Fernanda Melchor: «Los escritores somos un poco parecidos a los psicópatas, no podemos escapar de nuestras obsesiones»
La autora del fenómeno literario ‘Temporada de huracanes’, traducida a 15 idiomas y finalista del International Booker, regresa al mesón de novedades y a la lista de recomendados con ‘Páradais’ una novela corta que relata la historia de una obsesión
Si Fernanda Melchor no hubiese sido periodista, guionista y escritora tal vez se hubiese dedicado a la psicología criminal especializándose en negociación en situaciones de alto riesgo como secuestros masivos o intentos de suicidio. Es fascinante la calma con la que se acerca a las cornisas, a los objetos punzo penetrantes, a las obsesiones, a la oscuridad. Lo hace con paciencia de excavador y pulso de cirujano. Y luego, con una prosa vigorosa llena de anticipación y de vértigo, te toma de la mano y no te suelta hasta no llegar exactamente a ese lugar en el que te deposita con delicadeza: frente al abismo en el ya legendario duelo de miradas.
En el caso de Páradais (Literatura Random House, 2021), la novela que sucede a la exitosa Temporada de huracanes, Melchor explora la violencia —especialmente la violencia hacia las mujeres— y la desigualdad, y lo hace a través de dos adolescentes: Polo un joven de 16 años que sueña con escapar, física y mentalmente, del que parece su único destino: ser explotado en el conjunto residencial de lujo para el que trabaja. Y Franco, un chico desadaptado, obeso, privilegiado, indolente, adicto al porno y a una mujer, su vecina, la señora Marián.
Melchor ha escrito para televisión y por eso tal vez no es casualidad, aunque no necesariamente haya sido intencional, que Páradais haya sido pensada y escrita en tres actos, con dos turning-points bien definidos y vertiginoso final que en el que destaca una meticulosidad escenográfica que ayuda a hilvanar una serie de imágenes que finalmente nos responden, desde un lugar que desconocemos, de qué exactamente tuvo la culpa el gordo. El pinche gordo.
Algunas de las preguntas y respuestas de la conversación que sostuvimos se han editado para mayor brevedad y claridad.
En tu obra la exploración de la violencia siempre ha sido un elemento constante, pero en Páradais, en donde se hace hincapié en la violencia hacia la mujer, te vales de dos voces masculinas, ¿por qué la elección?
De cierta manera esto es parte de un programa que he tenido desde mi primera novela Falsa liebre y pasando por Temporada de huracanes, es un esfuerzo por tal vez entender a esta violencia a la que yo me he visto sometida de la yo he sido víctima y en la que yo he participado, que yo he reproducido también. Desde el inicio, de hecho, me pareció que era el camino que quería tomar. Quería crear esta novela de tal forma que el lector fuera confrontado por estos discursos misóginos hacia la mujer que la sitúan como un objeto de placer o de frustración, personalmente una cosa a disposición del hombre. También fue un reto narrar de cerca a Polo el protagonista y su manera de observar al otro personaje principal, Franco. Sus contradicciones y sus soledades y su profundo miedo hacia las mujeres, porque debajo de su misoginia creo que se esconde un miedo a ser dominado por las mujeres, y esto es no solo parte de su psicología, también es algo cultural. Igual es un poco raro hablarlo como si fuera un asunto de decisiones…
Fue más bien algo que surgió con esa forma…
Totalmente, de manera muy intuitiva, como imágenes. Yo te podría decir que lo primero que surgió, más que los personajes, fue esta idea del fraccionamiento, del Páradais. Tuve la idea de alejarme radicalmente de la miseria de La Matosa, escenario de Temporada de huracanes y centrarme en otro escenario totalmente distinto. Ya sabes, a veces uno hace esas cosas de «ya hice esto y me gustó mucho pero ahora quiero hacer algo totalmente distinto». Y al mismo tiempo no puedes escapar de tus propias obsesiones. Lo mismo que Franco Andrade no puede escapar de su obsesión por la señora Marián. Al final, los escritores somos un poco parecidos a los psicópatas, creo.
