Inés Martín Rodrigo: “Margaret Atwood, Edna O’Brien o Ida Vitale agrandan muchísimo la definición de intelectual”
Conversamos con Inés Martín Rodrigo acerca de ‘Una habitación compartida’, libro en el que podemos encontrar 31 mujeres con las que la periodista de ABC ha conversado a lo largo de los últimos años.
Conversando con la escritora Carmen María Machado, Inés Martín Rodrigo abre Una habitación compartida (ed. Debate), libro en el que podemos encontrar 31 mujeres con las que la periodista de ABC ha conversado a lo largo de los últimos años. En esta habitación de ecos woolfianos, tenemos a escritoras de carácter, con voz propia que, con distintas concepciones de la literatura, del papel de la mujer en las letras o de la escritura como herramienta política, narran su tiempo, que es el nuestro. De Machado, la más joven, hasta Ida Vitale, Martín Rodrigo nos invita a viajar por el mundo de las letras contemporáneas de la mano de las mejores: Elvira Navarro, Jeanette Winterson, Deborah Levy, Margaret Atwood, Edna O’Brien, Camille Paglia y su eterna adversaria, Gloria Steinem, Siri Hustdvedt o Samanta Schweblin. Ellas son solo algunas de las mujeres reunidas por Martín Rodrigo en una habitación para conversar, reflexionar y discrepar.
Las entrevistas están organizadas de manera cronológica, de la más joven a la más veterana. Teóricamente, a través de los testimonios de cada una de las escritoras debería percibirse un cambio de postura en torno a lo que significa ser escritora o en torno al concepto de feminismo, sin embargo, dicha evolución no es tan lineal como podría esperarse.
Una vez hecha la selección de entrevistas, que no fue fácil, estuve meditando bastante tiempo sobre cómo ordenarlas. Llegué a pensar en hacerlo por nacionalidad e, incluso, por orden alfabético, que, evidentemente, hubiese sido lo más fácil. También pensé en ordenar a las autoras de la mayor a la más joven, pero, luego, llegué a la conclusión de que tenía más sentido hacerlo al contrario, empezar por la más joven y terminar con Ida Vitale, la más veterana de todas, porque de esta manera se podía ver esa evolución en el discurso que tú mencionas. Es decir, así es posible apreciar la evolución del pensamiento y de la escritura a lo largo del tiempo. Y, en mi opinión, sí que se percibe una evolución; quizás, en las primeras entrevistas encontramos opiniones más vehementes más propias de la juventud. Sin embargo, también es cierto que, como señalas, esta evolución no se percibe de manera tan clara y lineal como se podía esperar. Las 31 mujeres aquí presentes tienen una personalidad tan potente y fuerte que sus opiniones no están relacionadas necesariamente con su edad. Pienso, por ejemplo, en Elvira Navarro: es una escritora joven que posee una madurez propia de una persona de mucha más edad.
El libro comienza con Carmen María Machado, quien señala que, a pesar de los progresos, todavía queda mucho por hacer dentro del feminismo y de la reivindicación feminista. En este sentido, ¿el hecho de ser mujer y escritora sigue siendo, en parte, una losa de las que todas ellas son conscientes?
Sí, ellas son muy conscientes de esto, pero lo que me gusta de ellas es que, sin excepción, todas huyen del concepto de víctima, concepto que, en mi opinión, es muy negativo para el feminismo. Tengo la sensación de que, en los últimos años, los debates se han polarizado entre blancos y negros, o conmigo o contra mí; no ha habido posibilidad de grises, cuando, en realidad, la sociedad está llena de ellos. Y aquí las mujeres tienen mucho que decir. Las autoras reunidas en el libro son muy conscientes de cuánto les ha costado llegar dónde están, ya no solo por ser escritoras, sino, ante todo, por ser mujeres. De haber sido hombres, todas ellas habrían tenido un recorrido muy diferente. Lo dice muy claramente Isabel Allende, que, aun no siendo de la generación del boom, ha tenido que luchar mucho más que sus colegas latinoamericanos.
