Darío Sztajnszrajber: “Me preocupa mucho que el otro se haya vuelto un agente de contagio permanente y que lo siga siendo una vez la pandemia termine”
‘Filosofía a martillazos’ de Darío Sztajnszrajber es un ensayo donde deconstruye temas eternos y contemporáneos como el amor, la postverdad, Dios o la democracia.
El filósofo argentino más popular de las redes sociales acaba de publicar en España Filosofía a martillazos, un ensayo que bebe directamente de sus multitudinarias charlas donde deconstruye temas eternos y contemporáneos como el amor, la postverdad, Dios o la democracia. En plena pandemia, el pensador reflexiona sobre el futuro de nuestras sociedades después del coronavirus o la necesidad de hacer filosofía no solo en tiempos de crisis.
Gracias a la crisis del coronavirus y el confinamiento, la filosofía ha vuelto a ocupar un lugar principal en la mesa de debate del presente. Pero el argentino Darío Sztajnszrajber lleva años acercando la reflexión y el pensamiento a todos los públicos, incluidos los más jóvenes, a través de disertaciones en Youtube, programas de radio y televisión o su compañía de teatro. Coincidiendo con la publicación de Filosofía a martillazos (Ariel), un híbrido entre conversación, clase pública y ensayo, hablamos con este filósofo estrella de su divulgativo método, cómo utiliza él las denostadas redes sociales y, por supuesto, nuestro incierto futuro en tiempos de pandemia.
“Ni bien comenzó a darse el fenómeno de la pandemia la filosofía fue la primera que salió a debatir. No es una carrera, pero sí está claro que toda esta situación tocó los fundamentos mismos del sentido de la existencia y lo real porque es un hecho anómalo que socava los parámetros de nuestra normalidad. La filosofía irrumpe en situaciones límite. Otra cosa es lo que dice la filosofía”, comienza diciendo Sztajnszrajber sobre esta crisis mientras esboza una sonrisa. Porque su disciplina, reconoce y defiende, no es el lugar para encontrar soluciones unívocas. “La filosofía es muy buena a la hora de hacerse preguntas, sabe cómo interpelar a la realidad, discutir lo establecido. Pero a la hora de dar respuestas, yo creo que este no es principalmente su objetivo. La filosofía no resuelve problemas, sino que los crea. En esta situación eso significa cuestionar el sentido común desde donde, en general, los sistemas nos piensan”, añade.
En este proceso de constante cuestionamiento la palabra clave para Sztajnszrajber es deconstrucción. Precisamente lo que hace en Filosofía a martillazos con seis temas eternos y contemporáneos: el amor, el postamor, la verdad, la postverdad, Dios y la democracia. “Cuando uno toma el camino de la deconstrucción lo primero que hace es correrse de esa idea platónica de que afuera de la caverna está la realidad esperándonos pura y virginal. Cada vez más somos conscientes de que afuera solo hay otras cavernas más grandes que uno descubre a partir del ejercicio del pensamiento crítico. Si solo hay otras cavernas más grandes la clave es la deconstrucción en el sentido de tratar todo el tiempo de movernos de esos dispositivos de control que van construyendo nuestra subjetividad tanto social como personal”, asegura el filósofo, que ha sido docente en primaria, secundaria, universidad y posgrados.
Visto así, pensarse y repensarse difícilmente tendrá una conclusión. Pero, ¿por qué habría de tenerla? “En realidad, me parece que ser libre no es llegar a un estado último final de libertad plena, sino que me gusta más pensar la libertad como un verbo: nos estamos liberando todo el tiempo, deconstruir es ir liberándonos de formatos que se nos imponen y se nos instalan hegemónicamente como únicas opciones posibles”, defiende. Y hablando del poder, añade en el libro: “Si algo es normal es porque proviene de una norma. Y si hay una norma, alguien la puso ahí, porque conviene a sus intereses”.
El pensamiento crítico en las redes sociales
Lejos de la vacuidad que muchas veces se atribuye a las nuevas generaciones, ellos son precisamente los más fieles seguidores de Sztajnszrajber. O eso parecen reflejar sus redes sociales: casi 370.000 seguidores en Twitter, más de 665.000 en Instagram y millones de visualizaciones en Youtube. “No creo que sea cierto que cuando la filosofía busca públicos más amplios su único modo de alcanzar lo masivo sea la simplificación o el reduccionismo. Se puede hacer una filosofía simple pero profunda”, cuenta sobre su afán por reconciliar la filosofía con lo popular. “También hay un mito que asocia lo profundo con cierto cripticismo. Pero me parece mucho más banal hacer una filosofía que no entienda nadie que hacer una filosofía que sea decididamente transformadora para la mayor cantidad de gente”, añade.
