Desde hace unos años, la mayoría de nosotros somos conscientes de las irreversibles consecuencias de la emergencia climática; subidas de temperaturas, sequías, aumento del nivel del mar, aumento de la pobreza y el hambre, etc. Sin embargo, y esta es la gran paradoja, no hay un gran movimiento coordinado para luchar en su contra. No es el centro de las agendas políticas, muchas grandes empresas siguen aplicando políticas de greenwashing en lugar de optar por acciones reales y, finalmente, a nivel individual también muchos de nosotros nos encontramos paralizados. Algunos porque no saben por dónde empezar, otros porque piensan que ya es tarde, y en definitiva ninguno actúa.
Andreu Escrivà, licenciado en Ciencias Ambientales, máster en Conservación de Ecosistemas y doctor en Biodiversidad, tras dar charlas sobre el tema y compartir pensamientos con conocidos, notó que muchas personas no actuaban porque no sabían qué pasos seguir. Así que, para ellos, escribió Y ahora yo qué hago. Cómo evitar la culpa climática y pasar a la acción (Capitán Swing), un ensayo en el que habla de tú a tú al lector, sin fórmulas complicadas o gráficas ya vistas, y de una forma tan cercana y honesta que comparte también sus dudas y su ecoansiedad, para que podamos transitar juntos los pasos seguir.
Así, a bocajarro, ¿qué debemos hacer para combatir el cambio climático?
Hay una climatóloga de EEUU, Katharine Hayhoe, que se mete en grupos de gente muy religiosa para convencerles de que hagan cosas sobre cambio climático. Lo primero que les dice es que la acción más transformadora es hablar de él. Eso lo he recogido en el libro. Si nos estamos quejando de que no aparece en las agendas políticas, en las preocupaciones empresariales, etc, pues empecemos a hablar de ello. Incluso con humor.
También hay que llevar a cabo cambios radicales. Una vida más ecológica no está hecha de productos ecológicos, sino de menos productos. Creo que la clave está en consumir menos e intentar hacerlo durar lo máximo. Esto no es una apología de una vida ascética, pero creo que en el ámbito ecológico nos hemos centrado mucho en la ‘R’ de reciclar, y creo que nos tenemos que fijar más en la ‘R’ de reducir o rechazar. Y luego no desperdiciar y hacer que las cosas duren lo máximo posible. Creo que en el libro soy muy práctico con esto y por ello no pongo cifras de ahorro de CO2. Me parece que sería contraproducente.
Y tener tiempo.
Sí. Lo que tenemos que luchar es por tener tiempo. Lo pongo en el libro, ya que gran parte de todas las acciones que tienen que ver con el cambio climático tienen que ver con que no tenemos tiempo. La emergencia climática exige más lentitud. Por ejemplo con los vuelos: se puede ir perfectamente a muchas ciudades europeas en tren, pero la gente no tiene tiempo.
Una de las razones para no saber muchas veces qué hacer frente al cambio climático es que no se ha sabido informar sobre él. Hemos creído que con reciclar y no gastar mucha luz y agua ya aportábamos nuestro granito de arena, pero no es así.
Yo tampoco quiero culpabilizar a los divulgadores. Si acaso tenemos que ser sinceros con nosotros mismos y ver que hemos tardado más en reaccionar de lo que hubiéramos querido. Pero sí que es verdad que se entendía mal la magnitud de la crisis climática y que, ante la dificultad de transmitir ciertos mensajes, era mejor empezar por cosas pequeñas. Además, las administraciones, en la inmensa mayoría de las veces, no han tenido ningún interés de abordar un cambio colectivo, por lo que se tenían que fijar en puntos cosméticos que nos hicieran sentir bien.
Hay que apuntar también que el contexto de esta comunicación ha sido el de la revolución conservadora de los años 80 en la que se ensalzaba la libertad individual. Por ello, se ha fijado mucho esta divulgación en datos individuales, en hacerlo bien. Así, cuando te crees que eres un buen ciudadano verde, lo que se consigue es desincentivar que reclames otro tipo de cambios colectivos, lo cual es muy negativo.
A nivel divulgativo, hay una hipótesis que plantea que nosotros actuaremos de forma correcta una vez veamos los datos claros. Esto no ha pasado así. No ha funcionado ni la estrategia de informar, ni la ambición de explicarlo. Hay que saber reconocer los fallos y creo que ahora hay un cambio de actitud y de enfoque.
También ha habido mucha presión por parte de empresas para que no se dieran determinadas informaciones. Hemos insistido en actuaciones muy poco transformadoras. Por ejemplo, hace unos años se hablaba poco de alimentación y, ahora, en el último año, muchas cadenas han sacado comida vegetariana. No me parece una buena idea, pero sí que te indica el caldo de cultivo que estamos creando.
Hemos tenido que asumir que no hay un canal único, que hay muchas opciones desde las que abordar el cambio climático.
El filósofo Santiago Beruete, por ejemplo, dice que hay que crear otras narrativas más allá de datos y cifras para conseguir despertar ese amor por la naturaleza que luego nos haga querer actuar frente al cambio climático.
Yo soy partidario de esto: lo que funcione. En el ecologismo siempre hemos dicho que para querer preservar algo, tienes que conocerlo. Gran parte del ecologismo clásico ha seguido la línea de mostrarlo para poder conservarlo luego. Aunque creo que es muy difícil que llegue a todo el mundo.
