Taylor Swift no se aburrió durante el confinamiento. Podría afirmar que tampoco amasó pan. En julio de 2020 lanzó por sorpresa su octavo álbum, Folklore. Apenas cinco meses después, en noviembre, llegó el noveno: Evermore. Y con él, el anuncio oficial de que regrabaría sus seis primeros discos para conseguir los derechos sobre su música. Quién diría que la artista mejor pagada del mundo según Forbes y la más premiada de la historia no tiene la propiedad de sus temas. Pero así es.
Taylor tenía esta idea en mente desde 2019, cuando los derechos cayeron en manos de un fondo de inversión completamente ajeno a ella. Si los reedita y los fans escuchan las nuevas versiones, las antiguas se desvalorizarán y las importantes serán suyas, en todos los sentidos. Pero nos estamos adelantando.
Una Taylor muy distinta a la de ahora empezó su carrera en Big Machine Records –una discográfica independiente especializada en country– y allí continuó, mucho después de su salto a la fama, hasta que en 2018 fichó por Universal. 12 años y seis discos, y se fue sin ser dueña de ninguna de las copias maestras.
Fue Scott Borchetta el mánager que firmó a esa Taylor totalmente desconocida en Nashville (Tennessee, EEUU) y ese mismo año fundó una discográfica apostando únicamente por tres artistas de country: Jack Ingram, Danielle Peck, y Swift. Dos años después, Taylor ganó el Grammy a mejor disco del año por Fearless. 12 años después, Borchetta vendió la discográfica a un pez gordo por 300 millones de dólares. Borchetta siempre recordará aquel día que puso el ojo sobre Ingram y Peck.
Ese pez gordo de la industria que compró Big Machine Records se llama Scooter Braun. Mánager de Selena Gómez, Justin Timberlake, Justin Bieber, Ariana Grande y Demi Lovato, entre otros, y exmánager de Kanye West, pagó 300 millones de dólares y se quedó con la discográfica y, claro, con las copias maestras de los primeros seis álbumes de Swift, que entonces ya había sido nombrada artista de la década. Taylor intentó hacerse con ellas antes de que la compra fuese efectiva, pero la discográfica le exigió que, para ello, debería comprometerse a entregarles un disco nuevo por cada disco antiguo que quisiese recuperar. «Me negué, porque sabía que de hacerlo Scott vendería todo mi trabajo, entregándome a mí y a mi futuro», contaba Swift en un post de Tumblr. Poco después, Braun vendió los derechos a un fondo de inversión privado, de modo que ya no posee los derechos, pero sigue ganando un cierto porcentaje por ellos.
Lo primero que Taylor reeditó fue su hit Love Story, y la nueva versión –Taylor’s Version– se colocó rápidamente de número uno en iTunes en EEUU. Ahora reedita Fearless, el disco que la convirtió en una superestrella en 2008. La nueva versión es idéntica a la de 2008. Palabra por palabra, melodía por melodía. Es una cura de nostalgia de esas que nos sientan tan bien en esta vida incierta. Es Taylor reencontrándose con su yo de esa época. Pero, sobre todo, es deseo de venganza. Como decíamos, si los fans escuchan estas versiones, se devaluarán aquellas por las que Braun sigue ganando dinero.
Taylor tiene 53 millones de seguidores en Instagram y –ahora– mantiene una relación idílica con sus fans; natural y cercana. Pero no siempre ha sido así. Su enemistad con Kanye West le costó un aluvión de críticas. Aunque el rifirrafe venía de antes, el clímax llegó en 2016, cuando el rapero publicó un nuevo disco y en una de sus canciones, Famous, dice lo siguiente: «Siento que Taylor y yo todavía podríamos acostarnos. ¿Por qué? Porque yo hice famosa a esa perra». Ella respondió y fue acusada de «victimizarse». De hecho, de haberse ganado la fama a base de adoptar este papel. En ese momento, según cuenta en Miss Americana, el documental sobre su vida que estrenó Netflix en 2020, se le cayó el mundo y tuvo que «cambiar la mentalidad que había adoptado durante toda su vida». Una en la que el éxito se medía por el número de aplausos y su mayor objetivo era –había sido siempre– que el público la adorase.
Después de esto, Taylor bajó un escalón hacia la tierra. Y parece que su carrera, desde entonces, ha sido un poco eso: descender más y más escalones hasta presentar su versión más humana. Ahora el éxito de su plan está totalmente en manos de sus fans. Ella lo sabe, pero también es consciente de que tiene las espaldas cubiertas y de que su relación con los ‘swifters’ (así se llaman sus fans) es una de las más íntimas del panorama musical actual. Por eso ha hecho que sientan que están juntos en esto; que luchan juntos contra las prácticas abusivas de la industria; que luchan por dignificar un pasado común.
No es la primera vez que Taylor defiende a capa y espada sus intereses económicos. Entre 2014 y 2017, retiró su discografía de Spotify –a lo que la plataforma contestó creando una playlist titulada What to play while Taylor’s away (‘Qué escuchar mientras Taylor no está’)–. La lógica de sus argumentos es discutible, pero la idea detrás es que, para ella, el valor de su trabajo estaba en peligro y no pensaba permitirlo.También ganó una batalla contra Apple Music. En el momento cumbre de las streaming wars –cuando cada vez más plataformas pedían su pedazo de pastel–, la compañía anunció una prueba gratis de tres meses para sus usuarios. Swift denunció la pérdida de dinero que esto suponía para los artistas y el impacto que podría tener en aquellos que daban los primeros pasos. Al final, consiguió que Apple pagase los derechos de autor a los artistas durante esos tres meses.
Tras la reedición de sus discos para hacerse con los derechos de sus canciones subyace el mismo mensaje, pero todavía más potente. Taylor está dando otro paso hacia delante y alejándose de esa ‘chica buena’ que era al principio de su carrera. En el documental del que hablábamos antes ya pudimos ver el inicio de esa transformación. Vimos a una Taylor que denunciaba los abusos físicos y psicológicos que sufren las mujeres que alcanzan la fama, que prometía luchar contra esta situación, que pedía a sus fans que saliesen a votar para que Trump no ganara la reelección. «Una chica buena siempre aspira al éxito, nunca se conforma y da las gracias por tolerarle llegar a la cumbre. Una chica buena pide perdón si hace demasiado ruido con sus canciones», decía en Miss Americana. Taylor ya no es esa chica buena.