Diamantes de sangre: las nuevas mafias operan desde Facebook
Tan sencillo como encender tu teléfono, como enviar un WhatsApp, como postear en tu muro de Facebook. Desde que la República Centroafricana sufrió un golpe de Estado en 2013, el país vive sumido en la guerra, dividido y con los dos bandos financiándose de la misma manera: vendiendo diamantes de sangre. Ahora, un informe de la ONG Global Witness pone de manifiesto la gravedad de una crisis que ha desplazado a casi un millón de personas, algo más del 20% de la población total.
Tan sencillo como encender tu teléfono, como enviar un WhatsApp, como postear en tu muro de Facebook. Las redes sociales han revolucionado el mundo, y en el mundo del contrabando no es distinto.
Desde que la República Centroafricana sufrió un golpe de Estado en 2013, el país vive sumido en la guerra, dividido y con los dos bandos financiándose de la misma manera: vendiendo diamantes de sangre. Ahora, un informe de la ONG Global Witness pone de manifiesto la gravedad de una crisis que ha desplazado a casi un millón de personas, algo más del 20% de la población total.
La República Centroafricana es, pese a ser uno de los países más pobres del continente, una mina de dinero para los comerciantes de diamantes; en esta pequeña nación se extraen millones de quilates cada año que van destinados a las regiones más ricas del planeta. Esta circunstancia se produce a pesar de que el Proceso de Kimberley, aprobado en 2014, prohibiera la exportación de diamantes de guerra que pudieran financiar a las tropas rebeldes.
Con todo, la república no tiene las herramientas para combatir el contrabando, y encontrar piedras preciosas es tan sencillo como dar un pequeño paseo por las redes sociales; internet es el gran mercado de la compra-venta de estos materiales. Esto se debe a que los nuevos comerciantes son jóvenes familiarizados con el funcionamiento de Facebook y WhatsApp capaces de crear redes internacionales de contrabando sin gran dificultad.
Como demuestra la investigación de Global Witness, hacerse con los contactos y perfiles de los traficantes es tremendamente sencillo y la impunidad con la que se desenvuelven resulta sorprendente; los chicos promocionan sus perfiles, presumen de sus tratos, muestran abiertamente su material en las fotos que cuelgan en sus muros. Ni siquiera requieren de un entramado complejo, de páginas encriptadas, de conocimientos sobre la deep web. Los contrabandistas comparten sus experiencias en sus propias cuentas personales. El único problema con el que se encuentran es el riesgo que supone sacar las piedras del país.
El negocio no tiene control y se maneja desde aplicaciones tan extendidas como Facebook Messenger o WhatsApp
“Nos envían lejos de nuestra casa”, explica uno de los traficantes, que acompaña su comentario con una foto donde se ven montones de diamantes apilados. “Ahora tenemos que cambiar el nombre de los diamantes y decir que son de otro país”.
Los investigadores de la ONG tuvieron que hacerse pasar por contrabandistas para camuflarse en el circuito y conocer de cerca el tráfico de diamantes. Lo que descubrieron fue una libertad absoluta y una falta de control que se demuestra con que todo el negocio se maneja desde aplicaciones de mensajería tan extendidas desde donde conectan con los principales clientes del negocio, personas que provienen de países como Francia, Bélgica o Brasil y regiones como Oriente Medio.
Los comerciantes consiguen introducir los diamantes de sangre en el circuito legal a través de unos trámites burocráticos muy sencillos en los que se limitan a mentir sobre la procedencia de las piedras, habitualmente atribuidas a Camerún, para esquivar las presiones de las autoridades, fácilmente corruptibles.
Dado que el gobierno ha perdido poder en gran parte del territorio, los movimientos rebeldes se han apoderado de las áreas de producción más ricas del país hasta controlar el procedimiento completo, desde la extracción hasta la exportación. Al mismo tiempo, la población civil se consume en la violencia y la miseria en una situación para la que no se vislumbra el fin: se estima que todavía quedan millones de quilates por extraer en esta república africana.