THE OBJECTIVE
Arte

Coco Dávez sobre el bloqueo creativo, quitarse importancia y meterle humor a la vida

La artista Coco Dávez estrena podcast, ‘Participantes para un delirio’, cuyos invitados, aunque variopintos, tienen algo en común: están dentro de ese mundo tan de altibajos, el mundo creativo. Y de eso han venido a hablar

Coco Dávez es Valeria Palmeiro y Valeria Palmeiro es Coco Dávez. Antes de nada, lo aclaramos: no viene de Coco Chanel, sino de Supercoco, su personaje favorito de Barrio Sésamo. Para hacernos una idea de todo eso que transmite –frescura, buen rollo, vitalidad– fijémonos en su estudio, su «templo»: a todo color, inundado por la luz, carteles de exposiciones pasadas, Helio (su perro); un oasis, pero en pleno centro, a un paso del ajetreo, de los lugares donde pasan cosas. Para resumir su trayectoria, diré simplemente que Coco es una mujer de vías alternativas. Leed y lo entenderéis. 

Siempre la definen como «artista polifacética» y tomaré prestada la expresión, porque se ajusta a la realidad: pinta, fotografía, ilustra y ha maquetado su libro, Faceless; la idea de escribir le ronda la cabeza. Ahora ha tomado otra de esas vías y ha estrenado un podcast, Participantes para un delirio, en el que habla con sus invitados sobre su trayectoria personal y artística y su forma de vivir el día a día en una profesión creativa. Gente más y menos conocida; gente de su alrededor a la que admira. A todo el que pasa por el programa, le recibe con la misma pregunta. Y así la hemos recibido a ella en The Objective

Naciste en Madrid, ¿cómo fue crecer aquí?

Tuve una infancia feliz y tengo un recuerdo maravilloso, pero la adolescencia es una etapa a la que no volvería nunca. En mi cabeza hay tres Madrid: el de la infancia, el de la adolescencia (muy oscuro) y el de cuando volví después de vivir una temporada en Londres, que es el Madrid mío de ahora, el que me hace feliz y me da muchas cosas. 

Hace poco te retrataron en Harper’s Bazaar como parte de la «nueva Movida Madrileña». ¿Cómo te sientes al respecto?

Para mí es un honor, pero nunca me lo había planteado porque es muy difícil catalogar un momento cuando lo estás viviendo. Es cierto que en este momento en Madrid hay mucha gente con ganas de hacer cosas, con un carácter muy abierto y disposición a juntarse unos con otros y encajar ideas. Es lo que más hemos echado de menos estos meses. Ver Madrid vacío y callado es muy impactante.

¿Cambiarías algo de la ciudad? 

Toda ciudad tiene sus momentos mejores y peores, pero es bonito ir adaptándose a las posibilidades que te da. Creo que es, precisamente, el encanto de Madrid: a veces te da mucho y otras te quita, pero siempre hay algo ahí que te engancha.

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Coco y Helio en el estudio, junto a una Amy Winehouse ‘faceless’. | Foto: Eva Cubas | The Objective

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Los participantes de ese delirio que Coco comparte con nosotros cada miércoles son variopintos, pero tienen algo en común: de una forma u otra, están dentro de ese mundo tan de altibajos, el mundo creativo. Y de eso se sientan a hablar todos ellos. 

Coco siempre había tenido la fantasía de tener un programa de radio entre amigos y la idea del podcast le rondaba la cabeza desde principios de 2020. Pero se metió en un bucle de perfeccionismo –ese bucle– y el miedo la paralizó. Hasta que abandonó la espiral y regresó al origen: las ganas de disfrutar de una conversación, de desconectar y hablar durante horas y compartir, precisamente, ese tipo de miedos y bloqueos. «Todos tenemos bloqueos creativos, todos necesitamos esa fuente de inspiración, todos tenemos picos de trabajo muy inconstantes y me apetecía hablar de ello», explica.

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¿Cuál es tu mecanismo ante un bloqueo creativo?

Cuando me invade la desmotivación, el no saber por dónde tirar, al principio me cuesta aceptarlo, pero una vez lo acepto y digo ‘ya estoy en el hoyo’, entonces me invade el humor y eso es una buena señal. El momento previo es lo que más duele porque tengo la suerte de dedicarme a lo que me gusta y el no disfrutarlo me preocupa mucho. Creo que el tener que ser proactivos y felices todo el tiempo hace que en el momento en que te sientes un poco bloqueado la angustia se multiplique. Dices: «¿Cómo puede ser? Si lo tengo todo a mi alcance…»

Hace años, cuando no llegaba la inspiración, me forzaba. Me quedaba hasta las cinco de la mañana en el estudio y hasta que saliera. Ahora me permito parar y leer, ver una exposición, ver un documental… y recuperar al día siguiente las horas pero con ganas. Igual el día de bloqueo es bueno para hacer esos trabajos más mecánicos que dan más pereza cuando estamos súpermotivados. 

¿Cuándo y cómo te diste cuenta de que podías vivir de esto?  

Mi carrera ha tenido un camino extraño. Empecé en 2010, cuando me fui a vivir a Londres y tuve una suerte tremenda porque Rodrigo Sánchez, de El Mundo, me descubrió a través de Facebook y me dio la oportunidad de trabajar con ellos cuando no tenía nada, no solo no tenía estudios, tampoco portfolio. Ahí aprendí mucho, trabajar al lado de María y Rodrigo en los suplementos del periódico fue la gran escuela. Fue un año muy movido, me salieron muchas exposiciones. La primera vez que expuse en solitario fue en Lisboa, que era una cosa inimaginable porque lo que siempre piensas es que será en tu ciudad, donde al menos tienes amigos o familia que te apoyarán. Fue un año extraño y divertido porque todo fue inesperado, pero se juntó con la crisis de 2011 y la muerte del papel, justo cuando decidí volver a España. 

