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Margarita García Robayo: “No necesito que me visibilice nadie” 

‘Primera persona’ es un libro sui generis de carácter autobiográfico compuesto por distintas prosas que configuran un texto, entre la memoria y el diario, en el que a través de la primera persona se explora la vida íntima de una mujer escritora.

Margarita García Robayo: “No necesito que me visibilice nadie” 

La editorial Tránsito sigue apostando por presentar a los lectores autores hasta ahora no publicados y/o desconocidos en nuestro campo literario. Ahora es el turno de la escritora colombiana Margarita García Robayo. Autora de tres novelas (Hasta que pase un huracán, Lo que no aprendí́ y Tiempo muerto) y de varios relatos (cabe destacar un libro de cuentos Cosas peores, galardonado con el Premio Literario Casa de las Américas 2014), García Robayo nos presenta Primera persona, un libro sui generis de carácter autobiográfico compuesto por distintas prosas -no pueden definirse relatos- que conjuntamente configuran un texto, entre la memoria y el diario, en el que a través de la primera persona se explora la vida íntima de una mujer escritora.

 

Mientras algunos hablan del agotamiento del yo, usted reivindica, empezando por el propio título, la primera persona como lugar desde el cuál hablar.

Sí, me parece extraño que la gente se agote de los formatos como si eso fuera algo en sí mismo. La primera persona es un recurso que puede derivar en historias geniales o terriblemente aburridas. Los formatos son carcasas huecas, uno los llena con lo que tiene para decir y es eso lo que debería ser objeto de análisis. Me tiene sin cuidado el agotamiento o el desgaste supuesto de ciertas formas narrativas porque siempre encuentro a algún autor que consigue sacudirme (y sacudir esas formas) con lo que dice más allá del “dispositivo” que elija para hacerlo.   

El yo de Primera persona es su yo, pero, ¿no podríamos también hablar de un yo colectivo, un yo en el que, parafraseándola, caben muchas mujeres?

Creo que todo yo es colectivo. El yo es una abstracción que sirve para canalizar observaciones que se nutren de otros. Una historia puede surgir de la experiencia personal, pero nunca debe agotarse en ella, porque de lo contrario sería una simple anécdota. En este libro todos los textos que, en efecto, tienen como punto de partida mi historia personal, son excusas para hablar de temas que me parecen esenciales del tiempo que transito y la sociedad en la que vivo. Si quisiera contar una anécdota personal escribiría un post en Facebook (qué retro, ya sé), y no un relato literario. 

Primera persona es una indagación en sí misma, en un yo plural, en la madre, la escritora, la hermana, la pareja… ¿Podríamos decir que, en cierta manera, es una narración en contra de la cosificación que, desde la literatura y desde distintos relatos, se ha hecho de la mujer, como sujeto unidimensional?

Supongo que se pueden decir cuantas cosas uno quiera de un libro… Lo extraño de Primera persona es que no fue escrito como libro, entonces la lectura en conjunto de los textos seleccionados solo puede hablar de mis obsesiones recurrentes más que de una intención determinada. Todos los textos que integran este libro surgieron a partir de encargos de revistas en las que suelo colaborar. A mí me gusta mucho escribir por encargo, aunque las consignas o temas asignados sean, en general, amplios e inabarcables, pero el hecho de que me sea dado un punto de partida ya me parece un regalo a la imaginación y me permite dibujar órbitas de sentido alrededor de un tema, o sea, divagar, que es otro de mis vicios preferidos. Lo que descubrí con este libro es que llevo años hablando de lo mismo (ja!), y los temas por encargo, más que ayudarme a encausar, me permite poner un marco que distrae la redundancia, o la neurosis, o como quieran llamarle.

Escribe Estela Figueroa: “Yo escribo agazapada/ palabras que han resonado en mi cabeza/ sobresaltándose”. Usted se identifica con estas palabras, pero tras tres novelas y dos libros de relatos, ¿sigue escribiendo agazapada? Y, sobre todo, ¿sigue preguntándose qué significa ser escritora?

