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Jordi Soler: «No es lo mismo salir de casa y caminar distraído, que hacerlo mirando activamente»

Jordi Soler: «No es lo mismo salir de casa y caminar distraído, que hacerlo mirando activamente»

Pep Ávila

Si en El mapa secreto del bosque nos invitaba a perdernos y hacía del bosque el lugar por excelencia de una errancia libre, en La orilla celeste del agua (ed. Siruela) el escritor Jordi Soler nos propone cuatro ensayos en los que indaga sobre aquella realidad que está fuera de los mapas y que, con nuestra ceguera y en nuestro estado permanente de distracción, no vemos.

Soler nos invita a replantear nuestra manera de vivir, a tomar conciencia de lo que significa vivir y, sobre todo, a construir una existencia de forma autónoma. En otras palabras: nos invita a vivir nuestra vida, escapando de los moldes y los mapas en los que, sin embargo, estamos atrapados. 

Quiero empezar retomando tu anterior ensayo, El mapa secreto del bosque, puesto que da la impresión de que, en parte, La orilla celeste del agua, nace de él. ¿Marcan estos dos libros un nuevo camino literario y ensayístico por lo que se refiere a tus intereses?

Es verdad que los dos libros tienen cierto parentesco, son primos, ambos se mueven en torno a un fenómeno sobre el que reflexiono continuamente: el siglo XXI está consagrado a la imagen, a lo que se ve, y paradójicamente estamos cada vez más ciegos. Vivimos distraídos, alienados por una avalancha de imágenes en todos los formatos, que nos impiden ver más allá de nuestras pantallas. El subtítulo de La orilla celeste del agua es una declaración de intenciones: «Un ensayo sobre la realidad que está fuera de los mapas». No es un libro esotérico ni de ciencias ocultas, esa realidad a la que se alude es la de todos los días, esa que no vemos por estar embebidos en la verdadera realidad de este milenio que es la realidad virtual. Tampoco se trata de una crítica amarga contra las nuevas tecnologías, que me encantan y que utilizo todo el tiempo, pero creo que antes de entregarnos a la embriaguez del consumo en la pantalla y de la convivencia electrónica, se impone no sólo una reflexión, también un mapeo para darnos cuenta de dónde estamos situados, qué tanto de lo que pienso, hago y digo es mío, y qué tanto es inducido. Desde este punto vista creo que mi ensayo es una invitación a vivir tu propia vida, en lugar de estar viviendo, sin darte cuenta, la vida de los otros. 

Citas a Giorgio Agamben quien sostiene que tenemos «el cuerpo más dócil y cobarde que se haya dado jamás en la historia de la humanidad». ¿Es esta docilidad la que nos impide salirnos del mapa? 

Cito esta idea de Agamben porque creo que tiene razón, y desde luego creo que esta alienación de la que hablaba hace un momento nos vuelve todavía más dóciles y cobardes; de tanto vivir en la pantalla estamos perdiendo una dimensión de las tres que tiene la vida real.

Esta idea de salir de mapa ¿está vinculada tanto al concepto de perderse como a la definición de época como una «era de nihilismo zombi» sobre las que te detenías en tu anterior ensayo?

En mi libro anterior, como bien apuntas, proponía que vivimos en la época del nihilismo zombi; cada individuo conforma en la Red su antología personal del mundo, consulta las noticias sólo en ciertos medios, sigue a un grupo determinado de personas en Twitter, se construye una burbuja que no coincide con el mundo real y desde su cómodo confinamiento niega cualquier idea que no se ajuste a los parámetros de su burbuja. La suma de todas esas burbujas me parece a mí una turba de zombis, no un ejército que supone cierta dirección, sino un hormiguero.

Jordi Soler: «No es lo mismo salir de casa y caminar distraído, que hacerlo mirando activamente» 1
Imagen vía Siruela.

De hecho, comentas que solo consumimos productos, ideas y opiniones afines. ¿Buscamos que nos den siempre a la razón? ¿Cómo influye este deseo de complacencia a la hora de escribir? 

Yo creo que en este tiempo lo que se busca no es tanto que te den la razón, sino gustar, caer bien, no escribir sobre ciertas cosas que puedan molestar porque todos los rincones de la vida se han contaminado con el like, con el «me gusta» que te da tu microsociedad como recompensa. La literatura pierde terreno, y sentido, con la noñería del like, porque se le despoja de su aura siniestra, de su parte oscura que es la que equilibra la otra parte.

La idea de docilidad -y también la de no salirse del mapa- está estrechamente vinculada a la incapacidad de ver. ¿Hemos perdido curiosidad, estímulo intelectual o es que nos hemos vuelto complacientes?

