Nombrar la violencia
Violencia, el nuevo poemario de Bibiana Collado publicado en La Bella Varsovia, registra el proceso de transformación de una mujer que sufre malos tratos y revela cómo el lenguaje deriva en una violencia que no siempre somos capaces de reconocer
España es un país de más de mil cadáveres por violencia machista (según las últimas estadísticas). Al margen de la evidente paráfrasis, la única diferencia entre esta sentencia y el verso de Dámaso Alonso para el poema Insomnio, contenido en Hijos de la ira, estriba en la rigurosidad de los datos. Mientras que el poeta pretendía ser metafórico, el Ministerio de Igualdad confirma que las mujeres asesinadas ascienden a 1.075 desde que empezaron a contabilizarse en 2003. Aún resulta más significativo el dato de este año. En el ocaso del nefasto 2020, y sin la certeza de que la cifra no pueda aumentar en la recta final, 36 de las 42 víctimas por violencia de género registradas hasta diciembre no habían presentado denuncia.
No hay cicatriz sin palabras, pero cómo verbalizar un caso si es el propio lenguaje el catalizador de la violencia. En su libro más reciente, Violencia, publicado por la editorial La Bella Varsovia, la poeta Bibiana Collado (Burriana, Castellón, 1985) escoge la primera persona confesional para desentrañar los mecanismos que subyacen bajo el maltrato físico y psicológico de un hombre hacia una mujer. La educación patriarcal, la sociedad cobarde y la culpabilización de la víctima son algunas de las variables que se dan cita en este libro.
Collado, licenciada en Filología Hispánica y doctora en literatura hispanoamericana, toma el verso como esgrima para “abordar, desde lo poético, una herida colectiva” en su nuevo poemario. Se trata de “una realidad constante en nuestra sociedad que necesita de un relato literario”, pero ¿por qué la poesía? “Me parecía el género idóneo porque nos permite ahondar reflexivamente sobre la palabra, detenernos en sus ecos, en sus efectos; y abrir fisuras en la representación de lo real”, nos dice la autora.
“Nos han enseñado a atormentarnos”.
El lenguaje es la piedra angular sobre la que se levantan estos poemas. Por un lado, las expresiones con las que crecimos son las que activan el proceso de violencia psicológica, antecedente directo del maltrato físico. Por otro, “incluso cuando parece que todo ha acabado”, el discurso de los dominantes genera culpabilidad: “Nos han enseñado a atormentarnos”. En uno de los versos la poeta se pregunta “¿Cómo han conseguido que sospeche de mí?”, y es en esta cuestión donde radica la siniestra sustancia de este libro. La sociedad, retratada en un verso-espejo de siete palabras que conduce a la víctima a dudar permanentemente de sí misma.
Dudar del dolor
Basta la culpa inoculada para inducir a la víctima a “dudar del dolor”. Si no fueran suficientes los golpes, el daño irreversible —precisamente no les fortalece, al contrario de lo que propone una psicología condescendiente—, el pudor social o el miedo, la culpa desemboca en el recelo. “Sé que es imposible / que ninguno de ellos me viera salir corriendo”, confiesa resignada en unos versos, convencida de que quien tuviera constancia se lavaría las manos. Si llegado el caso lo vieran sus propios ojos, mirarían hacia otro lado. Incluso se los arrancarían, piensa desconfiada, siguiendo en otro poema la reescritura del mito griego de Casandra, personaje al que nadie cree.
“¿Y si al escribirlo / lo fijo a mí para siempre?”
Igualmente, sospecha de la utilidad que tendrá dejar un registro de lo acontecido: “¿Y si al escribirlo / lo fijo a mí para siempre?”. El lenguaje, que “nunca fue nuestro”, ha sido utilizado convenientemente por el hombre para el sometimiento femenino, bien para dejar constancia de su superioridad, bien para desprenderse de las responsabilidades después de un conflicto. Condenada por la palabra “despecho”, la autora busca respuestas entre las dinámicas verbales de poder, que no le dejan “decir la palabra víctima”. El supuesto despecho deslegitima su versión, a veces incluso antes de haber sido expuesta.
De esa vulnerabilidad nace este “intento de buscar y abrir fisuras en el lenguaje, con la voluntad de reapropiarse de esta herramienta poderosísima que juega tantas veces en nuestra contra”, dice la poeta. Las palabras, la confesión de los hechos, se presentan como la única salvación. Somos testigos de una clara intención de destapar, “descorrer las cortinas”. Primero hay que contarlo, “prorrumpir”, “desalambrar” cuando la voz te es secuestrada y hay que romper el cerco; luego cicatrizarlo, sin olvidar la rémora que implica. Y es que “señalar a los agresores tiene repercusiones académicas, profesionales y emocionales demasiado grandes”, nos advierte Collado.
Violencia nos habla del hecho mismo, pero también del origen. En el poema Bien decir Collado referencia una educación machista de la que aún no conseguimos liberarnos, y a través de la cual se empieza a asumir una subordinación de género. El lenguaje que genera violencia está marcado por una cultura patriarcal que se transmite de generación en generación, según parece consignar.
