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Economía

Tres tradiciones mexicanas de Navidad que nos hacen falta en España

Piñatas gigantes, árboles de Navidad sin plástico y recibir a los invitados con bengalas y dulces en la puerta: así se festeja la Navidad en México

La Navidad se puede afrontar viendo Love Actually y comprando calendarios de adviento, o huyendo de los lugares donde suenan villancicos mientras te quejas de que tantas luces son un despilfarro. Pero es tan difícil escapar de ella como de All you need is love de Mariah Carey.

Cada país acuña sus propias costumbres, pero en ocasiones incluye las de sus vecinos. En países como en México también comen 12 uvas en Nochevieja, la flor de pascua —que aquí se llama de Nochebuena— está presente en cada mesa y los Reyes Magos son más importantes que Papá Noel.

Pero, además decoran las avenidas con bolas gigantescas de papel de colores, desde el 16 de diciembre hay reuniones familiares y de amigos en casas e iglesias, y el aroma de los abetos naturales llena los mercados.

Así, esta es una propuesta para incorporar las tres tradiciones mexicanas de Navidad que nos faltan en España: las piñatas, las posadas y los árboles naturales.

Piñatas

En la entrada de Acolman hay un arco rosáceo y unas letras mayúsculas: pueblo con encanto. En este municipio al norte del Estado de México se crearon hace más de 400 años dos de las tradiciones más importantes de la Navidad mexicana: las piñatas y las posadas.

Antiguo convento de Acolman. | Crédito: B. Guillén | The Objective

Todo surgió del mismo lugar: el antiguo convento de Acolman. El edificio conserva, rodeado de un extenso jardín, su fachada de más de 20 metros. Detrás de sus muros blancos se creó en 1587 la primera piñata.

«Fue un instrumento de evangelización. Le pusieron siete picos simulando los siete pecados capitales. Después pensaron en vendar los ojos a la persona para que la rompiera, tal y como hacían los mayas, como un símbolo de la fe ciega. Lo adecuaron para que fuera un instrumento para evangelizar a los naturales», explica a The Objective el cronista de Acolman, Simón Allende.

El historiador apunta también al origen prehispánico de la piñata: «En Acolman se celebraba la fiesta de Panquetzaliztli, que duraba 20 días. Al inicio se colocaba en lo alto de un madero un caldero de barro lleno de plumas y piedras preciosas para romper en el solsticio de invierno».

Ahora, la piñata se ha convertido en un medio de vida para decenas de familias de este municipio. Hay alrededor de 50 tiendas y talleres en las que se preparan estas artesanías. Desde cero, hacer una piñata tarda un par de días, pero una vez está preparada la bola y los conos de cartón que la rodean, la decoración final se logra en menos de una hora.

Artesanas se preparan para la feria de la piñata de Acolman. | Crédito: REUTERS | Edgard Garrido

«Los niños me dices que soy maga porque las hago muy rápido», cuenta tímida y sonriente Lourdes Sosa, encargada de Pomposa Piñatas Artesanales. Empezó con el negocio hace unos años porque a su hijo Julián le encantaba la decoración. Ahora trabajan en el negocio familiar ocho personas, fabrican 4.000 unidades cada año y hacen talleres en más de 30 escuelas para los niños. Esa es una de las prioridades de Lourdes: enseñar a los más pequeños para que «no se pierda esta tradición de México».

Otros negocios, como el de Orzac o Franlu, han pasado de generación en generación y reparten entre 10.000 y 40.000 piñatas cada año. La mayoría se vende entre octubre y diciembre, el resto del año se trabaja para abastecer la temporada navideña. Justo unos días antes de Nochebuena se celebra cada año la feria de la piñata que congrega a miles de personas de la región. Este año hasta contaban con Chile como país invitado. «Aquí se fabricó la primera piñata y ahora es un medio económico. Da trabajo y permite desarrollarse a la comunidad», concluye Lourdes.

Lourdes Sosa en su puesto de piñatas. | Crédito: Aitor Bengoa

Las posadas

Las piñatas son el elemento central de la segunda tradición: las posadas. Se celebran del 16 al 24 de diciembre y su significado se ha transformado a lo largo de la historia.

«En el año 1586 fray Diego de Soria, prior del convento de Acolman, tiene un viaje a Europa y aprovecha para pedir un permiso, una bula para ofrecer unas misas llamadas de aguinaldo, que a la postre se convierten en las posadas», explica el cronista de este municipio.

Tradicionalmente, las posadas simulaban la llegada de Jesús y María a Belén. Por lo que los peregrinos llegaban con velas y cánticos hasta una vivienda o una iglesia a pedir posada. En algunos municipios, una niña vestida de Virgen hace el trayecto encima de un burro.

