Kate Briggs, derribando el mito de la autonomía creativa (y vital)
¿Memorias? ¿Autobiografía? ¿Ensayo? ‘Este pequeño arte’ de Kate Briggs es un extraño artefacto que aúna todo eso y construye, a la vez, una suerte de manifiesto lleno de dudas
Este pequeño arte (Jekyll and Jill, 2020), de Kate Briggs, es un experimento feliz de traducción subjetiva. Una suerte de imprevisto manifiesto lleno de dudas. Una aventura ensayística que mezcla la autobiografía, la novela y el diario. Los pensamientos, vivencias, ideas y sentimientos de una traductora que se cuestiona su trabajo para, finalmente, preguntarse (y preguntarle al lector) cuál es el mejor modo de vivir.
El libro, publicado originalmente en inglés en 2017 por la editorial Fitzcarraldo fue el libro del año para el Times Literary Supplement, así como para las revistas especializadas Literary Hub y The White Review. Gracias a la magnífica traducción de Rubén Martín Giráldez puede ahora disfrutarlo el lector en castellano.
Pensemos (y vivamos) juntos
Dos son las figuras tutelares que gobiernan Este pequeño arte. En el sentido de que abren y cierran el libro y, de alguna forma, son sus vértices discursivos. De un lado está el teórico francés Roland Barthes, de quien Briggs tradujo (del francés al inglés) dos volúmenes de las notas de sus clases en el Collège de France, que el pensador francés dictó entre los años 1978 y 1980 (moriría el 26 de marzo de 1980 por causa del atropello de la furgoneta de una lavandería): The Preparation of the Novel (Columbia University Press, 2010) y How to Live Together (Columbia University Press, 2012). Al igual que hacía allí Barthes, en sus seminarios, proponiéndoles a sus alumnos que colaboraran activamente en el peregrinaje de una indagación, para el que el profesor apenas delimitaba los contornos, Briggs nos invita en Este pequeño arte a una aventura intelectual, pero también a seguir (y construir) unas andanzas radicalmente valiosas en términos humanos. Igual que Barthes, nos va proporcionando ideas para que, durante la lectura, las vayamos pensando juntos. En este sentido se trata de un libro abierto, dialogante y considerado.
Es precisamente durante el trabajo de traducción de las notas de Barthes que Briggs se encuentra con la traductora aficionada Helen Lowe-Porter, encargada de la primera traducción de La montaña mágica, de Thomas Mann, al inglés, para la edición norteamericana de la novela publicada por Alfred A. Knopf. De ella tomará no solo la actitud subjetiva respecto de la práctica de la traducción, el placer perverso de la escritura, sino también la idea de que una traducción no ha de ser entregada hasta que la traductora no sienta que ella misma ha escrito el libro (la idea de la co-creación o la traducción colaborativa, pues). Asimismo, la idea para el título parte también de Lowe-Porter, quien define, en los años cincuenta, la practica de la traducción como «un pequeño arte», por oposición a las grandes artes. «Ni muy importante ni muy serio. Sino limitado, modesto», escribe Briggs citando a Lowe-Porter.
Se puede argüir que, así como las traducciones de Lowe-Porter tenían muchos errores (por desconocimiento del idioma alemán), las voluntades de Barthes traían más asimetrías que proyecciones. Ambos, sin embargo, comparten la improvisación, el no saber. La promesa de que se harán las elecciones correctas (tanto la escritura como la traducción exigen la toma de posiciones, la asunción de responsabilidades). El deseo, el impulso. Las fantasías. Pero, por sobre todo: la pasión. Y esta actitud es la que insufla Este pequeño arte.
Traducir es producir relaciones (de sentido) y trabajar con el tiempo
La traducción es un aprendizaje de la escritura de los otros, un lugar en el que aprender a través de la lectura y la escritura, la prueba y la investigación, a través de la indagación y el debate, y la curiosidad. Los traductores, escribe Briggs, no son «artefactos neutrales e impersonales de transferencia». Los traductores emprenden la escritura de sus traducciones porque saben que se convertirán en productores de nuevo conocimiento. Escribe Briggs: «La traductora como fabricante de objetos acabados». La traducción como re-actualización de un logro previo; una obra de riesgo. Pero también un trabajo doméstico.
