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Andrés Ibáñez: «Escribir es hacer aquello que creo que es imposible»

Seis años después de ‘Brilla, mar del Edén’, Ibáñez nos sorprende con ‘Nunca preguntes su nombre a un pájaro’, una “novela de terror americana” en la que reinterpreta el motivo fáustico

Andrés Ibáñez: «Escribir es hacer aquello que creo que es imposible»

La pasión de la creación | Leonid Pasternak

Al escuchar el nombre de Andrés Ibáñez es imposible no pensar de inmediato en Brilla, mar del Edén, seguramente una de las novelas más ambiciosas y apabullantes de los últimos años y que ganó el Premio Nacional de Narrativa. Seis años después de aquella obra y tras haber publicado otras dos novelas, Ibáñez nos sorprende con Nunca preguntes su nombre a un pájaro (ed. Galaxia Gutenberg), una “novela de terror americana”, en palabras del autor, en la que a partir de la figura del escritor Horst reinterpreta el motivo fáustico para narrar la historia de un autor dispuesto a todo para conseguir la gloria literaria.

Nunca preguntes su nombre a un pájaro actualiza el mito fáustico vinculado al artista que quiere conseguir la gloria.

Es muy distinto el libro a lo largo de su proceso de escritura que una vez que ya se ha concluido, cuando se pueden ver en él algunos elementos y referencias de forma extremadamente clara, pero que el escritor nunca pensó en incorporar. Y, en efecto, cuando yo estaba escribiendo Nunca preguntes su nombre a un pájaro, no pensaba para nada en el mito fáustico ni en Thomas Mann, aunque es cierto que en el libro mi protagonista realiza un pacto con el diablo.

Y plantea, por tanto, la pregunta sobre los límites: ¿hasta dónde se puede llegar para conseguir la gloria literaria?

La cuestión de los límites es, sin duda, central en la novela. A través de Horst, el protagonista, lo que observamos es que cuando pactas con el diablo, por seguir con la terminología fáustica, lo que estás haciendo es renunciar a ti mismo, es traicionarte y traicionar lo que tú eres y en lo que crees con tal de conseguir algo. En el caso de Horst, lo que busca es la gloria literaria y, de esta búsqueda, surge precisamente la pregunta sobre los límites, sobre hasta dónde se está dispuesto a llegar para alcanzar un determinado objetivo. Yo diría que, por lo general, no conocemos nuestros límites o que, por lo menos, solamente los llegamos a conocer en determinados momentos de crisis en los que nos vemos forzados a hacer cosas que nunca habríamos pensado que haríamos. Lo que le pasa a Horst es que se ve forzado a tener un encuentro consigo mismo en el que descubre que no es esa persona maravillosa y noble que creía ser.

Andrés Ibáñez: “Escribir es hacer aquello que creo que es imposible” 1
Foto vía Galaxia Gutenberg.

La pregunta sobre los límites obliga también a interrogarse sobre qué se entiende por éxito o gloria literaria: ¿grandes ventas, premios, reconocimiento crítico…?

Este es un tema muy complicado, puesto que está rodeado de un inmenso muro de hipocresía y de ideas falsas. ¿Cuántas veces se escuchan frases del tipo: “a mí no me importa el éxito” o “yo no escribo para los lectores, sino para mí mismo”? Todas estas afirmaciones son tonterías. Todas las personas, escritores incluidos, buscan el éxito y el reconocimiento por lo que hacen. Es normal. Si un actor, tras una obra, es abucheado sobre el escenario, no puede decir que le da igual, no puede decir que ama tanto el teatro que le es indiferente si le gritan, le abuchean o le aplaudan. He hablado sobre la cuestión del éxito con mucha gente y me he dado cuenta de que son muchos quienes reniegan de él, pero en mi opinión el éxito y el reconocimiento son necesarios, forman parte del proceso creativo. Sin éxito no se puede crear y prueba de ello es que, normalmente, un escritor que tras dos o tres novelas no lo alcanza deja de escribir. Otra cosa es qué entendemos por éxito. Yo diría, ante todo, que es reconocimiento crítico. En segundo lugar, es tener lectores. En tercer lugar y no menos importante, el éxito es ganar dinero. Lo que sucede es que en España la situación económica de los escritores es tremenda y, además, lo increíble es que se considera una locura que un escritor quiera ganar dinero con lo que escribe. Un panadero que abre una panadería pretende, lógicamente, ganar dinero con su pan. ¿Por qué un señor que escribe novelas no debe pretender ganar dinero con ellas? Pues, en España se considera una locura tal pretensión.

