Para los amantes de las game jams, los eventos en los que se realizan videojuegos en un tiempo límite (normalmente un fin de semana o cuarenta y ocho horas), la Global Game Jam es la primera gran cita ineludible del año. Como su nombre deja claro, la participación es mundial: aunque se establecen sedes físicas en numerosas ciudades en todo el globo, también es posible apuntarse de modo online. Ya sea de un modo u otro, las cifras de participación siempre son abrumadoras. Este año, la Global Game Jam, que se desarrolló del 31 de enero al 2 de febrero, consiguió reunir a nada menos que 48.700 participantes o jammers en 934 sedes, situadas en 118 países. Cifras que demuestran que la salud del evento, con doce ediciones a sus espaldas, está más robusta que nunca.
Participar en una game jam es un reto al que muchos desarrolladores no pueden resistirse; una manera de desconectar de un proyecto mayor (¡aunque sea a través de un crunch a pequeña escala!), de divertirse o de poner a prueba las capacidades de trabajo conjunto de nuestro equipo. Son numerosos los juegos comerciales de éxito cuyo origen se encuentra en un juego de jam, como el famosísimo SuperHOT o los socarrones Goat Simulator y Surgeon Simulator. En nuestro país tenemos el ejemplo del estudio valenciano Deconstructeam, cuyos dos juegos lanzados hasta la fecha, Gods Will Be Watching y The Red Strings Club, son producto de su talento y su experimentación en game jams a partes iguales.
Para los aficionados a los videojuegos, además, bucear en los juegos creados en game jams supone una excelente oportunidad de encontrar ideas diferentes. Títulos experimentales, homenajes, atrevimientos, ensoñaciones que no tienen cabida en otro momento. Pequeñas propuestas que tal vez no crezcan más allá de esas horas aceleradas de jam, pero que en su brevedad son capaces de mostrarnos el alcance de las habilidades de un equipo o un desarrollador cuando se le permite pensar con absoluta libertad, dejando volar su imaginación.
Es el caso de Kintsugi, un juego desarrollado en la sede de la Global Game Jam en Málaga por el equipo nombrado para la ocasión como Memoyars. El nombre alude a un arte japonés tradicional consistente en rellenar las imperfecciones de un objeto, normalmente de cerámica, con barniz o resina espolvoreada de oro o plata. A nivel simbólico, no obstante, se considera que el kintsugi forma parte de una filosofía de aceptación de las propias imperfecciones. Ese objeto que reparamos mediante el polvo dorado no sería el mismo si no fuera por esas mismas fisuras que intentamos cubrir. No se trata de ocultarlas, sino, incluso, de destacarlas. Al fin y al cabo, no las escondemos o disimulamos tras un color opaco: las resaltamos en un tono tan brillante y atractivo a la vista como el dorado.
Kintsugi, tanto a nivel estético como en su estructura narrativa, sigue la estela de un juego paradigmático como Kentucky Route Zero, a quien ya podemos decir que debemos el haber inaugurado una nueva manera de contar historias en los videojuegos. Así, la pequeña pieza de Memoyars está dividida en tres actos, en los que vemos diversos momentos de la vida de una mujer, Sofía, cuyo rostro podría ser el de muchas otras. El primer acto nos muestra una conversación privada con su novio, Javi, en quien de inmediato advertimos un comportamiento de abuso psicológico. Como es habitual en tantas relaciones de maltrato, este se revela como alguien posesivo, celoso de cualquier interacción de su novia con nadie que no sea él. Escudando tal actitud en solo le mueve el amor. Gloria, abrazada a sus rodillas, en una pose de indefensión evidente, apenas alcanza a contestarle o a plantar cara a esa figura que se yergue ante ella, imponiendo su voluntad. En nuestra mano estará elegir varias de sus líneas de diálogo, aunque el resultado no variará demasiado, escojamos la que escojamos.
El segundo acto se desarrolla varios meses más tarde. Sofía ha conseguido romper con Javi, pero eso no significa que éste haya salido de su vida. Las secuelas de su maltrato han dejado grietas en el corazón de la mujer que le impiden conectar con los demás. Sabe bien que no está sola, es capaz de racionalizar su situación, pero la sombra de su pareja sigue siendo alargada y ensombrece cualquier atisbo de autoestima. Solo al final de la breve escena vemos un rayo de luz, la aparición tímida de un deseo al que Gloria decide aferrarse para tratar de salir del pozo.
Será por fin en el tercer y último acto cuando Sofía muestre las heridas de su corazón ante alguien que le permite ser quien es. Seguir adelante no significa olvidar, sin embargo, le dirá esta nueva persona en su vida. Las grietas deben rellenarse, pero siempre estarán ahí para definirnos y fortalecernos. El kintsugi se encuentra más presente de lo que pensamos en cada faceta de nuestras vidas: somos la suma de nuestras imperfecciones y fracasos. Y nosotros, como jugadores, tendremos varias opciones para elegir en el diálogo final que nos dejarán claro que no existe un solo camino para proseguir, pero sí una única meta posible: la aceptación personal.
Kintsugi es una pequeña píldora de reflexión, en la que la interactividad del jugador, pese a ser muy limitada, tiene un importante papel simbólico. Se puede jugar en apenas diez minutos, mientras disfrutamos de un café. La narración tal vez peque de ser demasiado explícita en ocasiones: dado el tono introspectivo y emocional de la historia, se hubiera agradecido algo más de espontaneidad, especialmente en el segundo acto. Sin embargo, no desmerece en absoluto el talento demostrado por su equipo a la hora de abordar un tema tan sensible desde el necesario prisma de la reparación.