La herencia es una de las claves de este libro. De sus reminiscencias infantiles sugiere la poeta un ambiente hostil, también en el hogar familiar —“esta casa / sospechosamente parecida / a aquella casa”—, mientras que una línea común atraviesa el conflicto desde su madre, “el reflejo de su duelo en mi duelo”, a las alumnas que da clase. “¿Cómo decirles que no se dejen / hacer aquello / que yo he dejado?”, se pregunta en el poema Ejemplaridad.
Desde la publicación del poemario, la autora ha recibido numerosos mensajes con historias de abuso ejercido por profesores, amigos de la familia, vecinos, entrenadores… Por tanto, “me gustaría ser optimista pero resulta difícil”, se lamenta. Y a propósito de su experiencia en las aulas, añade: “Vivimos dentro de una ficción de mejora que constituye una trampa mortal”. Su escepticismo es fundado. El incremento de la violencia sobre mujeres jóvenes es una realidad, y revela que la educación de los hombres no está siendo efectiva en materia de género.
En lugar de quedarse a contemplar los hechos, como educadora y, por tanto, sujeto social activo, Bibiana Collado transforma esa lacra en palabras. Es consciente del poder que aún ostentan los modelos patriarcales, pero también lo es del poder del lenguaje. Por ello Violencia es un libro contra el silencio, un dispositivo poético que nos interpela como sociedad en general y sacude la conciencia de los hombres de una manera más directa. Por ejemplo, en Hombría se refiere de un modo mucho más figurativo al sujeto dominante, y nos descubre cómo hace partícipe a la víctima desde una aparente empatía. O, lo que es lo mismo, la vuelve culpable: “Me convierte en herida”.
El proceso del daño
Un hombre no siempre sabe que está ejerciendo violencia sobre una mujer: en el colegio, en el trabajo, en una relación… Sin embargo, el desconocimiento nunca puede ser un pretexto. Este libro no solo es necesario por el tono descarnado y directo, definitivamente el más adecuado para tratar un asunto tan estremecedor. También lo es porque desentierra multitud de situaciones en las que, a menudo, no repararíamos. El poema Redes nos habla de un daño, el de la víctima, descontextualizado de la sociedad superficial y exhibicionista, negadora del dolor, absolutamente ajena a la infelicidad. La poeta siempre escoge la perspectiva desde el ángulo muerto. En este caso, rincones oscuros por los que no entran rayos de luz.
El libro se hace eco de otras sensaciones por las que atraviesa la víctima. Incluso algunas de ellas sirven como título para los poemas. Consentimiento, Desviación o Negación son algunas de las actitudes que, desgraciadamente, asume “para no crear memoria / pozo”. Es decir, “como si yo no fuera / una de ellas”, o sea, “esto no me puede estar pasando a mí”. Las consecuencias son nefastas hasta caer, no sólo en la culpabilización propia, como apuntábamos, sino en la autoflagelación. “Lo atroz es tener miedo a volverlo a desear” o “haber querido estar”, rezan algunos versos.
El maltrato es un microcosmos que atraviesa una realidad social y late por todos los recovecos de este libro, si bien los términos “machismo” o “violencia de género” no comparecen como tal. Estaría de sobra, pues es asombrosa la capacidad de Collado para verbalizar una experiencia tan aterradora con un discurso incómodo, nada complaciente y alejado de sentimentalismos. Entre otros ejemplos, no expresa pudor alguno para contar cómo una víctima acaba por sucumbir a los juegos de manipulación psicológica.
Además, el lenguaje poético, aunque más contorneado, es continuador de su libro anterior, Certeza del colapso (Ediciones Complutense, 2018), que no renuncia a la metáfora y la sugerencia de las imágenes. Así, resulta potentísima la “ausencia” de palabras en la boca de sus padres para “nombrar eso”, que “refulge / como el brillo defectuoso / de la sonrisa mellada de la niñez”. También lo es el juego visual que propone entre la tinta y el color morado para el inicio del arrasador Calcomanía.
En cuanto a los aspectos formales, en varias ocasiones se establece una equiparación de términos separados por una barra (/), quedando la superficie a la izquierda y la hondura a la derecha —cuerpo / estraza; espacio / zarza—, lo cual concede al texto una mayor dimensión poética. Por otro lado, las cuatro partes en las que se estructura el poemario convocan el infinitivo que remite al testimonio: decir. Decir “víctima”, “veneno”, “golpe” y “roto”, con el propósito de convertir lo interno en externo, sacar la amargura fuera para que se mezcle con la vida. En Decir roto la poeta regresa de lo psicológico a la fisicidad: el cuerpo. Es la parte más explícita porque reproduce el impacto en los poemas Replay y Cabeza chocada contra el suelo. ¿Habrá conseguido, al fin, “escribir sobre ello”, como adelantaba en el poema Notas a pie de página?
“Quizá sí, ahora sí, / pueda continuar hacia adelante”.
Violencia es el nuevo libro de Bibiana Collado, y aparece en el ocaso de la segunda década del siglo XXI. La actualidad, en este caso, es la prueba de que la sociedad no se transforma sola con el avance de los tiempos, sino actuando sobre ella. La violencia machista sigue muy vigente y una poeta ha venido a denunciarlo, a través de la verbalización del proceso. La fractura. Solo encontramos atisbos de esperanza cuando se dispone “a elaborar lo vivido”, poner los pensamientos “en fila” para llegar al primer rayo de luz: “quizá sí, ahora sí, / pueda continuar hacia adelante”. Que lo consiga no solo está en su mano. También está en las nuestras.