¿Qué hiciste entonces?

Ahí frené mi carrera y decidí que podía quedarme en casa quejándome porque la crisis nos invadía a todos o buscar cualquier trabajo que me diera cierta libertad, independencia y dinero. Así, durante dos o tres años me puse a trabajar en el mercado de San Miguel y después en otros trabajos similares. Mucha gente lo veía como un fracaso, pero para mí fue simplemente algo que necesitaba: necesitaba dinero, necesitaba conocer gente porque mis amigos se habían ido de Madrid, precisamente por la crisis, y necesitaba practicar el poco inglés que había aprendido en Londres. 

¿Y cuándo volviste a los pinceles?

Echaba de menos ilustrar, pintar y trabajar con medios y eso, pasados esos dos o tres años me puse a llamar a puertas como una loca y en medio de eso me di cuenta de que realmente tampoco disfrutaba tanto con la pintura. Esa fue la primera gran crisis. Se iban abriendo puertas de nuevo, pero no lo estaba disfrutando. Entonces surge ‘Faceless’, en una tarde en la que decido simplemente pintar para mí, sin la presión de generar contenido para redes sociales. Y salió ‘Faceless’ y ahí cambió todo: ya no me llamaban con un encargo de queremos esto con esta técnica si no que a partir de ese momento lo que yo hacía era lo que querían. Ahí empezó a crecer como estudio, a ser casi como una agencia creativa y ya no para medios, sino para marcas. 

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El estudio. Una extensión de su identidad creativa. | Foto: Eva Cubas | The Objective

¿Qué rasgo de tu personalidad es el que más te ha ayudado en todo el proceso? 

Creo que hay algo rebelde en mi carácter que ha hecho que esto suceda. Ante una de esas crisis de las que hablábamos, es una frustración tan grande que está ahí esa parte rebelde de decir: «¿Tú no habías venido aquí a pintar y a pasártelo bien? Pues, venga, lánzate y a quien no le guste no pasa nada, te tiene que gustar a ti». La rebeldía te da eso, la valentía de lanzarte. 

¿Un consejo que darías a alguien que quisiese labrarse una carrera propia? 

Es difícil dar consejos, sobre todo porque no creo que yo sea un buen ejemplo. He sido muy mala estudiante, pero no por ello estoy en contra de la educación y el conocimiento. Para nada, al revés. Simplemente, a mí no me encajaba. Por eso lo más importante fue saber lo que funcionaba para mí. Y mi manera de ser, autodidacta, me funcionaba mejor. Tenía mis intereses claros y el echaba horas y horas y prueba-error-prueba-error. Un consejo es que si sale a la primera, desconfía. Faceless no deja de ser el resultado de probar durante años y años un tipo de retrato, otro, una técnica, otra… y no estar del todo a gusto. 

Y, ¿sobre algo que evitar? 

Pues algo a lo que te sientas obligado y que no vaya contigo. Recuerdo en Bachillerato, cuando estábamos preparándonos para selectividad, que tuve un flash y me di cuenta de que no quería prepararme porque no quería ir a la universidad. Y eso es raro. Veía a muchos amigos que decían «bueno, yo estudiaré esto porque es lo que da dinero». Y yo sentía que lo tenía claro, eso de no hacer nada que no me hiciera realmente feliz, siendo consciente de que para llegar a esto iba a tener que pasar por muchos trabajos que no me iban a hacer feliz.

Muchas veces nos guiamos por lo que vemos en redes sociales, y detrás de ese resultado hay un montón de años de otras cosas y tú en Instagram muestras lo que quieres mostrar. No todo va a ser todo el rato el proyecto de tus sueños. 

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En el almacén. | Foto: Eva Cubas | The Objective

¿Qué papel juegan las redes sociales en tu trabajo? 

Para mí Instagram es una herramienta de trabajo con la que disfruto muchísimo desde el primer día. Es natural, es como mi escaparate. Al principio tenía una cierta presión, porque estaba preocupada en demostrar todo el rato que valía, así que mantuve un tono más serio: no me mostraba tanto, no daba opiniones personales ni recomendaba cosas.

Cuando salió stories empecé a quitarme esa presión y a darme cuenta de que no está reñida la profesionalidad con el humor. Ahí me di cuenta de que lo que estaba haciendo hasta ese momento –obras en blanco y negro, sobre todo miniaturas– no tenía que ver con lo que era yo, que siempre me he movido por el color. Estaba tan perdida que me guié por modas. Pero eso tiene una fecha de caducidad muy corta porque se nota que no es genuino. 

Así que tu identidad artística ha ido saliendo más bien a base de quitar capas en lugar de construirlas.

Sí. Fue ir quitándome presión hasta quedarme con el esto es lo que soy. Y saber que no le vas a gustar a todo el mundo, que es algo que hemos escuchado muchas veces, pero aceptarlo cuesta tiempo. 

Nos dejamos guiar constantemente por los números y tenemos que quitarnos esa presión de que cada cosa haya que puntuarla. Cuando salió el capítulo de Black Mirror todos pensábamos «qué miedo» y al final vivimos en eso. Hay que quitarse importancia y meterle humor a la vida, que ya hay demasiadas cosas serias para tomarse todo tan a pecho.

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