Cesc Gay: «Hemos pasado de no concebir un divorcio, a Tinder»
Bajo un envoltorio de pilla provocación y réplica incisiva, ‘Sentimental’ esconde una reflexión profunda sobre las relaciones de pareja.
Una noche, Cesc Gay (Barcelona, 1967) encontró a su hija de cinco años atónita en el salón. Lo que hasta el momento había sido chascarrillo entre el director catalán y su mujer había tomado otro cariz con el desconcierto infantil. Una vecina alemana se desfogaba sexualmente sin tapujos, con frecuencia y la ventana abierta.
Era 2015, el autor de En la ciudad (2003), Una pistola en cada mano (2012) y Truman (2015) sumaba 15 años de carrera cinematográfica, y aquella anécdota vecinal lo animó a dar el salto a la comedia y al teatro. La obra se tituló Los vecinos de arriba y tras una entusiasta acogida en España, conquistó los escenarios de Argentina, Chile, Portugal, Colombia y México, con más de medio millón de espectadores en todo el mundo. Este 30 de octubre llega a las salas su adaptación al cine, titulada Sentimental y protagonizada por Javier Cámara, Belén Cuesta, Alberto San Juan y la actriz argentina Griselda Siciliani. Bajo un envoltorio de pilla provocación y réplica incisiva, la película esconde una reflexión profunda sobre las relaciones de pareja. El resultado es una vivencia catártica para el espectador, entre la tensión incómoda y la risa floja, que ya experimentaron los espectadores en el pasado Festival de San Sebastián, donde se presentó en la Gala RTVE.
La experiencia ha instalado a Gay en el género de la comedia de salón: el 2 de diciembre estrena su segunda incursión en las tablas, 53 diumenges, en el Teatre Romea de Barcelona. De nuevo cuatro protagonistas, en este caso Pere Arquillué, Marta Marco, Àgata Roca y Lluís Villanueva, y de nuevo un encuentro agradable que da un giro inesperado.
¿Has llegado a afrontar este, llamémosle así, problema de convivencia con tu vecina?
Nunca lo he hablado con ella. No es española, los extranjeros tienen una relación distinta con el sexo. Me da como morbo no contarle que fue el germen de mi obra de teatro. Igual lo sabe, porque está al tanto de que me dedico a esto, pero en el fondo es una anécdota: nunca ha bajado a comer con su novio ni me ha planteado ninguna orgía.
Es llamativo que estrenaras un drama como Truman, sobre un enfermo de cáncer terminal, el mismo año que esta obra. ¿Necesitabas arrojar luz a la oscuridad?
Sí, y nunca me había reído escribiendo. Cuando me empezó a pasar me di cuenta de que tenía que perderle el pudor a la comedia. No puedes escribir este género si a ti mismo no te hace gracia. Muchos directores escriben una comedia porque se lo pide un productor para que hagan una película estándar o bajo no sé qué patrón. Por suerte yo siempre he hecho lo que he querido. Abrí esa puerta y no quise cerrarla, porque pensé: “Si lo estás pasando bien, sigue”.
Has tenido que rodar la comedia en el teatro para animarte a dar el salto a este género en el cine. ¿Necesitabas una validación?
Cuando la escribí, no estaba pensando en hacer una obra de teatro, si no que una cosa me llevó a la otra. Me pareció una propuesta clásica y fácil de hacer: son cuatro actores y todo transcurre en una noche. Y en seguida me ofrecieron el teatro. Me la quitaron de las manos. A diferencia de muchas películas que he hecho, he llegado a ella desde un lugar muy irresponsable y eso me ha sentado muy bien, porque creo que la comedia nace desde un lugar más liviano.
La has creado desde la inconsciencia ¿desde dónde la diriges?
Como un sargento americano. Es la película más difícil que he hecho, porque durante cuatro semanas hemos rodado lo que se cuenta en una hora y media en tiempo real. El cine está hecho de secuencias y con ellas, el director genera elipsis con las que el espectador hace un cambio, pero aquí, terminábamos un día con el plano de un actor y continuábamos al siguiente con el contraplano. Había que mantener la fluidez y que sus movimiento dentro del piso resultaran dinámicos. Los actores se concentran, no digo que no, pero son otro mundo, así que tenía que estar con el látigo.