Para alcanzar cierto grado de conocimiento, se presupone también una inversión de tiempo, un esfuerzo, términos todos enarbolados desde una lógica de la productividad que Sztajnszrajber rechaza. “La profundidad yo creo que tiene que ver con los cuerpos en el sentido de cómo te impacta o te conmueve algo. Y ahí mi experiencia es variada: tengo colgadas más de 50 conferencias de entre dos y tres horas y vídeos de 10 minutos que explotan masivamente en las redes. Hay público para todo y la gente se engancha desde distintos lugares. Para mí la divulgación o las redes sociales son un género más, como un idioma: tomar las ideas de la filosofía y traducirlas”, remata.
En estos tiempos de clips de 20 segundos, hilos de Twitter e información ultraprocesada, Sztajnszrajber afirma: “Yo no le temo a la fragmentación. Le temo a que a uno de esos fragmentos se crea el único y se imponga sobre los demás. Nietzsche dice en Así habló Zaratustra que cuando un dios se creyó el único el resto se murió de risa”. Y abunda en su advertencia diciendo: “El problema es que siempre hay un fragmento que en sus relaciones de poder se impone sobre el resto y se instala como única verdad. Por eso la deconstrucción nos devuelve a esa zona fragmentaria originaria. Que seamos fragmentos no es ni malo no bueno, lo que marca es nuestra condición de finitud: cómo no vamos a ser fragmentarios si nacimos para morir. Lo que tenemos que hacer es reconciliarnos con ese estado, entender que hablamos y pensamos desde ahí y no creernos que tenemos todas las respuestas, que la única solución es alcanzar el absoluto. Cuanto más nos reconocemos finitos más nos damos cuenta de que el absoluto es un fármaco”, asegura.
Volviendo a la cuarentena y hablando de las mil y una formas de ocupar el vacío que la falta de rutinas ha dejado, Sztajnszrajber abre otro melón. “El cotidiano es el gran invento del ser humano para escaparnos de esa consciencia desmedida que tenemos de nuestra propia finitud. Te pones a ver la televisión, ves las redes sociales, gritas el gol de tu equipo de fútbol, te enamoras, haces las cosas que hace el ser humano para huir de sí mismo y de ese fondo desfondado que somos y que nos aterra”, apunta el filósofo. Pero cuando la calma se restaure y las costumbres vuelvan a anestesiarnos, ¿estaremos dispuestos a seguir cuestionándonos?
“Hacer filosofía cuando todo se está derrumbando es fácil. Lo difícil es hacerla cuando todo funciona bien. Que uno se pregunte hasta qué punto ese estado de paz y armonía es así o si nos están armonizando el cerebro, hasta qué punto en nombre de la tranquilidad no se nos están ocultando cosas, domesticando, narcotizando en esa línea de Marx del opio del pueblo. El cotidiano tiene mucho de opio en el sentido de que te tranquiliza, te adormece, pero te genera goce, placer, sino no tendría éxito”, avisa el filósofo.
Para Sztajnszrajber el futuro alberga tantos interrogantes como ambigüedad. “El peligro es que un día la pandemia termine, pero el confinamiento continúe. Que termine la infección, que de algún modo se logre dominar el virus, pero que el distanciamiento social quede impregnado en nosotros de una manera de la que no haya un posible retorno. Me preocupa mucho que el otro se haya vuelto un agente de contagio permanente y que lo siga siendo una vez la pandemia termine. Como dice Paul B. Preciado, que la mascarilla se haya vuelto la nueva frontera porque eso genera una relación de anulación al otro”, explica el filósofo, que, pensando en voz alta, salta de una pregunta a otra, de un pensador a otro, del mismo modo que en sus disertaciones.
“¿Cómo a partir de esta situación pandémica podemos reconstruir el lazo social en una nueva modalidad donde lo que no se pierda es la convicción de que lo más importante es el encuentro con el otro? ¿Cómo punzar, como diría Derrida, la prioridad irreductible del otro en unos tiempos donde cada vez más se ha normalizado al otro como un agente de peligro permanente? Yo suelo ser muy pesimista en lo social, porque esta situación ha despertado un espíritu de vigilancia policiaca que me preocupa. El disciplinamiento social también se vuelve una forma de delación del prójimo y estamos más pendientes de ver cómo el vecino trasgrede la normativa que de ver cómo todo esto puede ser realmente una oportunidad para una sociedad mejor. Pero soy optimista en lo personal, por eso soy ambiguo. Creo que las personas, en su propia cuarentena, se nos ha podido mover algo desde el punto de vista más personal o existencial que a mediano plazo tiene que tener una incidencia en el plano más colectivo”, concluye.