es tal vez uno de los mayores retos de la lectura, y una vez alcanzado uno de los logros más satisfactorios.
No hay ninguna regla que afirme que los libros están destinados a ser solo letras y párrafos, y que en su evolución estos no pueden fundirse con la tecnología; sin embargo, el criterio para hacer atractiva una novela hoy en día puede encerrar distracciones que hacen cada vez más difícil concentrarse en las palabras.
Porque en el presente perderse en un libro significa desconectarse deliberadamente de más distracciones de las que los humanos han estado acostumbrados. Es un desafío que requiere algo más que GIFs y vídeos de YouTube para convencer a los lectores potenciales de que las narrativas grabadas en textos pueden ser tan interesantes como una historia de Instagram optimizada para su conveniencia.
Otros ejemplos que incurren en los híbridos literarios podrían ser el de ‘The Amanda Project’, donde el lector participa activamente en la redacción de un guión colaborativo, o ‘The Vook’, proyecto que agrega un conjunto de imágenes de alta definición a la experiencia de lectura. Daily Lit te recuerda que ‘si no quieres cargar con el tomo de Anna Karenina en el tren ellos te envían justo la cantidad de páginas necesarias –a tu bandeja de entrada- para ajustarse a tus mañanas o coffee breaks’. Serial Box crea ficciones serializadas online en formato de episodios de series de televisión. Random House ha desarrollado aplicaciones que combinan texto, música y narración. Instagram ahora se codea con micro relatos que se pueden leer en un abrir y cerrar de ojos, y mientras tanto las páginas digitales nos cuentan los minutos promedios que tarda una persona en leer cierto artículo o libro para que pueda decidir si tiene o no el tiempo para este.
Vivir la transición
Durante una investigación para un artículo publicado en 2014, Anne Mangen, psicóloga cognitiva de la Universidad de Stavanger en Noruega, comparó la experiencia de lectura de los usuarios de iPad y los lectores de papel que consumen el mismo material, concluyendo que estos se sentían menos transportados y capaces de resistir las distracciones cuando utilizan el iPad.
Por otro lado, los académicos australianos Stewart Todhunter y Penny de Byl argumentan que la «percepción humana de la tangibilidad está directamente relacionada con la producción de conocimiento», reafirmando la importancia de ese agente clave que los libros electrónicos no proporcionan: una sala llena de libros reales.
Ana Pareja también refuerza esa tesis cuando recuerda que aunque los diseños y los precios son importantes, también son secundarios gracias a las múltiples “experiencias de tránsito” que viven los lectores en una librería. “Cada uno busca algo distinto y el trabajo del buen librero consiste en facilitar esa búsqueda y saber guiar y acercar al lector a nuevos descubrimientos. Cuando esa experiencia de descubrimiento y lectura feliz se repite varias veces es cuando alguien se hace asiduo a una librería local”, concluye.
Aunque a primera vista, la naturaleza de los libros electrónicos sería complementaria, a medida que el mundo virtual se extiende poseer libros y dedicar tiempo a leerlos se vuelve casi una tradición de la vieja escuela, contra la corriente. La directora de Bartleby & co recuerda que “somos nosotros los que debemos hacer un esfuerzo por parar el ritmo y dedicar un tiempo concreto al día o a la semana a la lectura. Igual que hay personas que encuentran cuatro horas cada semana para dedicarlas a hacer deporte o a otros hobbies”.
Más que solo la transición de palabras a pantallas de dispositivos, las publicaciones del siglo XXI radican en formatos no lineales, interactivos y sociales. Pero tal vez estas involucran demasiadas distracciones, tal vez está bien sumergirse durante horas en un libro o artículo sin saber de antemano cuantos minutos del día le va a restar a tu rutina.
Leer toma tiempo, y probablemente ahí reside la magia del acto; en la pausa y la sencillez de tan solo avocarse a las palabras.