Lo cierto es que muy pocos viven solamente de la escritura de sus libros.

Casi todos necesitan los llamados bolos: prólogos, colaboraciones, mesas redondas, conferencias… Todo esto forma parte de la vida del escritor en España. Sin embargo, piensa en esos escritores americanos que no dan entrevistas, que viven apartados, que no quieren saber nada de la prensa…. Aquí esto sería impensable, nadie les publicaría ni un solo libro, serían unos auténticos desgraciados.

Casi nadie tiene la suerte de Pynchon: ser anónimo y vender un millón de ejemplares.

Lo cierto es que la vida pública de un escritor, con todas esas invitaciones, viajes, trenes, es agotador y puede llegar a ser, incluso, desesperante. Esa idea de poder tener tu vida al margen de todo y que, a pesar de ello, tus libros funcionen y encuentren lectores es totalmente comprensible. También es cierto que hay autores que disfrutan y mucho con la promoción, pero no es lo más habitual. Cărtărescu tiene un libro en el que precisamente habla de todo lo que significa la promoción, de esos largos viajes de un sitio a otro, de esas invitaciones a cenas en las que te tiras hasta las 5 de la mañana bebiendo, si bien a ti no te apetece para nada. Todo esto termina por agotar a más de uno y lleva a que un autor como Murakami diga que el éxito es lo peor. No digo que los bolos no puedan resultar insufribles, pero creo que no tener éxito es mucho peor que tenerlo.

Normalmente quien se queja del éxito es alguien que lo tiene.

Siempre, casi siempre.

Otros de los temas de la novela es el bloqueo del escritor ante la página en blanco, un tema recurrente en la literatura, quizás ¿por qué es uno de los grandes temores de todo autor?

No sé qué decirte. No había pensado en Horst como en un escritor bloqueado, pero quizás tengas razón. Como te comentaba antes, lo que está en el libro no necesariamente tiene que corresponder con lo que yo tenía en mente a la hora de escribirlo. Por lo que se refiere al bloqueo del escritor, no creo que exista tal cosa. Diría, incluso, que no tiene sentido hablar del bloqueo ante la página en blanco. Por lo general, un escritor desea escribir todos los días y es lo que hace. Otra cosa es que, muchas veces, lo que estás escribiendo no funciona o no termina de cuajar. Pero si tienes esa sensación de mirar la página en blanco y no saber qué hacer, lo mejor que puedes hacer es dejar de escribir. Tengo amigos que me dicen que necesitan disciplina para escribir y yo no lo entiendo. Si tienes que obligarte a escribir, casi mejor que no escribas. Escribir es lo peor. Es una droga que necesitas compulsivamente. Y si no lo necesitas, mejor que mejor. Volviendo a la novela, lo que le pasa a Horst es que se ha perdido, no sabe qué hacer en la vida, no sabe quién es, no sabe sobre lo que escribir… Ha perdido el rumbo, tanto en su vida como en su obra.

Al final, como se dice en un momento, la escritura se convierte en una forma de huir de la vida.