Claro que sí, con cada libro se renueva esa pregunta porque lo que te hace agazaparte y dudar hasta el hastío no es la habilidad que el ejercicio constante (de la escritura o de cualquier oficio), te ha concedido, sino el sentido. Es decir, no es una cuestión de miedo o inseguridad: yo creo que solo con mi primer libro me pregunté si alguien se iba a interesar en leerlo, pero rápidamente deseché esa pregunta porque la verdad es que no me interesa demasiado la respuesta (entre otras cosas, porque siempre hay alguien que te lee, y que te ama o te odia o le pareces inocua); la cuestión, insisto, es de sentido:  ¿por qué lo hago? ¿qué es lo que busco? ¿qué quiero entender con esto?  La indagación perpetua -y cada vez más profunda- eso, para mí, significa escribir. 

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Foto vía Editorial Tránsito.

Al contrario que las escritoras, escribe, “los escritores pueden sentarse en una mesa de feria a hablar de típicos, estilos, voz ritmo, climas, tramas”. ¿Las escritoras deben afrontar la pregunta e, incluso, un cuestionamiento sobre su trabajo con la escritura al que los escritores no tienen que hacer frente? O, dicho de otra manera, al contrario del escritor, ¿la escritora tiene que legitimarse y autolegitimarse?

No creo que “al contrario”, hay muchos hombres escritores que creen que deben legitimarse… La legitimación, o la búsqueda de reconocimiento no es algo con lo que esté familiarizada. Escribo por otras razones y no siento que necesite explicárselas a nadie más allá de mis propios textos. Podría decir lo mismo de la mayor parte de escritores que conozco. Más bien, lo que digo en el texto que citas es que ser escritora no es un oficio de minorías, ni una rareza sobre la que se tengan que hacer simposios; ni siquiera es una reivindicación muy importante para el mundo. Apoyo todas las causas feministas que puedas mencionarme, pero cuando en una lista de asuntos bien jodidos se cuela algo como que las escritoras seamos más visibles y que se nos tenga más en cuenta, realmente me indigna. No porque crea que las escritoras dominan el mundo (aunque si miramos listas de best sellers, no estaríamos lejos de afirmar que, al menos, casi casi dominan la industria), sino porque esa es una pretensión que a mí no me mueve un pelo. No necesito que me visibilice nadie. Acepto la literatura como un oficio marginal y lo reivindico como tal. Es obvio que nunca seré una best seller, pero puedo vivir con eso.

“Soy alguien con tendencia a la desdicha, me quejo y me lamento en circunstancias fabulosas” escribe. La desdicha, la tristeza o la dificultad de vivir se plasman en su día a día, en cuanto escritora, pero también en cuanto madre. ¿Podemos decir que hay una voluntad de desmitificar esa idea impostada de felicidad plena vinculada a la maternidad?

El texto “Leche” fue uno de los pocos que nadie me encargó, sino que lo escribí motivada por una necesidad medio furiosa y animalesca de contarle a otros lo que me estaba pasando. Mientras intentaba ejercer mi maternidad como podía, se iba acumulando el desconcierto de quien ha sido estafado. Esa era un poco la sensación. Todo el tiempo pensaba: ¿por qué m… nadie me dijo esto? Creo que días antes de parir una sola amiga, que era madre, me llamó por teléfono y me dijo: Margui, los hijos son maravillosos, pero no es tan lindo ser mamá. Y yo me reí. Hoy lo veo como un gesto de amor profundo pero insuficiente, tendría que haber elaborado más esa frase.    

Y hago hincapié en el tema de la maternidad, no porque Primera persona sea un libro sobre maternidad, sino, más bien un libro que problematiza la vida íntima, un libro que indaga en la intimidad para mostrar sus fantasmas. ¿Está de acuerdo?

Sí, creo que todos los temas buscan la pequeña grieta por la que se asoman esos fantasmas que mencionas. Supongo que es algo que (también) se repite en mis otros libros, el intento por poner en cuestión lo que está dado por cierto: la familia como composición armoniosa de personas; la maternidad como un suceso exclusivamente feliz; la escritura como iluminación en lugar del oscuro tormento que puede llegar a ser. 

En este sentido, se podría decir que el yo de Primera persona es un yo contradictorio, el deseo se contrarresta con la rabia, el deseo de permanencia con el deseo de fuga.