Leí que el 80% de consumidoras de podcasts de true crime son mujeres, y una de las razones, consciente o no, es saberse víctimas potenciales -gran parte de las historias del género son hombres que asesinan a mujeres- y buscar técnicas de supervivencia que podrían ser útiles…
Sí, sin duda este alto porcentaje de consumidoras de true crime, desde los podcasts hasta la nota roja en México, este periodismo sensacionalista dedicado a cubrir los aspectos de seguridad policiacos crímenes, pequeños y grandes, tiene que ver con una necesidad precautoria. Por una parte, queremos conocer el potencial enemigo, queremos conocer cómo actúa y por otra parte también nos alivia un poco no ser nosotras. Es bastante contradictorio y complejo a un nivel muy profundo. Yo creo que escuchar una historia de un asesino en serie que mata mujeres y las viola de alguna forma te hace suspirar aliviada de que no fuiste tú y conocer los detalles del crimen de alguna manera alimenta esta suerte de defensa de «conozco el mal que hay en el mundo y por eso soy más consciente de él». Es un poco la función que tenían los cuentos de hadas en los niños ¿no? Familiarizarte con el mal que hay en el mundo. Creo que por eso existe esa fascinación. Yo me reconozco, de hecho. Hace tiempo me daba mucha culpa, pero es un gusto que obviamente comparto con muchas mujeres.
Pero como dices, la violencia no es exclusiva de los hombres, tu indagación implica también el reconocimiento de la mujer como victimaria y también el de otros tipos de violencia que son más difíciles de nombrar e identificar…
En este momento de la lucha de las mujeres en México, donde temas como el aborto o la anticoncepción siguen siendo temas tabú en pleno siglo XXI, es muy difícil hablar hoy en día acerca de que las mujeres participamos en una suerte de reproducción de la violencia de otro tipo. No es masiva, como la de los hombres hacia las mujeres, es otro tipo de violencia que nosotras reproducimos con nosotras mismas, y esto no está precisamente plasmado en la novela, pero sí creo que la novela parte de un reconocimiento de que las violencias no son unidireccionales y únicas, que hay muchos tipos. Por ejemplo Polo, él es un personaje que ha sufrido la violencia del sistema, el abandono del Estado hacia los jóvenes, que ha sufrido la invasión de su comunidad por un grupo criminal sin que el Estado haga nada, que de alguna forma no ha tenido las oportunidades que un personaje como Franco Andrade ha tenido, y sin embargo, él mismo ejerce un tipo de violencia muy particular. Él, aunque trata todo el tiempo de lavarse las manos, está también participando, con decisión y entusiasmo, en la comisión de actos atroces, y lo hace con una especie de cobardía medio soterrada, medio esquiva, una actitud que creo que muchos también tenemos en la vida cotidiana. A veces participamos de las violencias ‘a medias’, participamos por omisión, a lo mejor no somos los agresores directos pero nos burlamos de esa violencia en medios, reproducimos memes con contenido violento, y por eso quería abarcar la mayor parte de las violencias posibles. En el caso de Páradais lo hago desde el lado del perpetrador, por supuesto, el lado de las víctimas, sentía que no era su momento.
Retomando a Polo y a Franco, ¿la autenticidad de las voces de Páradais se debe a que -como dice el epígrafe de Aquí no es Miami- se trata de hechos reales pero con personajes imaginarios?
Hubo mucho trabajo de creación de esos personajes de esas voces. Me gusta trabajar muy minuciosamente, como en capas. Siempre consciente de que si queremos darle tridimensionalidad a los personajes necesariamente tenemos que dotarlos de estos rasgos contradictorios, ambiguos, como los seres humanos, nadie es bueno o malo. Hasta los peores villanos de la historia, en cierto punto, creían que estaban haciendo el bien.
En el caso de Polo, esa ambigüedad se hace más evidente y desde ahí es que incluso llegamos a empatizar con él, desde esa sensación de soledad y desvalimiento que se manifestaba en ese «nudo de congoja» que sentía en el pecho cada mañana al despertarse fruto de la angustia y la opresión de sus circunstancias. Polo es cobarde, sí, y un poco miserable, pero qué atrapado estaba y qué solo se sentía…
Claro, definitivamente por eso decidí centrar la novela desde la vision de Polo, era un personaje que me permitía hablar de todo esto. ¿Quién no ha sentido esta opresión en el pecho? ¿Quién no se ha sentido explotado en algún trabajo? Sé que las realidades entre Europa y México son muy diferentes, pero aún así tampoco podríamos decir que allá no hay una explotación de los más vulnerables, que el mercado y la industria no están continuamente aplastando a estas personas. Pienso sobre todo en la experiencia de los migrantes, que también es una experiencia racializada como la que vive Polo. Esta maquinaria que va mas allá del gobierno y que tiene que ver con la cultura y que tiene que ver con que en Mexico la diferencia entre pasar por blanco, serlo y no tener piel de color claro es una diferencia que a veces marca toda una trayectoria profesional y personal. Y quien no ha sentido también —independientemente de la adolescencia que atraviesa Polo que ya de por sí es siempre como un momento de salto al vacío, de profunda angustia, de incertidumbre existencial— agobio por las presiones de su familia. Creo que es algo que cualquier joven experimenta, independientemente de si haya un abuso, una explotación, o un maltrato. De hecho, podemos centrarnos a discutir si la madre de Polo lo maltrata o no, si solo está tratando de hacer que reaccione con esta especie de tough love.
