Jordi Soler: “Hoy nadie se sienta a pensar”
En el ‘Mapa secreto del bosque’, Jordi Soler propone el caminar por el bosque como respuesta a este sistema hipertecnologizado al dictado de la producción que está llegando a su fin.
Escritor mexicano de origen catalán, Jordi Soler es autor de distintas novelas, la última, Usos rudimentarios de la selva (Alfaguara), publicada hace apenas un año. Ahora, sin embargo, vuelve a las librerías con una propuesta radicalmente nueva, un ensayo Mapa secreto del bosque (ed. Debate) donde, a través de los grandes nombres de la filosofía griega y siguiendo, en parte, la estela de Montaigne, propone el caminar por el bosque como respuesta a este sistema hipertecnologizado al dictado de la producción que está llegando a su fin. “Tenemos que retroceder dos mil años en busca de la civilización” escribe Soler, quien convierte el bosque en metáfora de un espacio de sosiego y reflexión, un espacio para la toma de conciencia de uno mismo y del propio entorno y, sobre todo, un espacio de desintoxicación del mundanal ruido.
Define nuestra época como “la era del nihilismo zombi”.
La cantidad de información a nuestra disposición, una información que no necesaria y paradójicamente nos informa de verdad nos convierte en zombis que no creen en nada, de ahí la idea de nihilismo. El exceso de información nos desvía de los temas a los que deberíamos estar prestando atención; me refiero no solamente a los temas cruciales del acontecer cotidiano de nuestro entorno, sino también a las cosas importantes para cada persona. El exceso de información tan tumultuosa nos mantiene permanentemente distraídos y al estar distraídos somos incapaces de reaccionar ante ciertas informaciones, ante ciertas acciones que deberíamos tomar y no estamos tomando. Como decía, me parecía que la de zombi es la imagen que mejor describe a esta persona que está todo el tiempo consumiendo información y es incapaz de relacionarse con su entorno, donde hay otras personas, donde hay otras actividades que podría hacer u otros intereses que podría tener.
Podríamos decir que es alguien que vive sin la conciencia de sí mismo ni de su entorno.
Diría que el zombi es una persona que sigue viviendo con todas sus pulsiones vitales, pero que está totalmente abducida por toda la información que sale de sus pantallas. El zombi es, por tanto, un ser que, al estar abducido, no vive, sino medio vive.
En su libro, el bosque es tanto un espacio real como metafórico, un lugar donde perderse y reencontrarse y reencontrar al otro.
Para encontrarse hay que perderse primero. Cuando te pierdes en el bosque, te estás encontrando y estás encontrando al mismo tiempo algo muy valioso. Como dices, en el libro aparece el bosque real, pero también el metafórico y la importancia de ambos está directamente relacionada con ese ser humano zombi en el que nos hemos convertido. Escribiendo el libro observé que la única manera de salvarse de convertirse en un zombi, fase última de este sistema que está llegando a su fin, es emboscándose, refugiándose en el bosque y comenzando a mirar la vida en estado unplugged, sin enchufes. Es necesario comenzar a transitar la zona original de la vida que no es otra que la naturaleza y regresar a ser lo que fueron los antiguos filósofos griegos que nos enseñaron y nos siguen enseñando todo acerca de la vida. Eran personas que trataban de decodificar todo aquello que los rodeaba en cuanto eran los primeros en la historia que se enfrentaban al mundo y a su misterio. No tenían sistemas de pensamientos previos y, por tanto, tampoco tenían prejuicios. Mi libro quiere ser una invitación a regresar a ese edén de la inteligencia, donde todo se estaba descodificando.
Leyendo sus reflexiones acerca de este mundo por descodificar y por esa realidad escondida más allá de lo que vemos, recordé el poema Correspondencias de Baudelaire.
Porque plantea algo similar: lo que está detrás, aquello que no se ve, es lo que hay que salir a encontrar, es el motor que te hace emboscar, como hacían los caballeros medievales y como hacían los trovadores, es decir, los poetas.
A partir de la figura de trovador, usted señala que el valor de la emboscadura radica en salir a encontrar y no a buscar, pues buscar implica tener un objetivo previo.
Exacto. Reivindico la importancia de encontrar sin tener un propósito previo. Como decía antes, esto es lo que hacían los caballeros medievales: salían a ver qué encontraban. Salir a buscar es algo muy distinto, porque, como dices, implica tener un objetivo y, sobre todo, resta aventura a la salida, elimina cualquier posibilidad de asombro y de hallar lo inesperado.
Y en este salir en busca de lo inesperado aparece Rimbaud, quien disfrutaba deambulando sin objetivo fijo.
