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Philip Hoare, el novelista punk que cambió las fiestas salvajes por buscar a Moby Dick

La primera vez que Philip Hoare se encontró ante una ballena ocurrió siendo un niño, sin salir de la bañera, y aquella pintura cetácea, dibujada por el abuelo al que nunca conoció, gobierna una plaza privilegiada de sus recuerdos de infancia en Southampton, una ciudad sureña de Inglaterra bañada por el océano. La segunda vez que vio a una ballena sucedió en un parque acuático: “Cautiva, un animal de circo exhausto, completamente destruido”. No sintió fascinación; más bien un sentimiento de compasión y tristeza. Fue en la tercera ocasión de encontrarse con una ballena, finalmente una ballena libre, que quedó petrificado. Encontró una sola palabra para explicarse tanta belleza: “¡Joder!”.

Philip Hoare, el novelista punk que cambió las fiestas salvajes por buscar a Moby Dick

La primera vez que Philip Hoare se encontró ante una ballena ocurrió siendo un niño, sin salir de la bañera, y aquella pintura cetácea, dibujada por el abuelo al que nunca conoció, gobierna una plaza privilegiada de sus recuerdos de infancia en Southampton, una ciudad sureña de Inglaterra bañada por el océano. La segunda vez que vio a una ballena sucedió en un parque acuático: “Cautiva, un animal de circo exhausto, completamente destruido”. No sintió fascinación; más bien un sentimiento de compasión y tristeza. Fue en la tercera ocasión de encontrarse con una ballena, finalmente una ballena libre, que quedó petrificado. Encontró una sola palabra para explicarse tanta belleza: “¡Joder!”.

Claro que la pasión repentina por los cetáceos vino con muchos años de retraso. Al principio, toda aquella historia del mar le infundía un miedo primitivo. Introduciendo los pies en el agua, Philip imaginaba a los peces con dientes de punta despiertos y al acecho, observando desde la trinchera aquellos tobillos de niño y relamiéndose como mamíferos ante la presa inminente. “El mar está pensado para esas criaturas, no para los hombres”, debió pensar. Imaginaba con espanto al angly fish, un pez de aguas profundas con una protuberancia singular en la frente: una linterna que alumbra a su paso en la oscuridad del océano. Aquel terror era tan genuino y paralizante que era incapaz de mirar fijamente su imagen. Philip asume que fue una cosa de la edad que se despejó con el tiempo: “Su aspecto es terrorífico, pero ni siquiera son muy grandes: jamás podrían hacerte nada”.

El horror que Philip sintió hacia el agua, pues no se limitaba a los mares, requirió de una experiencia catártica para morir de un plumazo, una experiencia carente de épica y más o menos divertida. Con medio cuerpo en la piscina, una anciana asistía ante el ridículo de un veinteañero que convivía con el temor paralizante de zambullirse en un agua donde la única amenaza imaginable consistía en una dosis desproporcionada de cloro. La señora, que se despertó aquel día con el ánimo alzado, le cazó por sorpresa y le hizo una aguadilla. “¡Aquella señora me cambió la vida!”, bromea Philip. Fue su bautismo. Ahora, madruga cada día para hacer unos minutos de braza. El miedo precedió a la atracción y, como ya sabemos, «el miedo es un sentimiento parecido al amor».

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Un grupo de punks, en una marcha londinense a favor del desarme nuclear en 1983. | Foto: AP Photo

Tiempos demasiado divertidos

Philip Hoare agotó varias vidas antes de descubrir el mar: antes de esta locura por las ballenas se impuso la locura del punk, en unos años en los que Londres era una colmena agitada por el terremoto político de Margaret Thatcher. Si le preguntas cuántas veces corrió delante de la policía, apenas te dirá una cifra aproximada: hace tiempo que perdió la cuenta. Si le preguntas por los recuerdos “demasiado divertidos” del Londres tomado por el punk, tampoco acertará en los detalles: la vida en la oscuridad de los bares tiene estas cosas. Philip Hoare, uno de los escritores británicos más respetados, con novelas como Serious Pleasures: The Life of Stephen Tennant o su trilogía del mar –nos trae a España con Ático de los Libros la obra que la concluye: El alma del mar–, trabajó para la industria musical en los tiempos de New Order y The Smiths. “Solía verlos personalmente cuando venían a la oficina”, sonríe. “Era mánager de bandas y era genial porque podía ir a cualquier concierto gratis”.

