Fernando Fernán Gómez: cien años del genio castizo
«Actor, director, novelista… como todo gran creador, él mismo era un género literario. Daba igual lo que hiciera, porque siempre se hacía y deshacía a sí mismo» —Francisco Umbral
Su vida comenzó con un enredo, como presagio de las centenares de comedias que protagonizaría. La llamada de la sangre, como él escribió, lo predisponía al teatro. Luego llegaría el cine, que lo convertiría en un mito de la España del siglo XX. Hoy, cien años después de su nacimiento, recordamos a uno de los creadores más prolíficos de nuestra historia reciente.
Nació en Lima el 28 de agosto de 1921 y lo nacionalizaron argentino a los pocos días. Su madre, Carola Fernán Gómez, estaba de gira por sudamérica cuando dio a luz a Fernando. Su padre, casado con otra, era hijo de la mítica actriz María Guerrero, que impidió el matrimonio de los padres. Hijo de madre soltera, en la España de entonces, pudo estudiar Filosofía y Letras en Madrid, pero le pareció más práctico enrolarse durante la guerra en una escuela de teatro de la CNT, donde se formó en el gremio mientras acudía a asambleas y leía a Bakunín. De allí, en 1938, comenzó a trabajar en una compañía teatral profesional, donde lo descubrió Enrique Jardial Poncela, que le daría un papel en Eloísa está debajo de un almendro.
Al poco llegaría CIFESA, unos estudios cinematográficos que intentaron emular la organización de los hollywoodienses, que lo fichó para convertirlo en uno de los rostros habituales del cine de la época. Trabajó entonces, eran los cuarenta, con Edgar Neville y Conchita Montes, con Imperio Argentina y Alfredo Mayo, incluso con Lola Flores y Manolo Caracol. En los cincuenta, ya consolidado como actor principal, actuó en decenas de comedias a la vez que empezaba a colaborar con lo que sería el «nuevo cine español». Destaca entonces su participación en Esa pareja feliz, de Bardem y Berlanga, y su intervención en coproducciones como Lo scapolo, del italiano Antonio Pietrangeli, donde compartiría trabajo con el genial Alberto Sordi.
Su primer gran éxito como director lo tuvo en 1964 con El extraño viaje, una obra muy alejada de las comedias en las que solía trabajar, en la que retrataba, de forma más dura que Berlanga, el clima opresivo de la sociedad española del franquismo. Se las tuvo que ver con la censura, por supuesto. Antes había debutado como director con La vida por delante (1958), iniciando una exitosa pareja cinematográfica con la actriz argentina Analía Gadé.
Durante el Transición trabajaría con directores como Jaime de Armiñán, Carlos Saura o Víctor Érice, con películas tan recordadas como El espíritu de la colmena (1973), y hasta sería premiado en el Festival de Berlín con El anacoreta (1976). Sin dejar de aparecer en películas y en televisión, seguiría dirigiendo, firmando innumerables guiones y escribiendo teatro, siendo la más conocida de sus obras, Las bicicletas sobre para el verano, que llevaría al cine con notable éxito Jaime Chávarri.
Paralelamente, desde los ochenta intensificaría su producción literaria, que lo llevaría en el año 2000 a la Real Academia. Firma habitual de medios como Diario 16, ABC o el suplemento dominical de El País, de sus artículos surgen varios volúmenes de ensayos. Escribe también su autobiografía, El tiempo amarillo, que sería reeditada en varias ocasiones , cultivaría la poesía y hasta publicaría varios libros de literatura infantil.
De entre sus once novelas publicadas destacamos El Viaje a ninguna parte (1986), que él mismo llevaría al cine, donde cuenta, en palabras de Umbral, la melancolía enferma del perdedor. Una novela, una película, donde se cuenta él, aunque fuese un triunfador toda su vida. Y es que en el triunfo «lleva por dentro un niño triste, rojizo y cabreado, al que el éxito tampoco ha redimido».
Sus recordadas apariciones postreras en Belle Epoque (Trueba, 1992), que ganaría el Óscar a la mejor película extranjera, El abuelo (Garci, 1998) o La lengua de las mariposas (Cuerda, 1999), son algunos de los últimos testimonios de su magisterio frente a la cámara, pero aún tendría tiempos para dejarnos un testamento cinematogŕafico de su genio, y de su figura, en La silla de Fernando (2006), de David Trueba.
En el año de Berlanga, el centenario de Fernán Gómez se ha diluido entre pobres iniciativas que no hacen justicia a este renacentista castizo. La editorial Pepitas de Calabaza ha reeditado El vendedor de naranjas, su primera novela, Capitán Swing ha hecho lo propio con El tiempo amarillo y en octubre Altamarea publicará Diario de Cinecittà, textos que el actor escribió durante su estancia en Roma, donde conoció a Pasolini, Fellini o Vittorio de Sica, lo que nos proporciona una buena excusa para profundizar en alguna de las vertientes más desconocidas de su inabarcable obra.