En el libro trato de distinguir entre distintos tipos de caminante: ante todo está el flâneur, que es la figura clásica del que va desplazándose por la ciudad sin rumbo, sin más ambición que la del trovador. En Toronto descubrí al stroller, que es el flâneur de aquella parte del mundo y, de hecho, ambos, el stroller y el flâneur, comparten el mismo gusto por el caminar ocioso. En Toronto hay un grupo de strollers que pasean por la ciudad y que, al final de su deambular, se encuentran en un bar y comprueban su pertenecían al stroller’s club por el grado de desgaste de la suela de su zapato. Para caminar, ellos siempre utilizan los mismos zapatos, cuyo desgaste es la prueba inequívoca de que son paseadores. Luego, junto al flâneur y al stroller, está aquel que camina por el campo y por el bosque, es decir, por la naturaleza y cuya figura emblemática es Thoreau. A través de estas tres figuras me desplazco como escritor y como lector a través de las páginas del libro que he escrito.
La recuperación de la obra de Thoreau, el éxito de los libros sobre maneras alternativas de vida fuera de la ciudad, ¿cree que son indicios de que nuestra sociedad está cada vez más necesitada de volver a la naturaleza y alejarse de esta sociedad hipertecnológica?
Yo creo que hay un consenso general de que no se puede seguir yendo hacia adelante de esta manera, no podemos seguir montados en el progreso como hace cincuenta años, más bien tenemos que realizar el camino inverso. Como también propone el libro, tenemos que comenzar el regreso y recuperar la civilización; esta es la única manera que tenemos para refugiarnos de ese progreso que nos ha llevado a una manera de vivir que es a todas luces la equivocada. Cada día nos enteramos de atrocidades provocadas por el progreso y, por tanto, por nosotros mismos. La necesidad de combatir el cambio climático, que, de no hacer nada, en el peor de los casos va a terminar por exterminarnos a todos, nos permite ensayar modestos regresos hacia una vida alejada del modelo actual. No quiero que este discurso haga pensar que Mapa secreto del bosque es un libro de autoayuda. Me aterra solo pensarlo. No estoy proponiendo salir a abrazar a los árboles ni creo que una caminata por el bosque salve de nada. Lo único que yo digo, utilizando el bosque como metáfora, es que es necesario tomar conciencia de la forma en la que vivimos y replantearnos una vida distinta al modelo que nos impone la sociedad tecnológica actual.
En otras palabras, su libro es una invitación a adquirir una mirada lúcida como respuesta a la mirada gremial.
En el libro utilizo el paseo por el bosque como metáfora de la toma de conciencia del mundo que nos rodea y el tomar conciencia tiene mucho que ver con el sentarse a pensar. Caminar por el bosque es, en el fondo, como sentarse en una silla simplemente para pensar, como hacía Montaigne, quien reivindicaba el pensar sin hacer nada como una actividad útil. Sin embargo, hoy el no hacer nada es penalizado, porque incluso el ocio debe llenarse con alguna actividad “práctica”: una clase de chino, yoga o una serie de televisión. Hoy ya nadie se sienta a pensar o a reflexionar, todo lo contrario de lo que sucedía en la Antigua Grecia, donde los filósofos reivindicaban un espacio cotidiano para la reflexión, imprescindible para poder seguir adelante. Yo reivindico lo mismo, la necesidad de sentarse a pensar cada día.
Este sentarse a pensar es un acto políticamente subversivo en cuanto implica tener una opinión propia y, sobre todo, cuestionar el relato oficial.
La reflexión te invita a reconsiderarlo todo, cualquier discurso, cualquier argumento. Como sugiere el libro, a las esferas del poder les conviene que seamos así de mansos, les conviene que no nos sentemos a pensar, porque en cuanto te detienes a pensar en lo que te están diciendo, te das cuentas de las falsedades y de las mentiras que contiene el discurso oficial. A ellos les conviene que te creas sus mentiras, a nosotros, como individuos, sin embargo, nos conviene cuestionarlas. El gran terror de los estados es que la sociedad no sea un rebaño, que los individuos piensen por sí mismos y que no puedan controlarnos. Los estados buscan tener controlada y contenta a la sociedad, de ahí este gran tumulto cotidiano de información y de diversión que nos rodea.
¿Usted cree que, en parte, somos víctimas de estrategias de distracción?
