Todos detrás de Biden: el Partido Demócrata pone la casa en orden, lima asperezas y centra el tiro
El Partido Demócrata logra un consenso en torno a Biden, mientras en el Donald coquetea con la idea de largar a su epidemiólogo de cabecera.
Unos 610.000 infectados y más de 26.000 muertos. Esas son las cifras que llegan desde los Estados Unidos y las imágenes que acompañan a la estadística revelan que, efectivamente, las cosas se están poniendo muy difíciles en la primera potencia del mundo. En Nueva York, la ciudad que más ha sufrido el envite del coronavirus, solo se escuchan sirenas mientras la fosa común de la isla de Hart, frente al Bronx, no para de engullir cadáveres sin reclamar. Chicago ha registrado el primer bebé muerto a causa del COVID-19. En la vecina Detroit los muertos se apilan en habitaciones de hospital por la falta de medios. Y en Filadelfia una exhibición experimental llamada Sobrevive al peor escenario posible, alojada en The Franklin Institute, ha tenido que echar el cierre porque el peor escenario posible ha tocado a la puerta.
Frente demócrata
Son imágenes que parecen haber tocado la fibra sensible de un Partido Demócrata que en la última semana ha resuelto las luchas internas para, así, centrar el tiro de cara a las elecciones presidenciales de noviembre.
Primero llegó la renuncia de Bernie Sanders a seguir compitiendo contra Joe Biden en las primarias del partido. Poco después llegó la muestra de apoyo –el endorsement– del senador de Vermont al viejo vicepresidente de Barack Obama. Una muestra de apoyo que en circunstancias normales no habría sido noticia pero que en este caso ha requerido explicación. A fin de cuentas, Sanders es un político que siempre se ha movido en los márgenes. Alguien que defiende un cambio de paradigma, una aproximación a la doctrina socialista. Un político, en fin, anti-establishment (para los estándares norteamericanos). De modo que sí, la explicación era necesaria. Sobre todo porque buena parte de sus seguidores odian a Biden tanto como a Donald Trump y consideran que todo lo que no sea Sanders es papel mojado.
Sanders resumió su apoyo a Biden en tres puntos. Primero: cualquier cosa antes que mantener a Trump en el poder cuatro años más. Segundo: Biden ha accedido a formar seis grupos de trabajo con la gente de Sanders para intentar consensuar políticas en materia de Sanidad, Educación, Economía, Inmigración, Cambio Climático y Justicia. Se entiende, por tanto, que Biden quiere acercar puntos de su programa a la cosmovisión sanderiana. Y en tercer lugar: Biden –dice el senador de Vermont– es un buen tipo. Un piropo que si se quiere leer con mala leche da una idea de la opinión que tiene Sanders de Hillary Clinton.
No obstante, queda por ver si los seguidores de Sanders seguirán la estela de su líder y acudirán en noviembre a introducir el nombre de Biden en la urna. De momento la organización Democratic Socialists for America ya ha dicho que no se fía de él. Es cierto que este grupo se cuenta entre los más izquierdistas dentro del ala izquierdista del Partido Demócrata, y que ‘solo’ cuenta con 60.000 afiliados, pero quién sabe si han dicho en voz alta lo que piensan en la intimidad los millones de simpatizantes de Sanders.
I’m proud to endorse my friend @JoeBiden for President of the United States. Let’s go: https://t.co/maHVGRozkX
— Barack Obama (@BarackObama) April 14, 2020
Finalmente, tras el apoyo de Sanders quien salió a mostrar sus simpatías por Biden fue Obama. Ya se presuponían (las simpatías) pero no las había hecho públicas hasta ahora por no querer inmiscuirse en las primarias. Resumiendo: que Trump ya tiene rival.
Frente republicano
Las aguas vuelven a estar revueltas en el Partido Republicano. Las encuestas de hace dos semanas, esas que decían que la popularidad del Donald había subido, se han convertido en material de archivo tras la llegada de los últimos sondeos. ¿Y qué dicen estos últimos sondeos? Que tras el voto de confianza expresado a comienzos de abril, Trump sigue sin estar a la altura.
La información no ha sido bien recibida en la Casa Blanca. De hecho, poco después de conocerse, Trump entraba en Twitter para citar a una persona que, entre otras cosas, pedía la destitución de Anthony Fauci.
Por contextualizar: Fauci es uno de los epidemiólogos más prestigiosos de los Estados Unidos, asesora a la Casa Blanca cuando hay una crisis vírica porque es el director del Instituto de Enfermedades Alérgicas e Infecciosas, y a sus 79 años ha prestado servicio a seis presidentes distintos –Reagan, Bush padre, Clinton, Bush hijo, Obama y el actual–, cinco de los cuales siempre han aplaudido su labor. En otras palabras: Fauci es una de las caras visibles en la lucha contra la pandemia y, en consecuencia, uno de los héroes del momento para muchos compatriotas.
Pero dicen quienes conocen lo que se cuece en las cocinas de palacio que Trump cada día está más harto del tipo. Por tres motivos. El primero es evidente: Fauci, pese a sus formas conciliadoras, ha matizado unas cuantas afirmaciones del presidente y ha cuestionado el calendario que maneja para reactivar la economía. El segundo es preocupante: Fauci le estaría robando protagonismo mediático y eso no, no y no. El tercero es… lo que hay: y es que los problemas se multiplican a diario y la sensación de estar perdiendo el control irrita muchísimo al Donald. Los límites de su paciencia –dicen quienes conocen las dinámicas de palacio– se encuentran bajo mínimos.
Sin embargo, y pese a la creciente impotencia que supuestamente estaría experimentando, Trump no está de brazos cruzados. Al contrario: no hace más que proponer ideas. Una de las últimas, y que parece estar ya en marcha, ha sido imprimir su nombre en los cheques de 1.200 dólares a repartir entre los millones de estadounidenses que se han acogido al mastodóntico plan de estímulo aprobado por el Congreso hace unas semanas. Con coronavirus o sin coronavirus, el Donald sigue siendo el mismo.