¿Crees que el tough love es algo que se entiende de la misma manera fuera de Latinoamérica?
Alguna vez hablando con una amigo que es psicólogo me decía que después de la madre judía, la madre más absorbente y dominante es la mexicana. Entonces cuando uno compara este modelo de maternidad con otro en Europa, particularmente en el norte del Europa, se ve que no existe esta cosa tan absorbente de la madre hacia el hijo y viceversa como la vemos en las culturas Latinoamericanas en donde hay una idealización de la madre, pero también una vilificación. En ese sentido, Páradais también es un estudio de las relaciones filiales.
Un tarea ambiciosa considerando que se trata de una novela corta.
Sí, ese tratamiento en capas es muy difícil de lograr en una novela corta como Páradais. El libro tendrá unas 150 páginas, era un espacio muy acotado y había que dar unas grandes pinceladas que fueran lo suficientemente amplias para pintar ese mundo pero también muy específicas. En la literatura los personajes se construyen siempre con detalles certeros y en una novela pequeña como Páradais tenía que ser muy, muy preciso, muy exacto. Cada palabra, cada frase cuenta para lograr este efecto.
Como esa frase tan expresiva que dice que el abuelo nunca fue niño y por eso no sabe cómo tratarlos…
Sí, con solo una frase se puede intuir una vida muy triste, la del abuelo, un hombre que acabó alcohólico, cosa que definitivamente influye en la adicción de Polo. En el libro también quería hablar un poco acerca de cómo uno a veces uno no encuentra otra forma de escapar mas que consumiendo drogas. En el caso de Polo es el alcohol, al que se siente irresistiblemente atraído por el silencio y la anestesia que le genera.
Volviendo a la construcción de esta historia. Como dices, es una novela que es tan corta como contundente. ¿Fue más laboriosa la construcción de esa concisión?
Esta novela la empecé a escribir cuando aún no terminaba Temporada de huracanes, soy muy minuciosa para trabajar y de verdad que no suelto los manuscritos, llego a atrasar fechas solamente porque todavía siento que a la novela le falta una semana de trabajo y no quiero soltarla, me gusta que cada palabra esté donde debe… y nunca me sale, ¿sabes? [Risas]. Y prefiero no leer el libro una vez publicado porque uno siempre va a encontrar cosas que cambiar. Siempre va a haber elecciones de palabras. De hecho, ahora que estoy trabajando la traducción al inglés con Sophie Hughes ella me pregunta «¿esto es lo que querías decir?», y yo le digo sí, «quería decir exactamente eso que estás pensando, pero no lo dije tan bien, maldita sea» y me enojo. El libro es solamente la huella de un proceso largo que no culmina con él, sino que llega un momento en el que uno dice ya. Tiene que ser esto ya.
Sin mirar atrás…
Sí, porque si no no solo cambia el proyecto, cambias tú como persona y de pronto ya no quieres un libro sino que quieres hacer una ópera pop y no, tienes que terminar en algún momento. Y uno aprovecha ese instante. Es como la fisión nuclear, llega un momento en el que el material es lo suficientemente estable para ser capturado en una forma definida y es cuando dices «ya!» Porque si no sigue cambiando.
Considerando que la base del horror es la anticipación, Páradais es muy cinematográfica sobre todo en su tratamiento del horror. Dar un cebo y dejar que el cerebro del espectador o lector se vuelva loco con sus demonios personales… ¿ese era el plan?
