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Elaine Vilar Madruga: «La literatura es la válvula que impide que la olla explote»

Impulsada por Cristina Morales, que se convierte en editora por un día de la mano de la editorial Barrett, la escritora cubana publica en España La tiranía de las moscas, una novela «antiadulta» que defiende la pureza y libertad de la infancia en una dictadura familiar

Elaine Vilar Madruga: «La literatura es la válvula que impide que la olla explote»

Mauro Cantillo | Editorial Barrett

Casandra, Calia y Caleb son tres hermanos que conviven bajo una particular tiranía, la de sus padres. Mientras Casandra, la mayor, siente atracción sexual por objetos, puentes o estructuras arquitectónicas, Caleb posee el extraño don de matar a todo animal al que toca y Calia… Calia solo quiere dibujar animales. «Los tres crecimos a nuestra manera —escribe la primogénita en estas páginas—, como crecen los hijos de los culpables». Un padre militar y autoritario, tartamudo y obsoleto y una madre incapaz de sentir amor por sus vástagos, obsesionada con el psicoanálisis, completan este singular retrato familiar que la escritora cubana Elaine Vilar Madruga nos presenta en La tiranía de las moscas.

A ella llegamos de la mano de otra escritora, la autora de Lectura fácil y Premio Nacional de Narrativa Cristina Morales, que se convierte en ‘editora por un día’ con esta propuesta del sello Barrett en la que antes participaron Sara Mesa, Patricio Pron o Sabina Urraca, con la exitosa Panza de burro de Andrea Abreu. «La tiranía de las moscas —analiza Morales— habla de la familia y del Estado como estructuras inherentemente violentas, como las dos grandes aliadas en el sostenimiento de la opresión».

Dramaturga, narradora y poeta, Vilar Madruga se deshace en halagos hacia Morales a quien cuenta que conoció en La Habana en un viaje que la española realizó para conocer las últimas corrientes literarias cubanas. «Cristina es la persona más natural del mundo, una rebelde con causa y una excelente persona. Me parece una autora extraordinaria, es una de las voces más originales sin duda de la literatura hispana en estos momentos. Su currículum y su obra así lo avalan», defiende la autora, que ve a Morales como «una especie de ángel tutelar. Saber que estaba detrás acompañando este proceso, editando la novela, con sus impresiones tan cercanas y tan cálidas, no solo como escritora sino también como amiga, ha sido un tremendo privilegio», tercia Vilar Madruga a la que escribir el primer manuscrito de su novela apenas le llevó dos meses y medio, durante el primer «gran cierre» por la pandemia de La Habana.

«Estaba en casa, viviendo prácticamente sola, mis contactos sociales se limitaron a mi familia y a mi perra y, de pronto, mi casa empezó a estar habitada por las voces de todos estos personajes». La primera en llegar fue Casandra, el espíritu vertebrador de esta historia. «Ella ya llevaba dando vueltas alrededor de mí mucho antes de que me contactara Cristina. Quería escribir una novela que abordara el tema de la dictadura familiar, que tocara temas políticos, sobre todo relacionados con el derecho a elegir de los niños, que fuera una novela antiadulta». Entonces aparecieron Caleb, Casandra y Calia, y se apoderaron de todo.

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Ilustración de la portada: Manuel Marsol. | Imagen vía Editorial Barrett.

Dices que tus personajes se apoderaron de todo tu universo, ¿tal vez como si fueran tus propios tiranos?

Sí, los personajes también tiranizan a veces a sus autores. Ocurre desde el momento en que tu vida se empieza a ver cruzada por sus influencias, cuando empiezas a ver el mundo a través de sus ojos y a pensar en cómo responderían a una situación particular. Incluso, imaginas cómo se burlarían de lo que estamos pasando, que es terrible, pero también lo que les sucede a ellos es terrible y se burlan todo el tiempo. En el Caribe, especialmente en Cuba, tenemos esa dinámica de reírnos hasta de los problemas que nos acompañan para hacerlos menos triste. Es un mecanismo de supervivencia. Esa risa irónica, que en ocasiones toma matices cínicos, que se enfrenta a los adultos, al mundo de las normas, a aquello que han determinado cómo ser o qué es el bien. Esa risa que se burla de todos los parámetros, del Estado, de la sexualidad tradicional, también de las estructuras familiares, es un mecanismo de salvación en mi libro.

¿Y cómo es esta tiranía de las moscas? ¿De dónde surge la necesidad de escribir sobre ella?

