Juan Sanguino: «La fama tiene ahora muchísima importancia, pero es un valor vacío»
Conversamos con el autor de ‘Cómo hemos cambiado. La transformación de España a través de la cultura pop’, un entretenidísimo compendio de los grandes hitos de la cultura pop contemporánea
No es un secreto que, durante bastantes años, la cultura pop (tan comercial ella) estuvo tremendamente denostada. Aunque comenta Juan Sanguino que ahora, por fin, España se la toma tan en serio como los anglosajones llevaban décadas haciendo. «Tomarse la cultura pop en serio significa analizarla como un tapiz sobre el cual proyectar nuestras ansiedades, nuestro aprendizaje y nuestros triunfos o fracasos como individuos y como sociedad. Y paralelamente utilizarla para explicar nuestra identidad, dar sentido a cosas que no lo tienen y echar raíces como comunidad», expone el periodista en su último libro, Cómo hemos cambiado. La transformación de España a través de la cultura pop (Península), un entretenidísimo compendio de los grandes hitos de la cultura pop contemporánea.
No cabe duda de que Sanguino es una voz autorizada en la mencionada materia —que para algo lleva años (entreteniendo al personal) escribiendo con humor y meticulosidad sobre cultura popular en diversos medios de comunicación—. «Siempre me he sentido muy atraído por la hiperrealidad y por todo lo que fuese la evasión, ya que la vida real me parecía mucho más aburrida y gris que cualquier cosa que pasara en televisión», comenta vía entrevista telefónica.
«De pequeño me fascinaba la televisión, pero ya en la adolescencia vi que mi interés por la cultura popular (aunque yo no la denominara así entonces) era mayor que el de mis compañeros de clase. Me obsesionaba especialmente leer sobre ello. Leer cómo se habían hecho las cosas, lo que significaban y qué querían decir sus autores con ellas. Desde un videoclip de Madonna hasta una película de Santiago Segura. Cuando ya de mayor he acabado profesionalizando ese interés, he descubierto que esa atracción por los acontecimientos siempre ha estado ahí».
Abres tu último libro analizando el impacto cultural de David Beckham y el nacimiento de la metrosexualidad. ¿Por qué guardan tanta relación esta estrella hecha a sí misma y lo que algunos conocen como la era de la cosificación masculina?
Porque David Beckham tenía una personalidad (o una ausencia de personalidad) adecuada para ser ese icono que la metrosexualidad necesitaba. La metrosexualidad vino fraguándose desde mediados de los noventa, porque las industrias, y no solo las cosméticas, se dieron cuenta de que el hombre podía ser un consumidor tan ávido como la mujer. Necesitaban hacer sentir a los hombres inseguros y, por otro lado, hacerles sentir vanidosos. Beckham era un hombre que provocaba muchísima envidia, puesto que era un triunfador, en todos los sentidos en los que un hombre podía serlo a finales de los noventa. Tenía belleza, dinero, una mujer espectacular, unos hijos estupendos, era un ídolo del deporte (lo que hacía que su virilidad estuviera fuera de toda duda) y, sobre todo, era un hombre muy humilde.
El suyo era el relato de un chaval de barrio que llegó a la gloria gracias a su esfuerzo físico. Él generaba esa inseguridad de ‘yo nunca voy a ser como Beckham’, por un lado, y el deseo y la aspiración de querer ser como él, por otro. Para crear a este ídolo de la metrosexualidad era necesario construir un personaje, y el personaje de Beckham era un lienzo en blanco en el que cualquiera podía proyectar sus aspiraciones y deseos. Su figura funcionaba muy bien porque podía atraer, literalmente, a cualquier hombre.
Hablando de mitos eróticos, le has dado un repaso al día que a Sabrina se le salió un pezón en la televisión pública y muchos espectadores de nuestro país pusieron el grito en el cielo por aquello. ¿De qué forma crees que este episodio obligó a los españoles a enfrentarse a su propia mojigatería?
Aquel percance con el pecho de Sabrina fue una especie de despertar sexual colectivo en una España que era todavía bastante pacata en la sexualidad (que en la era del destape siempre había sido una corriente cinematográfica de comedia). La clase política habló sobre el tema de Sabrina, y los columnistas más importantes del momento escribieron sobre ella (en términos más o menos machistas). Fue un momento en el que se habló sobre sexo y tetas, sobre la reacción de la gente, y sobre si era importante o no. El hecho de que España superase ese pudor (de casi de domingo de misa) hizo que el país se sintiese más a gusto y más cómodo con la sexualidad. Luego ya esto se fue de las manos, porque cuando llegó Telecinco recuerdo que tenía una programación basada en las tetas… Se perdió un poco la emoción.
