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Esteban Hernández: “El liberalismo ha quedado anclado en un momento que ya no existe”

‘El tiempo pervertido’ de Esteban Hernández hace un demoledor repaso de la realidad, los problemas del liberalismo y la izquierda, y el futuro de la UE.

Esteban Hernández: “El liberalismo ha quedado anclado en un momento que ya no existe”

Esteban Hernández (Madrid, 1965) es periodista en El Confidencial, y sus análisis políticos son leídos con interés en círculos poderosos, económicos y políticos. Pero también le gusta la reflexión pausada que permite pasar del periódico al ensayo. En su último libro, El tiempo pervertido. Derecha e izquierda en el siglo XXI (Akal) hace un repaso demoledor de la realidad, pero también de las respuestas que desde la izquierda se han intentado dar a los grandes problemas, desde la desigualdad hasta el cambio climático. Una izquierda, según Hernández, desnortada y autocomplaciente, más pendiente de las identidades que de la degradación laboral que acompaña a la revolución digital. Lo que inicialmente era una breve entrevista, se torna una conversación extensa, donde el autor también habla de la última polémica en la que se ha visto envuelto tras entrevistar al pensador Diego Fusaro, con lazos con la extrema derecha italiana.

 

Ahora que todos los analistas ponen un matiz al eje izquierda-derecha, tú hablas sin ambages en el subtítulo de izquierda y derecha en el siglo XXI. Es decir, ¿que siguen vigentes pese a todo?

Sin duda. La historia demuestra que siempre hay un eje operativo, el del poder y la resistencia, aunque tenga expresiones muy diferentes dependiendo de las épocas. En la nuestra, dado que la tendencia esencial, que es revolucionaria, es la de la captación de poder y recursos por parte de la cúspide de la pirámide social en detrimento del resto, cabría denominar derecha a ese movimiento e izquierda a quienes se oponen a él y abogan por una distribución de los recursos y del poder que aproveche a las mayorías sociales. En este momento concreto creo que es mejor apartar los esencialismos: no digo que no sean necesarias las teorías acerca de otros órdenes sociales, de proponer alternativas integrales al capitalismo presente, pero abogo más por lo pragmático, por una visión pie a tierra que nos ayude en un instante histórico difícil.

¿Y qué define o qué debería definir a una y a otra en estos años de crisis y postcrisis? No hablo sólo de aspiraciones generales, sino a posicionamientos concretos sobre grandes asuntos: desigualdad, impuestos, democracia, derechos, libertades civiles…

Hemos de entender que esta concentración de poder y recursos genera efectos en todos los ámbitos de la vida, personales, políticos y sociales. Más allá del declive material de muchas capas sociales, el poder de decisión de los ciudadanos es cada vez más débil. Ha habido una suerte de corrosión de las instituciones, que va más allá de la corrupción, que ha provocado que las normas y los procedimientos, así como las resoluciones judiciales, sean cada vez más favorables a quienes tienen más poder.

El derecho del trabajo es un buen ejemplo de cómo las normas existentes han ido deslizándose hacia una protección mucho más frágil de los trabajadores, tanto en sus preceptos legales como en la interpretación jurisprudencial, hasta llegar a lo que llaman economía colaborativa, que consiste en la conversión de empleados en autónomos, es decir, en la conversión del derecho del trabajo en pura autonomía de la voluntad. Con las decisiones económicas hemos vivido un desplazamiento radical en el que la única voz que tiene influencia es la de los expertos, no la de los ciudadanos, y eso ocurre en todas las instituciones, desde el BCE hasta el FMI, que además se mueven permanentemente en una anquilosada ortodoxia económica. Y vemos cada vez más cómo la capacidad de los grandes actores económicos, ya sea a través de lobbies, de la presión directa o de la corrupción (como le ha ocurrido a Trudeau) es mucho mayor respecto de los políticos electos.

Los impuestos son otro de los grandes asuntos en los que la excepción se constituye en norma, y la capacidad de los grandes actores de evadir las fronteras nacionales es cada vez mayor. Desde esta perspectiva, ampliar derechos, ampliar capacidad de acción, es imprescindible, no sólo para generar nuevos balances de poder, sino para la persistencia de la misma democracia. De modo que más que generar una visión política de izquierdas que consista en una suma de medidas, estaría mejor reunirse en torno al problema de fondo, y a partir de ahí ir derivando las soluciones.

Esteban Hernández: “El liberalismo ha quedado anclado en un momento que ya no existe”
Imagen vía AKAL.