Esta idea se ha repetido tantas veces en literatura que he de reconocer que, mientras escribía sobre ella, pensaba que no estaba diciendo nada de original. Sin embargo, quería escribir sobre ella, porque es una idea que me gusta, porque creo que, en el fondo, la escritura es eso: escribo, porque no puedo vivir, porque tengo la sensación de que mi vida no es la vida que yo quisiera tener. Cuando era muy joven, veía la vida que tenían los otros y pensaba que esa sí que era una vida real y no la mía, pues le sucedían cosas, tenían experiencias… Sin embargo, yo tenía la impresión de que a mí no me pasaba nada, de que estaba como fuera de la vida, mirando a través del cristal la existencia de los demás. Con los años, uno termina dándose cuenta de que esta sensación la tiene todo el mundo, de que todos tenemos ganas de vivir y, al mismo tiempo, sentimos que en cierta manera la vida nos pasa de largo sin tocarnos. El deseo de escribir nace de aquí, responde a la necesidad de sentir que estás vivo.

Volviendo a la novela, parece hacer suya la teoría de Lovecraft según la cual el terror es la atmósfera y no tanto lo que acontece.

Claro, porque lo que se narra puede ser entendido como hechos fantásticos, pero también como la expresión de la obsesión del protagonista. En este sentido, no sabemos si suceden cosas fantásticas de verdad o si, por el contrario, todo lo que se narra es fruto de la imaginación y de la obsesión de Horst. Volviendo a tu pregunta, No preguntes nunca el nombre a un pájaro tiene efectivamente mucho de Lovecraft, un autor que me gusta mucho, a pesar de las duras críticas que ha recibido. Él sitúa la acción de sus tramas en lugares similares al que yo describo en la novela: sitios solitarios, en medio de la nada, azotados por inviernos muy duros. La zona en la que ambiento la novela me es familiar, está situada en el estado de Nueva York, cerca de Nueva Inglaterra, que es donde se sitúan muchas novelas de Lovecraft. Tiene algo de sombrío, remite a su literatura, pero también a otros autores como Stephen King o Robert Frost. Por tanto, la atmósfera y el ambiente lo son todo, sobre todo si tenemos en cuenta de que cuando hablamos de “ambiente” no nos referimos solo al paisaje, sino también a lo que uno tiene en la cabeza y proyecta.

Andrés Ibáñez: “Escribir es hacer aquello que creo que es imposible”
Imagen vía Galaxia Gutenberg.

¿Y el origen de la novela está también en ese ambiente agreste del estado de Nueva York?

En parte sí. Todo comenzó con la imagen de esta casa en medio de la montaña. Se trata de una casa real, que yo sitúo en una especie de límite o frontera más allá de la cual hay mundo que ya no es humano.

De hecho, hay pasajes que me remitieron a Twin Peaks.

No me extraña. Soy un profundo admirador de David Lynch. He visto varias veces la serie y la tercera temporada me parece totalmente genial.

En un artículo sobre Brilla, mar del Edén Eduardo Lago le compara con Nabokov y con Murakami, dos autores con los que su editor compara a Horst. ¿Las obsesiones literarias se van retroalimentando de una novela a otra?

Nabokov siempre ha sido una obsesión, aunque ya lo tengo bastante superado. Pero, sí, he de confesar que siendo joven me obsesioné tanto con él que tuve que dejar de leerlo, puesto que me influía demasiado en todo lo que escribía. Sin embargo, como te decía, ahora cada vez lo siento más lejos. Seguramente se debe a que pasan los años y su figura ya no me resulta tan cercana. Ten en cuenta de que yo recuerdo perfectamente cuando se publicó Ada o el ardor en España. Por entonces, Nabokov era un autor vivo, en activo. Ahora, sin embargo, ya no lo vemos como un contemporáneo, sino como a un autor clásico que falleció hace muchos años.

Como comenta Lago en aquel artículo y como hace poco Vicente Luis Mora me señalaba que usted no solo es un autor que no se acomoda a las tendencias imperantes, sino que cada uno de sus libros es distinto, ¿entiende cada obra como un proyecto que no debe caer en la repetición?