«En nombre del cielo, pedimos posada, pues no puede andar, mi esposa amada», comienza la letanía de los peregrinos. Al otro lado de la puerta, otro grupo ejerce de anfitriones: «Aquí no es mesón, sigan adelante, yo no puedo abrir, no sea algún tunante».

Peregrinos a la entrada de una parroquia de Acolman durante una posada. | Crédito: B. Guillén | The Objective

Acompañados de velas y bengalas, finalmente los invitados entran en la casa. Dentro hay una piñata y en el caso de las iglesias, al final de la misa se reparte una bolsa de dulces a los pequeños y otra con frutas, como mandarinas y limas, a los mayores.

Sin embargo, esta tradición ya solo se conserva en pueblos y parroquias. Incluso en Acolman, los responsables de Turismo y Cultura del municipio desconocían que estas posadas se celebraban en una parroquia a unos cientos de metros del escenario donde ellos han organizado el acto oficial de la feria.

Así en la mayoría de los casos, las posadas se han convertido en reuniones navideñas de amigos y familia en las que se come, se bebe ponche y finalmente se rompe la piñata sin la liturgia religiosa. Además, son muchos los bares y cervecerías que llaman posadas a las fiestas que se organizan en Navidad. Un peregrino a la puerta de la parroquia de Acolman lo resume así: «Lo comercial ha desplazado a la tradición».

Árboles naturales

La reacción de los españoles al ver en los mercados mexicanos centenares de árboles naturales en venta por Navidad suele ir acompañada de incredulidad. Sin embargo, la secretaría de Medio Ambiente del Gobierno de México promueve la compra de estos árboles como una opción sostenible frente a los de plástico.

Las autoridades niegan la creencia generalizada de que promuevan la deforestación. Estos abetos no vienen de bosques naturales, sino de plantaciones creadas con el propósito de comerciar con árboles de Navidad. Así, el Gobierno asegura que reactivan la economía de zonas rurales, crean trabajo y recuperan suelos deforestados.

«Las plantaciones comerciales de árboles navideños enriquecen los suelos y adicionan materia orgánica con el cambio de sus hojas. Al absorber dióxido de carbono, frenan el avance del cambio climático«, expone la Comisión Nacional Forestal en su blog. También recalca que estas zonas proporcionan de un sitio de anidación y alimentación para animales.

Este negocio mueve cada año alrededor de 1,5 millones de árboles naturales en el país, según apunta Carlos Bamuer, responsable de la plantación Bosque de los Árboles de Navidad Amecameda.

La mayoría son importados desde Estados Unidos y Canadá. Sin embargo, las plantaciones mexicanas se abren paso y ya ocupan el 30% del sector. Hay más de 100 plantaciones en 12 estados del país.

La de Bamuer es, según asegura, la más grande del país con 500.000 árboles plantados. Cada año vende 50.000. Como no se arrancan de raíz, de ese mismo tronco a los cinco años surge un nuevo árbol. «El tronco no muere, es como podar un rosal».

Su plantación está situada en un antiguo campo de maíz que quedó infértil y fue abandonado. Esta es la cosecha número 56 y dan trabajo a 780 personas.

«Cuando tú comes un taco, no es que estés acabando con el maíz de la república mexicana, gracias a que comes tortillas, se invierte más y cada vez habrá más maíz. Utilizamos los árboles para hacer construcciones, muebles o árboles de navidad, eso implica que otros seres humanos protegen, plantan y cuidan los bosques», dice a The Objective.

Sergio Bautista en su puesto de venta. | Crédito: Aitor Bengoa

Sergio Bautista lleva más de 20 años vendiendo árboles naturales y recuerda cuando se trataba nada más que de «unas ramitas sujetas con cuerdas y telas»: «Nos quedaban bien bonitos».

Esta temporada ha vendido alrededor de 1.000 ejemplares en el mercado de Medellín, en la colonia Roma de Ciudad de México: «Se vende todo, hasta los secos». Allí nos enseña los modelos más demandados —Douglas y Noble—, sus distintos aromas —a «limoncito» o al pino de siempre— y cómo decorarlos, porque se hace de manera distinta —con luces alrededor o con adornos en las puntas—.

Son árboles de más de dos metros y su precio varía de 60 a 100 euros. Cada uno viene con su base de madera, que hay que rodear con un paño húmedo para que mantengan el aroma y el follaje más tiempo.

Sergio trabaja desde las siete de la mañana hasta la una de la madrugada. Es de Puebla y se ha tenido que alquilar un departamento frente al mercado para poder descansar. Aún así asegura: «Este de los árboles de Navidad es un buen negocio».

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