Nos cuenta Kate Briggs: «Me gustaría pensar que Este pequeño arte es una celebración de cómo una práctica de la traducción interactúa con otras partes de la vida, pero también lo contrario: cómo otras partes de la vida modulan y apoyan la práctica de la traducción». Y sus propias palabras lo avalan. Nos las escribe al mail en los tiempos que le deja el homeschooling que, durante el día, la tiene ocupada. Y es que uno de sus objetivos con este libro es precisamente el de resistirse a «la forma en la que diferentes órdenes o actividades tienden a quedar compartimentalizadas y se separan las unas de las otras, como si no estuvieran relacionadas. Por ejemplo, la manera en la que el aula de un seminario universitario se concibe como un lugar y un tiempo autorizados para pensar -para dedicarse seriamente a las grandes ideas-, pero una tarde dedicada a cuidar un bebé, por ejemplo, no. Escribir, leer, traducir, dar clases, cuidar de otras personas; me doy cuenta de son actividades muy diferentes. Sencillamente no encajan entre sí. Sin embargo, en mi experiencia, sí que están interrelacionadas: un pensamiento o una pregunta que viene de un área de tu vida se va hacia la otra, se reformula, se devuelve a su origen…», nos dice Briggs.
Este pequeño arte está exactamente construido así, a la manera barthesiana. Siempre hay más de una cosa sucediendo al mismo tiempo, «algo se pone en movimiento y luego se abandona, mientras que otra idea se recoge de atrás», nos confiesa Briggs sobre la construcción de su libro. Se integran unas cosas con otras. En esto Briggs sigue el principio de delicadeza de Roland Barthes, la idea de que uno está en disposición de ajustar su comportamiento, para revisar las posiciones tomadas anteriormente, a la luz de las nuevas circunstancias que se nos presentan en el día a día. «Significa reconocer cada nueva situación (o de hecho cada nueva persona) en tanto que algo particular, aceptando que lo que funcionó una vez puede que ahora ya no lo haga -nos dice Briggs. Y matiza: Implica capacidad de reacción, perspicacia, improvisación».
Los desafíos de la traducción (y de la retórica)
En el discurso público todavía impera la idea de que la traducción se fundamenta en el mito de la autonomía creativa, nos comenta Briggs. Pero también la idea de que el modo retórico dominante ha de ser de una certidumbre agresiva; la autoridad intelectual todavía hoy se asocia a algo parecido a la intimidación. Las formas afectuosas del discurso son vistas como menos vigorizantes, exigentes y menos serias, nos dice Kate Briggs. Y ambas son erróneas, en opinión de la autora de Este pequeño arte. De un lado, y en lo que respecta a la traducción, «cada traducción es ya una forma de colaboración: no podría existir sin el apoyo del texto original». Y respecto al principio de autoridad, vuelve de nuevo Briggs a Barthes, y sobre todo a su obra tardía, en la que, nos dice la traductora y escritora: «Busca activamente cuestionar y cambiar esto y fundamentar su autoridad en otra parte; para poder así hablar de la experiencia personal, de la forma en que se sienten las cosas, del deseo, los vínculos, la vulnerabilidad». Así, el principio de delicadeza entendido como: «Una atención a la diferencia, un esfuerzo consciente a fin de no tratar todas las cosas de igual manera». En resumen: ir a donde el mundo lo lleve a uno.
Y esto es exactamente lo que hace Este pequeño arte, llevarnos por la vida y el trabajo de su autora, Kate Briggs, pero también por los vericuetos de su mente y sus ideas. Hay quien dice que el libro es una obra fragmentaria, pero si se fija bien uno es un TODO. Lo confirma la autora, que apunta que «es un TODO hecho de partes que están espaciadas, pero también conectadas profundamente. Incluso visualmente puede dar la impresión de que cada página pudiera ser independiente, pero el libro está concebido como una secuencia, una experiencia que se va desplegando, con un comienzo, una mitad y un final. Cada parte descansa (o anticipa o responde) a todas las otras». Partes que se relacionan a través de las analogías y que permiten lecturas, a veces, del todo sorprendentes. Lo refrenda Briggs con una anécdota de una de sus lectoras (y, a la postre, amiga suya). Esta amiga se dedica a la cestería y, tras haber leído el libro, le escribe una larga carta a Kate en la que le explica que el libro en verdad (y lo dice completamente en serio) va sobre hacer capazos. No, no se extrañe, lector. Se lo dijimos antes: Este pequeño arte es, al fin, un libro sobre la vida, sobre cómo cada lector, tanto si es traductor como si no, encuentra significativo para sus propias prácticas literarias y discursivas y para su experiencia doméstica las enseñanzas barthesianas, moduladas y recreadas a través de la voz de Kate Briggs. Porque, en última instancia, y como nos muestra cualquier notable obra literaria, se trata de aprender a vivir juntos. Ilustre empeño.