No es que huya de la repetición, de hecho, diría que al contrario. He intentado alguna vez la repetición y no he podido. He tenido a veces la idea de escribir una novela en dos o tres partes y he sido completamente incapaz, en parte, quizás, porque tras publicar lo que debía ser la primera parte me encontraba que no tenía ningún éxito. ¿Para qué, entonces, escribir una continuación? La sombra del pájaro lira, por ejemplo, iba a ser el primero de varios libros y, tras publicar La lluvia de los inocentes, un texto que tiene algo de autobiográfico, mi idea era continuar con esos personajes. Algo parecido sucedió con La duquesa ciervo, que escribí pensando en la posibilidad de una trilogía. Pero nada de esto cuajó. Quizás tras este cambio constante de estilos hay la idea de que, antes o después, conseguiré que algo le guste a alguien. Más allá de esto, lo cierto es que concibo cada novela como un juego y como un reto. Para mí, la escritura es un juego tremendamente divertido y difícil, tan difícil que me parece imposible llevarlo a cabo. Esto es lo que me atrae de escribir: tratar de hacer aquello que, a priori, creo que es imposible. Lo que motivó Nunca preguntes su nombre a un pájaro fue enfrentarme a la dificultad de escribir una novela de terror completamente americana. Al inicio, pensaba que sería incapaz, pues nunca había hecho algo así. Esta sensación de enfrentarte a un desafío es lo que hace cada nuevo libro sea distinto, en cuanto cada título responde a un reto nuevo.

Ahora entiendo lo que dijo con respecto a Brilla, mar del Edén: “Me he atrevido a todo, con pasajes al borde de la irresponsabilidad total”.

Bueno, No preguntes nunca su nombre a un pájaro no es tan arriesgada como Brilla, mar del Edén, donde entré en unos sitios en los que no sé si volvería entrar. Era una novela muy extensa, donde no cerré ninguna puerta, sino que, siempre que me topaba una a lo largo de la escritura, la abría y entraba. Por esto, dentro de la novela encontramos historias muy distintas, muchas de las cuales nunca habría pensado poder escribir.

Se podría decir que es una novela de novelas.

Sí, ahí puedes encontrar una novela mejicana, una novela japonesa y una americana. Recuerdo que mi agente decía que Brilla, mar del Edén era demasiado larga, que solo una de esas novelas que incorporaba era de por sí un libro. Y, quizás, esos comentarios están en el origen de Nunca preguntes su nombre a un pájaro: coger una novela que habría podido estar dentro de Brilla, mar del Edén y convertirla en una obra de por sí, es decir, trabajar solamente en construir una novela americana que funcionase independientemente, no dentro de otra.

Escribir una novela americana, japonesa o mejicana implica no solo conocer la tradición de cada uno de los países, sino trabajar las variantes lingüísticas.

En el caso de la novela mejicana, evidentemente, tuve que trabajar mucho la lengua y, en concreto, el mejicano hablado. Este no fue, sin embargo, un problema a la hora de pensar la novela japonesa, pues la literatura nipona la conocemos a través de su traducción al español. Ahí el reto fue otro, puesto que, si bien conozco bastante bien la vida y la realidad norteamericana y mejicana, Japón es un país que me resulta desconocido. Leí mucha literatura japonesa e investigué la vida y la cultura del país, traté de buscarle el tono, pero creo que, por mucho que se investigue, nunca se termina de conocer un país si no vives ahí. Por esto, la novela japonesa de Brilla, mar del Edén termina por convertirse en un homenaje a Murakami. A propósito de la imaginación, Rilke decía que no se puede inventar. Y estoy de acuerdo con esta idea: no se puede crear de la nada. Yo no podría escribir una novela sobre la Alemania de la Segunda Guerra Mundial, porque no sería verdad.

¿La imaginación tiene siempre sus pies en la realidad?

