Feminismo y hartazgo
El término “cultura de la violación” fue usado por primera vez en Estados Unidos por el feminismo de la segunda ola, en los años setenta. Se quería llamar la atención sobre ese entorno en el que se neutraliza la violencia sexual que se ejerce contra las mujeres y se justifica en los ámbitos de la justicia, la cultura popular y los medios de comunicación. Pero es que, aun hoy, como dice la actriz Ally Sheedy: “Basta con encender la televisión para tener una buena dosis de cultura de la violación”.
Noreen Connell y Cassandra Wilson, del Grupo de Feministas Radicales de Nueva York (en 1974), y Susan Brownmiller (en 1975) publicaron por primera vez sendos libros en los que recogían testimonios en primera persona sobre la violación. Y es lo mismo que hizo Jana Leo en su libro Violación NY (Lince Ediciones, 2017), contando su propia experiencia, e igual sucede en el volumen colectivo recién publicado No es para tanto (Capitán Swing, 2018), cuya edición corre a cargo de Roxane Gay. También se incluyen testimonios en primera persona en otros libros recientes como Cultura de la violación (Antipersona, 2017) e Incesto (Malpaso, 2017), el polémico libro anónimo sobre la violencia sexual que se da entre un padre y una hija. Porque, como advierte la escritora y periodista Cristina Fallarás: “Solo desde la primera persona se construye, por acumulación, un relato común y a partir de él, una nueva memoria colectiva. La de la violencia de los hombres contra las mujeres estaba sin construir”.
A esa necesidad de contarlo se refiere también la activista y escritora Brigitte Vasallo en el libro Cultura de la violación, al decir que “de nuestras heridas podemos hacer rizoma”. Jana Leo, muestra también la otra parte al advertirnos de los peligros que conlleva el hecho de contar, pues sucede que “el mecanismo más básico de defensa ante la existencia de un problema es atacar a quien nombra ese problema. Se usa para quedarse uno tranquilo y no hacer nada, para lavar la conciencia. Es más fácil acusar al que nombra algo, sea testigo o víctima, que tomar acción en la solución de un problema”. No obstante, la conclusión es la misma: hay que contarlo. “A largo plazo, menoscabar mi experiencia [de una violación múltiple] me hizo más mal que bien. Establecí una medida irreal de lo que se consideraba un trato aceptable tanto en mis relaciones personales y de amistad como en los encuentros esporádicos con desconocidos”, relata Roxane Gay en la introducción de No es para tanto, mientras cuenta cómo se volvió insensible a la empatía. Por su parte, Zoë Medeiros expresa en la compilación de Gay este mismo drama desde otra perspectiva, al decir que: “Para mí, los peores fantasmas no son los flashbacks, aunque pueden ser bastante malos, sino los que me muestran quién podría haber sido de no haberme sucedido esto”.
Contar para despejar la bruma (y acabar con la impunidad)
#Cuéntalo. 26 de abril de 2018. La Audiencia provincial de Pamplona dicta sentencia contra La Manada: abuso sexual con prevalimiento para los cinco hombres que abusaron de una chica de 18 años en los San Fermines de 2016. La periodista Cristina Fallarás, indignada, ese mismo día, suelta el siguiente tuit: “Tenemos que contar las agresiones, compañeras. Este relato nos lo han hurtado. Debemos construirlo para que otras reconozcan”. A partir de ese momento (y hasta el 09 de mayo) más de tres millones de tuits, escritos desde 60 países. Más de 790 mil mujeres (y algunos pocos hombres) participaron de la conversación. Más de 50 mil de las participantes contaban historias personales de abusos sexuales y agresiones en primera o segunda persona.
El Centro de Supercomputación de Barcelona fue quien se ocupó de radiografiar el movimiento y de crear una web en la que los datos son de consulta pública. Pero no nos engañemos, que esto viene de largo y aún le queda mucho recorrido. Como bien cuenta Isabel Valdés en su libro Violadas o muertas (Península, 2018), el hashtag #NiUnaMenos nació hace 23 años, fue parte de un poema y un discurso de Susana Chávez para protestar contra los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez.
