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Najat El Hachmi: «Una literatura ensimismada es un entretenimiento, pero, si no va más allá, se vuelve prescindible»

‘El lunes nos querrán’, escrita casi al unísono en castellano y catalán, ha sido la novela ganadora del Premio Nadal 2021

Najat El Hachmi: «Una literatura ensimismada es un entretenimiento, pero, si no va más allá, se vuelve prescindible»

Cedida por la editorial

«Compaginé las dos lenguas», confiesa desde el otro lado de la pantalla Najat El Hachmi, que con El lunes nos querrán (ed. Destino) se ha alzado el pasado mes de enero con el Premio Nadal 2021 durante una ceremonia extraña, marcada por la distancia y las mascarillas.

Nacida en el Rif (Marruecos), Najat llegó a Reus con tan solo ocho años. Siempre ha escrito en catalán y esta es su primera novela en castellano, lengua «cuyas posibilidades quería explorar, aunque no quería tampoco renunciar al catalán». Por esto escribió casi al unísono en ambas lenguas esta novela en torno a una joven de diecisiete años de origen marroquí que vive en el extrarradio de Barcelona. Junto a su mejor amiga, con quien comparte orígenes, si bien ella proviene de una familia más abierta que la suya, se enfrenta al reto de hacerse adulta y, sobre todo, de comenzar a trazar un propio recorrido independientemente de las exigencias que su familia y la cultura de la que proviene ya le han trazado, pero también librándose de los estereotipos que la llamada cultura de acogida le impone. 

Pensando en algunas de tus obras anteriores, como El último patriarca o Madre de leche y miel, diría que El lunes nos querrán es tu novela menos autobiográfica.

Sí, quizás sea así. Creo que se debe al hecho de que estoy tomando distancia con respecto a mí misma y no solamente, aunque también, por el hecho de cumplir años. Cuando empecé a escribir, tenía muy pocas lectoras de origen marroquí. Todavía eran muy pocas las jóvenes marroquíes que se habían formado en Cataluña y que eran susceptibles de interesarse por los libros. Sin embargo, en la medida en que han pasado los años, esta situación ha cambiado y, poco a poco, he ido encontrándome con más lectoras provenientes de Marruecos. El hecho de conocerlas y de hablar con ellas me ha permitido salir de mi propia experiencia y ampliar el foco para así construir personajes cuyas experiencias sean más universales, aunque no sé hasta qué punto es posible conseguir algo así. En todo caso, este es mi reto. 

Y de este reto nace la historia de estas dos adolescentes que están entrando en la vida adulta.

En este sentido, El lunes nos querrán tiene algo de novela de iniciación, pero de una iniciación que está condicionada por el contexto, por la proveniencia, por el sexo y por la clase social de las dos protagonistas, así como por la manera en que son percibidas por su entorno. Su iniciación tiene lugar bajo unas circunstancias que muy pocas veces se representan o, por lo menos, esta es mi impresión. 

¿Su contexto no suele ser representado?

Muchas veces, en literatura, la iniciación tiene lugar en ámbitos bastante más amables del que yo describo y donde las dificultades externas no son tantas ni pesan demasiado. Para mis dos protagonistas, crecer y hacerse adultas significa que el propio mundo se desmorone por completo y que todas las expectativas se vengan abajo o entren en contradicción con la propia realidad.

Y lo único que tienen es la amistad.

Sí y, de hecho, diría que El lunes nos querrán es, ante todo, una novela sobre la amistad y sobre la importancia de este vínculo en momentos tan determinantes como el que afronta la protagonista. Tiene diecisiete años y está en esa etapa en la que necesita tener un espejo en el que verse reflejada y, sobre todo, un referente distinto al de su madre y al de todas esas mujeres que forman parte del mundo con el que quiere romper. Su amiga se convierte en una proyección de aquello que ella quisiera ser y, de hecho, llega incluso a idealizar su situación, considerándola mucho mejor de lo que realmente es. Es cierto que no está sometida a unas normas tan estrictas como lo está la narradora, pero, formando ambas parte de un mismo contexto, su amiga también está de una manera u otra presionada. Y, con respecto a lo que comentabas, la amistad es para ellas su único asidero. La complicidad entre ellas es total, puesto que comparten una misma realidad: proceden del mismo lugar, viven en el mismo barrio, sus familias comparten creencias… No necesitan explicarse ciertas cosas y esto es muy importante, porque, muchas veces, lo que provoca un sentimiento de soledad muy grande en las personas es tener que explicar una parte de sí misma que, por pertenecer a un colectivo o tener un determinado origen, permanece oculto y desconocido a los ojos de los demás.

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Imagen vía Editorial Destino.

¿La relación hubiera sido distinta si la amiga de la protagonista no hubiera sido inmigrante? ¿Habría algo de paternalismo en la actitud de la amiga?