La incapacidad de ver es una de las claves del libro, el primer capítulo se titula La mirada activa, y ahí repaso diversos modos de ver con atención, primero el entorno y después lo que somos, ¿qué clase de bicho soy?, tendríamos que preguntarnos a menudo. Marco Aurelio recomendaba: «Talla tu mascara»; con esto quería invitar a sus lectores del futuro, que somos nosotros, a aplicar la mirada activa sobre nosotros mismos con el objetivo de ser mejores. Esta idea va a contrapelo de ese refrán, que es el reflejo de la dejadez y la pereza hispana, que dice «genio y figura hasta la sepultura». También Plotino nos regaló una idea para reconducir el genio y la figura, para reconfigurarnos: esculpe tu propia estatua. La historia de nuestra especie comienza precisamente con esa mirada activa que lanzaba el hombre primitivo para sobrevivir en aquel territorio hostil. No es lo mismo salir de casa y caminar distraído por la calle, que hacerlo mirando activamente, reconocer, por ejemplo, los árboles que nos acompañan en el camino, un plátano, un olmo, un aligustre, una acacia; ignorarlos me parece una descortesía

A través de tu ensayo, vemos cómo actualmente concebimos la vida desde un punto de vista hedonista: se busca el disfrute fácil, el consumo, la gratificación y se niega la muerte. 

Hay una obsesión generalizada por la seguridad que tiene varias caras, una es esa idea, no sólo errónea sino también muy pretenciosa, de que la recompensa (otra vez la ñoñería del like) para una vida de alimentación saludable y ejercicio cotidiano, es la longevidad; parece que hemos desterrado el azar, que es por cierto parte indisociable de la existencia, pero lo que hacemos es simplemente ignorarlo. La obsesión por la seguridad llega hasta los objetos, si compras un ordenador, un piano o una cámara de fotos, les compras también un seguro por si les pasa algo, y lo mismo sucede cuando compras un billete de avión, pagas un poco más para no perder, en caso de que no puedas usarlo, el dinero que invertiste. Esta obsesión está continuamente espoleada por el marco mental que nos ofrece la pantalla, frente a ella tenemos la sensación de que lo controlamos todo, lo cual es, desde luego, una ilusión: controlamos sólo lo que aparece ahí, lo que no controlamos es infinitamente mayor, pero no lo vemos en la pantalla. La negación del azar y la negación de la muerte forman parte del mismo miedo, el miedo a la ambigüedad y a la incertidumbre, el rechazo al río de Heráclito donde nada permanece y todo cambia continuamente. 

Volviendo al tema de la mirada, resulta interesante cómo lo relacionas con la experiencia del enamoramiento, pero también de la creación artística, a través de Breton y la reflexión sobre los sueños. 

Breton era un entusiasta del hallazgo, de descubrir lo maravilloso en la cotidianidad, y el hallazgo por excelencia, con toda su maravilla, es el de la persona amada. Breton tenía la idea de que el amor definitivo, la persona con la que al final te quedas, es la suma de todos los amores que la preceden. Esta cadena de amores me da pie para ensayar sobre el fenómeno del enamoramiento que sigue siendo, a pesar de las conclusiones a las que ha llegado la ciencia, un misterio. ¿Por qué de toda esa multitud de personas que conocemos nos enamoramos sólo de una? El misterio me parece, de momento, irresoluble, pero tengo algunas certezas que expongo largamente en mi libro, por ejemplo, me parece que el enamoramiento más profundo se da entre dos personas distintas, entre opuestos complementarios que comparten diferencias; mejor que enamorarte de tu media naranja es hacerlo de la horma de tu zapato.

El libro concluye con unas páginas dedicadas al silencio y a la lectura a partir de San Agustín, que es el primero que testimonia en sus Confesiones la lectura en silencio. Lectura y silencio son dos cosas con poca presencia en este tiempo: se lee poco y hay mucho ruido. 

Así es, el libro concluye con el silencio, que es la condición indispensable para la mirada activa y para el hallazgo. En las primeras páginas hablo de la mitología portátil de los indios navajos, de este empeño que tienen ellos de fundar un espacio sagrado ahí donde se encuentren, de manera muy sencilla, como referente les basta un árbol, un pájaro, una nube, les basta verlos para saber que ahí puede fundarse un espacio sagrado donde impere el silencio. Creo que tendríamos que fundar de vez en cuando, como los navajos, un espacio sagrado, que no tiene que ser un espacio físico, un espacio para refugiarnos del ruido cotidiano, ese espacio que se abre, con toda su inmensidad, al cerrar los ojos. 

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