Me ha gustado especialmente tu análisis del abuso sexual colectivo que el público perpetró en su día sobre Britney Spears. ¿Qué lecciones deberíamos extraer de la caída a los infiernos de la cantante?
Lo que creo que deberíamos aprender, sobre todo, es a depurar responsabilidades. Al final, hay una mentalidad por parte del público de ‘si a mi me lo ofrecen, es lícito consumirlo’. Deberíamos plantearnos quién es responsable de que Britney Spears saliese a los dieciséis años sexualizándose vestida de colegiala, sugiriendo además un mito (el de la Lolita) que en el año 1998 debería estar ya más que superado: la adolescente cachonda, sexualmente disponible, que pronunciaba las ‘l’ como si no le cupiera la lengua en la boca. El público no se planteó lo joven que era Britney cuando hizo el videoclip de Baby, one more time. La gente lo consumió porque se lo estaban dando, y cuando al público le das algo, no se plantea si eso está bien o está mal. Ellos piensan ‘bueno, si ella se ha puesto ahí a bailar, pues allá ella’, sin tener en cuenta qué responsabilidades hay que depurar en ese proceso, o a quién se le ha ocurrido eso. Ella iba diciendo que había sido idea suya lo de subirse la camisa y ponerse las coletitas pero, ¿realmente fue idea suya, o hubo un ejecutivo que le sugirió la idea y luego ella pensó que se le había ocurrido a ella? ¿Hasta qué punto una chica de dieciséis años puede tomar ese tipo de decisiones para sexualizarse a sí misma? ¿Qué hombres de cincuenta años están tomando las decisiones por esa niña? Porque aquí no estamos hablando ya solo de la caída a los infiernos de Britney, de la cual todos somos responsables y todos nos sentimos tan culpables que ahora tratamos de protegerla a toda costa. Aquí hablamos también de las consecuencias socioculturales que tiene todo eso, los estereotipos que perpetúa, la erotización de las niñas, etc.
Sin lugar a dudas. Pero bueno, como no solo de iconos sexuales vive el lector, también hay espacio en tu libro para el debate sobre los límites del morbo y la gestión mediática de la tragedia. ¿Qué es lo que más te llamó la atención de la frívola cobertura mediática del crimen de Alcàsser?
La cobertura que tuvo ese crimen fue descontrolada por desconocimiento. Era la primera vez que un suceso tenía este tipo de repercusión en los años noventa. El de Alcàsser fue el primer gran crimen donde ya contábamos con televisiones privadas como T5 o Antena 3, televisiones no reguladas cuyo objetivo era el de obtener audiencia. Aquel descontrol mediático, no tanto inmoral como amoral (en el sentido de que parecía que no había ningún tipo de consecuencias en lo que se estaba haciendo), fue un problema de torpeza, de no saber cuándo parar. Paco Lobatón y Nieves Herrero se han disculpado muchas veces por la cobertura que hicieron del caso Alcàsser, hasta el punto de meterse en la casa de los familiares o de secuestrar a los familiares para que dieran la exclusiva en el programa después del descubrimiento del cadáver de las niñas. Hoy en día esto sería impensable, porque ahora sí que hay un sentido del decoro y de lo que es moral o inmoral.
Un tributo a la cultura pop de principios de los 2000 como este no podía ignorar el impacto que el descubrimiento del Messenger tuvo en las vidas de los millennials. ¿Es cierto que cuando MSN llegó a la tuya se convirtió en el centro de tu existencia?
La llegada de Internet, lamentablemente, fue como una extensión del mundo que ya existía. Internet no cambió el mundo, ni inventó un mundo nuevo de la noche a la mañana. Cuando llegaron el MSN y los chats de Terra, la gente se planteó estas nuevas herramientas con la mentalidad de los noventa, una mentalidad analógica. Pensaban ‘bueno, voy a charlar con esta persona porque me parece interesante’, del mismo modo que charlaría con esta persona en una cafetería. Al final, los chats eran como cafeterías virtuales. Los chavales jóvenes de ahora han nacido en un mundo con Internet y su mentalidad es completamente digital. Cuando tú, por primera vez, te abres el MSN piensas ‘por primera vez en mi vida, tengo una oportunidad para ponerme una foto en la que salga más favorecido y un nick que diga algo sobre mí’. Antes del MSN, nadie había tenido que elegir una foto para que la vieran cientos de personas, muchos de ellos desconocidos y anónimos. Lo que estábamos haciendo ahí era empezar a construir nuestra identidad virtual, esto es, una versión de ti mismo que querías mostrarle al mundo.