En la última edición de Davos, el historiador Rutger Bregman afeó a los asistentes que montaran todo tipo de actos y cumbres para evitar el tema de fondo, lo que él llamaba «taxes, taxes, taxes». Decía que todo lo demás eran tonterías, como los discursos de Bono y demás. La raíz de tu libro es muy material en ese sentido: no hay salvación sin abordar todo lo material, el big money, de raíz. Afeas eso al liberalismo que en otros sitios has llamado «sensato». Es como si hablaras de su «negacionismo».

El problema del liberalismo sensato, e incluyo en él a los partidos socialdemócratas antiguos que giraron hacia el liberalismo social a lo Blair, Renzi o Trudeau, es que ha quedado anclado en un momento que ya no existe, y el problema que señalas de los impuestos es muy revelador. Felipe González lo explicaba muy bien en un pasaje que reproduzco en el libro: su idea, que era compartida por los partidos de su ideología, consistía en compensar desde las instituciones estatales la disminución de recursos para la mayoría de la población que los cambios en el capitalismo exigían. Al recaudar impuestos suficientes, se podía tejer un estado de bienestar amplio que compensara o mitigara las pérdidas de poder adquisitivo que el sistema económico producía para la mayor parte de la gente. Pero esa idea funcionó en otro momento histórico y no lo hace en el nuestro: para que ese pacto exista o bien están de acuerdo las dos partes o bien el Estado tiene el poder necesario para imponer sus condiciones. Y lo que vemos, y llevamos ya bastantes años viéndolo, es que ni los estados nación ni la misma UE han hecho valer, o no han podido o querido hacer valer, los mecanismos de recaudación fiscal precisos en este nuevo mundo global. Sin ellos, el pacto que unía las reformas del capitalismo a cambio de la generación de recursos vía impuestos decae por completo. Eso es lo que explica el speech de Rutger Bregman.

¿Y el segundo error?

El segundo error del liberalismo sensato consiste en creer que en situaciones de desigualdad creciente el sistema va a pervivir sin grandes modificaciones. No es así, y la historia lo ha demostrado repetidamente. En nuestro caso, si aumentan las tensiones internas producto de las diferencias que genera la desigualdad, y más si estas van de la mano de la reconstrucción del orden internacional, las instituciones liberales van a salir dañadas, porque iremos hacia regímenes que conserven el rótulo democracia pero escondan formas de gobierno más autoritarias. Putin es eso, pero también lo es Trump. Y todo apunta a que esa tendencia se haga más profunda en los próximos años. El negacionismo, por insistir en la primera parte de la pregunta, proviene de esa ceguera a la hora de entender que el declive material de una parte considerable de la población trae necesariamente consecuencias políticas, que el incremento de tensiones genera cambios en el sistema.

Y, en este sentido, resulta muy extraño que el mundo liberal no haya puesto el foco en el asunto central, porque compete a su ideología de una forma muy directa: todo esto viene causado por la concentración de poder y de recursos y demasiado poder en pocas manos es siempre sinónimo de disfunciones graves. Pero al liberalismo actual le pasa lo que al comunismo soviético, pero al revés: por un extraño motivo, piensa que la concentración de poder en manos estatales es un enorme riesgo, pero en manos privadas impulsa buenas acciones.

Al principio de la recuperación, pensaba que eso lo teníamos más o menos claro, pero ahora no estoy tan seguro. ¿Hemos aprendido algo de la crisis económica e institucional y política después? Es decir, ¿lo han aprendido quienes debían aprenderlo?

No, no han aprendido demasiado. No hay más que hablar de niveles de endeudamiento privado, ni de los riesgos enormes que se siguen corriendo con un sector financiero desatado, que ha perdido ya de vista lo productivo, y que es puro taker. Generaron un problema, lo arreglamos con nuestro sacrificio y siguen haciendo lo mismo. Lo de la crisis ha terminado siendo un simple mecanismo de acumulación por desposesión. 

Cuando hablas de la revolución tecnológica como un taylorismo refinado, ¿no te parece que en el fondo todo es mucho más rápido, improvisado e incluso chapucero? Más que revolución, en tu libro podríamos hablar de clarísima regresión o reacción, pero con la careta de lo moderno y la autorrealización. Los trabajadores no, pero los consumidores parecen fascinados con la tecnología: ¿qué hacer ante esto?

