Literatura y censura, las sombras detrás de los libros que todavía lees incompletos
Siempre habrá una excusa para vetar, y ese veto es tan arcaico como real. Reflexionamos acerca de la censura en la literatura.
“Ella lo sabe, detrás de esa puerta los censores están ocupados con su trabajo. Se imagina la escena: inspectores de mediana edad que lucen uniformes del ejército, sus caras totalmente desconocidas, estudiando detenidamente los libros abiertos que cubren la mesa (…) Su impresión inicial es que las páginas han sido quemadas. Han sido arrojadas al fuego y calcinadas, reducidas a poco más que un bulto de carbón.” — Han Kang, Actos Humanos
En la literatura existen cientos de villanos y personajes infames, clásicos que marcan con sus historias estereotipos desagradables y los exponen más allá del papel, junto a ellos es común que con el impulso de sus historias muchos de estos libros hayan sido censurados por los gobiernos y sus grados de “sensibilidad”.
Alicia en el País de las Maravillas fue prohibida en China por atribuirles características humanas a los animales, Los versos satánicos de Salman Rushdie y Lolita de Vladimir Nabokov recibieron el veto de numerosos países por incurrir en actos paganos, sexo, violencia y demás ofensas sociales. Calígula censuró La Odisea de Homero porque expresaba ideas de libertad, y La Iglesia Católica creó en 1559 el Index librorum prohibitorum et expurgatorum, una lista con todos los títulos de obras consideradas perniciosas para la fe entre ellos los de autores como Descartes, Copérnico, La Fontaine, Montesquieu, Spinoza, Kant, Jean Paul Sartre, Víctor Hugo o Balzac.
No obstante, la censura no es tan unilateral como parece, antes de ella hay otros involucrados de los que normalmente no se habla y aquí es donde entra el censor, casi tan villano como los cuentos que protagoniza pero tal vez menos malvado y más maquinal. El censor se nombra poco en las historias, y cuando se hace se le describe como si no tuviera rostro ni cuerpo, como un individuo, una figura medio irreal cuyo trabajo consiste en examinar los libros y en calidad de empleado del Estado u otra organización modificar y suprimir el contenido que no es afín a sus ideologías, que se considere obsceno, políticamente inaceptable, una amenaza para la seguridad del Estado y otros calificativos que en realidad solo indican una cosa: todo aquello que resulte inconveniente para un hilo de ideas exclusivo.
Su figura es una que en Rusia, China y Corea del Sur, por citar a los regímenes autoritarios más evidentes, ha sido y sigue siendo utilizada para recortar aquellas narrativas que no juegan con los valores del Estado de turno. Pero en la literatura el misterio que lo rodea es tal que se redime casi como un personaje más de la historia.
“Usted es escritora. Invéntese algo. Algo bonito. Sin parásitos ni suciedad, sin vómitos… Sin olor a vodka y a sangre… Algo no tan terrible como la vida”, le dijo el censor a la escritora ucraniana y ganadora del Premio Nobel Svetlana Alexievich sobre su libro La guerra no tiene rostro de mujer, antes de su publicación.
El censor de carne y hueso
El historiador Robert Darnton es uno de los pocos escritores que recuperan la figura del censor como una realidad de carne y hueso. En su libro Censors at Work, Darnton entrevista a censores en la vida real y recuerda que desde el viejo régimen francés y el estado comunista que existió en Alemania entre 1949 y 1990 el trabajo del censor concurre y va mas allá de prohibiciones y tachaduras. Porque los censores existen desde que existen los Reyes y estos en calidad de autoridad máxima daban su aprobación o veto a los contenidos leídos por sus “súbditos”.
Darnton recuerda la conversación con dos censores de Alemania Oriental poco después de la caída del Muro, quienes definían su trabajo como «planificación».
“Era una cuestión de ingeniería social, y estaban orgullosos de lo que hacían. Me dieron una copia de El plan para 1990, un documento extraordinario que describía cada libro que debía aparecer ese año y que justificaba la producción general de literatura a los líderes del Partido Comunista, quienes finalmente aprobaron El Plan. Lo aceptaron como una realidad fundamental del mundo en el que tenían que encontrar su camino, y en general parecen haberlo considerado algo bueno” escribe Darnton.
La censura en España
En España, sobre todo durante el franquismo el censor era una figura desafiante. Marx, Lenin, Antonio Machado y George Orwell con su Homenaje a Cataluña se encuentran entre la pila de autores de textos que alguna vez fueron prohibidos y cercenados ante el público.
La Biblioteca de la Facultad de Empresa y Gestión Pública de Huesca presentó en la muestra ‘En busca del libro prohibido: Exposición de libros censurados y prohibidos ayer, hoy… ¿mañana?’ una lista de libros perseguidos en España entre los que aparecen La regenta de Leopoldo Alas «Clarin» (1884) por su “lascivia sacrílega”, La colmena de Camilo José Cela (1951) por el “descarno sexual” de algunos pasajes, las publicaciones satíricas de El Censor -artículos publicados por la Universidad de Oviedo-, novelas de Hemingway como Adiós a las armas por ser «una amenaza a la moral conservadora de España», y otras como el Lazarillo de Tormes por Juan de Luna, El extranjero de Albert Camus, Piel de Asno de Charles Perrault y La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca.
Todos estos libros llevan la sombra de la censura franquista, e incluso tras la desaparición del aparato censor en 1978 en el presente hay ediciones que se mantienen censuradas y la responsabilidad muchas veces recae en el editor. Esto es algo que el profesor de estudios hispánicos Jordi Cornellà le explica al El País cuando recuerda que La Transición no corrigió la censura.
En la novela de Ernest Hemingway Al otro lado del río y entre los árboles (1950) los censores suprimen el nombre de Franco de la edición original. «General Fat Ass Franco», traducible como el «General culo gordo Franco» se convierte en «General Asno Gordo», sin mencionar el apellido. Referencias al lesbianismo y al incesto fueron borradas de las traducciones desde la primera edición en España y aunque en el 2017 Debolsillo publicó la versión completa, copias de las anteriores siguen en el dominio público. Otro ejemplo se asoma con la novela Otro país de James Baldwin, en donde «queer» traducido como «marica» se convierte en «chiflado», y «blow job» traducido como «felación» en «she ever gave you a blow job?» traducido como «¿te practicó alguna vez una mamada?» se convierte en: «¿No te ha engañado nunca?».
En España después de que Franco se articulara con el control del país, se declararon ilegales e inmorales cualquier clase de impreso con grabados “pornográficos, de carácter socialista, comunista, libertario y, en general, disolventes”. Y fue hace muy poco que el libro de Nacho Carretero, Fariña –publicado en el 2015 y retirado de las ventas en el 2018– sobre los narcos gallegos fuera sacado de la venta de forma cautelar por orden de la jueza de Collado Villalba Alejandra Pontana, luego de que el exalcalde de El Grove Alfredo Bea Gondar denunciara al autor por vulneración de su derecho al honor (la Audiencia Provincial de Madrid decidió revocar el secuestro de Fariña el 22 de junio de 2018).
Los motivos de prohibición de un libro varía según el país, su política, religión y aproximación a la sexualidad, no obstante el Estado no es el único cómplice y tal vez es por eso que la censura continúa y que textos tan diversos como La Biblia y el cuento de Winnie The Pooh hasta los relatos de Cortázar, recuerdan que sin importar las distancias de género y forma siempre habrá una excusa para vetar, y ese veto es tan arcaico como real.