Pero, como dices, ninguna de ellas plantea las dificultades a las que se han enfrentado desde el victimismo.
Porque son conscientes de lo que les ha costado llegar. Por esto, no quieren definirse como víctimas. Y no solo huyen del victimismo, sino también del enfrentamiento. Aunque nos encontramos con declaraciones potentes y críticas, pienso, por ejemplo, en Lena Dunham o Emily Pine, todas ellas son conscientes de que el enfrentamiento entre distintas posturas sobre la definición de feminismo o sobre el papel de la mujer y de la escritora no las lleva a ninguna parte. Y creo que de este rechazo del enfrentamiento se puede sacar una lección muy válida para estos tiempos.
De hecho, de las entrevistas se deduce que hay muchas maneras de ser feminista y que no se puede tachar a un feminismo de mejor que otro ni negar la condición de feminista a una mujer por el hecho de tener una concepción distinta del movimiento.
Efectivamente. Una de las cosas que me gusta del libro es que todas las autoras configuran un mosaico muy variado, tanto que entre las entrevistadas están dos enemigas acérrimas que llevan año batallando y peleándose. Me refiero a Gloria Steinem y Camille Paglia. Y me gusta que estén las dos, porque, como te decía, ni todo es blanco ni todo es negro. El feminismo no es una única cosa. Partiendo de su primer y principal significado -reivindicación de la igualdad entre hombres y mujeres- hay muchas formas de ser feministas y, como dice Elvira Navarro, muchas de estas formas tienen que ver directamente con la personalidad de cada una. Yo no tengo dudas de que Camille Paglia sea feminista, como tampoco tengo dudas de que lo sea Elvira Navarro y ninguna de las mujeres presentes en este libro, al que me gusta considerar como un ensayo sobre nuestro tiempo. Si te das cuenta, en las conversaciones no se habla solo feminismo: las escritoras hablan, evidentemente, de lo que significa para ellas escribir, de lo que significa para ellas la literatura, pero también de lo que significa para ellas ser mujer o la maternidad. Todos estos otros temas dan sentido a nuestra vida como mujeres en el siglo XXI.
Y también autoras como Siri Hustvedt y Zadie Smith reflexionan sobre la cuestión racial, desgraciadamente tan sangrante y actual en estos días.
Teniendo en cuenta lo que está sucediendo en estos días, me gusta mucho que este tema aparezca en más de una entrevista. Sirve para que nos demos cuenta de cuanto queda por hacer. Es indispensable que seamos consciente de ello y, sobre todo, es indispensable que, como dice Jeanette Winterson, los intelectuales y los artistas, en general, tomen partido. En mi opinión, la cultura tiene necesariamente que tomar partido ante ciertos temas, los ciudadanos esperamos que lo haga. Yo no creo en un escritor y, menos aún, en un intelectual cobarde que se guarde sus ideas. Y con esto no quiero decir que el escritor deba tener una opinión sobre todo lo que sucede.
Ya tenemos demasiada gente opinando sobre cualquier tema.
Por esto mismo. Lo que sí creo es que, tras la pandemia que hemos sufrido estos últimos meses y que ha sido una apisonadora que nos ha pasado por encima, la sociedad está tan vulnerable, tan frágil y necesitada de liderazgo que lo que se requiere es una cultura respetable. Y no hay mejor manera de hacer una cultura respetable que a través de opiniones sólidas de quienes forman parte de ella.
Al respecto, a través de las entrevistas observamos distintas concepciones acerca del papel político de la literatura. Tenemos a Jeanette Winterson, a la que podríamos definir como más militante, pero también a otras autoras, quizás Edna O’Brien, que ponen el acento más en lo estético que en potencial político de los textos.