La revolución tecnológica, tal cual nos ha sido explicada, es una aspiración, un ideal, que se articula a través de una idea central, la de que los errores, sesgos y prejuicios humanos podrán ser corregidos gracias a la tecnología: inventaremos coches autónomos y así no habrá accidentes, corregiremos la falibilidad judicial con algoritmos y así las sentencias serán más justas, evitaremos los errores de los médicos gracias a grandes bases de datos que nos servirán para ofrecer las mejores soluciones basadas en la evidencia, viviremos muchos más años gracias a los inminentes descubrimientos en salud y así sucesivamente. Contiene además un cierto sentido religioso, con una entidad que trasciende lo humano, como es la inteligencia artificial, que llegará mucho más lejos, allí donde nuestra capacidad intelectual no alcanza y que servirá para que el ser humano alcance un potencial más allá de lo imaginado. Y late también un sentido moral: puesto que el ser humano es mejorable y tiene ya instrumentos a su alcance, debe enfocar su vida en aprovechar todas las posibilidades llevando un estilo de vida adecuado, formándose continuamente, adoptando un pensamiento positivo, etc.

Pero, como digo, todo esto es un ideal, y luego está la aplicación práctica, la cotidiana, la verificable. Y hasta ahora, las grandes empresas ligadas a la tecnología han servido fundamentalmente para construir monopolios gracias a nuevos modelos de negocio que tienden a desestructurar en su beneficio las organizaciones sociales preexistentes. Lo vemos con Uber, con Amazon, con Google, con Facebook. En el ámbito laboral, lo que los estudios nos dicen es que la llegada de la tecnología ha producido una bifurcación muy apreciable que separando los empleos en dos categorías: los menos, mejor pagados, y los más, bastante peor pagados. Muchas empresas han aprovechado la excusa de la adaptación a los tiempos tecnológicos para desarrollar políticas internas ligadas no a la mejora de los procesos, o de los bienes o servicios que producen, sino a generar más beneficio para los accionistas a costa de esos bienes o servicios, de los trabajadores y de las comunidades y países en que se asientan. Desde esta perspectiva, el apoyo de los consumidores a estas empresas porque son más baratas o prestan un servicio de mayor calidad es una entelequia. Como bien sabemos, porque muchas experiencias previas nos lo han demostrado, los precios o la calidad se mantienen hasta que estas firmas se convierten en monopolistas u oligopolistas, y a partir de ahí buscan la rentabilidad a costa del consumidor. Basta fijarse en los precios de la energía o en las condiciones que ofrecen los bancos para entender cómo la concentración genera problemas para los consumidores. Y las tecnológicas han sido, hasta ahora, el paso que ha profundizado en la concentración tradicional. Podrían ser de otra manera, no reniego de las posibilidades de la tecnología, sólo constato lo ocurrido.

Dices en tu libro que debemos «plantear las preguntas acerca de quién tiene el poder, cómo lo utiliza y a quién beneficia, en lugar de centrarse en las ideas que se proponen». Me ha recordado a la escena de JFK en la que el militar del Pentágono al que da vida Donald Sutherland le cuenta al fiscal Garrison (Kevin Costner) la conspiración contra Kennedy desde las cloacas.

Una estupenda película, por cierto, también a nivel formal. Es de las pocas ocasiones en que un montaje tan fragmentado no interrumpe la narración. Con Nixon, por ejemplo, le salió mucho peor. En cuanto a tu pregunta: este tipo de análisis son imprescindibles para no perdernos una dimensión fundamental en las estructuras sociales y políticas y que la mejor ciencia social nunca ha soslayado. Hoy esta perspectiva es más necesaria que nunca, porque nos solemos quedar en las ideas y no reparamos en los análisis estructurales. No digo que sea el único factor que se debe someter a consideración, pero sí que resulta indispensable tenerlo en cuenta: a menudo, la respuesta a “¿quién sale ganando?” suele ser la buena.

De tu análisis se deduce que el gran error histórico, estratégico, la gran torpeza de lo que llamas las élites globales fue la apertura comercial casi irrestricta hacia China. En 2001, año del 11-S, incluso entró en la OMC. ¿Qué análisis haces de la guerra comercial entre China y EEUU? ¿Tecnología? ¿Comercio? A veces, uno tiene la sensación de que Trump tiene razones de peso en su movimiento, aunque no en los motivos por los que lo justifica.