Absolutamente, creo que así está expresado en muchos de los textos, porque en mi caso la contradicción es también la pulsión que motiva la escritura. No entender, querer entender, buscar entender a través de la escritura aún cuando se sabe que la escritura es un espiral infinito de preguntas irresueltas y unos cuantos momentos de clarividencia que nos son concedidos por lapsos breves luego de los cuales volvemos a zambullirnos en la bruma. 

Me gustaría preguntarle sobre su trabajo con la memoria y, sobre todo, sobre la diferencia entre los recuerdos y la memoria.

Me interesan mucho los mecanismos de construcción de la memoria. Me parece apasionante el modo en que se instalan algunos relatos de la historia (personal y colectiva) en detrimento de otros. Me interesa la selección caprichosa que hacemos de nuestros propios recuerdos para convertirlos en la memoria oficial de nuestra vida y la pretensión ridícula de que los otros la asuman como cierta… En ese sentido, una de las cosas que más me apasionan de la literatura es el juego de los puntos de vista, el cruce de miradas distintas sobre los mismos elementos.   

«No hay tal cosa como un loco inofensivo», escribe. La locura es uno de los temas más tratados en la literatura, pero su libro me lleva a darle la vuelta a estas palabras y preguntarle: ¿Acaso existe una cordura que no esté salpicada de locura?

No lo sé, pero cada vez desconfío más de la cordura. Salvo algunas cosas prácticas como no envenenar al gato o no chocar el auto por paliar una angustia pasajera, no sirve para nada. Prefiero cierto grado de locura controlada que te lleve, sobre todo, a desentenderte de la mirada del otro como algo que condiciona la conducta -tampoco me mata la locura descontrolada, le huyo siempre, necesito ciertos márgenes.    

¿Es esta locura el verdadero tema del libro? Es decir, ¿Primera persona no es, al fin y al cabo, una exploración en el universo mental, en aquello que sucede en nuestra cabeza, en aquello que construye nuestro inconsciente antes que en una realidad medible y determinable?

Sí, puede ser. Honestamente no sé cuál es el gran tema del libro porque, como te decía antes, nunca lo pensé (ni lo sospeché) como libro. Pero es cierto que podría leerse como el mapa emocional de una narradora que atraviesa por distintos momentos de su vida llevando a cuestas, en cada caso, las contingencias emocionales de turno. Algo que leí en una de las tantas reseñas y que me pareció interesante con relación a lo “autobiográfico” es que suele ser un género que se ejerce desde el futuro,  es decir: la autobiografía es la lectura que hace un escritor sobre su pasado desde un solo momento (el momento de la escritura, en el que, se supone, es más sabio y por ello presentará una visión única y comprensiva de lo que ha sido su vida). Pero este libro es la selección de escritos que fueron y son autobiográficos, pero que en el presente se yuxtaponen sin una voz de por medio que pretenda darles algún sentido, ni siquiera alguna cronología. Dicho de otro modo: esos textos son lo que fueron.

Sería tentador preguntarle si volverá a la ficción, pero ¿acaso la ficción no tiene, al menos en usted, un peso autobiográfico y lo autobiográfico un poso de ficción?

Sí, para mí la escritura es una sola, cuando me siento a escribir no me digo: esto es ficción, esto es no ficción. Es verdad que la elección de algunos recursos -como la persona gramatical, por ejemplo- dan la sensación de que un narrador puede tener más o menos identificación con el autor, pero es solo eso: un recurso. En mi caso la única escritura posible es aquella que me surge desde la necesidad, o sea, el impulso de hablar de un tema que me viene orbitando hace algún tiempo; de traducir esas cosas que me pasan cuando fijo la mirada en situaciones que me conmueven; de pronunciarme sobre algo que me preocupa o que me interpela o que me agobia… Después elijo el mecanismo, los recursos, la carcasa o el formato (y el argumento, en caso de las novelas o cuentos) y lo pongo a rodar. A veces siento que rueda maravillosamente bien, a veces le cuesta más, a veces ni siquiera arranca… Pero es así, yo lo sigo intentando. 

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