Por un lado quería escribir algo que no fuera del todo ciencia ficción o fantasía. Aunque los lectores se darán cuenta de que La tiranía de las moscas no es el típico texto realista tradicional, sino que tiene cruzamientos hacia esa frontera de lo posible o lo imaginario. Está muy contaminado de esos elementos de lo fantástico, incluso de la tradición del realismo mágico muy presente aquí en Latinoamérica porque forma parte de nuestra vida. Esa mezcla me permitía llegar a otro público en Europa que ya conocía mi etapa más enfocada hacia lo fantástico, pero no esta otra teñida de tintes realistas.

Por otro, quería escribir una novela para adultos donde los personajes fueran niños que pudieran ir revelando las microexpresiones, a veces no tan micro, de violencia en la familia, esos mecanismos de represión o poder que los adultos colocamos sobre la infancia. Son mecanismos a veces absurdos, hasta risibles, que esta «adultocracia» que rige el mundo coloca sobre ellos. Intentaba mostrar cómo una casa puede tener todas las estructuras políticas que reinan en un sistema social. Por ejemplo, ese padre heterocrático, autocrático, omnisapiente, que trata de regir los destinos de la familia. Un dios caduco, sin energía, que a su vez copia otra estructura de dios y que cree que domina todas las estructuras de su hogar donde estos hijos y esta mujer, son los súbditos, como un pequeño reinado, una tiranía doméstica. Me interesaba explorar también la figura de los padres desde esa mirada burlesca y a la vez seria, porque detrás de la risa están latentes temas que deberíamos pensarnos todos, sobre todo algunos adultos, a ver si dinamitamos esas estructuras que nos están pudriendo desde adentro.

La tiranía de las moscas no es el típico texto realista tradicional, sino que tiene cruzamientos hacia esa frontera de lo posible o lo imaginario.

Creas un paralelismo entre una dictadura, una tiranía, y una familia, ¿lo político trasciende lo privado y a la inversa? ¿Lo empaña quizás todo, hasta tu escritura?

Creo que sí. Uno puede tratar de vivir como apolítico, pero ¿hasta qué punto lo somos realmente? Al vivir en determinados espacios geográficos, una ciudad o un país concretos, ya estamos marcados por una política. Sobre todo la política familiar. En Cuba es usual que las personas de 30 o 40 años, adultos jóvenes como es mi caso, a veces con hijos, vivamos acompañados de dos o tres generaciones de otros adultos, incluso hacinados, en casas de tres habitaciones donde pueden convivir cuatro generaciones fácilmente. Con todas las cosas buenas de transmisión de lo ancestral que tiene esto, porque no todo es negativo —el hecho de haber crecido y de que aún tenga a mi abuela es uno de los grandes dones de mi vida—, pero en ocasiones la familia puede convertirse en una especie de olla a presión a punto de reventar. En mi caso la válvula que impide que la olla explote es la literatura o el arte, no obstante, la carga de dinamita siempre está ahí.

En este sentido, ¿hacerse adulto, crecer o madurar, consiste en rebelarse?

Los niños son eternos rebeldes. Cuando dejamos de ser niños ya empezamos a amoldarnos a esas estructuras férreas que la sociedad, la familia, el Estado o la religión nos imponen. Pero si te fijas, el estado de los niños es salvaje, en el mejor de los sentidos. Sus normas sociales están teñidas por lo que aprenden de nosotros. No propongo una sociedad donde no alfabeticemos a nuestros hijos o donde crezcan como los de El señor de las moscas de William Golding —que también forma parte de la estructura de mi libro—, aislados en una isla y creyendo en su propio mundo de terror donde pueden incluso masacrarse los unos a los otros. No es eso. Pero sí planteo que debemos entender a los niños como esos rebeldes disidentes de las normas que hemos creado. La infancia es como una especie de jardín del Edén donde todavía no tenemos muy claro las normas del bien o del mal y, por lo tanto, la libertad y el conocimiento, todo lo que hacemos es verdadero. Cuando ya cruzamos el terreno de la adultez, sobre todo en la adolescencia, y tratamos de amoldarnos y abandonar ese estado primigenio de pureza nos vamos convirtiendo en tramposos. Tratamos de encajar, aunque de vez en cuando nos acordemos un poco de que fuimos niños y empecemos a cometer actos rebeldes.

Haces una reflexión interesante sobre la ausencia completa del amor materno, ¿nos olvidamos fácilmente de que amar a los hijos no es una condición biológica como escribes?