Parecía una gran jugada: en lugar de producir en los países occidentales, se hacía en un país oriental con costes bajísimos, y en los que la disciplina, la regularidad y la adaptabilidad de la producción estaba asegurada gracias a un régimen político rígido. Más dinero para el accionista y menos problemas laborales, ya que permitía disciplinar a los obreros occidentales y presionar a la baja sus salarios. Además, parecía tener beneficios a medio plazo, resultado de la incorporación de un país enorme con grandes masas de población a las dinámicas de consumo capitalistas, y más con el aumento de nivel de vida que para sus nacionales produciría la nueva ubicación de la producción. Pero algo salió mal, y no era difícil preverlo: China consiguió grandes cantidades de capital y de tecnología que aprovechó para desarrollarse como imperio; no abrió su mercado a Occidente, sino que conquistó los mercados occidentales gracias a un plan de desarrollo vertical en el que dominaba la planificación. Si bien empezó como proveedor de cantidades ingentes de mano de obra barata, pero también copió la tecnología que se le proporcionó, y más tarde empezó a mejorarla. Quizá las élites occidentales pensaron que los dirigentes chinos se iban a gastar todo en comprarse coches de lujo y demás, pero enseguida se dieron cuenta de que no era así: China trazó un plan para volver a ser una gran potencia. El resultado es que hay ya dos grandes jugadores, el dominante Estados Unidos y el emergente, y eso ha cambiado el mapa de poder mundial. Y todo porque las élites occidentales fueron tan ciegas a la ganancia rápida y fácil. Lo cual tiene mucho de ironía porque sofocaron las resistencias internas, pero crearon una mucho mayor. Ganaron la lucha de clases interna, pero crearon una lucha de imperios.

¿Entonces?

El conflicto entre Estados Unidos y China es por situarse como primera potencia. Cada uno desarrolla diferentes estrategias para esos objetivos. Por ejemplo, EEUU difunde un tipo de orden político y económico mientras China no quiere imponer un modelo político, simplemente conseguir los bienes que le son precisos; uno se apoya más en lo militar, otro más en el comercio; cuando Trump giró hacia elementos proteccionistas, China se brindó como el campeón del libre comercio, lo cual es muy paradójico. Pero la guerra es total, por así decir, porque hay una carrera abierta cuya meta es ir más lejos que el rival en la tecnología, en el comercio y en lo militar, y la tecnología parece el elemento decisivo, en la medida en que quien domine ese ámbito, dominará todos los demás. Y sí, Trump tiene razones evidentes para provocar el giro de Estados Unidos hacia otro tipo de orden exterior, pero lo cierto es que nos viene mal: cuando EEUU se cierra para ganar hegemonía, sus socios tradicionales, como la Unión Europea, salen perdiendo, porque se les exige que abran más sus mercados y que dediquen más recursos a su defensa, por ejemplo, al tiempo que decaen en influencia, porque deben entrar en confrontación para defender sus intereses con la potencia dominante demasiado a menudo. La reconfiguración de las normas comerciales que Estados Unidos quiere impulsar, el boicot a Irán o la exigencia de que Europa aporte más a la OTAN, entre otros, son asuntos que tienen que ver con este giro hacia China.

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Esteban Hernández: «El capitalismo no democrático será el destino de Occidente si no impulsamos otras opciones». | Foto: Salomé Sagüillo.

Corrígeme si me equivoco, pero si vamos al meollo de tu libro, es como si el liberalismo fuera el gran culpable de la crisis de la democracia occidental. No porque no diga creer en ella, etc., sino por un diagnóstico entre ingenuo e imprudente de la realidad política y humana. El liberalismo, no sólo el neoliberalismo, no sale muy bien parado. Pero cuesta pensar en alternativas. Como dice Zizek, es más fácil imaginar en la televisión un apocalipsis zombi que una alternativa al capitalismo.

El problema del liberalismo es que no ha sabido gestionar los problemas políticos y económicos que este repliegue reaccionario, entendido como concentración de poder y recursos, iba causando. Y cuando comenzaron a manifestarse, el sistema se cerró sobre sí mismo, ignorando las tensiones, porque creyó que podía seguir haciendo lo mismo sin consecuencias, que bastaba con impulsar el triunfo de nuevos gobernantes que defendieran su visión para calmar los ánimos de las poblaciones occidentales. Pero no es así, y ahí están Trump, el Brexit y el giro a la derecha en buena parte del mundo para demostrarlo. Al no querer girar su política económica hacia modelos más inclusivos y cohesionadores, han generado un malestar, una desconfianza hacia el sistema y una falta de expectativas que nuevos actores han ido recogiendo. Y eso ha creado una alternativa al capitalismo liberal, como es el capitalismo no democrático, que será el destino de Occidente si no impulsamos otras opciones. Más allá de las discusiones ideales, sobre si hay otros modelos políticos mejores o peores en el papel, sobre si este sistema es el idóneo o los hay mejores, que son interesantes pero que no me atraen en exceso, prefiero quedarme en el pragmatismo. Y desde este punto de vista hay otras posibilidades. Tenemos que girar hacia una economía mucho más inclusiva y cohesiva y promover valores que ofrezcan estabilidad y seguridad en lugar de cambio permanente y anticipación constante. Estos valores, que eran una rémora por su rigidez para las vidas de los ciudadanos occidentales de los 60, hoy son indispensables, en un mundo tan fluido, tan rápido y tan inseguro como el contemporáneo. 