Diría que no, porque, cuando las relaciones de amistad son de verdad, no puede haber forma alguna de paternalismo, que siempre es expresión de poder y de jerarquía: el fuerte es paternalista con el débil. En una amistad de verdad no puede haber una relación jerárquica de este tipo. Dicho esto, y volviendo a lo que comentábamos antes, siempre te relacionas con los demás a partir de un código común, omitiendo muchas veces esas esferas no compartidas, como puede ser, en el caso de la narradora, el idioma materno. ¿Con quién puede hablar en tamazight, si no es con su amiga? Esto, sin embargo, no quita que no sea posible una amistad entre personas que no comparten un mismo código. Yo he tenido un vínculo muy estrecho con amigas que no son de origen marroquí y es que, al final, la amistad trasciende nuestra proveniencia. Cuando la amistad y el amor son de verdad las diferencias y, sobre todo, las jerarquías desaparecen y lo que te une son las heridas los anhelos y, sobre todo, el sentido del humor. Siempre he pensado que una de las cosas que más une a las personas es el humor. 

Las dos protagonistas provienen de Marruecos y de un mismo contexto social, cultural y religioso. Sin embargo, sus familias tienen distintas mentalidades y distintas maneras de entender la educación de sus hijas…

Vivimos en una sociedad en la que tienes que conquistar el derecho a ser persona, a ser un individuo con tus propias características. Y esta conquista no es fácil, porque te imponen una etiqueta, que es complicadísimo quitarte y que, además, no tiene en cuenta las características individuales de cada uno. Se olvida que, en cualquier sociedad, en cualquier cultura y en cualquier religión cada uno tiene unas características propias que lo diferencian del resto del grupo, aunque pueda compartir con él determinados trazos. Lo que me empuja a seguir escribiendo sobre mujeres inmigrantes es el deseo de mostrarlas en su diversidad, más allá de las etiquetas y los tópicos. Y, precisamente por esto, las dos protagonistas de El lunes nos querrán son tan diferentes: una es una joven ensimismada que le da vueltas a todo y la otra es vital, pragmática y echada adelante.  

¿Los inmigrantes son las principales víctimas de la homogeneización?

Sin duda. Es muy pesado tener que luchar constantemente contra esa construcción estereotipada que se hace de determinados colectivos. Siendo muy joven, incluso antes de comenzar a escribir, empecé a indignarme con esta estereotipación de la que yo también era víctima. 

¿Y sientes que lo ha sido también tu literatura? 

Recuerdo que, al inicio, en alguna librería a El último patriarca lo colocaban en los estantes de literatura traducida como si no hubiera sido escrito en catalán. Creo que falta cambiar la perspectiva que tenemos sobre nuestra propia sociedad. Ya no somos esa sociedad de hace cuarenta años conformada por personas que todas ellas habían nacido aquí y, sin embargo, seguimos percibiéndola como si así fuera y seguimos pensándonos en clave nacional y de una manera muy uniforme. A todo esto, hay que añadir que, por lo que se refiere a su legado postcolonial, el papel que ha jugado España es desastroso. Mientras que países como Francia o Inglaterra han incorporado a su literatura autores provenientes de sus antiguas colonias, España no ha hecho nada con respecto a los países en los que estuvo como país colonizador. Es cierto que el protectorado marroquí no fue propiamente una colonia y, además, España no dejó casi nada en el territorio, ni infraestructuras ni lengua literaria. 

Volviendo al inicio de la entrevista, al alejarte de tu propia biografía, has dejado Reus y has ambientado la novela en el extrarradio de Barcelona.

Desde hace ya muchos años, me dejo llevar por las novelas y voy ahí donde me llevan. Y últimamente mis libros me han llevado a visitar muchos lugares distintos y, sobre todo, a visitar barrios que, por su situación marginal, se parecen independientemente de la ciudad en la que se sitúen. De hecho, el extrarradio de esta novela podría estar en cualquier ciudad. He participado a muchos encuentros con lectores en centros cívicos, bibliotecas e institutos donde me he encontrado historias muy parecidas a las que protagonizan las dos jóvenes de El lunes nos querrán. A todo esto, en los últimos años he estado más implicada en cuestiones como el islam y el feminismo y esto me ha llevado a estar en contacto y conocer jóvenes mujeres cuyas vivencias se repiten independientemente del barrio o la ciudad en la que viven. En esta novela he intentado canalizar todas estas experiencias que me han ido relatando y mostrar una realidad que cuesta mucho que sea representada y que se vea. A parte de todo esto, evidentemente, tras El lunes nos querrán hay un trabajo de investigación en torno a determinadas cuestiones que son centrales en el libro, como puede ser el tema del cuerpo como lugar en el que se acaban inscribiendo los conflictos que las mujeres en su día a día o el tema de los trastornos alimentarios como expresión de unas exigencias externas y también como algo aspiracional. 

¿A qué realidades crees que la literatura ha dado la espalda? No creo que se pueda decir que el extrarradio barcelonés no haya sido representado tanto en la literatura en español como en la literatura en catalán.

Las generalizaciones son siempre injustas, pero tengo la sensación de que muchos de los personajes con los que la gente se siente identificada forman parte de una clase social media o, incluso, alta, puesto que existe una fascinación aspiracional hacia las clases privilegiadas y su modo de vida. Y creo que, en parte, se debe a que la literatura social ha estado muy estigmatizada. A mi generación se le transmitió la idea de que la literatura social no era literatura. Recuerdo un personaje de Montserrat Roig, creo que de Temps de cireres, que decía precisamente esto, que la literatura social no era literatura, sino otra cosa.