Cuando comencé a escribirla, se me ocurrió la idea. Nació Páradise, el fraccionamiento, nació el pueblo, nacieron los personajes que representaban a cada polo y dije «esto es una novela corta, este el crimen, e hice una escaleta como de guión cinematográfico. Tres actos, en el primer acto tiene que estar esto, en el segundo esto y en el tercero esto, definí los turning points, y lo dejé algunos años, en 2018 lo retomé y ahí fue cuando ya se me ocurrió cómo empezar, la voz: «Todo fue culpa del gordo». Y desde ahí empecé a tejer, a pensar qué implicaría empezar así, como una especie de confesión. Qué era esa voz. ¿Es una confesión, un enorme flashback? ¿Todo esto pasa vertiginosamente por la mente de Polo en la ultima escena como si pudiéramos echarnos un clavado a su cerebro y poder lo que pasó en el instante en el que él está efectivamente tratando de convencerse de que todo fue culpa de Franco?… Luego todo 2018 y 2019 fueron años de mucho trabajo para definir esta voz. Tenía el laberinto, necesitaba el recorrido por ese laberinto, el itinerario que la voz narrativa tenía que seguir. Quería que tuviera muchas partes de humor negro, que el lector se riera de lo ridículos y patéticos que son estos personajes, porque son una pareja cómica, dos muchachos bastante asquerosos, cada uno de manera diferente y son ridículos juntos, pero quería que fuera mutando, que la risa se le congelara al lector, por eso el tono va cambiando y al final se convierte en una cosa rápida y vertiginosa.
Una parte especialmente visual…
El climax de Páradise no era un lugar en el que yo quería estar mucho tiempo. Me costó bastante escribir esas últimas escenas. Durante muchos meses las mapeé, diría que hasta las coreografié en espacios imaginativos que para mí eran escenográficos. Hablaba con un lenguaje que se parecía a indicaciones actorales «van a entrar por aquí, van a hacer esto, salen por aquí…» . Y me costó trabajo, pero la escritura fue rápida y encontré este ritmo hecho de flashbacks y recuerdos, porque además de que era difícil estar ahí, cuando uno vive una experiencia traumática uno no recuerda las cosas como recordaría algo feliz o más tranquilo y sosegado. Hace poco hubo un terremoto bastante fuerte y traté de evocar cómo recordaba yo ese momento y efectivamente, mi recuerdo está hecho de cortes constantes, de supresiones que el cerebro se niega a procesar, y ese era un poco el efecto que yo buscaba.
Tal vez esa minuciosidad en tu planteamiento escenográfico es lo que más propicia el binge-reading (¿existe ya ese término?), porque Páradais te sientas y te la lees de un tirón. ¿Del binge-reading pasaremos al binge-watching?
Compraron los derechos, pero no se puede decir mucho. Se ha vendido la opción de desarrollar ese proyecto. Hay ahora una gran industria en el mundo del streaming. El crecimiento de la televisión por demanda ha disparado la necesidad de contenido, los guionistas no se dan abasto y los escritores somos una especie de reserva de historias y de personajes.
Además hay como un clima cultural favorable a las historias que exponen la violencia, la desigualdad… desde Parásitos hasta el Nuevo orden de Michel Franco, ¿eso ayudó?
Creo que sí, definitivamente. Y no envidio a la persona que va a hacer la adaptación. Va ser un poco complicado, porque aunque no soy un autor lírico, por ejemplo, alguien que juega más con los efectos del lenguaje es más difícil de traducir a imágenes, en mis libros hay bastante acción, pasan muchas cosas, pero al mismo tiempo es muy crudo, vamos, hay un reto ahí. Los derechos de Temporada de huracanes también los compraron y el proyecto sigue ahí, yo he tratado de no estar muy involucrada porque quiero marcar mi linea. Yo he trabajado en televisión, hace poco fui parte del equipo de escritores de una serie de Netflix que saldrá ahora en abril, es una historia muy mexicana, muy realista, que pasa en un lugar muy pequeño y me encanta, está padrísima, y la experiencia fue especial, pero yo prefiero que quienes vayan a hacer una adaptación cinematográfica de mis libros puedan tener la libertad de hacer una obra ellos mismos. Su propia versión. Me interesa más que sea una buena película o una buena serie, a que sea una adaptación «correcta». Y si no funciona, al final, el libro sigue siendo mío y la gente podrá decir «el libro era mejor» [risas].
Páradais se ha lanzado simultáneamente en México y Europa. ¿Notas alguna diferencia en su recepción?
