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Economía

«Mamá, esta vez no nos pillas, la Fageda no se dedica a hacer yogures…»

Este sistema nos ha llevado a un modelo en el que estamos agotando los recursos y es momento de revertirlo

«Mamá, esta vez no nos pillas, la Fageda no se dedica a hacer yogures…»

Auara.

Corría el año 1982, y Cristóbal Colón se plantaba delante de una antigua sucursal de la Caja de pensiones de Barcelona para pedirle un préstamo de 500.000 Pts., lo equivalente a 3.000€ de hoy día. «¿En qué va a invertir el dinero?», le preguntó el enésimo banquero al que visitaba Cristóbal. 

«Acaban de cerrar el manicomio en el que trabajaba y me quiero llevar a 15 discapacitados a trabajar en un entorno saludable, a la Garrotxa». Y así fue como comenzó la historia de la empresa social la Fageda, que a día de hoy emplea a más de 500 personas, perteneciendo la mayoría de ellos a colectivos vulnerables y con algún tipo de discapacidad.

Este es el tipo de conversaciones que suelo tener con mis hijos poco antes de las 8 de la mañana y en el trayecto hacia el colegio. Han pasado unos años y el discurso, así como la evolución de las empresas, se ha elevado.

Típica escena familiar de un sábado paseando por las inmediaciones de un centro comercial en Barcelona, la Illa. La conversación no es tan típica:

-«Chicos ¿recordáis la empresa de la que os he hablado tantas veces, y cuyas oficinas ocupan la última planta de este edificio? ¿Alguno me sabría decir a qué se dedica esta empresa farmacéutica? ¿Os acordáis del nombre?».

-«Sí mamá, son laboratorios Ferrer y hacen medicamentos como los que guarda la abuela en ese cajón tan grande. Si es una empresa que fabrican medicamentos, se dedicarán a mejorar la vida de las personas, ¿no es así mamá?».

-«Como se nota que no estás atenta Lucía, laboratorios Ferrer se sirve precisamente de la venta de esos medicamentos para trabajar por la justicia social. ¿Te acuerdas de los yogures de la Fageda?, pues Ferrer hace algo parecido. Invierten la mayor parte de sus beneficios en proyectos sociales, y en la investigación de enfermedades raras, como la que tiene la prima Alejandra. Enfermedades que, como nos dijo la tía Beti, no son comunes y no se destinan recursos porque los medicamentos con los que se podrían tratar no se venderían tanto como otros destinados a enfermedades más extendidas». Le explicaba mi hijo César a mi hija pequeña. Tanto por aprender de ellos.

Pasan los años, y así como la conversación con mis hijos se vuelve más apasionante, el ecosistema empresarial está elevando el tono y cada vez son más las empresas que sitúan el impacto social como eje estratégico y ventaja competitiva, generando un alto valor social y un necesario rendimiento económico.

Pero, ¿para qué se crearon las empresas, si no? 

Las empresas se concibieron para ofrecer un trabajo y sueldo dignos a las personas, a la vez que solucionaban una necesidad del entorno. Pero este sistema capitalista depredador nos ha llevado a un modelo económico extractivo en el que estamos agotando los recursos del planeta y es momento de revertirlo. Estamos a tiempo.

¿Y si las empresas no nacieran para ganar dinero? 

Es el caso de Auara. Se creó con un fin social y vende agua mineral solidaria. El 100% de sus beneficios se destinan a financiar proyectos de acceso a agua potable en todo el mundo.

No hace mucho, el dueño de la marca de ropa Patagonia donó su empresa a la lucha contra el cambio climático. Desde entonces, sus más de 100 millones de euros de beneficios al año van destinados a este objetivo y no para de crecer en ventas.

Son dos ejemplos más de empresas con «alma», como las denomina Angel Bonet en su libro Empresas que crecen con alma.

«Una empresa con alma es una empresa que hace bien las cosas; cuida la comunidad, además de crear un servicio o un producto, e intenta, no solo no dañar el medioambiente, sino paliar su estado o mejorarlo con su actividad social o económica.

Se trata de abordar la protección del medioambiente y la acción social como fuentes de crecimiento empresarial. Se trata de redefinir conceptos como valor y rentabilidad».

Porque éxito no es solo el que más tiene o el que más dinero gana. Es el cómo hace las cosas. 

Y estas son las gafas con las que me gusta pensar que ven el mundo mis hijos. Con una mirada larga, serena, contemplando e imaginando proyectos que están llamados a hacer de este mundo un mundo mejor.

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