Sin duda. Con esto no quiero decir que hubo alguien, una inteligencia particularmente lúcida, que pensó en crear la red y a alimentarla con determinados contenidos para conseguir la mansedumbre de la sociedad. No hubo premeditación, pero sí que creo que, a medida que se han ido desarrollando los avances tecnológicos, el poder se ha aprovechado de lo que le ofrecían las redes sociales, internet, la televisión… Se ha fomentado que como especie necesitemos cada vez más estos mecanismos de distracción y es que a medida que este sistema se agota más necesita el poder que estemos distraídos. Según determinados cálculos llevados a cabo por economistas, antes de que empiece el nuevo siglo, el capitalismo habrá llegado a su fin y lo que tendremos es un mundo en el que todo esté bajo el control de pocos monopolios, que lo acapararán todo. La pregunta que surge es: ¿qué se hará con el resto de la gente que cada vez tendrá menos? Distraerla. Tendremos sociedades de personas pobres, pero muy entretenidas. De hecho, se especula que las drogas se legalizarán finalmente porque será conveniente que la gente tenga distracciones más potentes de las que tenemos ahora. En el futuro, habrá menos trabajo, menos oportunidades para cualquier cosa, los estados acabarán dando un mísero salario universal y la gente no tendrá que hacer nada más que distraerse. Y a esa élite que tendrá en mano toda la riqueza y todo el poder más le vale tener a todos los demás distraídos.
Usted señala que estamos delante de un nuevo hundimiento del Titanic.
Jünger utiliza la imagen del hundimiento del Titanic para reflexionar sobre la sociedad de la época. En aquel accidente está toda la soberbia de una sociedad que se disipó con el hundimiento de esa nave que, como estaba escrito en su casco, “ni dios podía hundir”. Yo retomo esta reflexión y propongo que nuestro hundimiento del Titanic fue el 11 de septiembre de 2001, cuando unas personas con medios más o menos modestos derribaron un imperio y, consecuentemente, modificaron la forma de vivir que teníamos hasta ese día. Probablemente, la soberbia de la especie se vino en parte abajo junto a las dos torres, y digo en parte porque todavía hoy nuestra sociedad es muy soberbia y es que, gracias a los avances tecnológicos nos creemos invencibles. Creemos que con el progreso de la técnica y la ciencia vamos a ser capaces de enfrentarnos a todo. Fíjate en el constante bombardeo en torno a cómo conservar la salud: se nos está diciendo que si sigues ciertos preceptos saludables vas a lograr vivir más que los demás. Se borra el carácter azaroso de la vida, porque se nos convence de que todo es posible, de que somos una especie de dios que lo podemos todos.
El deseo de vencer a la muerte no es más que un intento de desnaturalizar el ser humano, que nace para morir.
Este deseo de vencer a la muerte tiene que ver con la soberbia del ser humano. La salud se ha convertido en un fin cuando, en realidad, siempre ha sido y tiene que seguir siendo un vehículo para la vivir la vida. Ahora, sin embargo, se nos vende que gracias a la ciencia es posible hacer acopio de salud, equiparando la salud con la riqueza dineraria.
Dicho de otra manera, todo se convierte en un capital y todo debe tener rentabilidad.
Se busca la ganancia continuamente. Cualquier cosa, cualquier momento vital, tiene que producir una ganancia, tiene que ser productiva. De ahí el valor y la dignidad de un acto como el sentarse a pensar o el pasear por el bosque sin objetivo concreto; se trata de dos actividades que no producen ninguna ganancia económica ni material. Sin embargo, te ofrecen las herramientas necesarias para afrontar la vida cada día. Estas herramientas no cotizan en ningún lado porque no son materiales, pero es precisamente este no cotizar lo que da valor al pensar y al pasear, a toda actividad que esté fuera del radar de lo productivo.
Como diría Nuccio Ordine, la utilidad de lo inútil.
Lo que yo propongo en el libro es precisamente esto: lo útil es útil solo en la medida en que cumple con su finalidad. Lo inútil, en cambio, encuentra su utilidad en su ausencia de utilidad, en el hecho de ser una propuesta abierta a la aventura. Los mejores momentos de la vida son aquellos que no sirven para nada, aquellos que no tiene una finalidad concreta. Los mejores momentos de mi vida, de hecho, son los que he pasado junto a mis hijos sin hacer nada, por ejemplo, en un aeropuerto a la espera de un vuelo que va con retraso. Ahí, atrapados en la terminal, sin poder hacer nada de lo considerado productivo, hablamos de cosas de las que nunca hablaríamos, porque siempre estamos ocupados con otras actividades. Momentos como estos aparentemente inútiles son los verdaderamente significativos para mí, tan significativos como el trayecto en coche que comparto cada mañana con mi hija. Ella ya tiene edad para ir sola al colegio, pero los dos cultivamos cada día la ilusión de que yo, su padre, tengo que llevarla y así hago. Sentados los dos en el coche, con la mirada hacia adelante, hablamos de cosas de las que nunca hablamos. En lugar de rellenar ese espacio con música, con tertulias o con el Spotify, lo rellenamos con nuestra conversación. De esta manera llenamos ese momento aparentemente inútil de una profunda utilidad que nos ayuda a conocernos un poco más y me ayuda como padre a conocer a mi hija.