En México la gente se concentra mucho en el realismo de las historias, entonces es muy fácil hacer esta extrapolación entre ficción y realidad y constantemente en las entrevistas me encuentro hablando de la realidad del libro. En Veracruz ni se diga porque son escenarios que realmente existen. Al mismo tiempo pienso que en Europa se la lee más exorcizada esa violencia, como si fuera solo en México que pasan estas cosas, como si no hubiera narco en Europa por ejemplo, o como si no hubiera feminicidios en Europa, entonces siempre tengo un poco esta lucha por demostrar que lo que hay en mis libros es un México de tantos. México es un país enorme y es muy vasto y entre cada capa de la sociedad hay un mundo distinto. No es que los muchachos privilegiados no comentan faltas también en Europa o en España, uno de los casos que me inspiró fue el caso de La Manada, en España y un caso similar que ocurrió en Veracruz que se llamaban Los Porkys. Quería hablar de esto y que no se equiparara necesariamente violencia con miseria, porque la violencia puede existir en el corazón de nuestras sociedades sean estas profundamente desiguales y con impunidad o prósperas y progresistas.
El viaje de Temporada de huracanes fue completamente diferente… ¿no?
Temporada de huracanes salió en México y al año siguiente entró al programa Mapa de lenguas de Penguin Random House que es algo que creo que empezó con Claudio Lamadrid, este inmenso editor trágicamente fallecido, las distintas filiales se llevan unos pocos ejemplares para dar una probada a los otros mercados de lo que se está produciendo en otros países. Temporada de huracanes entró en ese programa y también Aquí no es Miami, y tuve la suerte de lograr la reimpresión en España y empezó a escucharse bastante. Y lo que fue un gran empuje fueron los premios europeos que gané, en el 2019 el Anna Seghers, y el premio de la Casa de las Culturas del Mundo (HKM) en Alemania, y la nominación al Booker International, por supuesto. Ahora yo noto una mejor recepción de Páradais. Supongo también que es más fácil entrar con Páradais al universo de mis libros que entrar con Temporada de huracanes que es un libro más extenso, con más calo mexicano, que avanza de una forma muy distinta, se centra mucho en la polifonía, cada capítulo es dedicado a un personaje y la historia se va construyendo a partir de las distintas versiones contradictorias que los personajes van haciendo en torno a un crimen, el asesinato de una bruja de un pequeño pueblo. Páradais en cambio es algo mucho más automático, son dos personajes, dos escenarios, una sola voz, y te arrancas y te lo terminas en dos o tres horas si te concentras.
¿Crees que los temas que exploras vienen un poco de tu experiencia como periodista?
En realidad creo que el periodismo me ha dado armas para poder ver y poder escribir de manera precisa y contundente. El periodismo te enseña una manera de ver la realidad, te enseña a quitarte un poco la basura. Me refiero, por supuesto, al periodismo cuando está comprometido mas que con la objetividad, con la condición subjetiva que tiene toda visión humana. Pienso en un periodismo que se acerca más a la etnografía que a veces esta visión heróica de «yo, estaba ahí y ahora les vengo a contar». Entonces por un lado te enseña a ser súper conciso, y por otro a pensar siempre en el lector. Tienes que pensar que alguien va a leer tu crónica y si en un párrafo, en dos frases, no llamaste su atención va a dar vuelta a la página y adiós. Ahora bien, creo que más bien el tema de la violencia viene más bien por motivos más personales. Yo crecí en un hogar disfuncional y experimenté desde muy joven este tipo de violencias, sobre todo psicológicas; humillaciones, insultos, gritos, también un poco de violencia física. Siempre me he identificado tanto con las víctimas como con los victimarios, no creo ser una persona violencia, pero tengo que reconocer que he ejercido la violencia y la he reproducido, incluso involuntariamente. Muchas veces he sentido la compulsión de repetir lo que se me ha hecho. Solo la conciencia de ello puede a veces evitarlo, y a veces ni eso. Entonces creo que la indagación de la violencia viene de mi experiencia particular, de la experiencia de ser mujer en México, de ser acosada en la calle desde que tengo 11 años, por ejemplo. Son cosas que te marcan. Además, uno de los grandes misterios para mí es la mente humana, y la mente masculina en particular. Siempre he dicho que me fascinan los hombres, en el sentido bueno y malo. Son el otro. Escribir es entonces mi manera de tratar de entender y explicarme todo esto a mí misma.