También has reflexionado sobre la cultura de la celebridad y cómo la fama ha pasado de ser una consecuencia del arte a un valor artístico en sí mismo. ¿Quién dirías que es nuestra Kim Kardashian particular?
La fama, ahora mismo, tiene muchísima importancia, pero es un valor vacío. No es un valor material. Hay gente que puede monetizarla y convertirla en su profesión, pero siguen siendo una minoría. Al final, la fama no deja de ser una aspiración que tiene muchísima gente para sentirse especial. Hay muchas formas de sentirse especial. Tú puedes sentirte especial a través de tu trabajo, de tu familia, de tu pareja o de tus decisiones. Eso requiere mucho más trabajo y la participación de otras personas. Poner esa responsabilidad en esa pareja o en unos amigos es muy farragoso, porque puedes fallar en cualquier momento. Sin embargo, poner esa responsabilidad de sentirte especial en tu repercusión en Instagram es mucho más fácil, porque solo depende de ti. Solo necesitas una cámara, un espejo y mucha paciencia. El equivalente más directo de Kim Kardashian en España, inevitablemente, es Belén Esteban. Aunque no tengan nada que ver, en su repercusión mediática hay muchos paralelismos.
Eres de los que piensan que películas como El señor de los anillos o Harry Potter contribuyeron a la integración de los frikis en la sociedad. ¿Qué peso ha tenido la cultura friki en tu propia vida?
La verdad es que muy poco. Yo nunca he dejado de ver la cultura friki del mismo modo. A pesar de que la sociedad ha cambiado su parecer respecto de la cultura friki, yo no lo he cambiado. A mí me parecía curiosa, entretenida y con mucho potencial cuando tenía quince años, y me sigue pareciendo curiosa, entretenida y con mucho potencial a los treinta y cinco. Por eso me frustra que las películas de Marvel, en mi opinión, casi nunca aprovechen todo ese potencial que tiene el universo de la fantasía y la ciencia ficción.
Comentas en el libro que, en algún momento de los años noventa, las letras de las canciones pop se volvieron tan básicas como sus oyentes. «La Oreja de Van Gogh es la adaptación musical de hipotecar tu casa para comprarte una segunda residencia», señalas. ¿Fuiste de los pocos que nunca se compraron El viaje de Copperpot?
La verdad es que no me lo compré porque tenía la cinta grabada. Era pobre como una rata y no me podía permitir comprar muchos cedés. Pero luego ya el siguiente sí que me compré. Las canciones de La Oreja de Van Gogh son la banda sonora de la adolescencia de toda una generación.
¿Te veremos analizando algún día la cultura pop de los próximos años, o has salido empachado ya del temita?
Cuando escribí mi anterior libro, acabé muy cansado por la entrega y la energía que implica escribir un libro. Cada vez que escribo un artículo siempre creo que la gente va a decir ‘¿quién es este tío para opinar sobre esto?’. Nunca me veo a mí mismo como una referencia o como un prescriptor de opinión, y me da muchísimo pudor. Siempre trato de enriquecer los textos con la mayor cantidad de referencias posibles, para que no parezca que estoy simplemente diciendo lo primero que se me pasa por la cabeza. Para mí, escribir un libro es algo importante. A mi madre le dan exactamente igual los artículos que yo publique en Internet, pero los libros tienen esta cosa de que van a ‘sobrevivirnos’ y que son un producto material que yo puedo regalarle a alguien o compartir con alguien. Sé que esta es una visión romántica, pero no la puedo evitar.
Probablemente, acabaré escribiendo un tercer libro, pero sí que me gustaría hacer algo muy distinto. Me gustaría hacer un ensayo. Querría que fuera un libro centrado en un solo artista, y hacerlo acompañado por el artista, no hacerlo yo por mi cuenta. Tenemos biografías de gente como Concha Velasco, Sara Montiel o Lola Herrera, grandes artistas de nuestro país, pero estamos perdiendo artistas cuya historia no ha sido contada en condiciones.