Me explico: a mí la vida me fascina. Estamos en el único sitio del sistema solar que parece que tiene vida. Yo sí que tengo una conciencia de que la vida es algo único y singular, que deberíamos querer todos conservar. Esto queda muy bien contado, pero en la realidad, por ejemplo en las ciudades, hay una tremenda desconexión con la naturaleza. Creo que deberíamos recuperar ese asombro por cualquier bicho, árbol. Puede sonar muy naif, pero hay que intentarlo.
Este discurso puede mover a muchas personas, pero habrá otras personas que no. Por ello hay que intentar abrir todos los frentes posibles. Y creo que en positivo, como decías. Huir de la destrucción y cambiar las narrativas. Y acercar la narrativa ecologista y que la gente vea que el cambio climático lo tiene debajo de su casa.
Otro punto importante sobre el cambio climático que tratas en el libro es el del sistema en el que vivimos. Un sistema que busca crecer y producir cada vez más, no puede ir acompañado de un cambio ecológico.
Esto es tan simple como terrorífico: el sistema en el que vivimos es insostenible. No lo podemos mantener en el tiempo, porque si no el planeta colapsa. La banalización del concepto de sostenibilidad ha influido muy llamativamente en esta concepción. Por ejemplo, con los coches sostenibles —a los que llamo sostenibles de forma irónica y con muchas comillas— hay coches que se venden como sostenibles, pero lo que implica sencillamente es que contaminan un poco menos.
La insostenibilidad del sistema debe someterse a un cambio profundo. A día de hoy la economía mundial funciona como si no hubiera límites materiales. Como si se pudieran crear miles de millones de baterías, como si tuviésemos fósforo y azufre infinitos… Ya no es una cuestión sólo de elementos tecnológicos, sino de todo. El crecimiento continuo es, por definición, insostenible. También lo es cambiar de móvil cada tres o cuatro años, comprar toda la ropa que queremos, viajar constantemente… es un sin sentido. Hay que desligar la concepción del crecimiento de la de progreso, lo que es un giro brutal. Puedes seguir creciendo en otras muchas cosas como en tiempo, en cuidados… si seguimos así, nos caeremos por un precipicio.
Me ha parecido muy clarificador el ejemplo que usas en el libro de las botellas de agua sostenibles: si compro muchas, salvaré el mundo.
Aquella botella decía “este envase es bueno para el planeta”. Si eso fuera verdad, la solución sería comprar miles y miles de esos envases. Por eso me gusta mucho la reducción al absurdo. Hemos desvirtuado demasiado el término. En realidad significa que tiene menos impacto que otros, pero tiene impacto. Este vaciado de significado ha conseguido confundir muchísimo a la gente. Si tú vas con un coche híbrido, compras cosas eco, aunque vengan de México, bebes un zumo que salva el mundo y reciclas, tú estás ayudando al mundo. Pero es totalmente al contrario. Me gusta que lo hayas cogido porque no sabía si iba a quedar como una frikada el ejemplo.
Aunque la respuesta sea sí… ¿todavía estamos a tiempo?
Sí. Estamos a tiempo si entendemos lo que es estar a tiempo. Estamos a tiempo de ralentizar el cambio climático y tener capacidad de adaptarnos. Se ha presentado en España un plan de adaptación al cambio climático, que es algo que yo celebro. La mitigación de emisiones de CO2 es muy importante, pero también el prepararnos. Si ahora el verano dura cinco semanas más que desde principios de los 80, si se están perdiendo los glaciares, si están cambiando los ciclos de los frutos y sus propiedades, tenemos que ser capaces de adaptarnos.
Por ello, tenemos que retrasarlo hasta que la adaptación sea exitosa y justa. No vale que los súper ricos se puedan comprar un terreno y vivir bien ellos. Necesitamos una adaptación que sea justa y reduzca desigualdades. No vamos a conseguir es una reversión de las temperaturas en este siglo, pero hay que intentar subir lo menos posible. No es lo mismo una subida del nivel del mar de tres metros en trescientos años, que en treinta años. El mismo razonamiento aplica a las subidas de temperatura, las sequías, las olas de calor… esto además evitaría mucho sufrimiento.
Por ello, puntualizas en el libro que el Acuerdo de París no se trata de ganar o perder, sino de conseguir reducir al máximo, de llegar lo más tarde posible. Esto es algo que nos tiene que quedar claro.
Exacto. Sobre todo porque si te dicen que no puedes ganar, para qué hacer algo. No es una cuestión binaria. En el mejor de los casos, imagina que en el 2030 hay una descarbonización brutal, igualmente habrá que ver qué pasa con la pérdida de ecosistemas, con la escasez de materiales. No vamos a ganar nunca, de la misma forma que no vamos a perder nunca. A no ser que lo demos todo por perdido.
En este sentido, el reloj climático que han puesto en Manhattan no es una buena idea. Cuando esa cuenta regresiva llegue a cero, todo seguirá igual a siete años antes. Es muy difícil a nivel comunicativo recalcar la importancia de no subir más de dos grados, y a la vez comunicar que no hay que dar por perdido nada si nos pasamos, que si eso ocurre, hay que pasarse lo mínimo. Ahí es donde viene lo de ganar y perder: hemos perdido si abandonamos.
Por esto siempre repites constantemente en el libro la palabra ahora y conjugas el verbo actuar en presente.
Hay mucha gente que percibe que el cambio climático es algo que sucederá en el futuro y no un proceso que ha empezado ya en el pasado, y del que estamos viviendo ya sus consecuencias. Ya estamos en ese futuro. Por ello no podemos demorarlo más, no podemos dejarlo para el último momento. El año 2030 es crucial y nos sirve para orientarnos, pero el tiempo que tenemos para actuar es siempre ahora.