¿Y si la inmortalidad estuviera más cerca de lo que creemos?
«En los próximos 15 años, los primeros humanos empezarán a dejar de envejecer mediante tecnologías de edición genética», calcula el transhumanista Zoltan Istvan
Jacqueline Jencquel tiene 75 años y ya ha programado la fecha de su muerte: ocurrirá entre enero y junio de 2020 en una clínica suiza. Allí es legal el suicidio asistido, circunstancia que ha aprovechado Jencquel, una acomodada ciudadana francesa, para cumplir su deseo. ¿El motivo? No quiere que el paso de los años siga deteriorando su cuerpo y su mente. «Prefiero no entrar en la edad en la cual la vida deja de ser vida tal y como yo la entiendo», contaba a The Objective en una entrevista hace unas semanas.
Pero ¿y si Jencquel tuviera otra alternativa? ¿Y si el envejecimiento y la muerte pasaran de ser el destino a un reto superable? Es el objetivo del transhumanismo, un movimiento que básicamente busca aplicar los avances científicos y tecnológicos a mejorar la condición humana de forma que limitaciones actuales como las que preocupan a Jencquel dejen de existir.
«En los próximos 15 años, los primeros humanos empezarán a dejar de envejecer mediante tecnologías de edición genética», cuenta por e-mail a The Objective Zoltan Istvan, fundador del Partido Transhumanista, con el que se presentó a las elecciones estadounidenses de 2016. Prevé, eso sí, que habrá que esperar unos años más para que este fenómeno se popularice. «Probablemente pasarán 20 años antes de que la mejor medicina y los mejores tratamientos antienvejecimiento lleguen al público», vaticina.
Considera también que la verdadera inmortalidad tardará más, pero será realidad. «Creo que la inmortalidad llegará dentro de unos 40 años, a medida que nos unamos mayoritariamente con partes mecánicas. Existe la extensión vital biológica y existe la inmortalidad a través de la transformación en una máquina en la que todas las partes puedan reemplazarse en nuestros cuerpos».
Por rocambolescas que suenen estas ideas, están llegando ya al público mainstream. El popular ensayista israelí Yuval Noah Harari —lectura recomendada de Bill Gates, Barack Obama y Mark Zuckerberg— dedicó un libro, Homo deus, a explicar, entre otros conceptos, cómo la ciencia del siglo XXI está dirigiendo sus esfuerzos a extender la vida hasta alcanzar la inmortalidad. En estas incipientes disciplinas técnicas, «la inteligencia artificial sigue siendo el campo más importante», valora Istvan. «En 10 años, puede que tengamos una máquina tan lista como las personas y, en otros 15, tendremos una inteligencia mecánica mucho más lista que la gente», explica.
¿Inmortalidad o eutanasia?
Sea como sea esa supuesta inmortalidad, biológica o mecánica, la demanda actual parece ir en sentido contrario, al menos en España. El pasado 12 de julio llegaron al Congreso de los Diputados más de un millón de firmas para apoyar la despenalización de la eutanasia. Fernando Marín, presidente de la asociación Derecho a Morir Dignamente (DMD), contaba hace semanas a The Objective que España es el país europeo con más probabilidades de convertirse en el siguiente el legalizar esta práctica.
¿Cómo cuadra esta demanda con la búsqueda de la vida eterna? «Creo que existirá algo llamado criotanasia, en la que las personas se podrán suicidar, pero también regresar a la vida de nuevo en 100 años. Podrán comprobar cómo es la vida y decidir morir otra vez si quieren», valora Istvan.
Es una opción similar a la que eligió una adolescente de 14 años británica, que ganó una batalla legal para ser criogenizada después de que el cáncer terminal que padecía acabara con su vida, en 2016. Aunque parece ciencia ficción, esto lleva décadas haciéndose y hay cientos de humanos congelados bajo estas premisas. La industria de la inmortalidad ha encontrado aquí un nicho —qué ironía— gracias a la criónica, una controvertida técnica que consiste en mantener el cuerpo de una persona clínicamente muerta a temperaturas extremadamente frías para que pueda retomar su actividad (véase, volver a la vida) cuando la ciencia avance lo suficiente como para hacerlo. Hay empresas que ya proporcionan estos servicios, como Cryonics Institute, que los ofrece desde 28.000 dólares (25.000 euros).
La criónica, sin embargo, es una técnica muy cuestionada no solo desde el ámbito ético, sino también desde el científico. La propia Sociedad de Críobiología de Estados Unidos —la críobiología es una ciencia que estudia los efectos de las bajas temperaturas en los organismos— se muestra contundente. «El conocimiento necesario para revivir mamíferos completos vivos o muertos después de la criopreservación no existe actualmente», aseguraba en un comunicado emitido en noviembre de 2018 ante el interés público por conocer su opinión. La entidad también señalaba que «el acto de preservar un cuerpo, cabeza o cerebro después de la muerte clínica y almacenarlo indefinidamente por si alguna generación futura puede devolverlo a la vida es un acto de especulación o de esperanza, no ciencia».
Con todo, la criopreservación ya es una práctica no solo real sino habitual con embriones. De hecho, el Instituto Bernabéu de medicina reproductiva señala en su página web que, en una fecundación in vitro, «aunque los resultados obtenidos transfiriendo embriones congelados son algo inferiores a los obtenidos con embriones en fresco, estas diferencias son cada vez menores debido a los avances en las técnicas de congelación«.
¿Estaría Jacqueline Jencquel dispuesta a vivir eternamente en un hipotético mundo futuro en el que el envejecimiento se haya extinguido? «Claro que sí», cuenta a The Objective por teléfono. Sin embargo, no le seduce la idea de permanecer congelada durante décadas para volver a la vida en el futuro. «No quiero despertar en un mundo desconocido», razona.