Aprovechando que ha vuelto a aparecer un nuevo hashtag (#EstoDaMiedo), tras el asesinato y violación de Laura Luelmo, le preguntamos a Cristina Fallarás, también impulsora del mismo, sobre la razón para la explosión de estos movimientos espontáneos en la red. Esta es su opinión: “El capital no está precisamente entre las herramientas que manejan las mujeres, y aquellos que sí las manejan no aplauden precisamente el feminismo. Bien, las redes son comunicación de masas que no requiere capital. Así de simple. Por eso las mujeres entramos a saco a narrar todo lo hurtado.”
.
Esto va de poder (y de habitar los silencios)
Cuenta Isabel Valdés a The Objective que “hasta que no tengamos una sociedad plenamente concienciada, hará falta empujar: en la justicia, en las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, en las empresas, en la legislación, en la educación, en la publicidad, en los medios de comunicación… El cambio debe alcanzar tantos huecos como alcanza el patriarcado: todos”. En la misma línea se manifiesta Jana Leo, quien dice que “no estamos yendo a la raíz del problema: la educación. Más educación y menos limitación”. Y continua: “Hay que educar al potencial agresor, en lugar de dar una guía preventiva a una posible víctima, desnudar el perfil del agresor: exhibir sus juegos de control y las artimañas con las que justifica sus actos. Se trata de desmontar las «películas» que se montan los agresores para crearse la falacia de que una agresión sexual es un acto sexual normal.” A este respecto, añade Cristina Fallarás que hay que nombrar las cosas, pero que también debemos cuestionar el modo en el que se plantea en los medios de comunicación el relato de los hechos que implican violencia sexual. Nos dice: “Deberíamos plantearnos por qué los hombres son “consortes” en la violencia machista, en lugar de protagonistas. O sea por qué ocupa en la foto un segundo plano borroso. El sujeto es el asesino, es el violador”.
.
Hablemos de agresiones, no de actos sexuales
“A los doce años sufrí una violación múltiple en el bosque que había detrás de mi vecindario […] Una experiencia espantosa que me cambió la vida”. Así introduce Roxane Gay el volumen colectivo No es para tanto (Capitán Swing, 2018), partiendo del yo, construyendo un relato individual con la voluntad de que termine en relato colectivo. Se le unen 30 voces. Dos voces masculinas entre ellas. La del escritor Anthony Fram, quien cuenta como haber sido violado de niño le ha provocado el no ser capaz de entender una “identidad sexual que no implique ira, terror o poder” y la del también escritor Brandon Taylor, quien asiste -vía Facebook- a la muerte por cáncer de su violador.
Entre las voces de mujeres hay escritoras, editoras, periodistas, dibujantes, académicas, actrices, dramaturgas, abogadas. Las experiencias que cuentan, más allá de los diferentes grados de vileza, son terribles y variadas: les suceden a mujeres heterosexuales, homosexuales o con disforia de género. Van desde las violaciones múltiples, repetidas, pasando por las violaciones en la pareja, la universidad, adentro de la familia. Pero también nos hablan todas estas mujeres sobre las agresiones verbales, de la intimidación, de cómo es eso de sentirse rota e irreal, quebrada y vulnerable. Del miedo y la vergüenza. De la humillación. Sobre la paradoja de una violación, que fuerza a las mujeres a convencerse de que “no fue para tanto”, pero al mismo tiempo, se ha de convencer a los otros de que sí “fue para tanto”.
Se trata de un mosaico horripilante de lo que significa ser mujer hoy en día; un espejo múltiple de las mil amenazas que acechan a las mujeres por el mero hecho de ser mujeres. Hay una frase de Nora Salem que resume muy bien el sentir del libro, su necesidad y urgencia. Dice: “Escribo para demostrar que existo”. A lo que habría que añadir esto que dice Claire Schwartz: “No quiero que me digan que soy fuerte ni valiente […] Lo que quiero es que alguien esté dispuesto a contemplar cómo me revuelvo y me vengo abajo porque esa también es la verdad, y necesito un testigo que la presencie”. Ese testigo, querido lector, querida lectora, eres tú.