Por curiosidad, ya que es algo que se trata menos en el libro: ¿qué opinas del proyecto europeo? Lo pregunto porque eres muy crítico con Macron y Merkel.

Cuando la geopolítica manda, y es el caso, el tamaño resulta decisivo. Europa tiene dos opciones a medio plazo, girar hacia una estructuración que produzca una acción unitaria cara al exterior y cohesión interna en el interior, convirtiéndose en una potencia que realmente tenga peso en el mundo, o desmembrarse de forma que cada país, o cada grupo de países, elija aliados entre las grandes potencias. Creo que Europa como actor internacional autónomo y como territorio que genere protección social y niveles elevados de bienestar es la opción que más nos conviene, pero nada apunta a que eso vaya a producirse. Ahora estamos a medio camino: la UE actual, y eso es también culpa de Merkel y Macron, no apuesta ni por una cosa ni por otra, y se mantiene en una suerte de limbo inmóvil que la hace especialmente vulnerable interior y exteriormente. El crecimiento de las opciones políticas de derechas que quieren debilitar (o romper) la UE es buena muestra de esa fragilidad. De modo que toca tomar decisiones, porque seguir así es ir directos a la fragmentación. Pero una visión más integradora implicaría cambios sustanciales en diversos órdenes, también en lo económico, y no veo líderes ni fuerzas políticas que apuesten decididamente por esa tarea: queremos seguir anclados en un tipo de liberalismo que beneficia a las élites europeas con dimensión global y a Alemania y algunos países del norte, y eso tendrá consecuencias negativas. Insisto en que esta lectura ni siquiera tiene una intención ideológica, es mucho más una visión desde lo estratégico. Europa debería ser nuestra mejor opción, pero hay que construirla.

No niegas que la democracia está en peligro, y abogas por ir a la raíz material del malestar, algo que yo comparto. ¿Estamos a tiempo?

Claro que estamos a tiempo.

Recientemente te has visto envuelto en una polémica en redes por causa de una entrevista con el filósofo italiano Diego Fusaro. Te acusaban de dar pábulo o blanquear a un pensador de extrema derecha. ¿Por qué crees importante indagar en su pensamiento? ¿Qué tiene que enseñarnos?

La primera parte es fácil de entender. Es paradójico que quienes me criticaron ferozmente defendieran la entrevista a Otegui en TVE. Muchas de las críticas a esta tenían una clara intención política partidista, y con la de Fusaro ocurrió lo mismo. Fueron a por el entrevistador en plan sacerdotes que persiguen el pecado y no fue casual. Pero más allá de las cuitas de otros, creo que es importante en momentos como el nuestro conocer pensadores que tengan una visión menos ortodoxa, algunos de los cuales dicen cosas interesantes y otras que lo son menos, pero que nos pueden ayudar a entender nuestra época y las opciones que se abren.

El pensamiento de Fusaro me parece relevante en la medida en que estábamos acostumbrados a las opciones soberanistas y hostiles a la UE desde la derecha. Fusaro recoge ese mismo marco, pero lo aplica desde el marxismo, porque entiende que solo desde el Estado nación puede ser defendida esa opción y, al mismo tiempo, mantiene posturas conservadoras sobre la importancia de los vínculos amorosos y de los comunitarios. Además, tiene posiciones típicas de la extrema derecha sobre inmigración articuladas desde el anticapitalismo y es partidario de una Europa fuerte (no de la UE) en el contexto de Eurasia, con la alianza entre Europa y Rusia. Ese conjunto de ideas me parecían periodísticamente interesantes, por lo inusuales, y por el recorrido que el filósofo tiene en Italia, con una presencia activa en redes, televisiones y con mucha intervención pública. Cada lector de la entrevista sacará por sí mismo las conclusiones acerca de lo que le parecen estas ideas y del recorrido que tienen.

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