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Cultura

Sofia Lundberg, la autora del libro que empuja a cientos de jóvenes a visitar a sus abuelos

La escritora sueca Sofia Lundberg ha hecho de su primera novela, La agenda roja (@HarperCollinsIB), una oda literaria a nuestros abuelos, esos seres que a veces olvidamos y que albergan tantas historias por contar.

Sofia Lundberg, la autora del libro que empuja a cientos de jóvenes a visitar a sus abuelos

El día que su tía abuela Doris murió, Sofía Lundberg (Estocolmo, 1974) recorrió su casa despacio, revisando cada rincón. Ella le enseñó a cocinar y hornear pasteles, a enmendar pantalones, a escuchar y a contar. En la estantería de su vestíbulo descubrió escondida una agenda repleta de nombres. Casi todos ellos estaban tachados y acompañados de una palabra: muerto. «Me sentí tan triste… Porque me di cuenta de que debió de sentirse muy sola. Ella era ya muy mayor y había perdido a todos sus amigos. Me sentí muy culpable por no haber visitado a Doris tanto como debería durante el último período de su vida y decidí empezar a escribir», nos cuenta Lundberg en voz baja en la embajada de Suecia, en el centro de Madrid.

Ha venido a esta sala llena de lámparas de araña, dorados y sofás tapizados en tonos cálidos a presentar su primera novela publicada: La agenda roja (Harper Collins, 2018). Lundberg, altísima, pelo larguísimo y una cierta sonrisa triste, empezó a escribir este libro como una forma de convertir en letras la mala conciencia. «Cuando lo escribía ni siquiera pensaba que pudiera ser publicado. Lo escribí para mí». Pero una vez publicada, La agenda roja se convirtió en un éxito gracias al boca a boca. Este fenómeno, a veces infravalorado, ha conseguido catapultar la novela a más de 25 países. Esa es parte del premio que ha recibido Lundberg por abrirse en canal en esta oda a nuestros mayores.

La otra recompensa es el movimiento que ha despertado a su paso: La agenda roja ha empujado a cientos de jóvenes —y no tan jóvenes— a recordar el valor de la sabiduría, el cariño y el calor de sus abuelos, y, en definitiva, a visitarlos con más frecuencia. «Esa es la mayor recompensa que puedo recibir. Estoy maravillada de que la gente esté visitando más a sus mayores. Recibo mensajes de lectores cada día, todo el tiempo. No importa de qué país vengan, todos dicen lo mismo: el libro les ha hecho pensar más en ellos. Es fantástico, me hace llorar».

 

Sofia Lundberg, la autora del libro que empuja a miles de jóvenes a visitar a sus abuelos
Foto: Carola Melguizo | THE OBJECTIVE

 

—¿Por qué cree que necesitamos un libro o un recordatorio para prestar más atención a nuestros mayores?

—Porque están pasando tantas cosas divertidas a nuestro alrededor… Además, creo que la gente está tan involucrada en todo lo que le está ocurriendo y leyendo todo lo que pasa en el mundo, informándose… Creo que es muy humano estar desconectado, pero es importante no olvidar a las personas que te rodean.

—¿Qué les diría a aquellos que están tan inmersos en su rutina que se olvidan?

—Habla más con tus familiares mayores, invítales, llévatelos a los sitios, alquila una silla de ruedas y viaja con ellos. Yo lo hice con mi madre este verano. Escúchales. Escucha las historias. Porque cada persona mayor es un libro. Ellos han vivido una vida entera, eso es algo fantástico. La de Doris es una historia, pero cada persona tiene su historia vital. Yo les escucho más después de escribir esta novela. Trato de preguntar y escucharlos más.

 

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Foto: Carola Melguizo | THE OBJECTIVE

Empieza a revisar las hojas de papel. Las organiza en montones según el nombre. Nombres de gente que ya no existe. Abre su agenda. Los nombres son el único rastro físico de aquellos que antes reían y lloraban. Los muertos se vuelven diferentes en el recuerdo. Intenta imaginarse sus caras, recordarlos tal como eran. 

Doris es una mujer de 96 años que mira el mundo desde una ventana en Estocolmo. De movilidad muy reducida y con la única compañía de las chicas que van a ayudarla algunas tardes en la semana, Doris repasa los recovecos de una vida plagada de soledad y cariño. Ahora, cuando ya sabe que solo queda el final, Doris busca que sus recuerdos duren más allá de ella. Así, todos los días saca un rato para escribir a Jenny, su sobrina que vive al otro lado del mundo, con quien habla semanalmente por Skype. La tecnología le ha propiciado el marco para asomarse a la vida real de quien más quiere. Las memorias que desgrana poco a poco a Jenny son las que va a leer usted, lector.

El paralelismo entre Jenny, la sobrina de la ficticia Doris, y Sofía, sobrina nieta de la Doris real, es obvio. Solo cambian los tiempos. «La tecnología es una posibilidad fantástica, porque cuando no te puedes mover, no puedes andar, sí puedes llegar a la gente gracias a la tecnología. Mi Doris, la real, estaba siempre intentando adaptarse a las cosas nuevas. Era curiosa y amaba viajar, así que creo que si viviera ahora, hubiera podido hacer Skype conmigo».

 

 

La historia de Doris refleja gran parte de la experiencias personales de Lundberg, principalmente la soledad que sintió durante su infancia y adolescencia. «Yo he sufrido mucha soledad siendo muy joven. Con solo 14 años me fui a París a trabajar como modelo, me dieron un mapa y tenía que encontrar sola el camino a todas las reuniones. Tenía que meterme en el metro cuando yo nunca había visto un metro antes. Estaba sola todo el tiempo. Fue muy difícil».

La escritora detalla la soledad que impera en el mundo de la moda, de las fotografías de lujo, de las pasarelas. «Para mí no fue una buena experiencia. Creo que es un mundo en el que justamente la gente no se habla ni se escucha. Es todo para las fotos y las grabaciones. Es difícil de decir porque el negocio de la moda es muy grande, pero yo no me sentí bien ahí, me sentía cómo si nada de lo que yo pensara fuera interesante para las personas que me rodeaban. Yo necesito escribir y pensar y conversar». Lundberg salió de ese mundo al cabo de varios años cuando un agente la quería obligar a dejar de comer: «Quería que perdiera más y más peso. Yo ya era un palo, pero eso hubiera sido ser anoréxica. No podía permitirlo, así que con lágrimas en los ojos, cogí el siguiente vuelo a casa y retomé mis estudios».

Lundberg, periodista y editora, recuerda de forma agridulce todo aquello y manda un mensaje a las chicas más jóvenes: «No es importante que te vean bien. Creo que las cosas importantes de la vida son las relaciones, las relaciones cercanas. Pásalo bien con tus amigas, apártate del espejo. Porque creo que si constantemente te estás mirando en el espejo, ves cosas que los demás ni siquiera notan, la gente se da cuenta de tu sonrisa».

 

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Foto: Carola Melguizo | THE OBJECTIVE

 

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