La imaginación tiene que ver con tus percepciones, con tus experiencias, con todo aquello que has vivido, que no se narrada tal y como fue, sino que se transforma en otra cosa. Piensa en Tolkien: sus experiencias en la guerra las trasformó y las trasladó a un mundo fantástico, que nadie que no hubiera vivido la guerra como Tolkien habría podido describir. Con la imaginación, puedes transformar muchas cosas, pero todas ellas tienen que estar relacionadas con tu experiencia personal, pues, de otra manera, el libro que escribirás será mentira. La mala literatura es aquella que no es verdad, que es postiza, que está hecha de clichés…Y, de hecho, lo único que no es cliché es aquello que proviene de la experiencia.

¿La experiencia es también la experiencia lectora?

Claro y, al respecto, no hay que olvidar que la lectura a su vez condiciona la manera en que ves el país. Diría que, de todas las literaturas, la que más leo y he leído es la de Norteamérica y, evidentemente, en Nunca preguntes su nombre a un pájaro no solo está Lovecraft, está Frost, Thoreau, Walt Whitman… Yo viví siete años en Estados Unidos y, a pesar de esto, no sabría decirte si la imagen que construyo de este país viene más de mi experiencia viviendo ahí o de todas las lecturas realizadas.

A propósito de escribir una novela mexicana, quien escribió seguramente una de las mejores novelas mexicanas de las últimas décadas fue un chileno a quien usted admira mucho: Roberto Bolaño.

Bolaño es un caso curioso. Vivió en Méjico la primera juventud, que es una etapa fundamental para todo ser humano, pues son los años de la educación sentimental, de los amigos, de las primeras experiencias como escritor… Después, se instaló en España. Me resulta curioso esa etiqueta que lleva Bolaño de escritor maldito. ¿Maldito por qué? ¿Por qué era chileno y tuvo que sufrir la dictadura? ¿Maldito por tener que abandonar América? Yo creo que su maldición es, en todo caso, el haberse tenido que enfrentar al hecho de ser escritor en España, donde el éxito llegó muy tarde, con sus últimas obras.

Le citaba a Bolaño, porque en relación precisamente con escribir una novela mexicana, Lago sostenía en aquel artículo que junto a él usted es uno de los pocos escritores españoles trasatlánticos, alguien que “está pendiente de lo que sucede más allá de nuestras fronteras.” Vamos, que no se encierra en la tradición española o en lo que se hace aquí.

Ante todo, diría que yo no creo que exista una tradición española. Yo creo que hay una tradición europea que se ha extendido, por una parte, a Estados Unidos y, por otra parte, a Latinoamérica. Además, creo que, si bien nos une un idioma, diría que el mundo latinoamericano es muy distinto al nuestro. Cuando pienso en la literatura que proviene de ahí, no veo reflejado lo que yo hago, puesto que diría que mi literatura tiene más que ver con lo europeo y, en todo caso, con lo norteamericano. Por lo que se refiere a ser un escritor “trasatlántico”, este es un concepto que le gusta a mucho a Eduardo y que es muy bonito, pues te describe como un escritor oceánico que viaja desde las costas de Terra Nova hasta las de Noruega. Dicho esto, como te decía, no creo que exista una tradición española y tampoco creo que, como señalabas antes, que existan tendencias o modas. ¿Qué tendencias hay? Aquí no hay modas y, últimamente, menos todavía. Aquí lo que hay es mucho desconcierto.

Bueno, podríamos decir la autoficción, la novela confesional y/o basada en las propias experiencias, la novela negra…

De entre todos estos conceptos, diría que la única tendencia clara es la novela negra. Lo que sucede es que a mí el género negro no me interesa. Puedo leer novela negra, pero no me despierta gran interés saber quién mató a quién. No me apetece mucho como escritor meterme en algo así, aunque parece ser que lo negro es lo único que realmente gusta de forma generalizada. 

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