–Era una época muy creativa para Londres –continúa–. Teníamos un gobierno tiránico dirigido por la señora Thatcher, que estaba ocupada destruyendo las calles, destruyendo las familias. Y triunfó. Provocó mucho desempleo y sofocó la tensión con ayudas para el desempleo. Paradójicamente, muchos de los que se rebelaban cobraban esos subsidios. Era una época con mucha anarquía; había punks, artistas, diseñadores, escritores, cineastas. La atacaban. Yo estaba entre ellos. Formaba parte de grupos antifascistas y me arrestaron en varias ocasiones. Eran tiempos interesantes.

Si bien convivían dentro de él las dos pasiones, la música y la literatura, la segunda, particularmente la literatura sobre el mar, se fue apoderando de su tiempo. “El mar es mi punk”. La devoción hacia Hermann Melville creció sin que los Clash hicieran sombra. “Moby Dick es mi Biblia”. Dejaron de existir las drogas, las fiestas, los bares. Su nuevo faro estaba en América. Llegó a viajar hasta New Bedford, Massachussets, para una lectura de la novela que duró 36 horas. Allí conoció al  tataranieto de Melville. “¡Y se parece a él!”, recuerda con éxtasis. “Qué hombre tan agradable”.

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«El mar es un mundo alienígena para nosotros». | Fotografía prestada por Philip Hoare.

La humanidad y el mar

Aun cuando la vida de Philip Hoare adoptó senderos más tranquilos, hay algo que no cambió en su naturaleza: “Sigo siendo un punk”. El niño que temía al océano dice que la fascinación parte de su carácter indómito. Igual que de las ballenas, admite, le sobrecogió su inteligencia.

–Creemos que tenemos el dominio de la Tierra, pero el 90% del planeta es mar –sostiene–. Nos creemos los más listos, pero todo lo contrario. Las ballenas que habitan los mares están más desarrollados que nosotros. Las ballenas llevan seis millones de años de evolución. Seis millones. Son los animales más desarrollados de este planeta, no los seres humanos. Tienen el cerebro más grande, son sociables, son sensibles, les gusta comunicarse, se preocupan las unas de las otras, tienen conciencia de sí mismas, tienen una cultura propia condicionada por la evolución. El mar es un mundo alienígena para nosotros.

Pero ni siquiera la belleza del mar hace que nos comprometamos a conservarlo. Tenemos problemas para convivir con nuestro entorno. Philip Hoare sabe que somos una amenaza para los océanos, incluso con acciones que apenas nos planteamos. ¿Sabían, por ejemplo, las consecuencias que tienen los sonidos de los barcos sobre la fauna marina? “Tiene un impacto todavía más dañino que el problema del plástico o la caza, especialmente sobre aquellas ballenas que utilizan sonar”, lamenta. “Eso las somete, igual que a los delfines, a un estrés extraordinario”.

Tenemos problemas para convivir con nuestro entorno, decíamos, pero no solo con nuestro entorno. Tenemos problemas para convivir con nosotros mismos. Philip Hoare, como algunos lectores habrán deducido, es un británico contra el Brexit. Le hago una broma. Le enseño una fotografía de una manifestación en Londres. Philip se parte de risa. En la imagen aparece una joven sosteniendo un cartel donde se lee: “Esto es como cuando Geri Halliwell sobreestimó su viabilidad como artista en solitario cuando dejó las Spice Girls”. Aclaración: todas ellas fracasaron en sus ambiciones por separado.

–¡Somos una isla! –exclama–. Si no conectamos con otros territorios, estamos muertos. Todos los artistas que conozco en Reino Unido vivimos en depresión. Creo que el Brexit es una traición a los jóvenes. Puedes moverte libremente por Europa, pero estos gilipollas solo piensan en su pequeña victoria política. No creo en los castigos, pero esta gente ha traicionado al país, a la próxima generación. Y, en cualquier caso, ¿de verdad creen que las naciones se gobiernan a sí mismas? ¡No! ¡Los estados ya no son importantes! Mark Zuckerberg manda. Los estados no tienen poder. Es frustrante que haya tanta gente viviendo en el pasado.

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