Me estaba contando Javier Cámara, con quien repites por cuarta vez, que trabajar contigo tiene que ver con la amistad y con un vínculo generacional.
No me doy cuenta de esas coincidencias ni las planifico así, porque no me dedico a mirar atrás. Pero es cierto que siempre he hecho películas cercanas. No he abordado tramas de psycho killers ni de zombis, que por cierto, me encantaría, pero no me salen. Me resulta más fácil trabajar desde lo masculino generacional. Arranqué con Krámpack (2000), que es una historia de chicos jóvenes, pero luego he ido ubicándome en mi lugar.
El personaje de Cámara es un músico fracasado. ¿Qué presencia tiene la música en tu vida?
Muchísima, porque es mi profesión frustrada. Toco un poco la guitarra, pero no soy el alter ego de Cámara. Me gusta mucho la música y escucho mucha. Y siempre que estoy preparando una película, le hago una banda sonora, porque eso me da pautas. En el proceso creativo uso elementos que parten de un lugar más analítico y otros, de un lugar más instintivo o inconsciente. Y ahí entra la música. Les hago listas a los actores. Sobre todo lo hice en En la ciudad. Me ayuda a definir aspectos de carácter, tonos, estados de ánimo. La música no entra por la cabeza, sino por otro lugar.
¿Crees que el estado de alarma ha cambiado la percepción de tu película?
Estoy convencido de que no, porque dentro de cuatro días ni hablaremos ni nos acordaremos de la Covid. Volveremos a hacer todo mal. Las personas somos así. Las sociedades tienen muy poca capacidad de tomar nota. Además, depende de dónde te haya pillado el confinamiento: hay comunidades que seguro que han funcionado y se han apoyado y otras que se han llevado como el culo.
Te leí opinar en una entrevista que con los vecinos, cuanto menos se hable, mejor.
Porque es una relación que no te puedes permitir que vaya mal. No hay nada peor que tener peleas con vecinos. Así que respeto y una cierta distancia.
La película incide en la irrupción de la dinámica consumista en las relaciones de pareja. ¿Cómo crees que se ha agudizado con las aplicaciones de citas?
Es como todo, una cuestión de equilibrio, desde hacer una tortilla hasta el matrimonio. Te pasas un poco con la sal y ya la has liado. Hemos pasado de las generaciones anteriores donde no se podía ni concebir un divorcio a Tinder. Hay un salto tan grande que hemos entrado en una pequeña locura. Las apps tienen algo maravilloso, que es poder conocer gente sin salir a la calle ni a un bar, pero posiblemente complica las relaciones. No lo critico, sólo lo pongo sobre la mesa. Como también que hay poca paciencia. Mientras lo escribía tenía en mente varias relaciones cercanas que se fueron a la mierda e igual no tenían por qué. Hemos entrado en unos modos consumistas, lo cambiamos todo todo el rato, el móvil, el coche, la ropa, A mí esto me estresa. Además de que económicamente es insostenible. He visto a mucha gente muy infeliz por haberse separado. Vale la pena pelearlo, luchar y asumir que las relaciones de pareja implican un esfuerzo.
De hecho, la película subraya los prejuicios que despierta la terapia.
En según que sociedades. En Argentina, si no vas a terapia, tienes un problema. Aquí, en cambio, te miran raro, aunque cada vez menos. Está más normalizado.
Sentimental también es una llamada al desprejuicio sexual.
La pareja de arriba en esta película es lo que yo quisiera ser. Alberto Sanjuán es mi ídolo. Pero hay una distancia entre la teoría y la práctica, entre lo que queremos ser y lo que somos. Ya me gustaría a mí llegar a casa y que mi mujer me dijera que ha estado haciendo el amor con otro el fin de semana sin que sintiera celos. Igual poco a poco vamos evolucionando y nos liberamos de la posesión, pero los seres humanos somos de sangre caliente. Es difícil. Conozco a alguna pareja así y pienso: ¡Qué maravilla!