Najat El Hachmi: «Una literatura ensimismada es un entretenimiento, pero, si no va más allá, se vuelve prescindible»
«Una literatura ensimismada es un entretenimiento que está muy bien y que puede producirte mucho goce artístico, pero, si no va más allá, se vuelve prescindible». | Imagen cedida por la editorial.

¿Se ha impuesto la idea de que la única finalidad de la literatura debe ser sí misma?

No se trata de hacer de la literatura un panfleto político ni tampoco se trata de dejar de lado las preocupaciones estéticas, pero no podemos tampoco olvidarnos de que la literatura tiene un poder transformador importantísimo en cuanto es capaz de representar lo que todavía no existe y, por tanto, es capaz de hacernos tomar conciencia ante cuestiones que pasan desapercibidas. Si olvidamos esto, la literatura tiene los días contados. En esta capacidad de transformar la realidad está el origen de la literatura. Esto es muy evidente en los relatos orales: pienso en aquellas mujeres marroquíes que se cuentan relatos para sobrellevar las condiciones en las que viven. Y, por lo que se refiere a mí, puedo decir que me han transformado todas aquellas obras que tenían un compromiso muy profundo con la sociedad de su tiempo. Y, como te decía, no se trata de hacer de la novela un panfleto, sino de proponer un discurso transformador a través de la obra, a través de la historia y de sus temas. Para mí, una literatura ensimismada es un entretenimiento que está muy bien y que puede producirte mucho goce artístico, pero, si no va más allá, se vuelve prescindible. Sin embargo, cuando es transformadora, la literatura se vuelve imprescindible.

La literatura es fundamental en el proceso de crecimiento de la protagonista…

Sí, ella encuentra en la lectura un refugio ante las circunstancias tan claustrofóbicas que vive y también encuentra unas ventanas abiertas al mundo. Para ella la literatura es la posibilidad de imaginar otra vida posible y otras realidades más allá de la suya. 

Pero, como le recuerda su amiga, al final, lo importante es la acción.

Claro, es necesario salir de los libros, no se puede una quedar encerrada en ellos. Como le recuerda su amiga, los libros están muy bien, pero la vida siempre va primero. Antes se vive la vida y luego se representa.

Como señalabas antes, uno de los temas de la novela es la manera en que el cuerpo de la mujer es un lugar de dominación.

La mujer tiene que conquistar su propio cuerpo y este proceso de reconquista no es fácil ni se produce de manera espontánea, puesto que, desde muy temprano, te expulsan de tu cuerpo a través de toda una serie de normas, dogmas y estereotipos. Y el hecho de abordar este tema y el de los trastornos alimentarios en la novela tiene que ver, entre otras cosas, con mi indignación hacia esa idea falsa de que la mujer musulmana escapa de la dictadura de la imagen porque se tapa. Y no es así. El hecho de no mostrarse tiene que ver con esa idea de que la mujer digna y más respetable es aquella que no se muestra a los ojos de los demás y que se reserva solo para un solo hombre. Sin embargo, esto no quita que haya unas presiones en torno a la imagen que debe tener la mujer y prueba de ello es que en los países musulmanes encontramos muchos tópicos en torno al cuerpo perfecto. Cuando era joven, recuerdo que se nos exigía ser lo más blanca posible de piel, tener el pelo muy liso y algo gordita. En el Rif, por ejemplo, donde las mujeres trabajan la tierra y donde la comida no abunda, muchas chicas eran consideradas feas por estar delgadas y por estar morenas.

Al final, pueden ser distintos, pero en toda cultura, ya sea occidental como oriental, la mujer está sometida a unos cánones estéticos. 

Se educa a las mujeres en la idea de que tienen que encajar en un molde y, como te decía antes, se olvida de que las personas somos distintas: hay tantas maneras de ser como personas. Ni las mujeres ni nadie podemos encajar en un molde o en una etiqueta. Y, por lo que se refiere a los cánones occidentales, estos se están universalizando y, de hecho, en Nador encuentras gimnasios para mujeres que quieren estar delgadas y entre las jóvenes musulmanas los trastornos alimentarios son cada vez más frecuentes. Por otro lado, está la cuestión de la integración: cuando quieres integrarte en una sociedad que no es la tuya, empiezas por querer encajar en los estándares de belleza que ahí imperan, escapando del modelo de mujer que te imponen en casa. En este sentido, para muchas jóvenes inmigrantes el encajar en los estándares de belleza es mucho más que una cuestión estética, tiene que ver con el deseo de integración y, al mismo tiempo, tiene algo de aspiracional. 

De hecho, en Occidente el estar blanca y no tomar el sol significaba formar parte de una clase privilegiada. Es decir, significaba no tener que trabajar.

Efectivamente. Ahora el estar blanca ya no es un signo de clase, pero sí lo es el estar delgado. Por esto, en barrios empobrecidos te encuentras con personas que llegan a pedir créditos para someterse a operaciones estéticas. 

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