Para algunas de ellas, efectivamente, la literatura juega un papel fundamental en su propia definición como mujeres y, por tanto, se le atribuye un papel político importante dentro de la sociedad de la que las autoras forman parte, mientras que otras se decantan por una concepción más estética de la literatura. Estas distintas concepciones nos permiten darnos cuenta una vez más de que para cada una de nosotras la literatura es algo diferente. Yo escribo por unos motivos que, probablemente, son muy distintos a los motivos de Margarita García Robayo o Samanta Schweblin. Y estoy convencida de que, para cada una de las 31 mujeres, pese a que comparten una misma habitación, la escritura tiene un papel diferente. Evidentemente la escritura define sus vidas, pero lo hace de maneras muy diversas.
El “intelectual” es una figura muy masculinizada y, quizás, sea por esto por lo que muchas de las escritoras aquí reunidas defienden la necesidad de intervenir en la sociedad a través de la palabra, pero cuestionan dicha figura.
Totalmente. Ellas saben perfectamente que, si bien no se las ha denostado, no se las ha tenido tan en cuenta por el hecho mujer como sí se ha tenido en cuenta a colegas masculinos, a los que se les cuelga la etiqueta de intelectual por el mero hecho de ser hombre. Si eres mujer, por el contrario, te la tienes que ganar. Y algunas de estas 31 mujeres, hoy en día, siguen sin haber conseguido que se las considere intelectuales. Yo huyo de las etiquetas, pero lo cierto es que cualquiera de ellas o, como mínimo, mujeres como Margaret Atwood, Edna O’Brien o Ida Vitale agrandan muchísimo la definición de intelectual y le dan una vuelta de tuerca. La despojan de esa masculinidad que se asocia siempre al intelectual. ¿Cómo definir a Camille Paglia sino como una intelectual? Recuerdo perfectamente la entrevista con ella: daba un titular tras otro, yo no había conversado nunca con alguien tan capaz de construir discurso tan sólido en tan solo una hora hablando de tantísimas cosas, independientemente de cuales sean sus opiniones. Porque quiero dejar claro que yo no suscribo necesariamente las opiniones de mis entrevistadas. De hecho, siempre planteo las entrevistas como conversaciones; yo no interpelo, sino que repregunto.
Lo que pasa es que muchas veces se “acusa” al entrevistador de las opiniones del entrevistado.
Totalmente. Una de las cosas que más me llama la atención es que, normalmente, cuando me felicitan por una entrevista es porque gustan las opiniones del entrevistado. Si, por el contrario, no gustan sus opiniones, ya no te suelen felicitar. Esto tiene mucho que ver con las redes sociales y con eso que comentábamos al inicio: o estás conmigo o estás contra mí.
Entre las autoras encontramos algunas a las que podríamos definir como “literarias” y otras que son más comerciales, como es el caso de Julia Navarro, que se lamenta del prejuicio contra los libros más vendidos. ¿Crees que este prejuicio es todavía mayor debido a que, en España, las mujeres son las principales superventas?
Este prejuicio existe, pero ¿quién no quiere vender? Yo me pregunto qué escritor publica para que nadie lo lea y, por extensión, para que nadie lo compre. Todo escritor quiere vivir de su literatura y, para ello, necesita vender. No nos rasguemos más las vestiduras por el término best seller. ¿Qué tiene de malo? Simplemente describe a un libro que se vende. Ojalá cada uno de los libros que se publican en este país se vendiera. Creo que es hora de dejar atrás este prejuicio elitista que nos ha llevado a algo tan absurdo como hablar de la “literatura literaria”. Y, quizás, este prejuicio esté todavía más arraigado por el hecho de que sean precisamente mujeres las autoras que más ventas tienen.
Edna O’Brien hace hincapié en que “es de calidad de lo que tenemos que hablar, no de publicar el libro”.