…y de ahí también viene tu tratamiento de esa violencia cotidiana, sistémica, normalizada que no tiene ni día, ni hashtag, y que porque no se lucha contra ella sigue ahí perenne, latente, reproduciéndose…
Siento que la violencia que no se reconoce es violencia que se reproduce involuntariamente. En el caso de las dinámicas familiares, de las dinámicas de pareja, de las relaciones sexuales y las relaciones eróticas, como siempre hay un componente de violencia y de dominación que bien llevado puede enriquecer esta vida, pero que si se vuelve patológico, ahí ya pasas por encima de los derechos de otras personas, como es el caso de Franco. Pero son estas violencias que justamente no se reconocen las que se reproducen, y este es un intento de exponerlas en una charola de plata, para que el lector las vea y tal vez las reconozca en sí mismo. Al menos eso fue lo que yo hice. No puedo decir que yo escribo para darle una lección a la sociedad, nada más alejado. Yo escribo para entender, para mí. Después, si creo haber encontrado algo interesante, trato de mostrarlo. Este es mi idioma. Las entrevistas me encantan, me siento muy halagada de que tanta gente quiera hablar conmigo, pero realmente lo que yo he aprendido está en el libro. Mi manera de trabajar es contando historias y lo que yo he aprendido está concentrado totalmente en esta novela.
Y en cuanto a la violencia en contra de las mujeres, ¿ha influido de alguna manera el momento cultural, feminista, reivindicativo, en propiciar una revisión personal? ¿Te ha ayudado a que te dieras cuenta o mirases de otra manera todas estas violencias de las que fuiste partícipe/víctima?
En general, lo que me ha hecho abrir más los ojos ha sido entrar en un proceso de psicoanálisis. Mucha gente que se espanta cuando dices que eres escritor y que te analizas porque asumen que vas a perder todo el feeling, ese material oscuro que se filtra en tu trabajo, y al contrario, creo que hoy más que nunca puedo escribir sin miedo y sin ansiedad, porque me puedo acercar a lugares míos cada vez más oscuros sin culpa. Puedo arrojar más luz en las cosas que me interesan y esa es una herramienta poderosísima. Eso por una parte, y por otra, antes de la conversación en redes sociales desde el feminismo, lo que más me influyó fue la experiencia de haber empezado a criar a una niña, mi hijastra, de los 6 a los 12 años. Esos 6 años de maternar fueron increíbles. Encontré cosas en mí que jamás pensé posibles, tanto luminosas como oscurísimas. Ser la principal responsable principal del cuidado de una niña me hizo abrir los ojos a un montón de cosas, de mi pasado, de mi sociedad, de mi relación con ella y esa experiencia fue lo que me cambió.
Finalmente, si tú fueses el algoritmo de Google, y pensando que, como dicen, uno escribe con su biblioteca, ¿qué autores o autoras te gustaría que salieran en tus «relacionados»? Si te gusta Fernanda Melchor, también disfrutarás…
Qué buena pregunta. Pues de autoras, nuestra diosa Mariana Enríquez, por supuesto. También me gusta mucho Agota Kristof, ella es una escritora que me ha inspirado mucho, no tanto en la forma, sino en la manera de abordar el fenómeno de la violencia. Es una de mis grandes, grandes inspiraciones. De las mexicanas clásicas, Rosario Castellanos, es una autora que conocí de adolescente y fue una de las primeras escritoras, escritores en general, que yo leí que hablaba acerca de la vida de las mujeres, y particularmente de la vida de las mujeres indígenas en México. Ahora me siento tan contenta de pertenecer a una generación, y es raro decir generación porque somos de distintas edades, pero hay muchas mujeres en Latinoamérica escribiendo cosas poderosísimas. Me encanta Selva Almada, me encanta Pilar Quintana, me encanta Samanta Schweblin, me encanta Gabriela Cabezón, hay tantas. Alejandra Costamagna aunque está un poco más alejada de lo que yo hago pero también es interesantísima su obra. A todas ellas las siento más contemporáneas, como compañeras, me siento como su hermana menor, no en término de edad, sino porque siento que ellas son más grandes y yo apenas estoy empezando. Por supuesto, también están las influencias anteriores, el boom para mí fue definitivo, yo fui una chava que creció leyendo a García Márquez, que se fascinó con José Donoso. También crecí leyendo a Vargas Llosa, después me gustó un poco menos, pero considero que sus aportes a la forma literaria latinoamericana son imprescindibles, y un escritor por ejemplo como Manuel Puig, con su mezcla de alto registro y bajo registro con melodrama, me explotó la mente cuando de adolescente leí El beso de la mujer araña. Fue dificilísimo conseguir todos sus libros, pero todos los conseguí y los leí y soy una gran fan de Manuel Puig y de su juego con los discursos. Sergio Pitol es también un escritor mexicano que me interesa muchísimo. Americanos por ejemplo me encanta A.M. Holmes, me encanta Kathryn Harrison. Pero así, puntualizando, Mariana Enríquez, Agota Kristof y Rosario Castellanos son quienes han guiado mi búsqueda estética.