La madre de esta historia es una especie de subtirana o subregente de la familia, que los gobierna desde la mente. El mecanismo de represión del padre es a través del cuerpo, el castigo, el grito o la violencia, que casi siempre llega a ser física. La presencia de violencia de la madre es más soslayada, más simbólica. Ella accede al psicoanálisis como una forma de tratar de entender a esos hijos, pero al final es un intento más bien de legitimarse a sí misma como madre, como ser humano, tratando de aprender a amar a los hijos. También es una madre que está intentando encajar en los moldes sociales.

En el caso de las niñas desde que llegamos a este mundo se nos dice que vamos a ser madres en algún momento y se nos regalan esos bebés grandotes para que los vistamos. En esos momentos es un bebote de plástico pero un día va a ser de carne y hueso. Y cuando una niña no cumple con esos parámetros, o prefiere otro tipo de juguetes tradicionalmente más «masculinos», nos escandalizamos. Eso es un mecanismo de represión de lo femenino. ¿Por qué tendría yo o por qué tendría, como dice la madre, que amar a mis huevos si soy la gallina ponedora?

Desde ese primer monólogo en el que la madre reconoce que no quiere a sus hijos —que ella considera que son tres hijos de puta precisamente porque le han hecho sufrir en el parto, que los ha tenido con tremendo dolor—, es como si se destruyera su mundo porque intenta encajarlo en los moldes de la perfección. Es un personaje que al principio empecé a escribir con una mezcla de agrado y desagrado, pero al final entendí mucho mejor. Quizás es el que está más cerca a mi edad biológica y algunos de los temas que le ocupan también son temas que han rondado mi mente. La maternidad es uno de los temas transversales en mi obra, se recorre de punta a cabo.

Elaine Vilar Madruga: «La literatura es la válvula que impide que la olla explote»
Foto cedida por la entrevistada.

Hablemos del amor, ese amor ‘especial’ que hace que Casandra se cuelgue de puentes, sillas o lavavajillas, ¿de dónde surge esta idea?

Ya había realizado algunas investigaciones para varias obras que tocaban el tema de la parafilia y me planteaba cómo una persona podría amar un objeto. Muchas veces el amor convierte al sujeto de nuestro amor en nuestro objeto. Cuando decimos de alguien que «es mío» ya estamos convirtiendo de alguna forma a esa persona, ese sujeto, en nuestra pertenencia. Además, vi una serie de documentales donde aparecían testimonios de personas que no solo se sentían atraídas sexualmente por determinadas estructuras u objetos, sino que sentían amor. Recuerdo a una mujer francesa que se había enamorado de la Torre Eiffel y que incluso había contraído matrimonio con ella. Quería tratar de colocarme en esa piel, pero no con mis ojos. Nuestra mirada siempre va a reflejar un ángulo cerrado de la realidad, siempre vamos a abarcar la parte que hemos logrado entender o malamente comprender, pero la realidad es tan amplia y fragmentada…

Cuando escribo trato de mirar desde los ojos de mis personajes y no ser la típica autora tirana que diga lo que piensa o siente, o si esa manifestación de su cuerpo está mal. Así me acerqué a Casandra, escuchándola, tratando de entender cómo impulsaba. Eso viene de mi tradición como escritora de teatro, los dramaturgos siempre empezamos a escuchar a nuestros personajes y luego les colocamos piel o ideas. Y ella es el centro de la estructura familiar, el botón que cuando se pulsa detona todas las bombas y crea todos los pequeños circuitos de conflicto que al final componen el gran conflicto de la familia. Casandra me dio todo ese sistema de acercamiento. Creo que es el personaje más sólido y mejor construido. Me permitió habitar sus ojos por un momento, entender otro fragmento de la realidad.

En un momento del libro se plantea cómo crecen los hijos de los culpables, ¿la culpa se puede heredar?

Hemos hablado siempre de los hijos de las víctimas, porque los hijos de las víctimas necesitan contar su historia. Y pienso que muchas veces los hijos de los culpables también necesitan tener una voz para contar su historia. A menudo ellos son también víctimas y no los entendemos porque heredan ese «mal de la sangre», el resto del mundo puede entender que han heredado los mismos males o las mismas ideas que los padres. Nunca sabemos qué sucede en una familia una vez que las puertas se cierran, aunque en el mundo exterior veamos que es perfecta, y existen muchas maneras de que una familia se corroa o se pudra por dentro sin que suceda a ojos vista. En la novela también quería contar eso.