Existe un debate al respecto de lo que comentábamos y es muy sano. Una cosa no quita la otra. Edna O’Brien sostiene que la literatura es un animal moribundo. Y con esto lo que quiere decir es que, al final, lo único que importa es el contenido. Por tanto, qué más da el número de ventas o el sexo de su autor. No recuerdo quien, pero alguien me comentaba que no estaría de más ver qué pasaría si se diera a un crítico o a un lector un libro tachando la identidad de su autor. ¿Qué pasaría? Siri Hustvedt cuenta que, al principio, como su nombre se prestaba al engaño, cuando enviaba sus artículos, las respuestas eran siempre mucho más positivas si consideraban que detrás de Siri había un hombre y no una mujer.
Recordemos los rechazos que tuvo J. K. Rowling por ser mujer.
Es terrible que esto todavía suceda como es terrible que todavía hoy haya alguien que pueda tachar a Siri Hustvedt de “mujer de Paul Auster”. Pienso en Nicole Krauss, que, hasta que no se separó se Jonathan Safran Foer, fue la “mujer de…”. Quizás ha llegado el momento que se hable de “los maridos de…” y no viceversa. De hecho, Paul Auster ha dicho más de una vez que la intelectual de la familia es Siri Hustvedt.
Y, sin embargo, cuando recibió el Princesa de Asturias, algún periódico volvió a tachar a Hustvedt de “mujer de…”.
Terrible. En esos días yo estaba en Oviedo con ella y creo recordar que, en un periódico, no recuerdo cuál, se leía en un pie de foto: “la mujer de Paul Auster”. Ojalá libros como este sirvan para cambiar las cosas.
Tu libro subraya el reconocimiento tardío que han recibido algunas escritoras, como Ida Vitale o Margaret Atwood, cuyo éxito le ha llegado solo ahora a pesar de toda su trayectoria.
La entrevista con Ida Vitale la hice, aproximadamente, un mes antes de que le concedieran el Premio Cervantes. Hablé con ella cuando le dieron el FIL y lo primero que le dije es que me provocaba tristeza que le hubieran premiado con el FIL, pero todavía no con el Cervantes. “El Cervantes, ¡eso ni soñarlo!”, me contestó y no es de extrañar, pues, ¿cuántas escritoras tiene el Premio Cervantes? Muy pocas. Por lo que se refiere a Margaret Atwood, la fama le ha llegado a los ochenta años, si bien, como digo en el perfil previo a la entrevista, tiene un carrerón a sus espaldas. Me pregunto cuántos escritores hombres tiene una carrera equivalente a la de Atwood. Sin embargo, ha sido un éxito televisivo el que la ha convertido en una estrella. Pero, oye, me alegro de que por lo menos haya sido así. Ella ahora es una estrella y lo está disfrutando.
Otro de los temas presentes en el libro es el de la relación de las escritoras con la tradición literaria, sobre todo en el caso de las escritoras latinoamericanas y el Boom.
Es cierto, el tema está presente, pero creo que las escritoras latinoamericanas más jóvenes han conseguido liberarse del peso del Boom. Creo recordar, de hecho, que Margarita García Robayo comenta que le parece muy loco que el realismo mágico siga teniendo tanto peso en el mundo. Ellas han sabido afortunadamente liberarse de esta mochila que era muy pesada y, partiendo de una tradición más o menos común, han creado un universo paralelo que bebe de García Márquez, de Carlos Fuentes, de Vargas Llosa… pero sin depender de todos ellos. De hecho, sin denostar el boom latinoamericano, las escritoras de hoy han sido lo suficientemente buenas para liberarse de todas esas ataduras y ensanchar ese universo literario para crear uno propio.
Además, no sé si estarás de acuerdo, actualmente, en las letras latinoamericanas, las escritoras han tomado la delantera.
Sin lugar a duda. Basta ver las últimas nominaciones del Man Booker, tanto la long list como la short list, o el éxito de Samanta Schweblin, con esa literatura tan particular que ella hace, fantástica y, a la vez, muy terrenal. Ahora mismo, las escritoras latinoamericanas les han tomado la delantera a sus colegas hombres y están diciendo mucho más que ellos. Ojalá pasara lo mismo en España.