Tal vez ahora esos tres niños, que son hijos, sí, de un dictador doméstico, un torturador, un personaje extremadamente macabro…, son tres niños que a su vez están intentando alcanzar un estado de libertad. Más allá de ser los hijos de un dictador Casandra es Casandra, Caleb es Caleb y Calia es una niña que quiere pintar. Quería que esas tres historias, esos tres niños, también tuvieran su voz, y contar también ese ángulo de una maldad que pueda ser imparcial, como todas las verdades. Son historias que a lo mejor no todo el público quisiera escuchar, saber o entender, pero era para mí una necesidad como autora.

¿Y en medio de todo esto qué importancia tienen las moscas?

Partiendo de ese principio de que Casandra es una especie de heroína trágica, muchas veces parodiada y muy cínica, y de esta estructura de teatro clásico, pensé que tenía que haber una especie de coro. El coro en el teatro clásico es aquel que atestigua la acción, la comenta y es partícipe de ella de una manera u otra. En este sentido, las moscas van a estar ahí, van a ser testigos de la acción, van a zumbar todo el tiempo encima de los personajes. De hecho la historia comienza y termina con su presencia y ellas son esta especie de testigo, de presencias, a veces beatíficas, a veces diabólicas, que azotan a los personajes y que a su vez los dominan. Son como una especie de dioses zumbantes que van manejando los hilos, como los titiriteros de la acción. Esa presencia gris detrás de las cortinas que en apariencia no puede dominar ni cambiar nada, pero está moviendo los hilos sutilmente. Todo el tiempo las moscas susurran a oídos de los personajes, pero esos zumbidos a veces son gritos.

Qué bueno sería que las ventanas que ahora se están abriendo para algunos de nosotros, no sean solo para los cuatro o cinco nombres que estamos logrando posicionarnos, sino también las puertas para que se conozca la literatura joven actual.

Comenzabas esta entrevista hablando de cómo viajó Cristina Morales hasta Cuba para conocer el nuevo panorama literario. Hace poco otros escritores de allí como Carlos Manuel Álvarez, Dainerys Machado Vento o Eudris Planche Savón, fueron incluidos en la prestigiosa Lista Granta, ¿consideras que la literatura cubana actual vive un buen momento?

Se está comenzando a romper esa burbuja que había dejado a Cuba rezagada en el panorama literario internacional. En la música o el deporte sí teníamos presencia en el mundo, pero de nuestros escritores eran reconocidos los clásicos: Lezama Lima, Alejo Carpentier, Dulce María Loynaz, Leonardo Padura —un poco más cercano a nosotros en cuestiones biológicas—…, pero luego había varias generaciones de autores jóvenes prácticamente desconocidos y que estaban escribiendo, dentro y fuera de la isla. Siempre estoy luchando contra esa frontera regional y regionalista de que hay que reconocer como autores cubanos solo a los que estamos aquí, cuando en casi todos los lugares del mundo hay cubanos escribiendo.

Precisamente esta expansión, esta diáspora, nos ha permitido posicionarnos en otros mercados, mientras que hay autores cubanos en la isla que todavía no han tenido todas las oportunidades de ser reconocidos. Escritores jóvenes con muy buen trabajo. Qué bueno sería que las ventanas que ahora se están abriendo para algunos de nosotros, no sean solo para los cuatro o cinco nombres que estamos logrando posicionarnos, sino también las puertas para que se conozca la literatura joven actual.

¿A qué crees que se ha debido la dificultad de la literatura cubana de «salir de esa burbuja» que mencionas?

Quizás se comercializa más fácilmente la idea de un sonido tradicional que la literatura. No soy una escritora que defienda la escritura regionalista, siempre trato de que mi literatura responda a un sentido más universal y menos enfocado al contexto isla o Caribe. Aunque sigo siendo caribeña e isleña y, por supuesto, soy latinoamericana, pautas que van refrendando y definiendo lo que somos como escritores. En Cuba tenemos un mercado del libro muy local que no ha tenido mucha suerte en el plano internacional. Por eso ha sido un poco más difícil llegar también a las grandes industrias, a que nos reconozcan más allá de las fronteras. El deporte o la música son elementos más fáciles de comunicar, mientras que el libro requiere una infraestructura un poco más grande. Pero ojalá que haya un nuevo boom de la literatura latinoamericana en Europa y que se abran muchas puertas, también para las autoras. Quiero defender ahora las voces de las mujeres. Hay muy buenas autoras de muchos géneros en la isla y ojalá las puertas se hagan amplias para que muchas de ellas puedan pasar.

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